Creemos haber secularizado nuestro pensamiento pero seguimos en las manos de una metafísica de lo sagrado y lo profano que está prendida en una violencia originaria: la violencia contra el hijo.
"Tomó Abraham la leña del holocausto, la cargó sobre su hijo Isaac, tomó en su mano el fuego y el cuchillo, y se fueron los dos juntos. Dijo Isaac a su padre Abraham: "¡Padre! Respondió: "¿Qué hay, hijo?" --Aquí está el fuego y la leña, pero ¿dónde está el cordero para el holocausto?" Dijo Abraham: "Dios proveerá el cordero para el holocausto, hijo mío" Y siguieron andando los dos juntos." Gn 22, 6-8.
Desde niño me horrorizó este relato. Si leemos un poco antes, donde se cuenta la historia del primer hijo de Abraham con la esclava egipcia Agar, Ismael, el horror no disminuye. Ha nacido Isaac de la esposa primera, Sara, y ésta pide a Abraham que expulse a la querida y a su hijo:
"Sintiólo mucho Abraham por tratarse de su hijo, pero Dios dijo a Abraham: "No lo sientas ni por el chico ni por tu criada. En todo lo que te dice Sara hazle caso..."(...)
Ella se fue y anduvo por el desierto de Bersëba. Como llegase a faltar el agua del odre, echó al niño bajo una mata y ella misma fue a sentarse enfrente, a distancia como de un tiro de arco, pues decía: "No quiero ver morir al niño" Gn 21, 12-16
Imaginemos ahora la continuación de la historia de otro modo. Abraham tiene noventa y nueve años, se nos ha dicho. Ya no oye muy bien, tampoco ve mucho. Cuando llega el ángel enviado para detener su mano no entiende muy bien lo que dice, ni siquiera se da cuenta de que es un ángel, y... corta el cuello de su hijo. Vuelve a casa y dedica sus últimos años a lamentar haber dado muerte a sus dos hijos.
De hecho la historia continúa mal. Nos cuenta el Evangelio según San Mateo que Jesús se retiró al huerto y
"comenzó a sentir tristeza y angustia. (..) Y adelantándose un poco, cayó rostro en tierra, y suplicaba así: "Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz, pero no sea como yo quiero sino como tu quieras tú" Mt 26, 38-40,
San Marcos cuenta el final:
A la hora nona gritó Jesús con fuerte voz: "Eloi, Eloi, ¿lamá sabactaní? --que quiere decir.. "¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?" (Mc 15, 34)
La metafísica occidental no es sino la secularización de un relato de muerte y abandono.
Kafka dedicó toda su vida a pensar sobre sus orígenes abrahámicos: no pueden entenderse la Carta al Padre, ni La Condena ni La metamorfosis sino como fruto de su reflexión sobre su propia identidad: "me has llamado toda tu vida parásito, parece estar diciéndole a su padre, mira ahora en qué me has convertido", y así Julio Samsa se descubre una mañana como lo que verdaderamente es a los ojos de su padre.
Cuando Hegel, el gran metafísico de la modernidad, pensó sobre la identidad lo hizo bajo categorías abrahámicas: la lucha del amo y el esclavo por el reconocimiento. La Fenomenología del Espíritu es la lucha por el reconocimiento a los ojos del padre. Para Hegel, como para el Génesis, el relato acaba bien: ambos se reconcilian y reconocen en el Estado, pero las cosas podrían haber discurrido de otra forma. Y podrían haberlo hecho porque hay una violencia originaria en el relato. Toda nuestra cultura está creada sobre la muerte que un padre da a un hijo. Es el paradigma de toda violencia. ¿Qué otra cosa puede ser la violencia sino matar al hijo?
No es el final feliz, sino los términos del relato los que importan: hemos pensado lo sagrado siempre en términos de violencia (sacer recuerda Agambem es lo que no se toca, sobre lo que no se ejerce violencia) y ahora tenemos que recordarnos continuamente que la persona es sagrada, que no hay que sacrificarla. No somos capaces de pensar sino en términos de violencia y sacrificio.
Imaginemos a Abraham caminando con su hijo Isaac por el monte: pasean, disfrutan, Abraham se queja de lo mal que oye y ve, recogen hierbas, vuelven alegres al poblado. No sacrifican ni profanan nada: viven en mutua dependencia.
Matar al hijo, matar al padre: sólo encuentro sangre en la metafísica.
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ResponderEliminarPor cieto la violencia, es otro tema que me interesa enormemente. Nuevamente y creo que lo diré cada vez que lo piense, insuperable tu reflexión por el momento. John Steinbeck también lo expresa con profunda inteligencia en la novela "al este del eden" refiriendose no a lo que tu planteas sobre la violencia del padre al hijo sino a la violencia entre caín y abel, esta novela me ha perturbado enormemente por la reflexión sobre lo que la historia sagrada ha trasmitido. Yo también pienso que hay una herencia que cargamos entorno a la violencia y que reproducimos consciente o inconscientemente en la sociedad occidental. También Lars Von Trier en su película monumental Dogville muestra una faceta interesante de la violencia "aceptada o convenida socialmente". Desde esta ciudad de Lisboa que hoy me acoge he pensado muchas veces la idea que planteas del "abandono", este quizás es el temor más grande que albergo y que tiene unas raíces profundas que ahora tu has sacado a la luz.
ResponderEliminarDogville es cierto una meditación profunda sobre religión y violencia. Aunque su base es la canción Jenny la de los piratas de Brecht, una historia de venganza imaginada, Triers eleva el tono para denunciar la violencia en la relación cotidiana, el abandono en el que dejamos al otro.
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