La gran paradoja de las relaciones entre el orden social y económico y el modelo tecnológico que permea todos los intersticios de nuestra cultura material es que se está invirtiendo una inmensa cantidad de esfuerzo intelectual y económico en convencernos de la inevitabilidad de las transformaciones que producirán las llamadas nuevas tecnologías. Un ejemplo notorio es el libro de Klaus Schwach La cuarta revolución industrial. Fue redactado para la reunión del Foro Económico Mundial, que conocemos como "Davos", por su lugar de reunión, en 2016 y que, en la versión española, prologa Ana Botín, actual presidenta del Banco de Santander.
Klaus Schwach fue el inventor de este foro que reúne anualmente a las personas más poderosas del planeta para "mejorar la situación del planeta" y vislumbrar los cambios que se avecinan en la economía y la sociedad. De hecho es un complejo aparato de propaganda de aquellos cambios que interesan a los grandes poderes mundiales. No sería posible este aparato sin un trasfondo metafísico que llena de determinismo y lenguaje profético lo que no son sino análisis muy parciales de las tendencias socioeconómicas. El primer párrafo del prólogo de Ana Botín al libro de Schwach es un buen ejemplo de este determinismo:
La historia muestra que, una vez que las revoluciones industriales se ponen en marcha, el cambio se produce con rapidez. Los emprendedores convierten los inventos en innovaciones comerciales, estas dan lugar a nuevas compañías que crecen aceleradamente y, por último, los consumidores demandan los nuevos productos y servicios que mejoran su calidad de vida. Una vez que el engranaje de este proceso comienza a funcionar, la industria, la economía y la sociedad se transforman a toda velocidad.
Aunque parezca extraño, este lenguaje es novedoso y es fruto de una de tantas apropiaciones de ideas de la izquierda con propósitos nuevos: no el de promover un mundo sostenible y justo, sino el de de reforzar el actual modelo de capitalismo depredador. Schwach comienza, como Ana Botín, elaborando una teoría de la revolución:
La palabra «revolución» indica un cambio abrupto y radical. Las revoluciones se han producido a lo largo de la historia cuando nuevas tecnologías y formas novedosas de percibir el mundo desencadenan un cambio profundo en los sistemas económicos y las estructuras sociales. Dado que la historia se utiliza como un marco de referencia, la brusquedad de estos cambios puede tardar años en desplegarse.Lo interesante de este nuevo lenguaje es que admite la revolución como horizonte, e incluso anticipa su inevitabilidad, recordando, en absoluto de forma inconsciente o no deliberada, la vieja profecía de Marx:
Durante el curso de su desarrollo, las fuerzas productoras de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes, o, lo cual no es más que su expresión jurídica, con las relaciones de propiedad en cuyo interior se habían movido hasta entonces. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas que eran, estas relaciones se convierten en trabas de estas fuerzas. Entonces se abre una era de revolución socialNo es sorprendente: una de las lecturas de esta tesis marxiana ha sido una concepción determinista del cambio social que ha impregnado las políticas socialdemócratas desde el programa de Gotha hasta el momento contemporáneo, y que tuvo una de sus expresiones más avanzadas en el texto de Schumpeter Capitalismo, socialismo y democracia de 1943. Schumpeter fue el teórico visionario de la importancia de la tecnología en la transformación económica. Herederos suyos fueron en los años sesenta Chris Freeman y su discípulo Keith Pavitt, creadores del SPRU (Science Policy Research Unity) en la Universidad de Sussex, cuyas tesis son ahora popularizadas por Mariana Mazzucato (El estado emprendedor). Las nuevas ideas de innovación y "emprendimiento" nacieron y se han desarrollado en un medio ambiente socialista (todos estos autores lo fueron o son declaradamente), en donde se aceptaba la idea marxiana de que el dinamismo tecnológico que la misma economía exigía produciría necesariamente una superación del capitalismo. Por supuesto, a diferencias de las tesis Botín-Schwach, siempre que el proyecto fuese impulsado y controlado por un estado garante y propulsor de la igualdad y la justicia.
Los nuevos profetas del pensamiento disruptivo, del emprendedor e innovador se han apropiado de estas ideas con un nuevo giro: el cambio tecnológico significará una nueva oportunidad de negocios, una ilimitada fuente de oportunidades de ganancias siempre que los dirigentes abandonen, dice Schwach, el viejo pensamiento lineal y adopten el pensamiento disruptivo. No está muy claro qué quiere decir nuestro visionario por este pensamiento, aunque lo que uno infiere del libro (lo he leído varias veces para intentar descubrir su secreto) es que consiste en una compleja dialéctica de comprender hacia dónde van las tendencias de la tecnología contemporánea y adaptarse rápidamente a ellas emprendiendo nuevas empresas basadas en estas tendencias. Nada ajeno a una de las formas de determinismo más dañinas: si no puedes cambiar algo, adáptate rápidamente a ello.
Una de sus predicciones es la ya extendida tesis del fin del trabajo:
"comparemos Detroit en 1990 (por entonces un importante centro de industrias tradicionales) con Silicon Valley en 2014. En 1990, las tres mayores empresas de Detroit tenían una capitalización de mercado combinada de 36.000 millones de dólares, unos ingresos de 250.000 millones de dólares y 1,2 millones de empleados. En 2014, las tres mayores empresas de Silicon Valley tenían una capitalización de mercado considerablemente más alta (1,09 billones de dólares) y generaban más o menos los mismos ingresos (247.000 millones de dólares), pero tenían diez veces menos empleados (137.000)."Esta idea de que sobrará el noventa por ciento del trabajo actual opera como un potentísimo muelle impulsor de la "inevitabilidad" de lo que se considera inevitable. Por un lado, se promociona uno de los grandes negocios del momento: la ilimitada oferta de cursos, másteres, titulaciones y centros educativos especializada en la adaptación a este cambio inevitable vendiendo una especie de boletos de salvación para la futura e inevitable pérdida del noventa por ciento de los puestos de trabajo. Por otro lado, la misma idea de la inevitabilidad instaura el terror colectivo como la más efectiva estructura de sentimiento contemporáneo. El terror al infierno de las épocas de la hegemonía religiosa ha sido reemplazado por este nuevo escenario de horror que contamina las consciencias y las moldea en una loca carrera de aceptación de lo inevitable y de la necesidad de llegar a los puestos de primera fila antes de que se acaben las oportunidades.
Es difícil desmontar este aparato ideológico. Por un lado, es cierto que los cambios en la tecnología transforman las posibilidades y por ello transforman también los imaginarios, incluidos aquellos que son necesarios para reproducir el conocimiento técnico y elaborar nuevos diseños. Por otro lado, el inmenso poder del nuevo capitalismo financiero produce la ilusión de que es un producto necesario de estos cambios tecnológicos, cuando no es más que una de las posibilidades, precisamente la que conduce a un mundo de pesadilla. La vieja idea socialdemócrata que insistía en la necesidad de un control estatal del cambio se ha resignificado de forma absoluta: el estado sigue siento central, cada vez más, pero en tanto que estado que sostenga con su poder militar e imperial la inevitabilidad del nuevo modelo de uberización del mundo: grandes plataformas que conecten a una multitud de "autoempresarios" en sus bicicletas (activos propios) y móviles (conexión tecnológica) compitiendo en jornadas interminables por distribuir mercancías cada vez más rápido y a menos precio de transporte.
Mis compañeros Jorge Martínez Crespo y Ulpiano Ruiz-Rivas, dos ingenieros del Grupo de Tecnologías apropiadas de la Universidad Carlos III de Madrid, con quienes colaboro en diversas clases en las que tratamos de resistir el pensamiento determinista, nos recuerdan en un magnífico artículo que pronto publicará la revista Libre Pensamiento, que la innovación tecnológica tiene muchos adjetivos y que podemos introducir constricciones sociales al propio diseño e implementación de las innovaciones. Que hay que comenzar a desarrollar tecnologías alternativas para luchar contra la pobreza y el desastre ambiental. Ellos y el grupo de tecnologías alternativas están promocionando la investigación en "herramientas baratas, de pequeña escala, hechas con materiales locales, en contraposición a la innovación dirigida exclusivamente al consumo de una minoría (a escala mundial) privilegiada.
Los cambios tecnológicos no están escritos. Una vez que desvelamos la desnudez ideológica del determinismo se abre una enorme puerta a una investigación alternativa, al desarrollo de nuevos proyectos de investigación con una intención de resistencia al capitalismo. Ellos proponen algunos criterios, en los que llevamos trabajando algún tiempo. Son tecnologías posibles que tienen una nueva visión:
Poco costosas o amortizables en un largo periodo de tiempo. Sencillas de usar y mantener, y con necesidades de herramientas o equipamiento mínimas. Modulares y/o de pequeña escala.Construidas con materiales accesibles localmente.Basadas en fuentes energéticas renovables, descentralizadas y poco intensivas: energía humana o animal, solar, metano, microhidráulica, eólica, etc.Con costes de operación bajos o nulos.Generadoras de residuos de bajo impacto ambiental o reciclables.Con un hueco destacado a la creatividad y el desarrollo local. De gran disponibilidad, robustez y/o durabilidad o con reemplazos asequibles.Hay un diagnóstico detrás de este programa: el desastre ambiental no solamente lo produce el hiperconsumo industrial del mundo desarrollado, sino también la miseria técnica de la pobreza en la que está sumida una gran parte de la población mundial. Revertir la pobreza en igualdad y transformar el mundo en un mundo más justo y sostenible son objetivos que caen o se sostienen juntos. Este proyecto es también tecnológico y no solamente social y económico. Es un proyecto de una nueva política de innovación alejada de las profecías de lo inevitable. No va a ser sencillo cambiar la dirección del tren de la historia (esta metáfora ya es en sí misma determinista), pero, por el momento, sigue siendo necesario desvelar el carácter ideológico de los profetas de la inevitabilidad.
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