martes, 29 de septiembre de 2009

El lexicógrafo en su cueva


Ésta es mi cueva,






Debería haber esperado unos días, no debería escribir lo que estoy escribiendo, no debería haber escrito la última entrada de mera recomendación cultureta, ..., no sé. El caso es que no me siento en un asiento estable con este blog esta semana. Quizá porque acabo de leer un libro que en parte me subyuga y en parte me subleva, que me presenta el mapa de lo que son los sueños de mi generación intelectual: ser espejo de la luz que nace en otros nortes. No citaré el libro, en parte por responsabilidad, en parte por que estoy un poco harto de ser escaparate de palabras, "sólo sexo y bibliografía", como dijo una vez un ilustre marginal de la cultura. Lo que escribo nace ya del mismo hecho de escribir como un acto que pretende dos cosas incompatibles: elaborar la experiencia y referirse a lo ya escrito: la escritura o la vida, el texto o el contexto, el lenguaje o el mundo.
Querría vivir en un mundo en el que la literatura, la filosofía, la escritura, dejaran de ensuciarse a sí mismas con tanta cita o autocita, que sirviesen a la dura labor de elaborar la experiencia del vivir, ya por sí dura tarea, sísifo esfuerzo que sólo pide ser narrado con lucidez. Me hace daño el escribir esto mismo que escribo, como si me doliese de lo que otros escriben, como si fuese un lexicógrafo en su cueva, incapaz de alcanzar otra cosa que las sombras de la letras, como si el mundo fuese el paraíso perdido por quienes pretendieron ser nuevos dioses en lugar de los dioses que se fueron, seres medianos en un tiempo que ya no era de ellos, cerdos encantados por las circes reinas de las palabras. Me hace daño el mismo hecho de pensarlo, como si estuviese tocando con un dedo sucio la herida dolorosa de una generación sin más referentes que los textos de las bibliotecas, que hubiese perdido la vida en un estante, que hubiese gastado su tiempo en un discurso, su fuerza en transformar con palabras lo que eran incapaces de transformar con actos.
En fin, sé que no soy, no quiero serlo, claro. Es solamente que me hace daño el no saber qué somos, si funcionarios de una academia infinita, de una biblioteca vacía de puro llena de palabras, o gente que simplemente intenta entender el mundo en el que vive. Vivir entre palabras es como vivir entre papeles, entre máquinas o entre basuras. No más que un modo de sobrevivir en la cueva. Me quejo. Eso es todo.

lunes, 28 de septiembre de 2009

El turista accidental




He aquí una portada digna de una mirada:





No voy a hablar de la novela y película del mismo título (El turista accidental), aunque ambas son más que apreciables por su suave mezcla de realismo y emoción. Pero sí de otra novela: Mathias Enard: Zona (La otra orilla, 2009). Un autor que no conocía, a pesar de haberse ya traducido varias obras suyas, a pesar de vivir en Barcelona, a pesar de su éxito allende las fronteras lingüísticas.
La recomendación (es una recomendación lo que estoy haciendo) viene a cuento del método y la perspectiva que ha elegido para la novela: un viajero toma un tren con destino a Roma y en realidad el viaje recorre la época contemporánea: sus conflictos, contradicciones, tensiones, múltiples puntos de vista.
Una visión caleidoscópica del mundo en el que vivimos: de sus conflictos, que ya los vivimos como conflictos interiores; de sus zonas de tensión, que nos desgarran; de sus pluralidades culturales, que nos desbordan. Palestina, la Guerra Civil (española), el Holocausto, ...
Lo que me importa de la novela no son las opiniones ni del autor ni del personaje, sino el mismo hecho de narrar de la única forma posible en la que terminamos narrándonos a nosotros mismos lo que nos ocurre: como un viaje, como un sueño de sueños, como un álbum de fotos, como un documental de documentales,..., como un espejo roto.
No tiene la apacibilidad de un best-seller, no es Millenium ("Antes la tele que un best-seller, decía Roberto Bolaño), pero se deja llevar, si a uno le gustan las corrientes que te llevan sin prometerte cursos bien definidos.
Mi recomendación es tardía, seguramente muchos ya la conocen, pero no por ello inoportuna: me interesa más el significado que tiene: el que, para narrar lo que nos pasa, el viaje sea la única forma posible. Cuando Benjamin propuso la figura del paseante, del flanêur, como figura contemporánea, pensaba más bien en un paseo intelectual, o curioso, por la cultura. Pero la cuestión es más profunda. Quizá ya no podemos reconstruir narrativamente la historia a gran escala, quizá solamente podemos darnos a nosotros mismos algo así como un archivo descompuesto y desencajado de imágenes y textos. Ya sé que algo así predicó la vieja (¡qué vieja, dios mío!) posmodernidad. Pero no es eso: se trata de la estructura narrativa misma, no de sustituir grandes por pequeños relatos, sino de que la misma estructura de los grandes relatos quizá es caleidoscópica, y, sobre todo, que el narrador que somos está en la historia como un turista accidental, como alguien que cayó allí como si fuera un fruto maduro de un extraño árbol del que desconoce las raíces, la especie, el nombre, las propiedades.
Al final, ya somos turistas de la historia.

jueves, 24 de septiembre de 2009

Derechos de propiedad

Como en septiembre del año pasado, las tesinas del máster me reafirman en cuánto más aprende de los alumnos de lo que puede aportar. Entre otras, el trabajo de Eva González Los códigos rotos: amor, sexo e identidad en el ciberespacio, me hace pensar mucho sobre los nuevos espacios donde se configuran las identidades contemporáneas. Internet es uno de ellos. Aunque también las nuevas costumbres del turismo masivo, de los shopping malls, de los espacios públicos de entretenimiento (botellón y similares), están convirtiéndose en nuevas formas de condicionar nuestras identidades. Pero en fin: internet, las múltiples identidades que facilitan los nicknames, los contactos a distancia por texto o webcam, el no compromiso que facilita la distancia, etc., han modificado las prácticas de relación. ¿Cómo? Todavía tenemos más preguntas que respuestas. Las metáforas como "amores líquidos", etc. que se emplean entre los teóricos más famosos me suscitan más interrogaciones que respuestas.
Pero es cierto que algo se ha transformado y sospecho que tiene que ver con la nueva importancia de la imagen como artefacto que se desprende de la piel y se transforma en objeto.
En la vieja era escópica de los ojos biológicos, nuestra imagen dependía del ser o no ser mirado, algo que a su vez dependía de la posición, del poder ser visto, etc. La imagen dependía aquí de la propiedad que cada persona tiene del espacio: en primer lugar del espacio de su cuerpo, la más importante; en segundo lugar del espacio vital del propio cuerpo, de la distancia mínima en la que los movimientos no están condicionados por otros cuerpos (físicos o biológicos); en tercer lugar del espacio amplio (la propiedad de bienes). La imagen era un resultado sobrevenido del hecho que el cuerpo aparece en un espacio que nos desborda: el espacio público: un espacio de miradas y de acciones. El vestido, que muestra/oculta, fue uno de los primeros artefactos que derivaron de la propiedad del cuerpo (la coraza, etc.). Las primeras formas de poder: la esclavitud y otras, fueron dominaciones del espacio del cuerpo.
Están además los derechos que derivan del tiempo: el tiempo de trabajo, el tiempo de ocio, el tiempo de la vida. Cuando uno trabaja para otro, vende su tiempo por un salario; cuando uno comparte con otra persona el tiempo de su vida, ofrece, no vende, su tiempo.
¿Qué ocurre con la imagen en los nuevos regímenes escópicos de la era de la imagen? La imagen se ha hecho autónoma. Nos convertimos en imagen no sólo porque sea una parte de nuestro ser físico, sino porque podemos extraerla, manipularla, almacenarla, etc. La imagen se convierte entonces en una parte del mundo que puede ser propia o puede no serlo, que puede usarse como objeto o puede meramente contemplarse, que puede venderse o puede donarse, etc.
Diría lo mismo con la palabra en la era de la escritura, pero lo dejaré para otro día. Lo que importa de la imagen autónoma es que conforma un nuevo espacio de identidad. El que sea el sexo o el poder el resultado del uso de la imagen es ya menos importante: la cuestión es que la imagen-artefacto se ha convertido en una nueva forma de relación posible. Se intercambian imágenes como en los espacios más tradicionales se intercambiaban besos o fluidos. Pero este intercambio nos plantea nuevos problemas políticos y morales: ¿las imágenes son imágenes propias o apropiadas mediante explotación?
Internet es un nuevo espacio de poder y relación, de simetrías y asimetrías. Lo que ocurre es que ahora son nuevos derechos los que están en juego: palabra e imagen como artefactos autónomos. El tiempo de trabajo de la sociedad anterior ha sido sustituido por el tiempo de atención de la era visual. La imagen es el instrumento fundamental. Pero como ocurría con la época del capitalismo anterior, en donde la mercancía ocultaba su origen: el tiempo de trabajo, puede que ahora la imagen esté también borrando sus orígenes. Sin que aún seamos conscientes.
No sé. Lo pensaré.

lunes, 21 de septiembre de 2009

Virus en la mente



Tendría que ser fiel a mis lunes y hablar del cine del finde (no entiendo la vida sin cine, como Aute: "más cine por favor/que toda la vida es cine, /y los sueños cine son") pero la gamberrada de Tarantino Malditos bastardos me divierte sin llevarme a profundidades, y la maravillosa Up me deslumbra, pero tampoco me hace pensar. Sólo son cine. Bueno.
Sí me asusta un enorme cartel que recorre la fachada del Colegio de Médicos, en la Calle Santa Isabel (Madrid):

NO DES LA MANO, NO BESES, SOLAMENTE DÍ "HOLA"


Me asusta el miedo. Me asusta el control que tienen sobre el miedo. Me asusta esta capacidad de confundir. Andrés Neuman decía hace unos días en el periódico que la gripe A había traído el que todos nos lavásemos las manos más. En Argentina y México ya están pasando el periodo de cuarentena mediática en el que les ha sumido el paternalismo de los poderes que nos rodean (¿quién devolverá a México los millones perdidos por el miedo de los países ricos, por la estupidez e ignorancia de los periodistas, por la burocracia oms, por la adicción de los políticos a los titulares?). En la terrible distopía de Samuel Butler Nowhere se imagina una sociedad que ha confundido los valores: a los enfermos se les castiga moral y penalmente. Estar enfermo es un crimen. Un catarro es una falta grave, una enfermedad peor puede llevar a la muerte por juicio sumario. Escrita en el siglo XX, no imaginaba el escéptico Butler cuán desastrosamente profética puede resultar a veces la imaginación. Cuando yo era niño, en la España de la post-post-guerra, la tuberculosis se escondía como lacra moral. Más tarde fue el SIDA, las adicciones, las anorexias, bulimias, ...., últimamente la gripe A.

Me sumo a la irritación general contra la pasteurización social.
Por favor: ¡¡¡ dadme abrazos, besos, manos,..., contaminadme cuanto antes!!!!

El Roto, como siempre, acierta.




Un amigo da sus clases de Ética usando como textos sólo dibujos de El Roto. Os animo a imitarle.

viernes, 18 de septiembre de 2009

La higuera escéptica



Imágenes y palabras de la condición humana:


"Replicó la serpiente a la mujer: "De ninguna manera moriréis. Es que Dios sabe muy bien que el día que comiereis de él, se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal" Y como viese la mujer que el árbol era bueno para comer, apetecible a la vista y excelente para lograr sabiduría, tomó de su fruto y comió y dio también a su marido, que igualmente comió. Entonces se les abrieron a entrambos los ojos, y se dieron cuenta de que estaban desnudos; y cogiendo hojas de higuera se hicieron unos ceñidores" (Gen.3 4-7)

Primero fue Austin en "Otras mentes": "(la idea de que hay una clase epistemológicamente privilegiada de enunciados) es el pecado original por el que el filósofo se expulsó a sí mismo del jardín del mundo en el que vivimos". Más tarde, Stanley Cavell comenta estas palabras en In Quest of the Ordinary (la búsqueda de lo ordinario): le gusta la idea de que la filosofía es una especie de pecado original que al descubrir el escepticismo nos expulsa de ese jardín del mundo ordinario en el que vivimos; aunque objeta, con razón, la pretensión austiniana de "expulsarse a sí mismo" del mundo-paraíso. Recientemente el discípulo de Cavell, S. Mulhall (su libro de introducción a la filosofía usando las cuatro películas de Alien lo he usado profusamente y lo recomiendo entusiastamente: On film, Routledge) escribe un bello libro: Philosophical Myths of the Fall, (mitos filosóficos de la caída), en el que extiende esta observación de Cavell a la historia del escepticismo.
Desde Hegel se sospechaba que la filosofía es teología secularizada; desde Nietzsche la sospecha se convirtió en certeza. Y si hay algún mito central en la historia occidental es el mito de la caída: el hombre vivía feliz hasta que quiso conocer, quiso ser dios y por ello fue expulsado de su hogar, el mundo, y condenado a errar sabiendo de su fragilidad y desnudez. Toda la filosofía no es sino un buscar hojas de higuera para cubrir las vergüenzas de la condición humana.
Yo no estoy libre de este mito, recientemente lo he empleado para pensar(nos) bajo la condición del exiliado que no puede mirar atrás sino con nostalgia, pero que sabe imposible la vuelta: sabe (es parte de lo que descubrió al comer la manzana del conocimiento) que no sólo estaba desnudo, sino que el mundo no era un jardín paradisíaco, sino una selva salvaje de furia y ruido. Y se convirtió en la especie errante.
Me llevan a estas figuras mi autoenfado con mi persistente falta de atención al mundo que me hace cometer imperdonables faltas (en la escuela raramente me castigaron por revoltoso, pero continuamente por faltas de atención, así sigo). Busco una higuera donde tomar un par de hojas y cubrirme. He encontrado estas hojas wittgensteinianas para tapar mi destino de escéptico ensimismado.

domingo, 13 de septiembre de 2009

El grito de Antígona


La inquietante imagen de Louise Bourgeois y el no menos inquietante libro de Stefan Hertmans, El silencio de la tragedia (Pretextos) me lleva corriendo al texto de Sófocles. Efectivamente: Antígona es una obra sobre el grito. Los momentos centrales de la obra están presididos por un grito.
El primero, el que arma la tragedia, ocurre cuando Antígona, que ha tapado con arena el cadáver de Polinices, sabiendo que ello la llevará a la muerte, vuelve y encuentra de nuevo el cuerpo de su hermano expuesto a los carroñeros.
Sabemos de su grito por los guardias que la esperaban. Su grito la denuncia. Habla el soldado ante Creontes:
"Entonces, repentinamente, un torbellino de aire levantó del suelo un huracán -calamidad celeste- que llenó la meseta, destrozando todo el follaje de los árboles del llano, y el vasto cielo se cubrió. Con los ojos cerrados sufríamos el azote divino. Cuando cesó, un largo rato después, se pudo ver a la muchacha. Lanzaba gritos penetrantes como un pájaro desconsolado cuando distingue el lecho vacío del nido huérfano de sus crías"

Como un pájaro desconsolado. No es un simple grito animal. Es el grito de un pájaro, el grito menos inteligible que quepa pensar. Un grito telúrico que nace de la misma fuente que el huracán que lo ha precedido.

El segundo grito lo anuncia Tiresias el ciego vidente que tanta importancia tiene en las tragedias alrededor de la desgraciada familia de Edipo:

"Cuando estaba sentado en el antiguo asiento destinado a los augures, donde se me ofrece el lugar de reunión de toda clase de pájaros, escuché un sonido indescifrable de aves que piaban con una excitación ininteligible y de mal agüero. Me di cuenta de que unas a otras se estaban despedazando sangrientamente con sus garras"

Sonido indescifrable de aves: el augurio no es una frase críptica sino un grito indescifrable de aves.

El tercer grito lo profiere Hemón, el hijo de Creontes, que amaba a Antígona y esperaba ser su esposo. Creontes se ha arrepentido y acude al túmulo donde ha enterrado viva a Antígona. Pero es tarde, Antígona se ha colgado con los hilos de su velo. Hemón ha llegado antes y se abraza a su cintura

"Alguien oye desde lejos un sonido de agudos plañidos en torno al tálamo privado de ritos funerarios, y acercándose, lo hace notar al rey Creonte. Éste, al aproximarse más aún, escucha también confusos gemidos de un funesto clamor"

Confusos gemidos de un funesto clamor.

Antígona, la doncella que destruyó un estado. Su grito viene de más allá de los límites del lenguaje. Sólo puede ser ornitomorfo, un grito de animalidad.
Cuando estudiaba filosofía, un piadoso profesor de ética usó Antígona como ejemplo de la confrontación entre ética (él pensaba en religión) contra política. Bautizó así la interpretación hegeliana de la confrontación del derecho del estado contra el derecho de la familia.
Pero ambos, Hegel y mi profesor agustino erraban. Como si religión y estado no fueran ya ambos hijos de la palabra y la imagen, artefactos culturales que están en un mismo plano.

El grito de Antígona, no. Viene de allende lo representable; viene de la raíces del cuerpo dolido y sólo puede ser proferido pero no interpretado. Se niega a ser comprendido. De ahí su fuerza irresistible.

Estoy preparando el curso de máster, sobre representación, y había pensado centrarlo como otros años en la confrontación entre pensamiento discursivo e imágenes, iconoclasia cultural y nuevas visualidades. Pero he oído el grito de Antígona y me quedo aturdido ante los límites de la representación: el grito contra la palabra.
En el principio no fue el verbo, fue el grito. El de Antígona.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

El sueño de una noche de verano


Ahora que el otoño ya no parece tan lejano en medio de los calores madrileños, releo El sueño de una noche de verano de Shakespeare como lo que es: uno de los más profundos tratados que se hayan escrito jamás sobre la opacidad de nuestra mente en la que el mundo nos sumerge.

La comedia discurre en un torbellino de meta-representaciones en donde nadie sabe qué es lo que pasa, qué es teatro, cuál el mundo real o cuál el mundo de la imaginación (o el tiempo de las hadas, donde discurre la metáfora shakespeariana).
Lisandro y Demetrio, dos amigos, perderán su amistad compitiendo por un amor que en realidad es una ilusión producida por el engañoso Puck, trasunto del azar. Hermia pasará por varón para comprobar que su amado Lisandro ama (engañadamente) a Helena. Los propios habitantes del reino de las hadas, Oberon y Titania, necesitan de la ilusión para volver a enamorarse ( o "to remarry", en el inglés de Stanley Cavell, el filósofo que encontró en el cine de los cincuenta la clave metafísica del siglo):

HIPÓLITA: La historia de estos amantes, Teseo, es asombrosa
TESEO: Más asombrosa que cierta. Yo nunca he creído
en historias de hadas ni en cuentos quiméricos.
Amantes y locos tienen mente tan febril
y fantasía tan creadora que conciben
mucho más de lo que entiende la razón.
El lunático, el amante y el poeta
están hechos por entero de imaginación.
El loco ve más diablos de los que llenan
el infierno. El amante, igual de alienado,
ve la belleza de Helena en la cara de una zíngara.
El ojo del poeta, en divino frenesí,
mira del cielo a la tierra, de la tierra al cielo
y, mientras su imaginación va dando al cuerpo
a objetos desconocidos, su pluma
los convierte en formas y da a la nada impalpable
un nombre y un espacio de existencia.

El loco, el amante, el poeta: añadiría más Shakespeare, pero no hubiese sido entendido por la audiencia, que aún no había leído a Montaigne, a Descartes, a Wittgenstein. Habría añadido, si por él fuera, cualquiera de las figuras en las que habitamos: las diversas dimensiones de la vida, en las que estamos o creemos estar, los adjetivos que creemos merecer o los sustantivos que creemos ser.
Entre el reino de lo real y el reino de la imaginación: entre el azar y la necesidad, creemos amar y nos confundimos de persona; creemos conocer y nos confundimos de objeto; creemos ser amigos de y competimos por la vida...




¿Qué miran?, ¿qué temen estos amantes?
Como ellos, para todos, el destino es una suerte de niebla en la que no están claras las creencias ni los deseos, como si necesitásemos de un Puck, el genio amable, para aclarar los sentimientos y las dudas.
A Midsummer Night's Dream es la comedia de la existencia.
Carlos y yo hablamos estos días de las dos actitudes modernas: la tragedia, con la que los cartesianos se enfrentan a la vida, que acaba en desgracia por creer que nos debemos lo absoluto, y la comedia, en la que lo único importante es que el enredo continúe y nos hayamos hecho un poco más sabios.
Todo está en Shakespeare. Casi todo: lo que falta está en Calderón.
Como Gary Grant, esta mañana después de una noche de verano y antes del otoño también me gustaría ser yo mismo.






sábado, 5 de septiembre de 2009

El mapa de los silencios

La película de Isabel Coixet, Mapa de los sonidos de Tokyo me ha dejado meditando sobre las máscaras de silencio.


Antes de nada: la película, como las otras de Coixet, es apreciable por muchas razones. La primera es por no caer en el tedioso costumbrismo telecinco que desde hace décadas invade al cine español (siempre imitando a la insufrible comedieta francesa) y lo convierte en retrato de la cultura paleta que nos ahoga. Coixet aborda cuestiones de vida y muerte, mira a las penumbras del alma y se pregunta por los significados de la existencia. La segunda razón es porque Coixet practica, para decirlo en términos de Pasolini, el cine de poesía contra el cine de prosa. Usa la cámara para que las imágenes se filtren hasta los estratos profundos de la emoción y hagan preguntas inquietantes. Coixet es lo único que podemos ofrecer frente a la renovación del cine que viene del Este: Japón, China, Corea, Taiwan, Irán.
La película es recomendable. Es una historia de amor trágico, una historia de silencios y ruidos. Debe mucho a El útimo tango en París, a Lost in translation (Isabel Coixet y Sofia Coppola están muy cercanas) y al cine oriental. Pero lo que me sugiere es una pregunta por la importancia de los silencios en nuestras relaciones.


Entre la gente que conozco hay personas que ocultan su persona tras una catarata de palabras: te encuentras con ellas y no paran de hablar. No paran de hablar de sí o de otros. Sólo al final te preguntan "y tú, ¿qué tal?", con el explícito deseo de que no respondas. La palabra se vuelve aquí máscara de protección para no tener que exponer y exponerse realmente.
Y están las personas para las que el silencio es una forma de conversación. Te encuentras con ellas y te das cuenta de que su rostro silencioso es menos una máscara que una pregunta, una invitación a aproximarte al misterio de su vida. El silencio está ahí como los puntos suspensivos de una relación.
Me niego a elegir entre la palabra y el silencio. Pero tengo nostalgia de los mapas del silencio: los silencios que invitan, los silencios que preguntan, los silencios que acompañan, los silencios espejo, los silencios ventana, los silencios puerta.
En los siete grados de relación, el mapa de los silencios representa el territorio de la intimidad. La seducción es el reino de la palabra y el gesto. La intimidad, el del silencio.
Los vagones del metro son lugares en los que me pregunto por los silencio de los rostros. Allí dejamos nuestro cuerpo en silencio; y de pronto las caras alzan el plano de la existencia humana, del mismo modo que los lugares ruidosos, las cafeterías, se convierten en el baile de máscaras en la azotea del edificio social.

martes, 1 de septiembre de 2009

La vida en rosa

Mi ciudad de origen tiene una emisora de oldies; pertenece a la COPE, cómo no. De vez en cuando la conecto porque en el coche acompañan mucho las melodías que uno tararea sin esfuerzo. Pero el otro día ocurrió el milagro: en dos sucesivas entregas llegaron estas excelsas obras de la poesía de todos los tiempos.

Raphael cantaba:

Más dicha que dolor hay en el mundo
más flores en la tierra que rocas en el mar
hay mucho más azul que nubes negras,
y es mucha más la luz que la oscuridad.

Digan lo que digan,
digan lo que digan,
digan lo que digan los demás.

Son muchos, muchos más los que perdonan
que aquellos que pretenden a todo condenar.
La gente quiere paz y se enamora
y adora lo que es bello nada más.

Digan lo que digan,
digan lo que digan,
digan lo que digan los demás.

Hay mucho, mucho más amor que odio.
Más besos y caricias que mala voluntad.
Los hombres tienen fe en la otra vida
y luchan por el bien, no por el mal.

Digan lo que digan,
digan lo que digan,
digan lo que digan los demás.

Digan lo que digan,
digan lo que digan,
digan lo que digan los demás.

Y entonces Julio Iglesias:

Unos que nacen, otros morirán;
unos que ríen, otros llorarán.
Aguas sin cauce, ríos sin mar,
penas y glorias, guerras y paz.

Siempre hay
por qué vivir,
por qué luchar.
Siempre hay
por quién sufrir
y a quien amar.
Al final
las obras quedan, las gentes se van.
Otros que vienen las continuarán...
¡La vida sigue igual!

Pocos amigos que son de verdad;
cuántos te alagan si triunfando estás;
y si fracasas, bien comprenderás:
los buenos quedan, los demás se van.

Siempre hay
por qué vivir,
por qué luchar.
Siempre hay
por quién sufrir
y a quien amar.
Al final
las obras quedan, las gentes se van.
Otros que vienen las continuarán...
¡La vida sigue igual!

No podía respirar de emoción: los pesimistas siempre habíamos estado en un error, bien lo sabían ambos. El Eclesiastés tenía razón: nada hay nuevo bajo el sol, siempre habrá más gente buena que mala,...

El resto del trayecto y la mañana dedicada a trámites y compras se me fue ensimismada en preguntas que me suscitaban estas obras cumbres de la metafísica. Yo , que de adolescente había despreciado estos textos como si fueran basura televisiva, resulta que no había reparado en su profundo mensaje.

Comencé a preguntarme por qué estos textos se pegan al cerebro como chicles al zapato. Seguramente la tonadilla tiene su parte, pero,...,y eso empezó a aterrorizarme, quizá hay una oculta veta en nuestro cerebro que desea creer: desea creer esas cosas.

El conservadurismo no es defender a los ricos: eso lo hacen todos, incluidos los gobiernos de izquierdas. El conservadurismo es tener estas letras como textos de ontología primera.