domingo, 4 de febrero de 2018

Regímenes de la verdad



En múltiples encontronazos en lo que se llama las "Guerras de la Cultura" (la defensa del canon frente a los nuevas perspectivas de los estudios culturales) se suele acusar al posmodernismo de relativismo barato y de desprecio a la verdad. El papado de Benedicto XVI, Joseph Aloisius Ratzinger, estuvo dedicado en una parte a estigmatizar el posmodernismo con la misma furia que Harold Bloom o Mario Bunge, por poner dos nombres. Pero estos tres ingenuos, con perdón, no habían notado que el desprecio por la verdad tenía mucho menos que ver con ideas filosóficas que con nuevas dinámicas del funcionamiento de la tecnoestructura informacional y política contemporánea.

La indiferencia por los hechos, lo que llamamos con el nombre de "posverdad", no es una actitud intelectual más o menos escéptica y displicente, sino una forma sistémica y manufacturada de la circulación de la información en los medios de comunicación, la política, las instituciones del estado e incluso los mercados y empresas en las nuevas formas de capitalismo financiarizado. Circula la información que produce efectos emocionales, no la que genera juicios acertados y convicciones verdaderas. El problema, el peligro, es sistémico y afecta a todos los estratos de la sociedad contemporánea, como una de las derivas más peligrosas de la civilización contemporánea. Que sea una enfermedad sistémica no significa que haya destruido el organismo, pero sí que lo pone en peligro. Veamos cómo aparece por sectores:

Los medios de comunicación, en una carrera loca de competencia económica, cada vez más dependientes de sus deudas financieras, se convierten en productores de noticias de impacto y recortan de todos aquellos gastos que hacían de ellos medios fiables de información: la investigación a largo y medio plazo, el periodismo de investigación, las redes fiables de información,... Se vuelven adictos al retuit y a los monitores de lectura, que terminan produciendo performativamente adaptaciones para ser leídos, escuchados, vistos, independientemente de que se produzcan informaciones novedosas, que transformen la mirada. Dependen  cada vez más de los cotilleos y acaso de los "leaks" de gente resentida y cada vez menos de sus redes de investigación. Pongamos un ejemplo: elecciones. El candidato X suelta una frase en una rueda de prensa acusando a Y de una barbaridad (pongamos por caso: X acusa al Obamacare de crear "death panels" que van a decidir sobre si el sistema de salud va a atender a sus hijos con discapacidades). El reportero becario que ha asistido a la aseveración contundente tiene dos posibilidades: una, ponerse a trabajar la ley, consultar las posibles extensiones y decretos, ver si aquello es correcto, y luego escribir su artículo contando la declaración y la realidad. Otra: no tiene tiempo, su jefe le agobia. Así que se acerca al partido adversario y pregunta al portavoz de turno: "oye, que X ha dicho esta barbaridad, ¿vosotros qué decís?". El partido Y suelta la propia y el becario a ochocientos euros de salario ya tiene la nota breve que será retuiteada por las redes de su medio de comunicación. No ha pasado nada, claro. Ha sido neutral, pero no ha sido neutral epistémicamente hablando: ha bajado las potencialidades epistémicas del sistema de comunicación.

Los partidos políticos: tienen un problema muy similar al de los medios de comunicación. Al fin y al cabo, un partido político es un sistema intermedio de representación que necesita comunicar sus ideas y escuchar y entender lo que piden sus potenciales votantes. Tiempos ha, los partidos tenían asesores técnicos cuyas funciones eran precisamente las de recoger información fiable, contrastar las fuentes, elaborar informes que molestasen, pero pusiesen las pilas, al diputado o dirigente de turno, etcétera. Todo esto es muy costoso en tiempo, en inteligencia invertida y sobre todo en capacidad autocrítica del aparato. Es más fácil recortar en asesores técnicos y aumentar en asesores de imagen y gestores de redes que den brillo a la propia apariencia pública del candidato. Lo técnico queda para cuando, ocasionalmente, se llegue al poder. Así suele irle a la oposición, cada vez más adicta al espectáculo.

Las empresas, sobre todo las grandes: una empresa, ciertamente, es una institución que tiene múltiples objetivos. Uno de ellos es el de producir beneficios. En las viejas formas de capitalismo, una empresa tendía a hacer compatibles los máximos beneficios posibles con la preservación de la tradición y la propia existencia de la empresa. Y muchas veces esa tradición era cultural, por ejemplo el prestigio y calidad de los productos, la fiabilidad de sus redes comerciales, el cuidado de las relaciones laborales y la atención a los comités de empresa. Las nuevas formas de capitalismo hacen que el CEO y sus inmediatos colaboradores estén obsesionados solamente por producir los máximos. ¿Qué ocurre con la sensibilidad a la verdad y los hechos?: el CEO está obsesionado por presentar cada año en la junta de accionistas que todo va bien y que vamos por el buen camino. No le importa lo que ha hecho para ello (mejor dejamos el sistema de gestión empresarial dominante). Sí le importa que sus sistemas de auditoría, consultoría, sus departamentos internos de análisis,..., le confirmen lo que tiene que presentar, sí o sí, a las juntas y, en general, a los "mercados". A partir de ahí se desencadena una presión por los datos positivos que pone en riesgo la lucidez de la empresa y sus sistemas de monitorización ante riesgos asumidos, incapacidades internas, incompetencias, debilidades de innovación, ...  Resultado: "tío ¡tráeme un informe que sea presentable!". La competencia epistémica de la empresa se debilita.

Las instituciones del Estado. Me gustaría hablar de cómo las competencias epistémicas del estado se ponen en riesgo por esta adición creciente  a la posverdad. No puedo hacerlo en general, aunque me gustaría. Pensemos en los centros de inteligencia. No voy a recordar los fracasos de Aznar por no haber detectado el problema del terrorismo fundamentalista. Basta solo referirse al procès catalán: los recortes en inteligencia, el debilitamiento de los medios de información en favor de los de represión, producen resultados que de no ser trágicos tendrían que ser hilarantes. He trabajado mucho sobre lo que más conozco, el de cómo el sistema universitario y, en general, el sistema de investigación ha ido confundiendo el robustecimiento de sus capacidades epistémicas con la competencia por presentar buenos resultados en sus cada vez más barrocos sistemas de "control de calidad", sus indicadores, sus rankings y otros dispositivos similares. Se recorta en investigación, se invierte en monitorización en los sistemas de representación y comercialización de la imagen.

Disculpas por la brasa: soy, como diría George Bush tras el 11S, un tipo sensible al que molestan los extremos. No soy apocalíptico sino integrado. Pero he ido a mirarme lo que tengo/tenemos y me da mucha mala espina.


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