El giro emocional se hizo popular en 1995 cuando el
periodista y psicólogo Daniel Goleman subió a la cúspide del éxito de
superventas con su libro Inteligencia emocional. En el libro
recogía numerosas investigaciones en neurociencia que se habían llevado a cabo
en la década anterior y que señalaban las estrechas conexiones que existían
entre el sistema límbico, el sistema más importante de modulación de emociones,
con los sistemas cognitivos encargados del razonamiento en los lóbulos de la
corteza prefrontal. Desde los años sesenta, además, se venía estudiando,
categorizando y señalando la centralidad de los neurotransmisores en el
funcionamiento general del sistema nervioso, unas sustancias producidas
principalmente en neuronas especializadas, también en las zonas del sistema
límbico.
Se escribieron numerosos libros de psicología y filosofía
señalando la importancia de las experiencias emocionales y se criticó la
tradicional preeminencia de la “racionalidad” sobre las emociones. En 1990,
cuando llegué a la universidad de Brown, una de sus profesoras del Departamento
de Filosofía, Martha Nussbaum, la encargada de filosofía antigua, acababa de
publicar Love's Knowledge: Essays on Philosophy and Literature, que
llegó a ser un éxito si no tan grande como el de Goleman en lo que se refiere a
ventas, sí mucho más influyente en filosofía, pues popularizó tanto el estudio
de las emociones como el uso de la literatura en el análisis filosófico.
Paradójicamente, Nussbaum era partidaria de la filosofía estoica que siempre
fue suspicaz y controladora de las emociones. Pero la marea había cambiado y su
libro se interpretó como un modelo de estudio de las emociones. Mucho más
influyente y mejor armado teóricamente fue el libro del neurocientífico Antonio
Damásio Descartes' Error: Emotion, Reason, and the Human Brain,
1994 que explicó muy didácticamente la interacción entre emociones y cognición.
El libro de Damásio contribuyó a dar un fundamento científico al espinosismo
que era una corriente de creciente popularidad en la filosofía continental a
través de la obra de Deleuze. A pesar de que Deleuze no había teorizado mucho
sobre las emociones, algo más sobre el deseo, su obra influyó notablemente en
muchas autoras feministas[1].
A la altura ya del segundo cuarto del siglo XXI el giro
emocional se ha convertido en parte de la estructura de sentimiento en todas
caras del poliedro de la cultura, desde el más académico al más cultural. Este
texto del último libro de Antonio Damásio El extraño orden de las
cosas (2024), donde sostiene que fueron los sentimientos la
fuerza principal en la antropogénesis, indica cuán profundamente se ha
extendido el giro emocional a los más diversos rincones de la ciencia y la
cultura:
Así, la idea sencilla a la que me refiero es que los sentimientos de dolor y placer, desde el bienestar hasta el malestar y la enfermedad, habrían sido los catalizadores de los procesos que llevaron al ser humano a interrogarse acerca del mundo y a tratar de comprender y resolver problemas, es decir, a aquello que distingue con mayor claridad la mente humana de la mente de otras especies vivas. Al interrogarse y tratar de comprender y resolver problemas, el ser humano habría podido desarrollar soluciones interesantes para los dilemas de su vida y dotarse de los medios necesarios para promover su prosperidad. Habría perfeccionado maneras de alimentarse, vestirse y cobijarse, y de cuidar de sus heridas físicas, dando lugar así a lo que se convertiría en la medicina. Cuando la causa del dolor y el sufrimiento eran los demás (sus sentimientos hacia los demás y su percepción de los sentimientos de los demás hacia ellos) o la reflexión sobre sus propias condiciones de vida (como el hecho de la inevitabilidad de la muerte), el ser humano habría utilizado sus crecientes recursos individuales y colectivos para crear una diversidad de respuestas a estas preguntas que abarcarían desde preceptos morales y principios de justicia hasta formas de organización y gobierno social, manifestaciones artísticas y creencias religiosas. (El extraño orden de las cosas )
El giro emocional se ha extendido desde el plano histórico,
en el que se reconoce el peso de las emociones en todos los intersticios de la
historia, al plano constitutivo, desde el interés científico en el
funcionamiento de los afectos en la vida corporal y mental, al interés cultural
en la formación emocional de la identidad y la subjetividad. En este
plano del presente cultural, me viene a la cabeza cómo parte de mi generación
comenzó a sentir que las cosas cambiaban en las estructuras de sentimiento a partir
tanto de transformaciones en la vida cotidiana, como la nueva fuerza del
feminismo, la aparición pública de gais y lesbianas que salían del armario y
reivindicaban nuevas formas de sentir. El 1976, Manuel Puig publicaba El
beso de la mujer araña. La novela cuenta la relación entre dos
personas presas que conviven en la misma celda, una es un preso político,
Valentín, y la otra una disidente sexual definida como «loca» y se autopercibe
como mujer, aunque registrada como hombre, Molina. A lo largo de las semanas
que pasan confinados en la celda, Molina cuenta películas a Valentín, que las
interpreta desde su propia perspectiva. Además, conversan sobre sus vidas
afectivas y sus idearios, claramente contrapuestos, algo que modificará
radicalmente la perspectiva sobre la vida de Valentín. Es un Bildungsroman en
el que uno de los personajes transforma sus sentimientos en el espacio
confinado de una celda. Podemos imaginar cuán significativo fue su aparición en
el escenario cultural por el hecho de que la editora de Gallimard, Ugné
Karvelis, rechazó su publicación porque mostraba a un revolucionario
convirtiéndose en un ser débil y sentimental, lo contrario que ordenaba el
leninismo del tiempo. Varias editoriales europeas le siguieron en su ejemplo.
El éxito que tuvo el libro es un indicativo de que algo ocurría ya en las
estructuras de sentimiento. Comenzaba entonces una transformación, que ahora se
cuestiona en la cruel guerra cultural que sufrimos. Pero tardó tiempo. Incluso
las mujeres comprometidas de los años sesenta y setenta se esforzaban por ser
más duras que los varones, incluso los intelectuales "disidentes",
entonces nietzscheanos, que reivindicaban el deseo (Azúa, Savater, etc.) se
esforzaban en la ironía y el cinismo, nunca en parecer sentimentales. No solo
Manuel Puig, muchas otras obras, muchas otras prácticas, comenzaron a educarnos
en una sensibilidad que hasta entonces se había considerado despreciativamente
femenina. No a todos, no a todas, no irreversiblemente. En algunas regiones
intelectuales (ciencias sociales, economía, ... ¡ay! también filosofía) el
intelectualismo y el estilo despreciativo continuó y continúa en el estilo y la
forma. En realidad, el giro emocional no fue solo un giro, más bien una
ascensión con muchos giros a derecha y a izquierda, con mucha pendiente, como
un Col du Tourmalet cultural, en el que quizás estemos y, ojalá no estemos ya
bajando la cuesta.
La reivindicación de sentimientos que tradicionalmente se
habían considerado femeninos es solo uno de los aspectos del giro emocional.
Otra de las facetas que conforman el giro emocional es la transformación en las
nociones de agencia, subjetividad e identidad. Probablemente alguien aduzca que
ese mediterráneo ya estaba descubierto desde Hume y mucho más desde Freud y el
psicoanálisis. Freud había situado la energía de los impulsos, los drives,
die Triebe, como la fuerza constructora de la mente en sus estratos y en su
dinámica. Hay mucha verdad en esta objeción, y en cierto modo el freudomarxismo
de Marcuse y Wilhelm Recih fue pionero en el giro emocional del siglo XX, así
como lo ha sido la importancia de las tesis lacanianas en la política
posfundacionalista del siglo XXI, otro signo del giro emocional. Cierto, pero
también lo es que, como puso de manifiesto la obra del psicólogo Silvan Tomkins
(1911-1991), que dio origen al programa de la Teoría del Afecto, el concepto de
impulso es poco productivo para una teoría de los afectos y sentimientos. Los
impulsos freudianos son fuerzas ciegas cuya descarga produce los afectos, que
son reprimidos y aparecen en la forma de las representaciones afectivas y emocionales.
La hipótesis psicoanalítica es correcta en lo que respecta al carácter de
energía de los impulsos, pues al fin y al cabo los afectos tienen que ver con
el funcionamiento del sistema nervioso, que es una red de osciladores
eléctricos conectados químicamente por los neurotransmisores, (crítica del
reduccionismo y de la confusión entre agresión, placer y las valencias y las
variedades de los afectos), pero es poco explicativa para una teoría del
espectro afectivo.
No está claro de qué hablamos cuando hablamos de emociones,
depende bastante de la escuela académica de la que estemos tratando. En la
teoría jamesiana, descendiente de Darwin, así como en la teoría de Antonio
Damásio, las emociones son reacciones viscerales a afecciones del entorno que
preparan el cuerpo para reacciones con alguna función. Lo que usualmente
llamamos emociones son para Damásio sentimientos, sentidos conscientes de lo
que está pasando en el cuerpo. Para la teoría del afecto es lo contrario, los
afectos son preconscientes, reacciones viscerales, mientras que las emociones
son representaciones de alto nivel cognitivo y cultural. Es una disputa que en
buena medida es terminológica y en otra, menor, realmente teórica. Lo que
comparten ambas líneas, también con otras escuelas como la más cognitiva de
orientación aristotélica, es la idea de que hay una división entre las
reacciones del cuerpo y las elaboraciones más complejas que tienen un alto
grado de plasticidad cultural. Todas las concepciones de lo afectivo coinciden,
por otra parte, en que las reacciones viscerales son ya en sus momentos básicos
más organizadas que los dos tipos de impulsos de muerte y placer, aunque quizás
lo que Freud estaba tratando de captar es lo que consideramos como “valencia”
de los afectos, es decir, que contienen un elemento de valoración positivo o
negativo de lo que le está ocurriendo al cuerpo, y que se puede manifestar de
formas muy distintas desde el binario placer/ dolor a otras formas más
complejas como la exaltación, la ansiedad y otras similares.
En lo que respecta a esta segunda mirada al giro emocional,
a la potencia constructiva de lo afectivo, independientemente de la escuela que
sigamos, podríamos distinguir tres componentes: el entorno, y en
general todo lo relacionado con el objeto del afecto, el organismo y todos sus
cambios en diversos niveles químicos y fisiológicos y, en tercer lugar, la
subjetivación del afecto en un sentido amplio, que puede incluir desde lo no
claramente consciente a lo consciente no conceptual pero experiencial hasta la
representación conceptual que nombra lo que está ocurriendo en primera persona,
o es nombrado (muchas más veces) en segunda o tercera persona en tanto que se
interpreta lingüísticamente bien lo que ocurre en el propio cuerpo o lo que
expresa desde la mirada del otro.
Estos tres componentes están implicados tanto en lo que es
la afección como en la reacción agente y, en la medida en que se entrelazan el
cuerpo, la mente, el lenguaje y la cultura con el mundo, en la progresiva
constitución del carácter, la personalidad y, ya en niveles sociales, las
identidades. Desde esta perspectiva compleja no tiene mucho sentido la disputa
sobre si hay emociones universales e innatas, como sostiene la perspectiva más
biologicista (Ekman) o son todas constituciones culturales. Es una disputa que
sigue siendo también superficial y terminológica. Por ejemplo, parece universal
sentir dolor, pero no lo es en absoluto el dolor en sí atendiendo a las
múltiples situaciones donde se implica el organismo, el mundo, la sociedad y la
sensibilidad personal. Los factores culturales modelan poderosamente no solo el
espectro afectivo sino toda la corporalidad, pero, al tiempo, una de las cosas
más positivas que ha tenido el giro emocional ha sido reconocer todos los
factores animales, orgánicos, que están implicados en la cultura y sus cambios
y variedades.
Si el giro emocional ha tenido efectos positivos en la
esfera cultural, sus efectos en las esferas política, económica y cotidiana
distan mucho de ser tan positivas. En el plano político también ha habido un
giro emocional de las varias formas de poder, que se ha transformado en
prácticas y dispositivos orientados al control de la conducta a través del
control de las emociones. Tradicionalmente, el poder (lo distingo aquí ahora de
la autoridad, aunque sea como hipótesis) se ha basado siempre en la producción
de temor o directamente miedo. Las nuevas formas de política emocional se
traducen en regímenes emocionales mucho más caleidoscópicos, orientados a
manejar políticamente la exaltación tanto como el miedo, la confianza ciega
tanto como la expectativa de castigo, productores de polarización política y de
formas de identidad que, en un giro real, muchas veces excluyen la valoración
epistémica de los datos. En lo que respecta a la esfera económica, el
neoliberalismo y sus formas totalitarias actuales neoconservadoras, es una
cultura y orden que gravita sobre la función económica de las emociones. El
control de la atención, la gestión del deseo y de la aspiración a la felicidad,
la formación de utopías de vida de éxito, todo ello sería imposible si el
capitalismo no hubiese invertido enormes esfuerzos en crear mecanismos de
producción emocional a través de la mediación cultural. No es sorprendente que
pueda denominarse a la fase neoliberal del capitalismo como “capitalismo
emocional”.
La esfera de lo cotidiano no ha sido tampoco inmune al giro
emocional. Por el contrario, la estructura de sentimiento que lo articula ha
sufrido conmociones que tienen que ver con las iluminaciones y cegueras que ha
traído el nuevo peso de las emociones en la configuración de las identidades.
Los conflictos interseccionales que atraviesan la guerra cultural en que está
sumido el mundo desde la emergencia tanto del neoliberalismo como las varias
formas de resistencia se traducen en conflictos que se internalizan en forma
emocional. En algunos aspectos podríamos calificar el tiempo presente como una
era de la ansiedad, en otros, como un tiempo de melancolía, en otros, por
último, como una época de resentimiento. El mundo cotidiano es entendido
generalizadamente como un mundo amenazado por diversas fuerzas de también
variado orden: político, cultural y, sobre todo, ecológico. Un mundo donde el
miedo y la ansiedad se han extendido como lo hizo el COVID-19, donde las
reacciones a la sensación de que falta futuro estimula tormentas emocionales
que, a su vez, terminan creando reacciones políticas agresivas y violentas.
El giro emocional, en definitiva, es parte de una
transformación en la modernidad que se desarrolla en dinámicas interactivas de
los planos cultural, social, económico y político. Ha abierto posibilidades
epistémicas y prácticas que estaban ocluidas por el intelectualismo ilustrado
pero también ha generado otras que profundizan las formas de dominación, de
cegueras y de opresión colectivas y personales. Es una tarea pendiente de la
teoría crítica de la cultura ir desbrozando estos espacios de posibilidad muchas
veces confusos y llenos de maleza ideológica.
[1]
Entre las autoras feministas que escribieron inspiradas por la filosofía de
Spinoza y de Deleuze, destacan especialmente Rosi Braidotti, autora de obras
como Patterns of Dissonance: A Study of Women in Contemporary
Philosophy (1991) y Metamorphoses: Towards a Materialist
Theory of Becoming (2002), donde desarrolla una filosofía feminista
influida por el pensamiento deleuziano y el monismo de Spinoza. Elizabeth Grosz
exploró la corporeidad y el deseo desde una perspectiva feminista, dialogando
críticamente con ambos filósofos, en Becoming Undone: Darwinian
Reflections on Life, Politics, and Art (2011). Moira Gatens en Imaginary
BodiesEthics, Power and Corporeality (1996), Collective
Imaginings: Spinoza, Past and Present (con Genevieve Lloyd) (1999)
propuso que la ontología de Spinoza pudiera ser una base fértil para el
pensamiento feminista. Su recolección de textos Feminist
Interpretations of Benedict Spinoza (2009) incluye algunas otras
grandes autoras feministas partidarias de Spinoza, como Aurelia Armstrong,
Sarah Donovan, Paola Grassi, Luce Irigaray, Susan James, Genevieve Lloyd, Heidi
Ravven, Amelie Rorty. Por su parte, Judith Butler ha reconocido en varios
ensayos la influencia de Deleuze en su análisis sobre el cuerpo, el deseo y la
performatividad. En la transición al siglo XXI, una de las autoras más
influyentes ha sido Sara Ahmed son su obra The Cultural Politics of
Emotion (2004), quien había comenzado a desarrollar sus trabajos sobre
emociones y afectos en la década de los noventa, especialmente en artículos y
colaboraciones previas; Eve Kosofsky Sedgwick, con su libro Tendencies (1993),
y más adelante Touching Feeling: Affect, Pedagogy, Performativity (2003),
fue pionera en introducir la teoría del afecto y la importancia de los
sentimientos en los estudios culturales y queer; Teresa Brennan, cuya
obra The Transmission of Affect (2004) explora cómo los
afectos y emociones se transmiten y circulan socialmente; Elspeth Probyn,
en Sexing the Self: Gendered Positions in Cultural Studies (1993),
analizó cómo el deseo y las emociones configuran la identidad de género desde
una perspectiva feminista; Carolyn Steedman, en Strange
Dislocations: Childhood and the Idea of Human Interiority, 1780–1930 (1995),
examinó la construcción histórica de las emociones y la interioridad desde una
óptica feminista y cultural. Son solo algunos ejemplos de una provechoza
cooperación del feminismo y de la nueva valoración de las emociones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario