Después de la voluntad de poder y de la voluntad de saber, áridas zonas de nuestra errónea naturaleza donde se han cebado las fieras culturales de la posmodernidad (Foucault et alii), me atrevo a ofrecer la tercera mejilla: nuestra voluntad de representación, "querer aparentar", que dirían nuestras madres a sus respectivas peluqueras. Voluntad de representación como voluntad de distinción. Vaya, recordemos rápidamente a Bordieu: todos nos movemos en un espacio de dos coordenadas, el capital económico y el capital simbólico (cultural, si se quiere). La estrategia de la distinción: crear barreras dentro-fuera para aislar a los que aparecen como "ricos" o "cultos" cuando no son más que pardillos o snobs (cada poco se cambian de signos de estatus: ropa, lugares, autores, etc..., hay que correr mucho para estar en el mismo sitio y estar al día). La estrategia del snob: dejar que los signos de distinción hablen de él para hacer creer (hacerse creer a sí mismo) que ya está en los mejores círculos. Vana pretensión. Los círculos de privilegio tienen siempre expertos en detectar al parvenu, generalmente un snob admitido ad hoc (recordad My Fair Lady). Situarse en un escalón siguiente es la voluntad de representación. Cuando llegué a Madrid, buscando piso, me asombraba en los anuncios del segundamano la frase "portal de representación" para caracterizar el estatus de distinción del anunciado apartamento. Ahora ya no me extraña casi nada: Madrid entero se ha convertido en un portal de representación.
Cada conversación, cada gesto, cada acción parece llevarnos al ejercicio de esa voluntad de representación: transmutamos la ignorancia en desprecio, la flaqueza de atributos en plumas de avestruz, la penuria de ambos capitales en puro teatro. El hidalgo que esparce migas en la barba para hacer creer que hoy se ha saciado.
Me espanta que perdamos el sentido de la proporción, que perdamos el derecho a la ignorancia, a mostrar la fragilidad y la penuria, que nuestra voluntad de representación desborde a nuestro deseo de presentación.
En fin, la ignorancia, la pobreza, son estadios superiores difíciles de conquistar: la miseria es no saber que no se sabe, creerse que se es rico.
Una nota de finde: la película de Claudia Llosa, La teta asustada. Me interesó mucho su anterior película, Madeinusa, sobre el Perú profundo en un tono que recordaba al mejor García Márquez del realismo mágico (ella es sobrina de Vargas LLosa). En esta película alcanza un tono más serio y merece la pena una vista y una discusión. El título hace referencia a un síndrome peruano: las hijas de las violadas en la guerra de Sendero Luminoso han mamado la angustia y el miedo de sus madres. Necesitan cura. La película, en un tono más oblicuo que la similar de Isabel Coixet, trata de la posibilidad de esa curación: una hija que en unos días de aprendizaje trata de enterrar a su madre, de quien ha heredado el miedo. Pura inteligencia. ¿Por qué son las directoras jóvenes las que están abordando temas que otros no quieren tratar?
Todos somos miserables. Quien diga lo contrario, se equivocó de barco.
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