viernes, 29 de agosto de 2025

Cincuenta sombras del giro emocional

 


El giro emocional se hizo popular en 1995 cuando el periodista y psicólogo Daniel Goleman subió a la cúspide del éxito de superventas con su libro Inteligencia emocional. En el libro recogía numerosas investigaciones en neurociencia que se habían llevado a cabo en la década anterior y que señalaban las estrechas conexiones que existían entre el sistema límbico, el sistema más importante de modulación de emociones, con los sistemas cognitivos encargados del razonamiento en los lóbulos de la corteza prefrontal. Desde los años sesenta, además, se venía estudiando, categorizando y señalando la centralidad de los neurotransmisores en el funcionamiento general del sistema nervioso, unas sustancias producidas principalmente en neuronas especializadas, también en las zonas del sistema límbico.

Se escribieron numerosos libros de psicología y filosofía señalando la importancia de las experiencias emocionales y se criticó la tradicional preeminencia de la “racionalidad” sobre las emociones. En 1990, cuando llegué a la universidad de Brown, una de sus profesoras del Departamento de Filosofía, Martha Nussbaum, la encargada de filosofía antigua, acababa de publicar Love's Knowledge: Essays on Philosophy and Literature, que llegó a ser un éxito si no tan grande como el de Goleman en lo que se refiere a ventas, sí mucho más influyente en filosofía, pues popularizó tanto el estudio de las emociones como el uso de la literatura en el análisis filosófico. Paradójicamente, Nussbaum era partidaria de la filosofía estoica que siempre fue suspicaz y controladora de las emociones. Pero la marea había cambiado y su libro se interpretó como un modelo de estudio de las emociones. Mucho más influyente y mejor armado teóricamente fue el libro del neurocientífico Antonio Damásio Descartes' Error: Emotion, Reason, and the Human Brain, 1994 que explicó muy didácticamente la interacción entre emociones y cognición. El libro de Damásio contribuyó a dar un fundamento científico al espinosismo que era una corriente de creciente popularidad en la filosofía continental a través de la obra de Deleuze. A pesar de que Deleuze no había teorizado mucho sobre las emociones, algo más sobre el deseo, su obra influyó notablemente en muchas autoras feministas[1].

A la altura ya del segundo cuarto del siglo XXI el giro emocional se ha convertido en parte de la estructura de sentimiento en todas caras del poliedro de la cultura, desde el más académico al más cultural. Este texto del último libro de Antonio Damásio El extraño orden de las cosas  (2024), donde sostiene que fueron los sentimientos la fuerza principal en la antropogénesis, indica cuán profundamente se ha extendido el giro emocional a los más diversos rincones de la ciencia y la cultura:

Así, la idea sencilla a la que me refiero es que los sentimientos de dolor y placer, desde el bienestar hasta el malestar y la enfermedad, habrían sido los catalizadores de los procesos que llevaron al ser humano a interrogarse acerca del mundo y a tratar de comprender y resolver problemas, es decir, a aquello que distingue con mayor claridad la mente humana de la mente de otras especies vivas. Al interrogarse y tratar de comprender y resolver problemas, el ser humano habría podido desarrollar soluciones interesantes para los dilemas de su vida y dotarse de los medios necesarios para promover su prosperidad. Habría perfeccionado maneras de alimentarse, vestirse y cobijarse, y de cuidar de sus heridas físicas, dando lugar así a lo que se convertiría en la medicina. Cuando la causa del dolor y el sufrimiento eran los demás (sus sentimientos hacia los demás y su percepción de los sentimientos de los demás hacia ellos) o la reflexión sobre sus propias condiciones de vida (como el hecho de la inevitabilidad de la muerte), el ser humano habría utilizado sus crecientes recursos individuales y colectivos para crear una diversidad de respuestas a estas preguntas que abarcarían desde preceptos morales y principios de justicia hasta formas de organización y gobierno social, manifestaciones artísticas y creencias religiosas. (El extraño orden de las cosas )

El giro emocional se ha extendido desde el plano histórico, en el que se reconoce el peso de las emociones en todos los intersticios de la historia, al plano constitutivo, desde el interés científico en el funcionamiento de los afectos en la vida corporal y mental, al interés cultural en la formación emocional de la identidad y la subjetividad.  En este plano del presente cultural, me viene a la cabeza cómo parte de mi generación comenzó a sentir que las cosas cambiaban en las estructuras de sentimiento a partir tanto de transformaciones en la vida cotidiana, como la nueva fuerza del feminismo, la aparición pública de gais y lesbianas que salían del armario y reivindicaban nuevas formas de sentir. El 1976, Manuel Puig publicaba El beso de la mujer araña. La novela cuenta la relación entre dos personas presas que conviven en la misma celda, una es un preso político, Valentín, y la otra una disidente sexual definida como «loca» y se autopercibe como mujer, aunque registrada como hombre, Molina. A lo largo de las semanas que pasan confinados en la celda, Molina cuenta películas a Valentín, que las interpreta desde su propia perspectiva. Además, conversan sobre sus vidas afectivas y sus idearios, claramente contrapuestos, algo que modificará radicalmente la perspectiva sobre la vida de Valentín. Es un Bildungsroman en el que uno de los personajes transforma sus sentimientos en el espacio confinado de una celda. Podemos imaginar cuán significativo fue su aparición en el escenario cultural por el hecho de que la editora de Gallimard, Ugné Karvelis, rechazó su publicación porque mostraba a un revolucionario convirtiéndose en un ser débil y sentimental, lo contrario que ordenaba el leninismo del tiempo. Varias editoriales europeas le siguieron en su ejemplo. El éxito que tuvo el libro es un indicativo de que algo ocurría ya en las estructuras de sentimiento. Comenzaba entonces una transformación, que ahora se cuestiona en la cruel guerra cultural que sufrimos. Pero tardó tiempo. Incluso las mujeres comprometidas de los años sesenta y setenta se esforzaban por ser más duras que los varones, incluso los intelectuales "disidentes", entonces nietzscheanos, que reivindicaban el deseo (Azúa, Savater, etc.) se esforzaban en la ironía y el cinismo, nunca en parecer sentimentales. No solo Manuel Puig, muchas otras obras, muchas otras prácticas, comenzaron a educarnos en una sensibilidad que hasta entonces se había considerado despreciativamente femenina. No a todos, no a todas, no irreversiblemente. En algunas regiones intelectuales (ciencias sociales, economía, ... ¡ay! también filosofía) el intelectualismo y el estilo despreciativo continuó y continúa en el estilo y la forma. En realidad, el giro emocional no fue solo un giro, más bien una ascensión con muchos giros a derecha y a izquierda, con mucha pendiente, como un Col du Tourmalet cultural, en el que quizás estemos y, ojalá no estemos ya bajando la cuesta.

La reivindicación de sentimientos que tradicionalmente se habían considerado femeninos es solo uno de los aspectos del giro emocional. Otra de las facetas que conforman el giro emocional es la transformación en las nociones de agencia, subjetividad e identidad. Probablemente alguien aduzca que ese mediterráneo ya estaba descubierto desde Hume y mucho más desde Freud y el psicoanálisis. Freud había situado la energía de los impulsos, los drives, die Triebe, como la fuerza constructora de la mente en sus estratos y en su dinámica. Hay mucha verdad en esta objeción, y en cierto modo el freudomarxismo de Marcuse y Wilhelm Recih fue pionero en el giro emocional del siglo XX, así como lo ha sido la importancia de las tesis lacanianas en la política posfundacionalista del siglo XXI, otro signo del giro emocional. Cierto, pero también lo es que, como puso de manifiesto la obra del psicólogo Silvan Tomkins (1911-1991), que dio origen al programa de la Teoría del Afecto, el concepto de impulso es poco productivo para una teoría de los afectos y sentimientos. Los impulsos freudianos son fuerzas ciegas cuya descarga produce los afectos, que son reprimidos y aparecen en la forma de las representaciones afectivas y emocionales. La hipótesis psicoanalítica es correcta en lo que respecta al carácter de energía de los impulsos, pues al fin y al cabo los afectos tienen que ver con el funcionamiento del sistema nervioso, que es una red de osciladores eléctricos conectados químicamente por los neurotransmisores, (crítica del reduccionismo y de la confusión entre agresión, placer y las valencias y las variedades de los afectos), pero es poco explicativa para una teoría del espectro afectivo.

No está claro de qué hablamos cuando hablamos de emociones, depende bastante de la escuela académica de la que estemos tratando. En la teoría jamesiana, descendiente de Darwin, así como en la teoría de Antonio Damásio, las emociones son reacciones viscerales a afecciones del entorno que preparan el cuerpo para reacciones con alguna función. Lo que usualmente llamamos emociones son para Damásio sentimientos, sentidos conscientes de lo que está pasando en el cuerpo. Para la teoría del afecto es lo contrario, los afectos son preconscientes, reacciones viscerales, mientras que las emociones son representaciones de alto nivel cognitivo y cultural. Es una disputa que en buena medida es terminológica y en otra, menor, realmente teórica. Lo que comparten ambas líneas, también con otras escuelas como la más cognitiva de orientación aristotélica, es la idea de que hay una división entre las reacciones del cuerpo y las elaboraciones más complejas que tienen un alto grado de plasticidad cultural. Todas las concepciones de lo afectivo coinciden, por otra parte, en que las reacciones viscerales son ya en sus momentos básicos más organizadas que los dos tipos de impulsos de muerte y placer, aunque quizás lo que Freud estaba tratando de captar es lo que consideramos como “valencia” de los afectos, es decir, que contienen un elemento de valoración positivo o negativo de lo que le está ocurriendo al cuerpo, y que se puede manifestar de formas muy distintas desde el binario placer/ dolor a otras formas más complejas como la exaltación, la ansiedad y otras similares.

En lo que respecta a esta segunda mirada al giro emocional, a la potencia constructiva de lo afectivo, independientemente de la escuela que sigamos,  podríamos distinguir tres componentes: el entorno, y en general todo lo relacionado con el objeto del afecto, el organismo y todos sus cambios en diversos niveles químicos y fisiológicos y, en tercer lugar, la subjetivación del afecto en un sentido amplio, que puede incluir desde lo no claramente consciente a lo consciente no conceptual pero experiencial hasta la representación conceptual que nombra lo que está ocurriendo en primera persona, o es nombrado (muchas más veces) en segunda o tercera persona en tanto que se interpreta lingüísticamente bien lo que ocurre en el propio cuerpo o lo que expresa desde la mirada del otro.

Estos tres componentes están implicados tanto en lo que es la afección como en la reacción agente y, en la medida en que se entrelazan el cuerpo, la mente, el lenguaje y la cultura con el mundo, en la progresiva constitución del carácter, la personalidad y, ya en niveles sociales, las identidades. Desde esta perspectiva compleja no tiene mucho sentido la disputa sobre si hay emociones universales e innatas, como sostiene la perspectiva más biologicista (Ekman) o son todas constituciones culturales. Es una disputa que sigue siendo también superficial y terminológica. Por ejemplo, parece universal sentir dolor, pero no lo es en absoluto el dolor en sí atendiendo a las múltiples situaciones donde se implica el organismo, el mundo, la sociedad y la sensibilidad personal. Los factores culturales modelan poderosamente no solo el espectro afectivo sino toda la corporalidad, pero, al tiempo, una de las cosas más positivas que ha tenido el giro emocional ha sido reconocer todos los factores animales, orgánicos, que están implicados en la cultura y sus cambios y variedades.

Si el giro emocional ha tenido efectos positivos en la esfera cultural, sus efectos en las esferas política, económica y cotidiana distan mucho de ser tan positivas. En el plano político también ha habido un giro emocional de las varias formas de poder, que se ha transformado en prácticas y dispositivos orientados al control de la conducta a través del control de las emociones. Tradicionalmente, el poder (lo distingo aquí ahora de la autoridad, aunque sea como hipótesis) se ha basado siempre en la producción de temor o directamente miedo. Las nuevas formas de política emocional se traducen en regímenes emocionales mucho más caleidoscópicos, orientados a manejar políticamente la exaltación tanto como el miedo, la confianza ciega tanto como la expectativa de castigo, productores de polarización política y de formas de identidad que, en un giro real, muchas veces excluyen la valoración epistémica de los datos. En lo que respecta a la esfera económica, el neoliberalismo y sus formas totalitarias actuales neoconservadoras, es una cultura y orden que gravita sobre la función económica de las emociones. El control de la atención, la gestión del deseo y de la aspiración a la felicidad, la formación de utopías de vida de éxito, todo ello sería imposible si el capitalismo no hubiese invertido enormes esfuerzos en crear mecanismos de producción emocional a través de la mediación cultural. No es sorprendente que pueda denominarse a la fase neoliberal del capitalismo como “capitalismo emocional”.

La esfera de lo cotidiano no ha sido tampoco inmune al giro emocional. Por el contrario, la estructura de sentimiento que lo articula ha sufrido conmociones que tienen que ver con las iluminaciones y cegueras que ha traído el nuevo peso de las emociones en la configuración de las identidades. Los conflictos interseccionales que atraviesan la guerra cultural en que está sumido el mundo desde la emergencia tanto del neoliberalismo como las varias formas de resistencia se traducen en conflictos que se internalizan en forma emocional. En algunos aspectos podríamos calificar el tiempo presente como una era de la ansiedad, en otros, como un tiempo de melancolía, en otros, por último, como una época de resentimiento. El mundo cotidiano es entendido generalizadamente como un mundo amenazado por diversas fuerzas de también variado orden: político, cultural y, sobre todo, ecológico. Un mundo donde el miedo y la ansiedad se han extendido como lo hizo el COVID-19, donde las reacciones a la sensación de que falta futuro estimula tormentas emocionales que, a su vez, terminan creando reacciones políticas agresivas y violentas.

El giro emocional, en definitiva, es parte de una transformación en la modernidad que se desarrolla en dinámicas interactivas de los planos cultural, social, económico y político. Ha abierto posibilidades epistémicas y prácticas que estaban ocluidas por el intelectualismo ilustrado pero también ha generado otras que profundizan las formas de dominación, de cegueras y de opresión colectivas y personales. Es una tarea pendiente de la teoría crítica de la cultura ir desbrozando estos espacios de posibilidad muchas veces confusos y llenos de maleza ideológica.



[1] Entre las autoras feministas que escribieron inspiradas por la filosofía de Spinoza y de Deleuze, destacan especialmente Rosi Braidotti, autora de obras como Patterns of Dissonance: A Study of Women in Contemporary Philosophy (1991) y Metamorphoses: Towards a Materialist Theory of Becoming (2002), donde desarrolla una filosofía feminista influida por el pensamiento deleuziano y el monismo de Spinoza. Elizabeth Grosz exploró la corporeidad y el deseo desde una perspectiva feminista, dialogando críticamente con ambos filósofos, en Becoming Undone: Darwinian Reflections on Life, Politics, and Art (2011). Moira Gatens en Imaginary BodiesEthics, Power and Corporeality (1996), Collective Imaginings: Spinoza, Past and Present (con Genevieve Lloyd) (1999) propuso que la ontología de Spinoza pudiera ser una base fértil para el pensamiento feminista.  Su recolección de textos Feminist Interpretations of Benedict Spinoza (2009) incluye algunas otras grandes autoras feministas partidarias de Spinoza, como Aurelia Armstrong, Sarah Donovan, Paola Grassi, Luce Irigaray, Susan James, Genevieve Lloyd, Heidi Ravven, Amelie Rorty. Por su parte, Judith Butler ha reconocido en varios ensayos la influencia de Deleuze en su análisis sobre el cuerpo, el deseo y la performatividad. En la transición al siglo XXI, una de las autoras más influyentes ha sido Sara Ahmed son su obra The Cultural Politics of Emotion (2004), quien había comenzado a desarrollar sus trabajos sobre emociones y afectos en la década de los noventa, especialmente en artículos y colaboraciones previas; Eve Kosofsky Sedgwick, con su libro Tendencies (1993), y más adelante Touching Feeling: Affect, Pedagogy, Performativity (2003), fue pionera en introducir la teoría del afecto y la importancia de los sentimientos en los estudios culturales y queer; Teresa Brennan, cuya obra The Transmission of Affect (2004) explora cómo los afectos y emociones se transmiten y circulan socialmente; Elspeth Probyn, en Sexing the Self: Gendered Positions in Cultural Studies (1993), analizó cómo el deseo y las emociones configuran la identidad de género desde una perspectiva feminista;  Carolyn Steedman, en Strange Dislocations: Childhood and the Idea of Human Interiority, 1780–1930 (1995), examinó la construcción histórica de las emociones y la interioridad desde una óptica feminista y cultural. Son solo algunos ejemplos de una provechoza cooperación del feminismo y de la nueva valoración de las emociones.

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