El materialismo ha sido un hilo conductor de la filosofía desde sus inicios y poco a poco ha perdido presión de vapor debido a varias causas: la primera, la dificultad de insertar las concepciones de la materia en la ciencia moderna transformada por la ruptura de la dualidad onda-partícula y las equivalencias de materia y energía, transformaciones que produjeron la mecánica cuántica y la relatividad. Otra posible razón es la ruptura que produjo en la historia del materialismo la introducción del término "materialismo histórico" por parte de Marx, quien a pesar de haber trabajado en su juventud sobre el materialismo griego, indujo la idea de que el materialismo se debería referir básicamente a los ciclos de reproducción social humana y en particular a los ciclos de los modos de producción. Otra tercera razón es más bien metafísica: las metafísicas contemporáneas se han enredado en discusiones sobre la forma, bien en la línea analítica con el problema de la causalidad mental, bien en la forma continental con la línea spinoziana del devenir que, como el río que nos lleva, no permite una topografía distante de las cosas.
Sin embargo, la historia misma de los cambios culturales debería permitirnos una renovación de la filosofía del materialismo. Esbozo algunos de estos cambios en las últimas dos centurias:
- El desarrollo de la biología, desde Darwin y su teoría de la formación de las especies a través de procesos no dirigidos por ningún plan hasta la moderna bioquímica que muestra cada día las bases materiales de la vida.
- El progresivo abandono de la imagen dualista de lo mental, incluida la variedad dualista de la idea de la mente como un procesador de símbolos. La mente, en el poscognitivismo, se entiende como un producto de un sistema de sistema dinámico formado por las sincronías de los osciladores que son las neuronas y los intercambios mecánicos, energéticos e informacionales con el entorno.
- La conciencia ecológica de que la zona crítica donde habita la vida es frágil y vulnerable y constriñe la existencia de los humanos, como la de todos los seres vivos, y con ello todas las formas de producción y reproducción social.
Estos tres cambios se unen a muchos otros que dejo a un lado y que, en conjunto, nos deberían dar una base para volver a repensar las ideas que iniciaron Leucipo, Demócrito, Epicuro y Lucrecio y que continuaron en la modernidad Galileo, Holbach y tanta otra gente.
Volver a los materiales. Volver a la materia. Más allá del antropocentrismo, una visión materialista debería pensar en en universo como un sistema dinámico que ha hecho posible una dinámica muy especial de materia, energía e información en la zona crítica del planeta Tierra: comenzar, ¿por qué no? por pensar la dinámica de la zona crítica como un inmenso flujo de materiales. La vida en su conjunto es un sistema de transformación de materiales: la biomasa y su metabolismo del carbono y de otros minerales críticos como el nitrógeno, el fósforo o el potasio. El ciclo del carbono que produce el tejido de la vida, que se emite a la atmósfera en forma de C02, o que se deposita en la zona crítica en forma de carbonatos, como hacen, por ejemplo los cocolitóferos, algas unicelulares marinas que tienen una cobertura de calcita, o los huesos que depositan los animales al convertirse en cadáveres que vuelven a reproducir el ciclo de la vida.
Los materiales y la energía y la información forman un sistema dinámico incababable, que tiene ciclos básicos que hacen posible la permanencia de la vida y transformaciones que la convierten en un sistema histórico, impredecible, cambiante, vulnerable.
Más allá del metabolismo están los materiales que se convierten en herramientas por parte de los animales, que transforman el hábitat en refugios o trampas para presas.
Más allá, está el flujo de materiales humanos: los procesos de extracción de materias primas, de materias biogénicas, que permiten la alimentación; los procesos de transporte y de producción, de creación y transformación de las materias primas en materiales que formarán parte de las infraestructuras, de la alimentación y el vestido, de la cultura material.
Cada pequeña variación produce transformaciones inusitadas en la cultura. Por supuesto las revoluciones industriales, cuya base fue y es el dominio del flujo y la transformación de los materiales. Pero también las revoluciones culturales producidad por el uso de materiales como la cerámica (el ser humano nació del barro, dice la Biblia, y dijo Platón en el Timeo, desde la alfarería a las nuevas cerámicas de uso avanzado: militar o civil, por ejemplo en los discos de freno de los automóviles), los metales, los polímeros (fibras animales, fibras vegetales, fibras nuevas: plásticos...); los composites (el adobe de los sumerios, el hormigón de los romanos, el cemento armado de la ciudad contemporánea, los nuevos materiales compuestos).
El cambio de la seda al naylon, del hule a la inmensa variedad de plásticos: si hubiera que definir nuestra era dentro de la época del Antropoceno habría que llamarla la era del plástico, del mismo modo que las anteriores fueron eras de metales.
No se pueden estudiar las dinámicas y límites de la energía, ni las irrupciones de la información sin pensar en los materiales. De hecho, cabe pensar que la tercera guerra mundial ha comenzado precisamente por una disputa por materiales.
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