domingo, 21 de julio de 2019

Lo que debemos a Descartes





No ofrece mucha duda la idea de que vivimos en una época anticartesiana que coincide con la travesía intelectual posmoderna. Al corto pero intenso optimismo de la mitad del siglo XX acerca de las posibilidades de un mundo a la vez más justo y democrático, le sucedió el proyecto neoliberal y la filosofía de la contingencia, del pensiero debole, dos extremos profundamente relacionados. El proyecto neoliberal es el de un estado fuerte y poderoso orientado a eliminar  las barreras en todos los niveles de orden social a la extensión del modelo de competencia libre como mecanismo de información, conocimiento y gobernanza. Un sistema sin sujeto, pues los sujetos quedan reducidos a sujetos deseantes centrados en círculos restringidos de deseo: familia, trabajo, consumo. El mercado, o sus formas respectivas en los distintos órdenes, se encarga de suministrar la información suficiente para un ajuste de todos los intereses en juego. A este proyecto le correspondió una metafísica de la vulnerabilidad y fragilidad, de la impotencia del intelecto y del dominio de lo emocional. No hay dudas, pues, de que cincuenta años más tarde de la era del ascenso del neoliberalismo, se ha impuesto una metafísica de lo contingente, una cultura de lo sentimental y un escepticismo radical sobre las capacidades de la agencia humana.

Richard Rorty captó mejor que nadie en su momento que la contingencia, el escepticismo sobre la agencia (la ironía, en su vocabulario) y la “solidaridad” (siempre limitada) eran la consecuencia de un mundo “cruel”. Cierto. Pocas eras tan violentas como la que se inicia con el ciclo de la I Guerra Mundial y las ilimitadas réplicas. Descartes vivió una época similar: un siglo también cruel que siguió al moderado optimismo humanista. También vivió un ambiente filosófico de derrota de la confianza en la agencia humana: desde el fideísmo calvinista y jansenista a su especular metafísica de la impotencia en la escolástica barroca jesuítica, Descartes se encontró con un ambiente poco propicio al optimismo. Y de hecho sus críticos más duros, desde Pascal y Voetius a los jesuitas, no le perdonaron su orgulloso proyecto de confianza en las capacidades humanas para entender el orden de las cosas.

Tiene razón Antonio Negri en el que para mi gusto es su mejor libro: Descartes político*. Descartes dio voz al proyecto radical de la burguesía (que él representaba en su versión de la noblesse de rope). Spinoza entendió muy bien este carácter radical de la filosofía cartesiana, por más que la encontrase insuficiente. No tiene mucho sentido enfrentar a Spinoza contra Descartes, como ha popularizado el neurólogo Antonio Damasio en El error de Descartes y En busca de Spinoza. Ambos son parte de un mismo movimiento de resistencia epistemológica y de un proyecto de afirmación de las capacidades de la agencia humana contra el escepticismo posthumanista. Se equivocan también quienes piensan que la Ilustración comenzó con Rousseau y Kant, quienes habrían descubierto la autonomía humana como núcleo constitutivo del pensamiento. 

¿Cómo es posible que una parte del mundo piense y conozca el mundo?, ¿cómo es posible el orden de las ideas en el orden de las cosas?, ¿cómo es posible la anomalía humana?, ¿cómo es posible conocer nuestras posibilidades en el orden de la naturaleza? Descartes hace preguntas radicales. En la meditación VI establece la continuidad y no separabilidad de las cuestiones epistemológicas y las metafísicas:

En primer lugar, no es dudoso que algo de verdad hay en todo lo que la naturaleza me enseña, pues por “naturaleza” considerada en general, no entiendo ahora otra cosa que Dios mismo, o el orden dispuesto por Dios en las cosas creadas, y por “mi” naturaleza, en particular no entiendo otra cosa que la ordenada trabazón que en mí guardan todas las cosas que Dios me ha otorgado 

No es de extrañar que la gente más perspicaz le acusara de ateísmo, lo mismo que se hizo poco después con Spinoza, quien en este párrafo no podría estar más de acuerdo.

Las respuestas a las segundas objeciones de las Meditaciones metafísicas son un tour de force que nos lleva a la esfera más profunda de la epistemología como parte de una teoría de la agencia: el problema primero y más complejo de toda filosofía política es un problema de poder, pero el problema del poder (en el sentido de dominación) es siempre un problema de poder (en el sentido de agencia). El proyecto de Descartes no es simplemente filosófico ni simplemente un programa para fundar la nueva ciencia, sino un proyecto social: mostrar la capacidad del intelecto para encontrar los garantes de su conocimiento. Saber las propias capacidades como proyecto social. Es en este sentido la facción más radical de la burguesía ascendiente que se recupera de la derrota del humanismo en el siglo anterior y adopta una nueva forma de humanismo que ya solamente puede ser política. Debemos a Descartes el haber situado en el centro del proyecto social una función para la epistemología: encontrar y fundar la posibilidad de la posibilidad. Sin la restauración de la confianza en la agencia, se disuelve esta duplicada posibilidad y la historia queda al albur de la contingencia.

Podemos discrepar del dualismo de Descartes, como hizo Spinoza, podemos acusarle de ser un exponente de la filosofía del patriarcado, como ha hecho la epistemología feminista, pero no debemos discrepar de su descubrimiento de la anomalía humana y de que todo proyecto coherente social debe acoger esta anomalía en su concepción de cómo son las cosas. Un universo que permite que una parte suya lo conozca, e incluso bajo ciertas restricciones se conozca a sí mismo, es un universo poderoso, grande. Por eso seguimos siendo cartesianos a nuestro pesar.



* Los compañeros de Antonio Negri, uno de los líderes del movimiento autonomia operaia no entendían que en un momento de conflictos Negri se retirase a escribir un texto denso y académico sobre Descartes en los finales de los sesenta y comienzos del setenta. Sin embargo sabía bien que tenía que hacerlo si quería entender cómo fue posible el lento ascenso de la conciencia burguesa. 

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