domingo, 17 de septiembre de 2017

Imaginar lo inimaginable



¿Qué relaciones existen entre la imaginación y la política?, ¿cuáles son los límites de la imaginación y cómo afecta a la agencia en los contextos políticos? Este es el tema de la charla que di este verano en el curso que organizaban Manuel Bedia y David Pérez sobre el futuro de la política ¿Es posible imaginar una sociedad diferente a la actual, no necesariamente utópica en el mal sentido de la palabra, sino estructuralmente distinta?

La imaginación del futuro en plazos largos, como resultado de proyectos políticos, no ha sido bien vista ni recomendada por muchos filósofos o políticos. El argumento de mayor peso fue el de Karl Popper, para quien los grandes proyectos holísticos no son sino profecías sin sentido, pues la historia es un producto contingente, en parte como consecuencias no queridas de los mismos proyectos que solo permite tecnologías fragmentarias sobre aspectos muy locales de la realidad. Marx también habló contra la imaginación en política. Para él toda anticipación de una nueva sociedad era una forma de autoengaño. Sólo admitía el trabajo del viejo topo, de minar lo actual y dejar que el futuro venga de la ruina del presente. También, en otro sentido, su concepción de la política práctica era fragmentaria, por más que tuviese un horizonte histórico.

¿Es posible una noción de agencia política que esté más allá de la dicotomía entre lo local y lo holístico y permita un ejercicio autónomo de la imaginación política?

Un problema clásico de la filosofía política es el de definir dónde comienza la política, pero, en general, pueden distinguirse dos planos: el de lo gerencial, es decir, el de la administración institucional, y el de los grandes planes y proyectos políticos. Una razón para poner en cuestión la dicotomía entre lo local y lo holístico es la observación de que la práctica cotidiana mezcla ambos planos. Pequeñas decisiones en urbanismo, como ejemplo, pueden significar antagonismos y disputas globales sobre los modos de vivir y habitar una ciudad.  La agencia política no puramente gerencial comienza en los detalles insignificantes, donde ya se ponen de manifiesto las grandes concepciones del mundo y cómo organizarlo.

La agencia, en términos de teoría de la acción, puede definirse como una capacidad humana para “hacer posible lo posible”, lo que implica una conciencia clara epistémica de las posibilidades (físicas, técnicas, sociales, morales) y una voluntad explícita de vencer las resistencias, internas y externas, a la posibilidad de la posibilidad. La política, como proyectos colectivos, como práctica diaria y como discursos y argumentaciones, versa siempre sobre las posibilidades de las posibilidades y sobre las capacidades para determinar y hacer reales estas posibilidades. En esto y no en otra cosa consisten los programas políticos y sociales: un programa es una oferta de posibilidad a una sociedad, que debe deliberar y, en su caso, hacerse cargo de su realización. Los programas están sometidos a muchas constricciones de orden moral, pero también y sobre todo a las restricciones de las capacidades de una sociedad para llevarlos a cabo. En el conocimiento y en las capacidades operan múltiples dimensiones de voluntad, pero también de imaginación y deseo. Al final, la política, como tantas acciones humanas, construye paisajes de eficiencia, con máximos y mínimos locales que hablan de la capacidad de hacer posible lo posible.

La imaginación, como la creatividad, son los modos humanos de trascender la realidad. Kant fue quien unió definitivamente la cuestión de la imaginación y la de la agencia o espontaneidad humanas, en el triple plano del juicio teórico, práctico y creativo. La trascendencia comienza en la misma noción de un problema: saber que algo podría ser de otro modo y preguntarse por la solución ya es un modo de trascender lo real. La imaginación política comienza pues en el momento en el que se plantea un problema como un problema, es decir, cuando no se deja que la realidad (o el mercado, o el tiempo) definan las posibilidades futuras.

El problema de la imaginación política, planteado así en términos de agencia, nos lleva a la cuestión de qué modelos (utopías, si se quiere) son posibles y a determinar las condiciones de posibilidad. Es un ejercicio que no puede ser sido llevado a cabo colectivamente. Un programa no es un diseño de un ingeniero sino un ejercicio racional de trascendencia de la realidad de un colectivo o sociedad. Superar los límites de la imaginación es, en este sentido, superar ya las limitaciones externas e internas de la agencia. Desde este punto de vista, podemos volver la mirada a las situaciones contemporáneas en las que los ciudadanos se sienten individual y colectivamente impotentes para la transformación del mundo y dejan que sean las instancias de lo real, los grandes poderes, el mercado, etcétera, las que produzcan por sí mismas las transformaciones de lo real. En buena medida, en lo que consiste la agencia política es en desarrollar la dirección contraria, la de fortalecer las comunidades para hacerse cargo de sus potencialidades de transformación y de sus capacidades para llevarlas a cabo.


Para plantear las cosas crudamente: ¿podemos aún imaginar una sociedad socialista, comunista o libertaria, donde lo común sea la regla que instituya la política? Hay muchas barreras que saltar, llenas de obstáculos y diversas formas psicológicas y sociales de alambres de espino, pero las más altas son las barreras a la imaginación. Acaso, de entre las derrotas y ruinas de la historia, la tumba de la imaginación debería ser la primera en abrirse. La imaginación tiene una naturaleza vegetal. Desenterrada y regada, vuelve a florecer. 

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