¿Qué hace un triste profesor universitario tocando el yembé en una estación de metro de Manhattan? Un economista de una prestigiosa universidad, para quien el trabajo ha dejado de tener sentido, que ha abandonado la investigación, la lectura, la atención a sus obligaciones y sobrevive medio engañando con un futuro e inexistente libro, llega un día a su viejo piso de Nueva York, para presentar un trabajo que no ha escrito, y...
El resto es la historia que acaba en la estación de Metro
Tom McCarthy propone esta fábula del sinsentido y del sentido de la vida en una película que gracias a la nominación de Richard Jenkins a los óscar ha llegado a algunas, no muchas, de las pantallas. Nos hace explorar los rincones ocultos de la inatención con la que discurre nuestra vida, de la que algo, a veces algo que no es sino una anécdota, nos despierta y hace mirar a los mundos que nos rodean, que están en éste, y hacen despertar a los otros yoes que están en nosotros.
Es el poder de la literatura, del cine, de la pintura y del arte en general. Un poder que no tiene (¡ay!) el pensamiento abstracto filosófico.
Nos hemos convertido en adictos a la realidad: demasiadas novelas, demasiadas series de televisión, demasiadas películas, y perdemos lo más importante de las historias, que son formas de abrir(nos) el futuro. No son meros espejos ni ventanas a la realidad, son creaciones de una realidad alternativa en la que personajes que somos, pero que no sabemos que somos, discurren y resuelven un futuro que el autor les ha planteado como un enigma. Estamos perdiendo la fascinación, el deseo de ser otros, de vivir otras vidas, de estar en otros mundos.
Hace tiempo veía la filosofía y la literatura como dos tiempos, el del trabajo y el del ocio. Observo que mucha gente sigue pensando así (sea cual sea la naturaleza de sus obligaciones). Ya no: la literatura y la filosofía comienzan ambas a ser parte de lo mismo, de un deseo de explorar, de un deseo de ser piel roja y cabalgar por las praderas del futuro en historias que otros me han prestado para descubrir que soy, qué seré, qué fui.
Es ese final, el encerrarse y confirmarse en el metro, el broche inquietante y sublime de la película: un descubrimiento de uno mismo y una clausura para mantener su afirmación.
ResponderEliminarConozco tan poco mi mundo, los límites estrictos que encadenan mi vivir, que esa fascinación que dices perdida, en mí se pierde intentando entenderme un poco más y entender, también un poco más, la realidad que me limita.
la literatura y la filosofía son dos partes de lo mismo, exacto. De explorar, de indagar, algo que muy pocos entienden. mi respeto.
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