Desde el soliloquio de Hamlet a las obsesiones
de Travis Bickle, el personaje de Taxi Driver que representa Robert de Niro,
los dilemas de ser o no ser, de matar o morir, del quietismo o la acción
directa, han atormentado a quienes se han rendido a la evidencia de lo poco que
la gente puede hacer para resolver los males de un mundo injusto, podrido y,
como afirma el protagonista del filme, “poblado por escoria”. Tal vez Paul
Schrader, el guionista de Scorsese se inspiró en la anécdota del taxista que
preguntó a Bertrand Russell “¿de qué va todo esto?”, “¿cuál es el sentido de la
vida?”. Hay desmesura en este modo de plantear los dramas de la vida, una
pérdida de escala que aqueja a mentes perdidas, gente enferma de superioridad
moral o quizás filósofos de paseo, para usar el título de Ramón del Castillo.
Taxi Driver sigue la tradición de personajes atormentados de Fiodor
Dostoievski, Jean-Paul Sartre o Albert Camus. El veterano de la guerra de
Vietnam con estrés postraumático ejemplifica bien la delirante opción entre el
nihilismo o la santidad.
Estas preguntas vuelven en tiempos en que la
historia parece acelerarse y entra en túneles oscuros que aumentan la ansiedad
o la convierten en la estructura de sentimiento de ciertos tiempos. Notamos
estas estructuras de sentimiento en las conversaciones diarias, especialmente
tristes en las postrimerías de una pandemia y en los noticiarios cotidianos
sobre el cambio climático, los dilemas de la transición energética, el fin de
la globalización y la creciente militarización y violencia en el mundo. La
desazón y el miedo son emociones peligrosas cuando se encastran en las
conciencias y se convierten en estados de ánimo. De estos sentimientos nace la
polarización que nos divide por doquier en medios de comunicación y redes
sociales, no importa cuál sea el tema del día.
La filosofía analítica en su momento trató de
resolver estas preguntas disolviéndolas como malos usos del lenguaje, como si
la pregunta de “¿en qué parte del cuerpo está el alma?” fuese del tipo “¿en qué
parte del cuerpo están los riñones?” (Terry Eagleton). John Mackie expuso en
1977 lo que se ha llamado la “teoría del error” categorial que afirma que los
juicios de valor no pueden ser fundamentados simplemente porque no hay tales
propiedades como los valores en el mundo. Volvemos al punto de partida: si no
hay moral objetiva solo cabe describir las reacciones virulentas o compasivas
de la gente, pero no argumentar racionalmente sobre su legitimidad.
¿Poner en cuestión nuestra vida es un subproducto
de que tenemos lenguaje, una mera consecuencia del hecho de que podemos jugar
con las representaciones creando preguntas imaginarias como creamos seres de
ficción, como si nos preguntamos por los temores de Macbeth al ver moverse el
bosque o de Don Quijote al verse derrotado en una playa de Barcelona? Quizás
son preguntas que están ahí como signos de que las cosas no van bien, sea en el
mundo, como recurrentemente aparecen en ciertos momentos (Virginia Wolf en Mrs.
Dalloway, Heidegger en Ser y tiempo, Sartre en El ser y la nada,
Albert Camus en El mito de Sísifo) en que los fundamentos del mundo se
conmueven bajo fuerzas telúricas de la historia, sea en los tiempos personales
en que las pérdidas, las enfermedades, los fracasos o tal vez el hastío hacen
crecer la sospecha de que la vida propia ha perdido el rumbo.
¿Qué respuestas asociamos a la pregunta por el
significado de la vida? El amor, el cuidado de los nuestros, la fe, religiosa o
secular, la esperanza en que el mundo puede ser mejor o al menos que nuestra
vida no lo ha empeorado. Todas estas cosas y muchas otras que para nosotros son
invaluables vienen a nuestra mente en los momentos de crisis personal, aunque
tal vez nos sirvan poco para el doloroso espectáculo de un mundo injusto,
violento y en emergencia ecológica. Desgraciadamente, la búsqueda de sentido se
ha banalizado y convertido en una industria una redención de la caída en la
ansiedad y depresión. La industria de la autoayuda con sus ejemplos de éxito y
sencillas recetas distorsiona la raíz de nuestros problemas con recetas como
encontrar en uno mismo la solución, o adaptarse a un mundo o a un trabajo que
uno considera el origen de los problemas que padece. “Encontrarse a sí mismos”…
libros de autoayuda que inundan las librerías y encuentran un tipo
característico pero bastante amplio de lector. Gente que no
está de acuerdo con cómo le va la vida y busca respuestas en las palabras de
otros, en una continua exploración incansable de estímulos que abran un alivio
del sufrimiento y la depresión, o quizás una cura de la enfermedad de la
modernidad que es el tedio, el spleen, el aburrimiento del que no se escapa por
más series que se vean, novelas románticas o de aventura que se lean o
interminables viajes de turismo que se emprendan. Todo es lo mismo, parece
decirnos el presente, nada hay nuevo bajo el sol, enunciaba el Eclesiastés,
como si esa fuera la condena real de la condición humana. No es extraño pues
que la búsqueda de lo interior sea uno de los propósitos más extendidos.