domingo, 18 de enero de 2015

Las sendas del reconocimiento






El reconocimiento es la relación básica entre personas sobre la que se articula la sociedad moderna. El establecimiento de esta relación es probablemente es uno de los hechos históricos más importantes en la historia de los sentimientos aunque sólo recientemente, gracias a los historiadores de las emociones, lo estamos aprendiendo. Me atrevo a conjeturar que en las sociedades premodernas, y en los estratos premodernos de nuestra sociedad, el reconocimiento no ejerce esta función o lo hace de otros modos. Su lugar lo ocupa el honor, una relación con tintes diferentes a los del reconocimiento y que está ligada al lugar "natural" del individuo en el grupo: el honor del paterfamilias, el honor de la esposa, el honor del guerrero, el honor de la virgen, y así. El Barroco fue una época en la que el honor comenzó a mutar en reconocimiento, como ejemplifica la literatura ("al rey la hacienda y la vida se ha de dar/ pero el honor es patrimonio del alma/ y el alma sólo es de Dios", dice Pedro Crespo, el alcalde de Zalamea)

Esta insistencia barroca en la universalidad del honor señala su progresiva transformación en reconocimiento. En una primera instancia, el reconocimiento se desliga de la jerarquía social y comienza a ser aplicado a la persona en tanto que persona. Fue necesario que la persona, es decir, la máscara social, se convirtiese en la forma de pertenencia a la sociedad (Guillermo de Eugenio publicará pronto un libro sobre este proceso: La máscara como metáfora de la identidad). El reconocimiento es en estos primeros estadios una relación que tiene que ver mucho con la mirada. Se reconoce al otro porque se re-conoce su rostro, se le "identifica" como individuo. A los "otros" no se les identifica: todos los (chinos, negros, ....) son iguales. El amo llama "boy" al esclavo negro. No tiene derecho a la individualidad, ni al nombre, ni siquiera a la edad.

En una segunda instancia se reconoce al otro como "propietario". Se le reconoce, antes que otra cosa, la propiedad de su cuerpo. La historia del feminismo conoce bien cuán largo ha sido y es el camino del reconocimiento de la propiedad del cuerpo, del espacio corporal. Pero también otras formas de propiedad. En el derecho franquista, por ejemplo, las mujeres casadas no podían firmar muchos contratos sin el "permiso" del marido. Tenían derechos de propiedad limitados por su estatus.

En una tercera instancia se le reconoce como ser dueño de deseos, sueños, valores, planes de vida. Stanley Cavell ha leído a Shakespeare, sus tragedias y comedias, como una lucha por el reconocimiento. Son maravillosos sus textos sobre las comedias clásicas de Hollywood de los años treinta y cuarenta como comedias shakespearianas sobre el reconocimiento de la mujer como ser con deseos propios. Fue un largo proceso el del reconocimiento de las intenciones. En el derecho, por ejemplo, significó la lenta aparición de la responsabilidad debida a las intenciones.

En una cuarta instancia se reconoce a la persona como "autora" de una obra. El artesano se convierte en "autor". Se le reconoce como ser dotado de unas capacidades propias de las que no disponen otras personas. Las Meninas de Velázquez es una de las obras clásicas de la lucha por el reconocimiento del artista,  la del pintor que posee una mirada especial que capta lo que el otro está mirando. Es la historia de la perspectiva, leída como historia del reconocimiento (y poder de engaño) de la mirada ajena, historia que ejemplifican  los reyes que visitan al pintor en su taller (el género de las visitas al taller del pintor es un género sobre el reconocimiento del autor). Se llamarán "artes liberales", frente a las "artes serviles", a las actividades en las que debe reconocerse la autoría. Marx convirtió este punto en la columna central de su análisis del capitalismo como alienación y, de nuevo, ha sido el feminismo de la igualdad el que ha peleado por el reconocimiento póstumo de la autoría de tantas mujeres en la historia.

Esta forma especializada de reconocimiento es la que está en los cimientos de las comunidades emocionales. Se trata de formas sociales que se articulan sobre el reconocimiento mutuo de la habilidad. El pintor deja de ser un artesano que depende del reconocimiento del mecenas para convertirse en un ser angustiado por el reconocimiento de otros pintores. Turner es un caso patológico de necesidad de reconocimiento de otros pintores, por eso su obra imita la de los grandes hasta que comenzó a darse cuenta de que su propio estilo era superior (no, no he visto la película, lo siento, me aburren los biopics). Las artes, las ciencias y el pensamiento se constituyen como comunidades emocionales con su propia historia de reconocimientos. Eduardo Rabossi estudió en En el comienzo creó el canon. La Biblia Berolinensis cómo la historia de la filosofía fue en gran medida un invento de los románticos alemanes para justificar su propio puesto en una historia imaginada. En todas las artes y ciencias ocurrió algo similar. Son historias identitarias de comunidades emocionales.

La academia, las comunidades académicas que llamamos "disciplinas", emergieron en el siglo XIX como comunidades emocionales ligadas por el reconocimiento de los pares. La autoridad y las jerarquías internas en estas comunidades se formaron sobre la acumulación la forma de capital emocional que es el reconocimiento de los pares. Se distinguió así entre la fama (el reconocimiento del público) y el prestigio (el reconocimiento de los pares). Aparecieron en este proceso ciertas psicopatologías producidas por la mala gestión personal del capital emocional del reconocimiento (Javier Moscoso, uno de nuestros pocos y grandes investigadores de la historia de las emociones, está trabajando en una historia cultural del resentimiento en donde relatará pormenorizadamente este proceso).  Las tensiones psicológicas que genera el reconocimiento son desgarradoras y en muchos casos destruyen a quienes las soportan, convirtiéndoles en seres adictos al reconocimiento o desvencijados por la falta (real o supuesta) del reconocimiento de los pares que creen merecer. Las comunidades emocionales se convirtieron en zonas de conflicto en donde las identidades se exponen (en el doble sentido de la palabra "exponer") y en donde la identidad personal queda amenazada por la identidad disciplinar.

Este modelo se ha ido extendiendo a múltiples territorios sociales. En cierta medida es la regla del capitalismo avanzado, cada vez más lejano de las "masas" de trabajadores, sustituidas ahora por gente en precario, dependiente del reconocimiento de su currículo. Trabajos "externalizados" que, sin embargo se "internalizan" en la forma de la tensión esencial de creación y sometimiento. Richard Sennett, en La corrosión del carácter y Boltanski y Chiapello, en El nuevo espíritu del capitalismo han iluminado estos nuevos procesos sociales.

El reconocimiento como campo minado. Hace verdadero el dicho de que "a quien los dioses quieren hundir, primero le castigan concediéndole lo que desea".  Es un paradójico sentimiento que, cuando se busca, destruye y, si se logra, no es a causa de la lucha por sino como resultado del fin de la lucha. La dialéctica del amo y el esclavo de Hegel es el texto canónico sobre estos senderos del reconocimiento. Hegel no llegó a ver el resultado final de una sociedad basada en el reconocimiento. Todavía creía en el poder de la lucha por el reconocimiento. Estaba fundando la sociedad liberal. No pudo llegar a saber que habría de ser colonizado también por el capitalismo.


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