Reflexiones en las fronteras de la cultura y la ciencia, la filosofía y la literatura, la melancolía y la esperanza
domingo, 1 de abril de 2018
cultura material y materialismo cultural
Una de las partes más complejas y con más lagunas y agujeros explicativos del marxismo es el materialismo histórico. En el siglo pasado aspiraba a ser una ciencia de la historia, hoy, por suerte, tiene una conciencia más modesta de su capacidad explicativa. Sus versiones deterministas, según las cuales la conciencia y la cultura son producto y reflejo de las relaciones de producción, ya han sido puestas irreversiblemente en entredicho. Los grandes teóricos del siglo XX, Lukács, Gramsci, la escuela de Franckfurt y la nueva izquierda criticaron las carencias que tenía el materialismo histórico en lo que respecta a la cultura. Ahora, el marxismo se ha convertido en una perspectiva de análisis de la sociedad capitalista que recoge las aportaciones que se han hecho a la función de la cultura como forma de reproducir la sociedad, incluidos el sistema económico y el estado. Me ocurre, sin embargo, cuando leo el pensamiento político y económico radical contemporáneo, que me asalta la pregunta de si no se habrá perdido el materialismo en el camino.
El materialismo es una actitud filosófica variada y no sencilla de entender. Hay materialismos reduccionistas, materialismos emergentistas, materialismos de la superveniencia,... No es el objeto de estas líneas entrar en este jardín de variedades cuya explicación es muy técnica. Lo que sí se puede observar es que es habitual entender por materialismo histórico algo que difícilmente es un materialismo genuino. Así, cuando leemos a Althusser sobre las relaciones entre estructura económica y superestructura cultural y las supuestas relaciones de "determinación en última instancia" lo que tenemos es un reduccionismo de lo individual a lo social, de la conciencia a las relaciones de producción. Pero esto es materialismo solo a medias: las relaciones de producción (y reproducción y distribución) se entienden como relaciones de propiedad, de posición y capital social, pero tienen poco que ver con la base material de la existencia humana.
Muchas discusiones políticas en las que nadamos inmersos enfrentan una suerte de materialismo histórico cazurro a un supuesto culturalismo volátil. Así, se proclama que hay que cerrar ya la revolución de mayo del 68, orientada hacia cambios en la vida cotidiana, en las relaciones de dominación que se dan en ámbitos de nuestras prácticas, como las relaciones de género, de libertad sexual u odio racial, y volver a los básico, a las transformaciones en las relaciones de producción, sin cuyos efectos es imposible combatir la desigualdad creciente. Del otro lado, se postula que la lucha de clases se traduce hoy en una compleja articulación de identidades subyugadas que reclaman, como identidades plebeyas, una posición de poder contra los patricios. Comparten ambas posiciones una visión ingenua y aún decimonónica y cuasi-romántica de la cultura, como si esta fuese sólo una superestructura de costumbres, ideas, identidades o algo similar. Los primeros creen que una modificación de las relaciones económicas producirá por sí misma una transformación de todos los modos de injusticia, o al menos permitirá tal transformación. Lenin, por lo menos, no era tan ingenuo. Cuando definió el comunismo como "soviets mas electrificación" sabía bien que los cambios socioeconómicos pueden ser necesarios pero no suficientes. Del lado de las nuevas políticas "post-fundacionalistas" el problema no es menor. Sostienen que la hegemonía (el que un grupo domine los significados, y por ello las orientaciones políticas) puede ser suficiente para una política transformadora. Se tiene como horizonte únicamente la relación política (el bios, para usar el repetido término del repetido Agamben), como si la reproducción social, la reproducción de la nuda vita, del zoé, del animal que somos, en el borde del agotamiento de un planeta, fuese una cuestión menor, que uno podrá encargar a los técnicos cuando se alcance la hegemonía.
El antropólogo Dan Sperber ha propuesto hace unos años la mejor versión existente del materialismo cultural basado en la idea de superveniencia: cualquier diferencia cultural tiene una base material. Es curioso, porque Marx, quien no se declaraba marxista, en sus Grundisse (Elementos fundamentales para la crítica de la economía política), el largo libro de notas y reflexiones que precedió a la redacción de El Capital, desarrolló muchas ideas que permitirían reconstruir el materialismo histórico en un sentido muy correcto de materialismo consistente con la definición de Sperber. Marx era hijo de su tiempo y todas sus reflexiones se relacionan con la base material de la producción y reproducción de la civilización que le tocó vivir. Pero comenzó a pensar en la economía desde la base material y desde el trabajo como transformación de la base material.
En los Grundisse asistimos al antagonismo entre trabajo y capital, pero también y sobre todo a las formas en las que nace el capitalismo desde una base material industrial, de fábricas y talleres. Hoy, desgraciadamente, el estudio de la base material de la reproducción social está quedando en manos de los gurús de Davos como Kaus Schwab (La cuarta revolución industrial) que dibujan a su antojo el paisaje de los entornos técnicos nuevos para abundar en un mensaje único: "someteos a cualquier salario que os ofrezcan", dentro de poco ya no habrá trabajo. Ellos sí saben ser materialistas culturales: definen una base material para una cultura que quieren crear y están creando.
Necesitamos urgentemente volver a pensar la idea de trabajo en los nuevos entornos y mostrar cómo no solamente no sobra trabajo sino que hará falta en un planeta que decida trabajar para las generaciones futuras. El materialismo no es solamente descriptivo. También puede ser normativo y prescriptivo: nos puede ayudar a pensar una cultura material para un mundo sostenible donde el trabajo del cuidado sustituya al trabajo meramente productivo, donde la categoría trabajo no desaparezca absorbida por la fantasmagoría de la mercancía. También, una cultura material de un mundo post-industrial, con nuevas modalidades de interacción en las que la materia se despliega en energía e información. Un materialismo cultural donde los nichos técnicos y los nichos ecológicos se acoplan como simbiontes y no como parásitos. Si algo nos enseña la historia reciente es que el control capitalista del planeta se ha producido a través de la creación de una cultura material que controla el deseo mediante un entorno de artefactos gadgets y apps. Pensar un mundo postcapitalista debe implicar nuevas culturas materiales que reeduquen el deseo. Sin una transformación de la cultura material el socialismo seguirá siendo una palabra aburrida que solamente evoqua burocracias, normas, arquitecturas organizativas, términos vacíos.
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