miércoles, 26 de agosto de 2009

La virtud de la ignorancia

Al comienzo de El nacimiento de la tragedia se pregunta Nietzsche si acaso los griegos fueron pesimistas cuando eran fuertes y creativos y comenzaron a ser optimistas cuando entraron en una etapa de decadencia civilizatoria. Señala nuestro querido pesimista que hay una forma de pesimismo que denota sobreabundancia vital, y gusto por la represntación del mal, y una forma débil de optimismo que nace de la incapacidad para aceptar la situación presente. Hay una frase en la novela Nieve de Pamuk que me hizo recordar a Nietzsche: "cuando uno es feliz, no sabe que es feliz". Hay ciertos estados que parecen exigir la ignorancia. La felicidad es uno de ellos: no hay síntoma más claro de autoengaño que frases como "¡qué bien lo estamos pasando!, que uno suele oir en situaciones en las que se observa un denodado e impotente esfuerzo por ser feliz. "Me preguntaba qué sería ser feliz, y no me daba cuenta que la felicidad era precisamente lo que me estaba ocurriendo entonces". La memoria nos informa detalladamente mediante la nostalgia de estados de felicidad en los que no reparábamos. La ignorancia protegía nuestra felicidad.
Otros estados que exigen ignorancia:
Cuando uno hace el bien no sabe que hace el bien: el hipócrita es aquél que se esfuerza en presentar sus acciones como virtuosas, cuando no son otra cosa que medios para ser admirado, reconocido, etc. Meras ilusiones de moralidad. No hay sociedades más hipócritas que las puritanas, siempre empeñadas en aparecer como virtuosas.
Cuando uno ama no sabe que está amando: el amor, paradójicamente, sólo existe como inconsciencia. Algo muy parecido a la felicidad: no hay frase más peligrosa que "te amo".
Y sin embargo los daños, dolores, equivocaciones y desengaños son los territorios del conocimiento explícito: el dolor es, a diferencia de la felicidad, la conciencia del dolor, lo mismo ocurre con la mayoría de los estados negativos.
Me pregunto si no consistía en este valor de la ignorancia la sabiduría de los griegos cuando cultivaron la tragedia como forma de religión civil: su voluntad de saber como voluntad de un pueblo feliz que se pregunta por sus zonas erróneas.

8 comentarios:

  1. ¡Qué bien¡, antes de lo previsto. Como dicen por Salamanca, ¡qué majo¡

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  2. mejor que la de Pamuk esta la de tu comentario:"la memoria nos informa mediante la nostalgia de estados de felicidad en los que no reparábamos".

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  3. Me recuerda una frase de Mafalda
    "No es cierto que todo tiempo pasado fue mejor. Lo que pasaba era que los que estaban peor, todavía no se habían dado cuenta."

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  4. En la idea general estoy de acuerdo: que hay ciertos estados mentales que no son accesibles a la consciencia, o quizá sólo echando la vista atrás, nunca en el presente. Ahora la casuística. No me meto en el caso del bien, porque lo considero una estipulación social, y supongo que en esta sociedad el concepto funciona como lo describes, aunque no lo tengo muy claro en virtud de una mirada a los supuestos abanderados de la moral. En cualquier caso debería funcionar como lo describes. Pero en el caso del amor no estoy de acuerdo. El estado fenomenológico me lleva a la percatación del estado. Es, en cierto sentido, transparente y me lleva a murmurar algo como "algo está pasando aquí..." Al menos la cosa funciona así conmigo. Otra cosa es que derivadamente pueda ser inconsciente en otros muchos aspectos derivados de ese estado (que cometo actos estúpidos o cosas similares), en cuyo caso puedo decir "el amor me hizo hacer el tonto", "el amor me embelesó al hacer esto o aquello" o cosas así. Pero no creo que haya nada incorrecto en la actitud asociada a esas frases. Se puede ser inconsciente respecto a las consecuencias de las acciones siendo consciente del estado bajo el cual se realizan, a menos que el estado se defina por referencia a sus consecuencias. Ese es el punto, y creo que con el amor no sucede así. Al menos, bajo "mi" definición de amor. Pero todo esto es muy resbaladizo.

    Buen post y perdón por la pedantería de este comentario.

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  5. Gracias por todos los comentarios. El de Ignatius es oportuno: yo estuve meditando si hacer una afirmación tan fuerte sobre el amor, pero aún así creo que la sostendría. Amamos, pero del amor que sentimos no tenemos evidencias, sino, en todo caso, síntomas, que en ocasiones consideramos para auto explicarnos. Ahí es donde encajaría las preguntas que se hace Ignatius.

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  6. Se puede hacer el bien con plena consciencia y humildad al mismo tiempo. De lo contrario, hacer el bien sin saberlo sería obrar aintencionalmente, lo que -a diferencia de las acciones que llamamos buenas- carece de calificación y relevancia moral.

    Bella reflexión en cualquier caso.

    Saludos.

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  7. De acuerdo también: buena objeción. Pero una cosa es intentar hacer lo correcto, y hacerlo porque se considera que es correcto, y otra cosa distinta es "saber" que se está haciendo lo correcto: en castellano hay una expresión preciosa para captar esta profunda distancia: "el infierno está empedrado con buenas intenciones". En filosofía le damos un nombre menos interesante y más preciso, se llama "suerte moral", la que se necesita para que las buenas intenciones acierten. Bernard Williams fue quien comenzó a trabajar sobre el tema, aunque ya está presente en la historia de la ética.

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  8. ¡que feliz sería si fuese feliz!
    ¡que feliz sería si tuviera más ignorancia, la fórmula de la felicidad!

    Enhorabuena por el blog, te he agregado a mis favoritos! ;)

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