domingo, 17 de abril de 2022

El estado de precariedad

 


La precariedad es un estado, es decir, configura una condición de existencia. Es relativa cada momento histórico, técnico, económico y social define un umbral de precariedad, lo que no es relativo es su carácter de exclusión: definimos como “precaria” aquella condición que impide el acceso básico y normal a las posibilidades de planes de vida “normales” o reconocidos como tales en una sociedad.

La precariedad se diferencia del calificativo de “pobreza”, que tiene una dimensión institucional, un estatus objetivo que es medido por las organizaciones mundiales, tal que pueden asignarse cuantificaciones y fronteras, al otro lado de las cuales se sitúan las vidas que discurren en un contexto de escasez que es medido respecto a estándares convencionales, la noción de precariedad adquiere una dimensión fenomenológica en la que el sufrimiento forma parte de una forma de vida donde la pobreza puede ser un componente pero lo que define este estatus es más bien la dificultad para elaborar planes de vida propios.

La pobreza es una forma de vida definida por la escasez. Como el mal, la escasez puede tener orígenes difícilmente evitables o, por el contrario, ser un producto de la organización y el sistema económico, es decir, puede ser escasez producida por la abundancia de otros. La lucha contra la pobreza es parte necesaria de cualquier programa de acción que contemple la justicia y la igualdad como valores reguladores y se enfrente a la escasez inducida. La escasez y pobreza que no tendría que ocurrir dados los recursos de una sociedad, o de la humanidad en su conjunto, define sin la menor duda un punto de partida imprescindible. Pero no es este el objeto de mis reflexiones en este momento, que se orientan hacia la forma de vivencia de la escasez que ha devenido en llamarse “precariedad”. En la pobreza, inducida o no, encontramos sin la menor duda un entorno en el que proliferan las vidas precarias, pero también encontramos formas de vida llenas de solidaridad y de realización. A la pobreza de muchos se opone la opulencia de los pocos, y por ello, levanta un mapa de la injusticia de una sociedad, pero en tanto que condición de escasez no es por sí misma una forma de daño. Lo es cuando la pobreza genera precariedad como estatus.

Al intersecar la pobreza con las posibilidades de agencia, es decir, con los grados de libertad, tal como nos enseña Amartya Sen, es cuando aparece la precariedad como una ausencia de planes de vida, como una fractura del tiempo de la vida en sus aspectos de memoria y proyecto, como un colapso en el presente continuo en donde el vivir se reduce a sobrevivir un día más.

La precariedad se vive como sufrimiento continuo, como una corrosión del carácter, como dificultad insalvable para llegar a ser. Tiene al menos tres dimensiones: la material, la política y la epistémica, es decir, como una subjetividad definida por el no tener, no poder y no saber. en estas tres dimensiones, la pobreza de posibilidades se transmuta en una forma de existencia en la tanto objetiva como subjetivamente se daña la imaginación de trayectorias personales y colectivas de futuro y se producen estados alterados de subjetividad que basculan entre el resentimiento y la nostalgia, entre la reactividad ciega y la desesperanza. La precariedad material no es solo pobreza o escasez, es ante todo imposibilidad de acceso a la cultura material que permite construir planes de vida.

Históricamente, la lucha contra la precariedad bajo la forma de solidaridad definió el horizonte de “seguridad social” como el objetivo político de crear un estado en el que la vivienda y subsistencia, la salud y educación estuviesen garantizados por la sociedad en su conjunto. Bajo la forma de logros del estado de bienestar o los actuales objetivos de renta básica incondicional, la cultura material de la lucha contra la precariedad material consiste en el diseño de una temporalidad sostenida por la redistribución de los recursos sociales en una planificación estratégica. El aspecto material de la precariedad colectiva aparece como una fenomenología que resulta de la fractura o al menos de las grietas amenazantes en la organización de la redistribución de estos recursos. La precariedad material se expresa entonces no tanto como una ausencia inmediata de recursos como en la convicción de que tales recursos no existirán en un futuro. La reproducción social es una de las primeras dañadas por la precariedad. En las sociedades pasadas, el abandono de lo niños, queridos o no, por falta de recursos, o en las sociedades actuales, la opción obligada de no tener hijos por la percepción de la incapacidad de criarlos adecuadamente, expresan una de las más características consecuencias de la precariedad en lo que respecta a la reproducción biológica. En términos personales, la precariedad material se manifiesta en la reducción de la vida a la búsqueda o el mantenimiento del empleo, en la conversión de la biografía en currículo, en la centralidad que adquiere el cálculo de recursos en cada instante de vida.

En lo que respecta a la precariedad política o agencial, se traduce en la percepción del no poder como incapacidad de determinación de la propia vida o de la vida entendida comunitaria y colectivamente. La precariedad agencial entraña una suerte de estado de sumisión obligada, de nihilismo sistémico respecto a toda posibilidad de mejora que no sea por los azares de la fortuna. Esta forma de precariedad tiene una expresión muy gráfica en la proliferación de los locales de apuestas y juegos que se encuentra de forma creciente a medida que uno se interna en los barrios populares. Dejar en manos de la suerte el propio futuro porque no se cree en absoluto que el entorno próximo ofrezca ninguna posibilidad de acción o mejora. El nihilismo de la precariedad agencial recorre todos los estratos de la vida: la desesperanza del adolescente puede conducirle a políticas corporales de adicción a dietas o drogas, a estrategias de diseño del cuerpo que dejan en manos de una futura suerte el propio futuro. La alternativa de la esquina como camello o el triunfo en un deporte como milagro de la suerte son formas características que dan cuenta del daño en la imaginación de las posibilidades propias.

La precariedad epistémica no es la menor de todas. Se traduce en la opacidad del mundo, en la dificultad insalvable para entender lo que pasa y asignar causas a los efectos que se viven dolorosamente. Miranda Fricker ha denominado “injusticia epistémica” a esta forma de precariedad. Kristie Doston la ha llamado “opresión epistémica”, subrayando que la opacidad nace de la exclusión del acceso a los recursos cognitivos comunes que permitirían entender la situación propia y la colectiva. Esta exclusión se traduce en las dificultades para acceder a la educación, pero también en otras muchas carencias entre las que destaca una suerte de soledad epistémica originada por la inexistencia de comunidades de reflexión, de instituciones en las que se puedan dar nombres a las causas de la situación social propia o ajena.

La precariedad es una forma de exclusión de la condición ciudadana. Es una forma de existencia fuera de lo político, entendido como la forma social de orden en el caos del mundo. Las vidas precarias son existencias en el caos, en el margen de la historia. De ahí que la superación de la condición precaria, aunque no se traduzca necesaria ni inmediatamente en bienestar o seguridad social es una condición de emergencia de lo político.  Lo político nace cuando las capas precarias de la sociedad hacen visibles ante los poderes hegemónicos los escenarios que más temen: la voluntad de no trabajar, la exigencia de poder colectivo y la declaración de los nombres de la opresión. En el origen de los estados como reacción política a estos miedos encontramos el nacimiento de lo político como condición humana y como conciencia y lucha contra la precariedad.


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