Reflexiones en las fronteras de la cultura y la ciencia, la filosofía y la literatura, la melancolía y la esperanza
jueves, 26 de febrero de 2009
Las gaviotas del Manzanares
Hace años que vivimos con la misma metáfora, pero ayer me ocurrió como si fuera la primera vez, en uno de los momentos colgados en el inevitable atasco cotidiano en el Puente de Praga. Miré a mi izquierda y allí estaban, y con ellas vino la rumbita del Gato Pérez, "¿Qué haces tú aquí/una gaviota en Madrid?". Fueron a la vez las gaviotas y la pregunta. No la gaviota en Madrid, universal extraño que no reconozco, sino aquellas gaviotas. Unas poquitas, nada de masas enormes. El Manzanares no daba más que para unas cuantas que se movían entre las aguas escasas, los desmontes de la M30, y los esbozos de un río urbanizado. Me vino entonces el pensamiento de que esa era la pregunta esencial de la vida: la que le dirigimos al otro de referencia (¿qué género tiene el otro? me cuesta entender por qué el lenguaje tiene que obligarnos a determinar los géneros, por qué el otro tiene que ser masculino, femenino, neutro o epiceno. Dejemos que el otro siga siempre ambiguo), un otro que nos plantea una pregunta sin respuesta, como la pregunta por esa gaviota en Madrid. Un ser que no está en su sitio, que trae tras él la historia de un mar que no conocemos (que quizá tampoco conozca esa persona, pero que está ahí presente, irremisiblemente nacida de su presencia en una zona errónea del mundo, del misterio de su existencia extrañada). Y nos dirigimos al otro haciendo una pregunta incontestable, deseando un relato que no nos va a contar porque no sabe hacerlo, porque su historia no responde a esa pregunta. Y nos damos cuenta que la pregunta nos la estamos dirigiendo a nosotros mismos: "¿qué haces tú aquí/una gaviota en Madrid?", que el otro que somos ante nosotros mismos tampoco sabe qué responder, que apenas le alcanza para iniciar un relato que ni siquiera tiene un "erase una vez...", porque ese "erase.." ya se ha perdido como se pierde el mar en la niebla. Y descubrimos que hasta ahora habíamos pensado la identidad como oposición (qué palabra, "oposición": palabra de vida funcionarial, una oposición como destino, que convierte a un ser en funcionario, que cree que ya es porque hizo una oposición y no repara en que toda su vida se ha convertido en oposición). Y mirando las gaviotas querríamos que nuestra vida fuese, como ellas, pura exposición. "Exposición" como contar algo que no sabemos muy bien ni donde empieza ni donde termina, ni siquiera cuál es el significado de lo que estamos contando, porque simplemente nos estamos exponiendo, exponiendo mucho al contarlo, enseñando vergüenzas que estaban ocultas, mostrando precariedades e ignorancias, dejando entrever las costuras de la vida, abandonando las oposiciones para exponerse como uno se expone al viento, como se expone a las miradas. Y en ese instante el relato se convierte en una pregunta sin respuesta: "¿qué haces tú aquí/una gaviota en Madrid?".
La pregunta por el ser, por lo que se hace y se es, es algo que no abandona a muchas personas en el mundo. Como gaviotas vamos y venimos, buscando un lugar, que no encontraremos, tal vez sea un lugar interior?. Bueno, insuperable la reflexión por el momento. Me recordó un poema de un poeta Mexicano: "que diría de mi, si en este preciso momento, entrara por esa puerta, y me viera aqui, como estoy ahora, como soy, ese que fui yo a los 20 años?", no es literal, solo lo que recuerdo. La pregunta por ese, es otro, es también una pregunta en el tiempo, esa gaviota no es la misma ahora que hace veinte años, entonces quizas es la misma gaviota, que ha vuelto a pasar, un problema mas para atrapada filosofía del lenguaje.
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