Reflexiones en las fronteras de la cultura y la ciencia, la filosofía y la literatura, la melancolía y la esperanza
martes, 29 de septiembre de 2009
El lexicógrafo en su cueva
lunes, 28 de septiembre de 2009
El turista accidental
No voy a hablar de la novela y película del mismo título (El turista accidental), aunque ambas son más que apreciables por su suave mezcla de realismo y emoción. Pero sí de otra novela: Mathias Enard: Zona (La otra orilla, 2009). Un autor que no conocía, a pesar de haberse ya traducido varias obras suyas, a pesar de vivir en Barcelona, a pesar de su éxito allende las fronteras lingüísticas.
jueves, 24 de septiembre de 2009
Derechos de propiedad
lunes, 21 de septiembre de 2009
Virus en la mente
viernes, 18 de septiembre de 2009
La higuera escéptica
domingo, 13 de septiembre de 2009
El grito de Antígona
La inquietante imagen de Louise Bourgeois y el no menos inquietante libro de Stefan Hertmans, El silencio de la tragedia (Pretextos) me lleva corriendo al texto de Sófocles. Efectivamente: Antígona es una obra sobre el grito. Los momentos centrales de la obra están presididos por un grito.
El primero, el que arma la tragedia, ocurre cuando Antígona, que ha tapado con arena el cadáver de Polinices, sabiendo que ello la llevará a la muerte, vuelve y encuentra de nuevo el cuerpo de su hermano expuesto a los carroñeros.
Sabemos de su grito por los guardias que la esperaban. Su grito la denuncia. Habla el soldado ante Creontes:
"Entonces, repentinamente, un torbellino de aire levantó del suelo un huracán -calamidad celeste- que llenó la meseta, destrozando todo el follaje de los árboles del llano, y el vasto cielo se cubrió. Con los ojos cerrados sufríamos el azote divino. Cuando cesó, un largo rato después, se pudo ver a la muchacha. Lanzaba gritos penetrantes como un pájaro desconsolado cuando distingue el lecho vacío del nido huérfano de sus crías"
Como un pájaro desconsolado. No es un simple grito animal. Es el grito de un pájaro, el grito menos inteligible que quepa pensar. Un grito telúrico que nace de la misma fuente que el huracán que lo ha precedido.
El segundo grito lo anuncia Tiresias el ciego vidente que tanta importancia tiene en las tragedias alrededor de la desgraciada familia de Edipo:
"Cuando estaba sentado en el antiguo asiento destinado a los augures, donde se me ofrece el lugar de reunión de toda clase de pájaros, escuché un sonido indescifrable de aves que piaban con una excitación ininteligible y de mal agüero. Me di cuenta de que unas a otras se estaban despedazando sangrientamente con sus garras"
Sonido indescifrable de aves: el augurio no es una frase críptica sino un grito indescifrable de aves.
El tercer grito lo profiere Hemón, el hijo de Creontes, que amaba a Antígona y esperaba ser su esposo. Creontes se ha arrepentido y acude al túmulo donde ha enterrado viva a Antígona. Pero es tarde, Antígona se ha colgado con los hilos de su velo. Hemón ha llegado antes y se abraza a su cintura
"Alguien oye desde lejos un sonido de agudos plañidos en torno al tálamo privado de ritos funerarios, y acercándose, lo hace notar al rey Creonte. Éste, al aproximarse más aún, escucha también confusos gemidos de un funesto clamor"
Confusos gemidos de un funesto clamor.
Antígona, la doncella que destruyó un estado. Su grito viene de más allá de los límites del lenguaje. Sólo puede ser ornitomorfo, un grito de animalidad.
Cuando estudiaba filosofía, un piadoso profesor de ética usó Antígona como ejemplo de la confrontación entre ética (él pensaba en religión) contra política. Bautizó así la interpretación hegeliana de la confrontación del derecho del estado contra el derecho de la familia.
Pero ambos, Hegel y mi profesor agustino erraban. Como si religión y estado no fueran ya ambos hijos de la palabra y la imagen, artefactos culturales que están en un mismo plano.
El grito de Antígona, no. Viene de allende lo representable; viene de la raíces del cuerpo dolido y sólo puede ser proferido pero no interpretado. Se niega a ser comprendido. De ahí su fuerza irresistible.
Estoy preparando el curso de máster, sobre representación, y había pensado centrarlo como otros años en la confrontación entre pensamiento discursivo e imágenes, iconoclasia cultural y nuevas visualidades. Pero he oído el grito de Antígona y me quedo aturdido ante los límites de la representación: el grito contra la palabra.
En el principio no fue el verbo, fue el grito. El de Antígona.
miércoles, 9 de septiembre de 2009
El sueño de una noche de verano
Amantes y locos tienen mente tan febril
y fantasía tan creadora que conciben
mucho más de lo que entiende la razón.
El lunático, el amante y el poeta
están hechos por entero de imaginación.
El loco ve más diablos de los que llenan
el infierno. El amante, igual de alienado,
ve la belleza de Helena en la cara de una zíngara.
El ojo del poeta, en divino frenesí,
mira del cielo a la tierra, de la tierra al cielo
a objetos desconocidos, su pluma
los convierte en formas y da a la nada impalpable
sábado, 5 de septiembre de 2009
El mapa de los silencios
Antes de nada: la película, como las otras de Coixet, es apreciable por muchas razones. La primera es por no caer en el tedioso costumbrismo telecinco que desde hace décadas invade al cine español (siempre imitando a la insufrible comedieta francesa) y lo convierte en retrato de la cultura paleta que nos ahoga. Coixet aborda cuestiones de vida y muerte, mira a las penumbras del alma y se pregunta por los significados de la existencia. La segunda razón es porque Coixet practica, para decirlo en términos de Pasolini, el cine de poesía contra el cine de prosa. Usa la cámara para que las imágenes se filtren hasta los estratos profundos de la emoción y hagan preguntas inquietantes. Coixet es lo único que podemos ofrecer frente a la renovación del cine que viene del Este: Japón, China, Corea, Taiwan, Irán.
La película es recomendable. Es una historia de amor trágico, una historia de silencios y ruidos. Debe mucho a El útimo tango en París, a Lost in translation (Isabel Coixet y Sofia Coppola están muy cercanas) y al cine oriental. Pero lo que me sugiere es una pregunta por la importancia de los silencios en nuestras relaciones.
Entre la gente que conozco hay personas que ocultan su persona tras una catarata de palabras: te encuentras con ellas y no paran de hablar. No paran de hablar de sí o de otros. Sólo al final te preguntan "y tú, ¿qué tal?", con el explícito deseo de que no respondas. La palabra se vuelve aquí máscara de protección para no tener que exponer y exponerse realmente.
Y están las personas para las que el silencio es una forma de conversación. Te encuentras con ellas y te das cuenta de que su rostro silencioso es menos una máscara que una pregunta, una invitación a aproximarte al misterio de su vida. El silencio está ahí como los puntos suspensivos de una relación.
Me niego a elegir entre la palabra y el silencio. Pero tengo nostalgia de los mapas del silencio: los silencios que invitan, los silencios que preguntan, los silencios que acompañan, los silencios espejo, los silencios ventana, los silencios puerta.
En los siete grados de relación, el mapa de los silencios representa el territorio de la intimidad. La seducción es el reino de la palabra y el gesto. La intimidad, el del silencio.
Los vagones del metro son lugares en los que me pregunto por los silencio de los rostros. Allí dejamos nuestro cuerpo en silencio; y de pronto las caras alzan el plano de la existencia humana, del mismo modo que los lugares ruidosos, las cafeterías, se convierten en el baile de máscaras en la azotea del edificio social.
martes, 1 de septiembre de 2009
La vida en rosa
Mi ciudad de origen tiene una emisora de oldies; pertenece a la COPE, cómo no. De vez en cuando la conecto porque en el coche acompañan mucho las melodías que uno tararea sin esfuerzo. Pero el otro día ocurrió el milagro: en dos sucesivas entregas llegaron estas excelsas obras de la poesía de todos los tiempos.
Raphael cantaba:
Más dicha que dolor hay en el mundo
más flores en la tierra que rocas en el mar
hay mucho más azul que nubes negras,
y es mucha más la luz que la oscuridad.
Digan lo que digan,
digan lo que digan,
digan lo que digan los demás.
Son muchos, muchos más los que perdonan
que aquellos que pretenden a todo condenar.
La gente quiere paz y se enamora
y adora lo que es bello nada más.
Digan lo que digan,
digan lo que digan,
digan lo que digan los demás.
Hay mucho, mucho más amor que odio.
Más besos y caricias que mala voluntad.
Los hombres tienen fe en la otra vida
y luchan por el bien, no por el mal.
Digan lo que digan,
digan lo que digan,
digan lo que digan los demás.
Digan lo que digan,
digan lo que digan,
digan lo que digan los demás.
Y entonces Julio Iglesias:
unos que ríen, otros llorarán.
Aguas sin cauce, ríos sin mar,
penas y glorias, guerras y paz.
Siempre hay
por qué vivir,
por qué luchar.
Siempre hay
por quién sufrir
y a quien amar.
Al final
las obras quedan, las gentes se van.
Otros que vienen las continuarán...
¡La vida sigue igual!
Pocos amigos que son de verdad;
cuántos te alagan si triunfando estás;
y si fracasas, bien comprenderás:
los buenos quedan, los demás se van.
Siempre hay
por qué vivir,
por qué luchar.
Siempre hay
por quién sufrir
y a quien amar.
Al final
las obras quedan, las gentes se van.
Otros que vienen las continuarán...
¡La vida sigue igual!
No podía respirar de emoción: los pesimistas siempre habíamos estado en un error, bien lo sabían ambos. El Eclesiastés tenía razón: nada hay nuevo bajo el sol, siempre habrá más gente buena que mala,...
El resto del trayecto y la mañana dedicada a trámites y compras se me fue ensimismada en preguntas que me suscitaban estas obras cumbres de la metafísica. Yo , que de adolescente había despreciado estos textos como si fueran basura televisiva, resulta que no había reparado en su profundo mensaje.
Comencé a preguntarme por qué estos textos se pegan al cerebro como chicles al zapato. Seguramente la tonadilla tiene su parte, pero,...,y eso empezó a aterrorizarme, quizá hay una oculta veta en nuestro cerebro que desea creer: desea creer esas cosas.
El conservadurismo no es defender a los ricos: eso lo hacen todos, incluidos los gobiernos de izquierdas. El conservadurismo es tener estas letras como textos de ontología primera.