¿Qué relaciones existen entre la imaginación y la política?,
¿cuáles son los límites de la imaginación y cómo afecta a la agencia en los
contextos políticos? Este es el tema de la charla que di este verano en el
curso que organizaban Manuel Bedia y David Pérez sobre el futuro de la política
¿Es posible imaginar una sociedad diferente a la actual, no necesariamente
utópica en el mal sentido de la palabra, sino estructuralmente distinta?
La imaginación del futuro en plazos largos, como resultado
de proyectos políticos, no ha sido bien vista ni recomendada por muchos
filósofos o políticos. El argumento de mayor peso fue el de Karl Popper, para
quien los grandes proyectos holísticos no son sino profecías sin sentido, pues
la historia es un producto contingente, en parte como consecuencias no queridas
de los mismos proyectos que solo permite tecnologías fragmentarias sobre
aspectos muy locales de la realidad. Marx también habló contra la imaginación en política. Para
él toda anticipación de una nueva sociedad era una forma de autoengaño. Sólo
admitía el trabajo del viejo topo, de minar lo actual y dejar que el futuro
venga de la ruina del presente. También, en otro sentido, su concepción de la
política práctica era fragmentaria, por más que tuviese un horizonte histórico.
¿Es posible una noción de agencia política que esté más allá
de la dicotomía entre lo local y lo holístico y permita un ejercicio autónomo
de la imaginación política?
Un problema clásico de la filosofía política es el de
definir dónde comienza la política, pero, en general, pueden distinguirse dos
planos: el de lo gerencial, es decir, el de la administración institucional, y
el de los grandes planes y proyectos políticos. Una razón para poner en
cuestión la dicotomía entre lo local y lo holístico es la observación de que la
práctica cotidiana mezcla ambos planos. Pequeñas decisiones en urbanismo, como
ejemplo, pueden significar antagonismos y disputas globales sobre los modos de
vivir y habitar una ciudad. La agencia
política no puramente gerencial comienza en los detalles insignificantes, donde
ya se ponen de manifiesto las grandes concepciones del mundo y cómo
organizarlo.
La agencia, en términos de teoría de la acción, puede
definirse como una capacidad humana para “hacer posible lo posible”, lo que
implica una conciencia clara epistémica de las posibilidades (físicas,
técnicas, sociales, morales) y una voluntad explícita de vencer las
resistencias, internas y externas, a la posibilidad de la posibilidad. La política, como proyectos colectivos, como práctica diaria
y como discursos y argumentaciones, versa siempre sobre las posibilidades de
las posibilidades y sobre las capacidades para determinar y hacer reales estas
posibilidades. En esto y no en otra cosa consisten los programas políticos y
sociales: un programa es una oferta de posibilidad a una sociedad, que debe
deliberar y, en su caso, hacerse cargo de su realización. Los programas están
sometidos a muchas constricciones de orden moral, pero también y sobre todo a
las restricciones de las capacidades de una sociedad para llevarlos a cabo. En
el conocimiento y en las capacidades operan múltiples dimensiones de voluntad,
pero también de imaginación y deseo. Al final, la política, como tantas
acciones humanas, construye paisajes de
eficiencia, con máximos y mínimos locales que hablan de la capacidad de
hacer posible lo posible.
La imaginación, como la creatividad, son los modos humanos
de trascender la realidad. Kant fue quien unió definitivamente la cuestión de
la imaginación y la de la agencia o espontaneidad humanas, en el triple plano
del juicio teórico, práctico y creativo. La trascendencia comienza en la misma
noción de un problema: saber que algo podría ser de otro modo y preguntarse por
la solución ya es un modo de trascender lo real. La imaginación política
comienza pues en el momento en el que se plantea un problema como un problema,
es decir, cuando no se deja que la realidad (o el mercado, o el tiempo) definan
las posibilidades futuras.
El problema de la imaginación política, planteado así en
términos de agencia, nos lleva a la cuestión de qué modelos (utopías, si se
quiere) son posibles y a determinar las condiciones de posibilidad. Es un
ejercicio que no puede ser sido llevado a cabo colectivamente. Un programa no
es un diseño de un ingeniero sino un ejercicio racional de trascendencia de la
realidad de un colectivo o sociedad. Superar los límites de la imaginación es,
en este sentido, superar ya las limitaciones externas e internas de la agencia. Desde este punto de vista, podemos volver la mirada a las
situaciones contemporáneas en las que los ciudadanos se sienten individual y
colectivamente impotentes para la transformación del mundo y dejan que sean las
instancias de lo real, los grandes poderes, el mercado, etcétera, las que
produzcan por sí mismas las transformaciones de lo real. En buena medida, en lo
que consiste la agencia política es en desarrollar la dirección contraria, la
de fortalecer las comunidades para hacerse cargo de sus potencialidades de
transformación y de sus capacidades para llevarlas a cabo.
Para plantear las cosas crudamente: ¿podemos aún imaginar
una sociedad socialista, comunista o libertaria, donde lo común sea la regla
que instituya la política? Hay muchas barreras que saltar, llenas de obstáculos
y diversas formas psicológicas y sociales de alambres de espino, pero las más
altas son las barreras a la imaginación. Acaso, de entre las derrotas y ruinas
de la historia, la tumba de la imaginación debería ser la primera en abrirse.
La imaginación tiene una naturaleza vegetal. Desenterrada y regada, vuelve a
florecer.
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