Reflexiones en las fronteras de la cultura y la ciencia, la filosofía y la literatura, la melancolía y la esperanza
domingo, 2 de agosto de 2015
¿Qué hacemos cuando no hacemos?
La omisión ha sido por siglos uno de los complicados pantanos de la teoría moral y política. No es difícil ponerse de acuerdo en las responsabilidades por lo que se hace, pero no es nada fácil el consenso en las responsabilidades por lo que no se hace. Alemania año cero, cuando al pueblo alemán le pidieron responsabilidades por lo que no habían hecho: ni siquiera plantearse la cuestión de si sus líderes les estaban mintiendo y de si la realidad en la que vivieron durante diez años no fue acaso una inmensa mentira que se había colocado como autoengaño en sus propias conciencias. O las multitudes que negaron los crímenes cometidos por el autoritarismo llamado comunista. O España año cero. Quienes vivieron el franquismo saben que no hubo tal cosa como resistencia moral de la mayoría. La complacencia con la situación era tan masiva como desesperante. La irritación con quienes cuestionaban lo que ocurría era tan común que era tan temible el juicio del vecino como la persecución de la policía. No es casual que la idea de compromiso, ("engagement", que ahora en la Wikipedia se aplica solamente al compromiso del trabajador con su empresa) naciese en la terrible experiencia del colaboracionismo generalizado de los franceses con el nazismo. El existencialismo es hijo de la desesperación.
Pero ¿cuáles son los límites del compromiso? ¿cuáles son los deberes que tenemos con el mundo? ¿de qué cosas somos racional y moralmente responsables por no hacer? No sé si tengo autoridad moral para responder a estas preguntas. Bueno, sí lo sé: no tengo ninguna autoridad, más allá de la que me da el saberme tantas veces inactivo cuando debería haber hecho algo, y tantas veces racionalizador de mi akrasia. Pero no es necesario tener autoridad práctica para reconocer el mal allí donde se encuentra (tantas veces dentro de uno mismo).
No somos responsables de todo. No. Las filosofías morales que nacen de la idea de la "caída" del ser humano, las ideologías religiosas del desastre humano, acusan a la especie de llevar dentro de sí la responsabilidad por el mal del mundo. Si de mano te acusan de ser responsable del todo, es muy fácil esconder las responsabilidades por lo poco que a uno le cabe hacer en el mundo. ¿Qué es lo que podría no haber sido si uno conscientemente no hubiese permanecido quieto? Este no es primigeniamente un problema moral sino sobre todo un problema epistémico, un problema de relato sobre lo que podría no haber sido.
No todas las cadenas causales de la historia dependen de nosotros. Pero algunas sí. Algunas dependen de nuestra clara conciencia de que podrían ser las cosas de otro modo si uno aportase una mínima agencia al discurrir de la historia. ¿Cuáles son? Desde un punto de vista realista metafísico, podría volverse al punto inicial y sostener "todas": siempre se introduce una diferencia causal en el discurrir del universo. Pero, obviamente, de lo que estamos hablando es de la relevancia causal de nuestra acción.
Aquí es donde empieza la tragedia de Sartre: me quedo a cuidar a mi madre o me voy a la Resistencia. Este drama es el común a todos, el que nos quita autoridad para sentirnos superiores moralmente si se opta por una u otra opción. Es cierto. Nadie está investido de la autoridad suficiente para acusar al otro de quietismo. Ni siquiera los sacerdotes o sus sucedáneos filosóficos. Pero nadie está libre de la pregunta de cuáles son las condiciones bajo las que toma la decisión de quedarse a cuidar a su madre (o lo que sea que le concierne) o irse a la resistencia (o lo que sea que demande el momento). Este grado de lucidez sobre la propia acción es la esencia de la demanda existencialista, en un grito que viene desde Nietzsche: no importa tanto la verdad cuanto la mentira que te cuentas a ti mismo.
Una de las pocas cosas buenas que ha traído la crisis de la crisis de la modernidad es que se pueden decir de nuevo estas cosas en voz alta e incluso escribirlas. La crítica radical al sujeto derivó en la impunidad del sujeto. Pero uno puede seguir preguntando: "¿qué es lo que hacemos cuando no hacemos?"
Entonces cuando te refieres al mito de la caída, estás diciendo que si se admite el mal como algo metafísico, el mal social ya es inevitable y, además, queda legitimado. Probablemente lo más ininteligible de nuestra cultura filosófica y religiosa sea la concepción metafísica del bien y del mal; sin embargo, no hay acción sin una decisión subjetiva sobre lo bueno y lo malo, pero, claro, sólo socialmente o en la medida en que se tiene en cuenta a los otros (cuando hablabas del odio me interesaba lo que decías respecto a que los sentimientos considerados “negativos” nos orientan en el mundo, bueno, creo que decías sobre lo que valoramos del mundo, en cualquier caso, eso hace que los sentimientos, todos, no sean por sí mismos clasificables en positivos y negativos, porque lo que tienen de bueno o malo es referido a la realidad sobre la que nos orientan). Quizá nos falte una filosofía de “después de la caída”, ese planteamiento que hacías “el daño como apertura de posibilidades”, donde la creatividad pueda, por fin, ocupar el puesto del determinismo que invade nuestra cultura.
ResponderEliminarEs cierto que en el tema de los dilemas morales, donde ambas opciones parecen igual de buenas o de malas, es difícil decidir pero a mí en ese sentido me interesa más la reflexión de Sartre cuando dice que cuando decides algo, no sólo lo decides para ti, sino que estás legitimando que toda la humanidad decida eso; si aun así, podemos cuestionar las intenciones bajo la sospecha de autoengaño, también desde el punto de vista de Sartre la mala fe se muestra en la conducta de indiferencia hacia los otros. Los otros no son todos, son los que dependen de algún modo de mi acción, y esa actividad, particular y social, es de hecho algo concreto.
Recuerdo nítidamente una explicación que nos diste en clase de Historia de la ciencia sobre la inferencia causal, te referías a la elección de una condición como “causa” cuando esa condición es la menos probable en esas circunstancias; pues supongo que también cada pequeña acción u omisión subjetiva puede producir un cambio en la medida en que no reproduce las condiciones “normales”. Eso es para mí orientar la acción desde el punto de vista de lo que no quieres, aunque te puedas equivocar en lo que quieres.
(…)nunca me hará mezquina/ la grandeza de este infierno(…)
Marisa