No ofrece mucha duda la idea de que vivimos en una época
anticartesiana que coincide con la travesía intelectual posmoderna. Al corto
pero intenso optimismo de la mitad del siglo XX acerca de las posibilidades de
un mundo a la vez más justo y democrático, le sucedió el proyecto neoliberal y
la filosofía de la contingencia, del pensiero debole, dos extremos
profundamente relacionados. El proyecto neoliberal es el de un estado fuerte y
poderoso orientado a eliminar las
barreras en todos los niveles de orden social a la extensión del modelo de
competencia libre como mecanismo de información, conocimiento y gobernanza. Un
sistema sin sujeto, pues los sujetos quedan reducidos a sujetos deseantes
centrados en círculos restringidos de deseo: familia, trabajo, consumo. El
mercado, o sus formas respectivas en los distintos órdenes, se encarga de
suministrar la información suficiente para un ajuste de todos los intereses en
juego. A este proyecto le correspondió una metafísica de la vulnerabilidad y
fragilidad, de la impotencia del intelecto y del dominio de lo emocional. No
hay dudas, pues, de que cincuenta años más tarde de la era del ascenso del
neoliberalismo, se ha impuesto una metafísica de lo contingente, una cultura de
lo sentimental y un escepticismo radical sobre las capacidades de la agencia
humana.
Richard Rorty captó mejor que nadie en su momento que la
contingencia, el escepticismo sobre la agencia (la ironía, en su vocabulario) y
la “solidaridad” (siempre limitada) eran la consecuencia de un mundo “cruel”.
Cierto. Pocas eras tan violentas como la que se inicia con el ciclo de la I
Guerra Mundial y las ilimitadas réplicas. Descartes vivió una época similar: un
siglo también cruel que siguió al moderado optimismo humanista. También vivió
un ambiente filosófico de derrota de la confianza en la agencia humana: desde
el fideísmo calvinista y jansenista a su especular metafísica de la impotencia
en la escolástica barroca jesuítica, Descartes se encontró con un ambiente poco
propicio al optimismo. Y de hecho sus críticos más duros, desde Pascal y
Voetius a los jesuitas, no le perdonaron su orgulloso proyecto de confianza en
las capacidades humanas para entender el orden de las cosas.
Tiene razón Antonio Negri en el que para mi gusto es su
mejor libro: Descartes político*. Descartes dio voz al proyecto radical
de la burguesía (que él representaba en su versión de la noblesse de rope).
Spinoza entendió muy bien este carácter radical de la filosofía cartesiana, por
más que la encontrase insuficiente. No tiene mucho sentido enfrentar a Spinoza
contra Descartes, como ha popularizado el neurólogo Antonio Damasio en El
error de Descartes y En busca de Spinoza. Ambos son parte de un
mismo movimiento de resistencia epistemológica y de un proyecto de afirmación
de las capacidades de la agencia humana contra el escepticismo posthumanista.
Se equivocan también quienes piensan que la Ilustración comenzó con Rousseau y
Kant, quienes habrían descubierto la autonomía humana como núcleo constitutivo
del pensamiento.
¿Cómo es posible que una parte del mundo piense y conozca el
mundo?, ¿cómo es posible el orden de las ideas en el orden de las cosas?, ¿cómo
es posible la anomalía humana?, ¿cómo es posible conocer nuestras posibilidades
en el orden de la naturaleza? Descartes hace preguntas radicales. En la
meditación VI establece la continuidad y no separabilidad de las cuestiones
epistemológicas y las metafísicas:
En primer lugar, no es dudoso que algo de verdad hay en todo lo que la naturaleza me enseña, pues por “naturaleza” considerada en general, no entiendo ahora otra cosa que Dios mismo, o el orden dispuesto por Dios en las cosas creadas, y por “mi” naturaleza, en particular no entiendo otra cosa que la ordenada trabazón que en mí guardan todas las cosas que Dios me ha otorgado
No es de extrañar que la gente más perspicaz le acusara de
ateísmo, lo mismo que se hizo poco después con Spinoza, quien en este párrafo
no podría estar más de acuerdo.
Las respuestas a las segundas objeciones de las Meditaciones
metafísicas son un tour de force que nos lleva a la esfera más
profunda de la epistemología como parte de una teoría de la agencia: el
problema primero y más complejo de toda filosofía política es un problema de
poder, pero el problema del poder (en el sentido de dominación) es siempre un
problema de poder (en el sentido de agencia). El proyecto de Descartes no es simplemente
filosófico ni simplemente un programa para fundar la nueva ciencia, sino un proyecto social:
mostrar la capacidad del intelecto para encontrar los garantes de su
conocimiento. Saber las propias capacidades como proyecto social. Es en este
sentido la facción más radical de la burguesía ascendiente que se recupera de
la derrota del humanismo en el siglo anterior y adopta una nueva forma de humanismo que ya solamente
puede ser política. Debemos a Descartes el haber situado en el centro del
proyecto social una función para la epistemología: encontrar y fundar la
posibilidad de la posibilidad. Sin la restauración de la confianza en la
agencia, se disuelve esta duplicada posibilidad y la historia queda al albur de
la contingencia.
Podemos discrepar del dualismo de Descartes, como hizo
Spinoza, podemos acusarle de ser un exponente de la filosofía del patriarcado, como ha hecho la epistemología feminista, pero no debemos discrepar de su descubrimiento de la anomalía humana y de que todo
proyecto coherente social debe acoger esta anomalía en su concepción de cómo
son las cosas. Un universo que permite que una parte suya lo conozca, e incluso
bajo ciertas restricciones se conozca a sí mismo, es un universo poderoso,
grande. Por eso seguimos siendo cartesianos a nuestro pesar.
* Los compañeros de Antonio Negri, uno de los líderes del movimiento autonomia operaia no entendían que en un momento de conflictos Negri se retirase a escribir un texto denso y académico sobre Descartes en los finales de los sesenta y comienzos del setenta. Sin embargo sabía bien que tenía que hacerlo si quería entender cómo fue posible el lento ascenso de la conciencia burguesa.
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