viernes, 24 de noviembre de 2023

El sentido de la pregunta por el sentido de la vida

 




Desde el soliloquio de Hamlet a las obsesiones de Travis Bickle, el personaje de Taxi Driver que representa Robert de Niro, los dilemas de ser o no ser, de matar o morir, del quietismo o la acción directa, han atormentado a quienes se han rendido a la evidencia de lo poco que la gente puede hacer para resolver los males de un mundo injusto, podrido y, como afirma el protagonista del filme, “poblado por escoria”. Tal vez Paul Schrader, el guionista de Scorsese se inspiró en la anécdota del taxista que preguntó a Bertrand Russell “¿de qué va todo esto?”, “¿cuál es el sentido de la vida?”. Hay desmesura en este modo de plantear los dramas de la vida, una pérdida de escala que aqueja a mentes perdidas, gente enferma de superioridad moral o quizás filósofos de paseo, para usar el título de Ramón del Castillo. Taxi Driver sigue la tradición de personajes atormentados de Fiodor Dostoievski, Jean-Paul Sartre o Albert Camus. El veterano de la guerra de Vietnam con estrés postraumático ejemplifica bien la delirante opción entre el nihilismo o la santidad.

Estas preguntas vuelven en tiempos en que la historia parece acelerarse y entra en túneles oscuros que aumentan la ansiedad o la convierten en la estructura de sentimiento de ciertos tiempos. Notamos estas estructuras de sentimiento en las conversaciones diarias, especialmente tristes en las postrimerías de una pandemia y en los noticiarios cotidianos sobre el cambio climático, los dilemas de la transición energética, el fin de la globalización y la creciente militarización y violencia en el mundo. La desazón y el miedo son emociones peligrosas cuando se encastran en las conciencias y se convierten en estados de ánimo. De estos sentimientos nace la polarización que nos divide por doquier en medios de comunicación y redes sociales, no importa cuál sea el tema del día.

La filosofía analítica en su momento trató de resolver estas preguntas disolviéndolas como malos usos del lenguaje, como si la pregunta de “¿en qué parte del cuerpo está el alma?” fuese del tipo “¿en qué parte del cuerpo están los riñones?” (Terry Eagleton). John Mackie expuso en 1977 lo que se ha llamado la “teoría del error” categorial que afirma que los juicios de valor no pueden ser fundamentados simplemente porque no hay tales propiedades como los valores en el mundo. Volvemos al punto de partida: si no hay moral objetiva solo cabe describir las reacciones virulentas o compasivas de la gente, pero no argumentar racionalmente sobre su legitimidad.

¿Poner en cuestión nuestra vida es un subproducto de que tenemos lenguaje, una mera consecuencia del hecho de que podemos jugar con las representaciones creando preguntas imaginarias como creamos seres de ficción, como si nos preguntamos por los temores de Macbeth al ver moverse el bosque o de Don Quijote al verse derrotado en una playa de Barcelona? Quizás son preguntas que están ahí como signos de que las cosas no van bien, sea en el mundo, como recurrentemente aparecen en ciertos momentos (Virginia Wolf en Mrs. Dalloway, Heidegger en Ser y tiempo, Sartre en El ser y la nada, Albert Camus en El mito de Sísifo) en que los fundamentos del mundo se conmueven bajo fuerzas telúricas de la historia, sea en los tiempos personales en que las pérdidas, las enfermedades, los fracasos o tal vez el hastío hacen crecer la sospecha de que la vida propia ha perdido el rumbo.

¿Qué respuestas asociamos a la pregunta por el significado de la vida? El amor, el cuidado de los nuestros, la fe, religiosa o secular, la esperanza en que el mundo puede ser mejor o al menos que nuestra vida no lo ha empeorado. Todas estas cosas y muchas otras que para nosotros son invaluables vienen a nuestra mente en los momentos de crisis personal, aunque tal vez nos sirvan poco para el doloroso espectáculo de un mundo injusto, violento y en emergencia ecológica. Desgraciadamente, la búsqueda de sentido se ha banalizado y convertido en una industria una redención de la caída en la ansiedad y depresión. La industria de la autoayuda con sus ejemplos de éxito y sencillas recetas distorsiona la raíz de nuestros problemas con recetas como encontrar en uno mismo la solución, o adaptarse a un mundo o a un trabajo que uno considera el origen de los problemas que padece. “Encontrarse a sí mismos”… libros de autoayuda que inundan las librerías y encuentran un tipo característico pero bastante amplio de lector.  Gente que no está de acuerdo con cómo le va la vida y busca respuestas en las palabras de otros, en una continua exploración incansable de estímulos que abran un alivio del sufrimiento y la depresión, o quizás una cura de la enfermedad de la modernidad que es el tedio, el spleen, el aburrimiento del que no se escapa por más series que se vean, novelas románticas o de aventura que se lean o interminables viajes de turismo que se emprendan. Todo es lo mismo, parece decirnos el presente, nada hay nuevo bajo el sol, enunciaba el Eclesiastés, como si esa fuera la condena real de la condición humana. No es extraño pues que la búsqueda de lo interior sea uno de los propósitos más extendidos.


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