miércoles, 29 de diciembre de 2010

El arte de la distancia


Según muchos pensadores contemporáneos muy cercanos a las tesis de la sociedad del espectáculo de Guy Debord, la función de la ideología habría ya desaparecido en las formas contemporáneas de capitalismo. La ideología, para la filosofía marxista, tiene como función ocultar la realidad y las condiciones reales de existencia, la naturaleza social de los vínculos que atan a los grupos y clases, y presentar como sustituto la idea de fuerzas naturales que hacen que parezca natural y necesario lo que no es sino artificial y contingente. En la sociedad del espectáculo rige por el contrario una razón cínica donde todos saben lo que pasa, pero no importa. La ideología ya no oculta, al contrario, hace visibles los lugares y puestos de cada grupo y clase. No hay nada que ocultar porque, sostienen estos autores, se ha creado ya la convicción de que no hay alternativa posible. Todo es imagen, simulacro, todo está a la vista: disfrutamos de los placeres y los dolores del mundo a la hora de las noticias. Nadie se engaña. Pero el efecto es el mismo: saber que es artificial no cambia la convicción de que no hay alternativa.
Tengo que confesar que nunca he sido suficientemente posmoderno como para dejarme sugestionar por las tesis de la sociedad del espectáculo completamente (aunque me parecen iluminadoras en otros aspectos). Más bien creo lo contrario: que estamos perdiendo el arte de la distancia, de la sospecha de que podemos estar siendo engañados, incluso o sobre todo por nosotros mismos. Demasiada realidad, por mucho que se disfrace de simulacro.
Como si no fueran ya necesarios los relatos y la imaginación. No es por ello extraño que la gente confunda la imaginación con los videojuegos que repiten una y otra vez la misma jugada, el mismo personaje, la misma historia.
Algunos piensan que la filtración de los papeles de Wikileaks confirma lo que ya sabíamos. Todo a la vista.
Pero no. No porque exista algo sorprendente en esos papeles: quién se va a asombrar de que los gobiernos mientan a sus ciudadanos. Sino porque restaura la imaginación y la capacidad de distinguir el espectáculo y la realidad. Demasiada realidad: ya no importa la información cuando hay demasiada realidad. Pero no. Necesitamos la información porque estamos perdiendo la capacidad de imaginar.

El filósofo canadiense Peter Ludlow ha escrito recientemente un trabajo sobre la filosofía política de Julian Assange y su tesis de que las redes que él llama "conspiraciones" son nuevas instituciones que actúan sin cabeza, pero con una dirección definida: no sirve cambiar una parte, sino mostrar que en la sociedad actúan estas estructuras. Son estructuras que producen ocultamientos no porque haya nada que ocultar necesariamente, sino porque lo que se quiere ocultar es la propia responsabilidad. Es interesante sobre todo porque explica la omnipresencia de estos mecanismos y de cómo son tan absorbentes, y sobre todo tan alejados de cualquier glamour que pudiese pensarse asociado al término "conspiración": las conspiraciones, sostiene son mecanismos cognitivos más que otra cosa. Puede que la ideología ya no sea lo que fue. Pero el engaño y el autoengaño siguen siendo lo que siempre fueron.


(Hay innumerables entradas en la red, entre ellas en su página personal).


jueves, 23 de diciembre de 2010

También se cantará en los tiempos oscuros




(Paul Klee: El ángel olvidadizo)


VII


Siempre puede haber un tiempo de inocencia.
Nunca existe un lugar. O si no existe un tiempo,
Si no es cosa de tiempo, ni de espacio,

Existiendo, a solas, en su idea,
En el sentido contra la calamidad, no es por ello
Menos real. Para el filósofo más frío y más anciano

Hay o debe de haber un tiempo de inocencia
Como puro principio. Su naturaleza es su fin,
Que debería ser y no ser a un tiempo, una cosa

Que estimula la piedad de un hombre piadoso,
Como un libro al atardecer, hermoso pero falso.
Como un libro al alba, hermoso y verdadero.

Es como una cosa de éter que existe
Casi como predicado. Pero existe,
Existe, y es visible, existe, es.

Así, entonces, estas luces, no son un hechizo de luz,
Un refrán caído de una nube, sino inocencia.
Inocencia de la tierra y no un signo falso

O un símbolo de malicia. Que participamos
De eso mismo, yacemos como niños en esta santidad,
Como si, despiertos, yaciésemos en la quietud del sueño,

Como si la madre inocente cantase en la oscuridad
De la habitación y en un acordeón apenas oído,
Crease el tiempo y el espacio en el que respirábamos..

(Wallace Stevens)


Que la felicidad os encuentre disponibles


domingo, 19 de diciembre de 2010

Producción de ausencia





Acabo de ver Film Socialisme de Godard y querría que la palabra e imagen sirviera de tarjeta de felicitación de fin de año a todos los que están por ahí, enredados.

No llegará lejos. Claro. Hoy El Semanal de El País trae en portada a Belén Esteban como fenómeno mediático (para quienes leen desde otros lugares, se trata de una persona que ha logrado una audiencia que sólo la TV consigue en estos tiempos: exhibiendo la curiosidad, o monstruosidad, de una nativa de la clase obrera con todos sus dejes que ha llegado a su media hora de fama por sus trayectorias carnales. No tiene que ver con ella lo que sigue. En cierta forma todos somos ella); esta semana estrenan en Madrid en un cine oculto ( Pequeño Cine Estudio) la película de Godard.
No es casual. Ambos sucesos, eventos, hablan de lo mismo.
Una Europa errática como un buque de turismo masivo perdido entre imágenes y palabras, entre la memoria y una desesperanza irremediable.
Godard ha elaborado un collage de imágenes, sonidos, citas (todos querríamos escribir un libro de citas), pensamientos, sentimientos y proyectos fracasados. Quo vadis Europa, es el tema de la película, que se entiende muy bien, demasiado bien, por eso los circuitos marginales, estos días. De la nada ("he conocido a la nada-- dice una voz en off-- y estaba más bien delgada) a la nada.
No hay respuesta a las preguntas que uno grita en los bordes del abismo. Sólo ecos que las repiten.
Felices fiestas.

jueves, 16 de diciembre de 2010

El avatar del cuarto de al lado


"Cada cuarto propio comporta la posibilidad de contener un ojo que mira o su equivalente óptico artificial. La mirada viene dada por el pensamiento de que puede haber alguien al otro lado que observa. Cada edificio repleto de ventanas esconde en cada una de ellas, apagadas, la contingencia de camuflar un ojo voyeur, la eventualidad de ser una ventana indiscreta.
Resulta inquietante, atemoriza ese lado que no llegamos a ver sino como potencial mirada tras una cortina o tras una fisura entre la puerta y la pared. En ese transcurso, de descubrimiento de la mirada se produce un proceso de subjetivación: no vemos el objeto sino la mirada misma, aquello que en el gesto se convierte en una entidad mítica."

Así inicia Remedios Zafra el capítulo "El cuarto de al lado" de su Un cuarto propio conectado (Fórcola ediciones, 2010). Es un libro de fenomenología poética de alguien que ha nacido y habita en la sociedad-net, de una netiana que examina su vida y las vidas contemporáneas bajo la luz de Virginia Woolf, quien había convertido el cuarto propio en signo de identidad: un espacio-cuerpo libre de sumisión.




El cuerpo-espacio que es el cuarto conectado nos relaciona con nosotros mismos y con el mundo bajo un régimen de miradas múltiples: miradas a la pantalla, ruidos que conectan el cuerpo con el resto de los cuerpos de la vecindad, avatares de uno mismo que andan libres por un espacio material-virtual y que son algo más que espejos, algo menos que yoes-otro, algo diferente al yo con el que dialogábamos cuando nuestra existencia discurría en el cuarto-habitación de Heidegger, morada oscura de un yo solitario jesuítico.
El cuerpo-espacio conectado es un cuerpo-mente extendido por un espacio material e imaginario a la vez, solitario y poblado de miradas. El cuerpo-espacio donde se desenvuelven las identidades netianas es menos un lugar, sostiene Remedios Zafra, que una heterotopía.
Una ex-posición tan llena de sugerencias como de iluminación de las zonas remotas de nuestra existencia. Tan profunda como la piel.


sábado, 11 de diciembre de 2010

Los que confunden la vida y el lenguaje


Las cincuenta pastillas de Seconal que llevaron a Alejandra Pizarnik, en 1972, a las sendas negras de la existencia en la nube, marcaron la frontera de la vida y el lenguaje a quien se había negado a reconocer ese limen.
Para tod*s aquell*s para quienes esa frontera siga siendo un pantano que se sabe y no se quiere atravesar las palabras de Alejandra tendrán un sentido inmediato:

LOS DE LO OCULTO

PARA QUE LAS PALABRAS no basten es preciso alguna muerte en el corazón.

La luz del lenguaje me cubre como una música, imagen mordida por los perros del desconsuelo, y el invierno sube por mí como la enamorada del muro.

Cuando espero dejar de esperar, sucede tu caída dentro de mí. Ya no soy más que un adentro.

Ya no somos más que un adentro: residuos de un tiempo de fronteras y muros que se establecieron para ayudarnos (amenazarnos) a distinguir la realidad de la apariencia y terminaron encerrando las almas en un adentro que no quiso reconocer la realidad. Como si las palabras bastasen para distinguir la vida y el lenguaje.


miércoles, 8 de diciembre de 2010

La noche de la valquiria


Ayer tuve la suerte de asistir (a la distancia proletaria que permiten las emisiones en directo a cines) al estreno de La Valquiria de Wagner en La Scala de Milán dirigida por Daniel Barenboim. Afuera, los italianos se manifestaban contra los recortes económicos en cultura y educación que está infligiendo el estado (italiano, todos). Se tocó el himno nacional (estaba presente el presidente Giorgio Napolitano) y, a continuación, el director, siempre consciente de su lugar y tiempo, comenzó por declarar su preocupación por el futuro de la cultura en Europa. Leyó el artículo 9 de la constitución italiana que promete la protección a la cultura científica y humanística y, tras un encendido aplauso, dio comienzo a la representación. Era imposible que tal marco no determinase la interpretación.
La Valquiria
es la parte de El anillo del nibelungo que ilumina más el mundo de los hombres: héroes y villanos, amores y odios de tribus. Los dioses (Wotan) son conscientes de su pecado: se han vendido al oro y ahora están amenazados por los ejércitos del mal: los ejércitos del nibelungo Alberich, que abominan del amor y representan la fuerza del poder del dinero, les amenazan y la lenta recolección de héroes muertos que Wotan ha emprendido no bastará para detener el curso de la historia. Creen los dioses que sólo un héroe (humano, libre) puede salvarlos. Wotan ha creído ver en el Welsungo Siegmund el sueño de este héroe (que los dioses sueñan con un héroe humano es el mensaje de Wagner. Que los dioses estén enfrentados a un destino trágico es el tema que resuena en el heideggeriano "demasiado tarde para los dioses, demasiado pronto para el Ser"). El héroe también está destinado a un fin trágico: los dioses tienen que elegir entre la moral del héroe y la moral convencional y eligen la última. Siegmund es condenado pero la Valquiria Brünnhilde salva el futuro (Siegfried) a costa de su propia inmortalidad: su precio es convertirse en humana.
Metáfora de la aristocracia cultural alemana en decadencia ante los ejércitos de la burguesía y el mercado, las parábolas de El anillo de los nibelungos sonaban anoche como trompetas que llamaban a un juicio final a los señores de Europa. Amor contra mercado, héroes contra dioses, valentía frente a los miserables que mandan. Weslungos por los bosques en perpetua huida de los bárbaros interiores, condenados al sacrificio por las diosas de los mercados (¿por qué se parecería tanto la diosa Fricka, esposa de Wotan (Ekaterina Gubanova) a Ángela Merkel?).
Como la prostituta de Pretty Woman atendiendo a La Traviatta, no pude evitar las lágrimas en varios momentos: el romanticismo me puede. Pero mi cabeza seguía maquinando: el tiempo de los dioses está feneciendo y llaman en su agonía a los héroes de los hombres. Como si el tiempo de los héroes aún fuese posible.
La nostalgia de Wagner, que resonó en la llamada de Daniel Barenboim, llenaba el espacio real de La Scala de melancolía y sueños de un mundo otro, desde éste, ya desencantado de sus esperanzas. Ahora que asistimos al final del sueño europeo, todos somos la valquiria. No queremos obedecer a los dioses; no sabemos amar a los héroes.

lunes, 6 de diciembre de 2010

Retorno al eterno retorno


"Quizá la historia universal es la historia de unas cuantas metáforas", escribe Borges en Otras Inquisiciones. Borges pensaba que las metáforas son muy pocas, aquellas que eternamente se repiten en los poemas bajo la apariencia de nuevas letras. Quizá toda metáfora es una historia resumida. Quizá tras la metáfora (ella misma una metáfora del viaje: los griegos de ahora llaman metáforas a los autobuses) haya tal vez una parábola, una proyección, un ejercicio de imaginación que nos lleva a un espacio conceptual en el que habitamos como se habita en una historia. Quizá, entonces, la historia universal no sea sino la historia de unas cuantas historias. Historias imaginadas una y otra vez por seres que han soñado ser lo que habían soñado querer ser, condenados eternamente a repetirse pues la memoria humana sólo acepta unas cuantas parábolas necesarias. Quizá todos hayamos sido Ulises, Lady Macbeth, Judas, Napoleón en Santa Elena. Quizá todos ellos quisieron ser nosotros.


domingo, 28 de noviembre de 2010

El tedio y la atención


El Eclesiastés se inicia con una salmodia de escepticismo:

"¡Vanidad de vanidades! --dice Cohélet-- ¡vanidad de vanidades, todo vanidad! ¿Qué saca el hombre de todo su fatigoso afán bajo el sol? ¨[...]
"Todas las cosas dan fastidio. Nadie puede decir que no se cansa el ojo de ver, ni el oído de
oír. Lo que fue, eso será; lo que se hizo, eso se hará: nada hay nuevo bajo el sol. Si algo hay de lo que se diga: "Mira, eso sí que es nuevo", aún eso era ya en los siglos que nos precedieron. No hay recuerdo de los antiguos como tampoco de los venideros quedará memoria en los que después vendrán"

Es la mirada del tedio, del ennui como condición de existencia. No es simplemente una forma de vida premoderna, pre-historiográfica, pre-romántica (que también lo es. Carlos Thiebaut escribe estos días sobre la aparicion de la imaginación creadora en la poesía romántica inglesa como una facultad y dimensión básica de lo humano); por el contrario alcanza hasta un estrato de las formas de vida en donde la inserción en lo real se vive como hastío y desilusión. Uno diría que es un canto que se repite una y otra vez en las eras de desencanto, como si la realidad se hubiese engrisado como los cielos de un otoño infinito.
Marcel Proust sintió innumerables veces ese hastío. Su Marcel, que experimenta con su vida la posibilidad de llegar a ser escritor, ha recorrido los salones y ha descubierto una y otra vez la vuelta del desencanto allí donde había enamoramiento y admiración. Pero Marcel descubre otra forma de estar en la vida. Tarda una vida entera en descubrirla: sabe que ser escritor no consiste en escribir bien sino en lo que llama "estilo", que no es otra cosa que adquirir una forma propia de mirar. Relatar con gracia lo mirado es más fácil que aprender a ver. Lo primero es artesanía, lo segundo arte. Marcel lo descubre en el pliegue de la realidad: allí donde había un salón de aburridos esnobs, el visitante Marcel descubre un flujo de sensaciones que le transporta fuera del discurrir eternamente recurrente de los Verdurin. Un flujo de vida que no viene del ensimismamiento y la distancia. Al contrario, es la profunda atención a la vida lo que salva a Marcel del hastío.
Si la escritura, si la imagen, nos trasladan a una posible forma de ser y vivir diferentes no es a causa de la fantasía de lo insólito, sino a causa de la atención que prestan a las cosas invisibles. Se me ocurría que escribir o recolectar imágenes con la cámara, con el lápiz, con los ojos, todo es lo mismo: formas de ver.
Inaugura estos días el Reina una exposición inteligente: "Atlas ¿Còmo llevar el mundo a cuestas". Aprovechando la reciente traducción del libro de Didi-Huberman sobre Warburg, el coleccionista de imágenes e historiador revolucionario del arte, el MNCARS llena las salas de imágenes bajo la figura del Atlas, el que soportaba el mundo, pero también la colección de imágenes del mundo. Uno pasea por las salas y la atención se concentra en lo nimio: una fábrica, una hoja de un diario, la prensa cotidiana,...Al final de la exposición ya se ha concluido lo mismo que al terminar la Recherche: hay otra forma de vivir: vivir para ver. Si el tedio es la condición humana, la atención es la redención de una existencia herida.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

La oscuridad de los tiempos oscuros


















Un micro-poeta nos dejó, en la puerta de la Casa de Campo, estos dos tratados de los tiempos que corren.
No sabría decirlo con menos palabras. Ni con más.

martes, 16 de noviembre de 2010

Gente que se copia a sí misma




Llevo dos semanas pensando en pensar algo inteligente sobre Copia Conforme (Copia Certificada) de Abbas Kiarostami y sé que no sé suficientemente sobre cine para hacerlo, que tendría que saber más de Rossellini, de Antonioni, para decir algo sensato.
Pero, asomándome como un triste voyeur a un paisaje extraño, veo un lento y suave discurso, con una distancia entre irónica y sensata, sobre el sujeto y la imagen. Se ha dicho que vivimos en un tiempo en el que el discurso no es más que un pie de foto de la imagen. Y en eso consiste la película, en una meditación sobre lo que significa elaborar un pie de foto en la imagen: una pareja pasea por un pueblo italiano (sólo Erice y Kiarostami saben hacerlo). La imagen de la pareja no cambia: una pareja que pasea. Pero el discurso se quiebra en dos. En la primera parte, un ensayista que habla de la importancia de las copias es seducido por una galerista especializada en copias. Pasean por un pueblo italiano. A la mitad de
la película comienzan a fingir que son una pareja: ¿comienzan a fingir su real yo en su vida real? y la imagen continúa pero ahora tiene el sentido de una historia de atardeceres amorosos, de nostalgias, enfados, chistes, miradas y desesperanzas.



En Kiarostami los rostros se hacen paisajes y los paisajes rostros: se confunden las calles con la historia y la historia con los rincones: una meditación sobre una fuente es una meditación sobre qué es una pareja, una ventana a un jardín donde se celebra una boda es una ventana al tiempo.
Pero el discurso de Kiarostami tiene lecturas es estratos insondables: una existencia donde la máscara es tan importante como lo enmascarado, donde la realidad es la copia certificada de la realidad, donde los sujetos fingen ser sí mismos.
El juego especular de la cámara, la copia, el doble, la imitación de sí, la nostalgia de lo original y la melancolía de la máscara, convierten Copia Conforme en un discurso-imagen sobre la identidad que cava hasta allí donde nuestra pala se dobla.

Imprescindible.


PD:

1) Hay que verla en versión original: si no, se pierde el discurso-copia, que consiste en el juego del inglés que pasa a francés, y a la inversa, y ambos al italiano. Una nueva metáfora sobre la identidad europea.

2) Es interesante repasar las críticas de la película. También la de El País: nuestro profundo Carlos Boyero se aburrió. Vaya. La posmodernidad se aburre. ¿Quién la desaburreará?


domingo, 14 de noviembre de 2010

Retablos de maravillas






Coinciden en el Reina Sofía dos retrospectivas que sugieren un paralelismo de lo maravilloso:
Desbordamiento de Val de Omar, de José Val del Omar ((1904-1982) y Una exposición de arte de Hans-Peter Feldman (1941). En ambas el tema central es la acumulación: de objetos e imágenes. El resultado es la resurrección de una categoría estética olvidada por quienes profesan la estética: lo maravilloso. Olvidado en el desván de la historia, velado por las nuevas categorías de lo sublime, lo siniestro, lo irónico, y todas esas figuras que se han dedicado desde el Romanticismo alemán a celebrar lo alto de la alta cultura, lo maravilloso ha permanecido donde siempre estuvo, en un lugar que está más allá de la fosa entre la Kultur y la cultura popular. Lo maravilloso es lo que atrae al niño (Feldman) que vive en el mundo destruido de la posguerra en Alemania donde las imágenes escasean como la comida y abren ventanas a lo otro, y le impulsa a coleccionar: cuadernos de recortes, fotos de papel couché. Lo maravilloso es lo que miran los habitantes de los pueblos perdidos de la República Española cuando las Misiones Pedagógicas llegan en camioneta o en mulos (¡qué apasionante reportaje de Val del Omar sobre las Misiones Pedagógicas, sobre aquel inusitado esfuerzo de poética de la educación!). En ambas exposiciones se muestran gabinetes de maravillas: colecciones sin orden de objetos que sugieren jardines de la ilusión.

José Val de Omar:


Aventurero de las Misiones Pedagógicas, poeta de la experimentación con la imagen, desbordante creador de cosas y, me parece, el más vanguardista de nuestros artistas.
Mecamística: "mecánica de lo invisible" define. Y eso es su historia: una continua búsqueda de lo invisible, que deja su rastro en la acumulación aplastante de las cosas que le rodearon. Notas de trabajo que merecen una antología de la poesía vanguardista, patentes que deberían figurar en la historia del arte, artilugios de la fascinación.
Entre la técnica y la poesía, saltándose toda la estética de lo sublime, con el amor por la cultura popular que solamente pueden mostrar los no "profesionales" del arte, Val del Omar señala un horizonte crítico que está más allá, mucho más allá, de los gestos críticos de quienes aceptan o rechazan premios de arte. Toda su obra está en el horizonte de una tierra donde lo visible se distribuye no por adictos a la gloria sino por poetas de la esperanza.

En la imagen de más arriba, uno de los infinitos collages de Val del Omar, en ésta de aquí abajo, Val del Omar, desde un balcón del ayuntamiento de Pedraza, explica a sus habitantes una reproducción del Fusilamiento del 2 de Mayo de Goya. Tiempos en los que se sabía qué hacer con los museos:

sábado, 6 de noviembre de 2010

Después del apocalipsis


La mayoría desbordante de las culturas humanas a lo largo de la historia han sentido el tiempo bajo una topología cíclica. En primera instancia, el tiempo cíclico consuela: no hay nada nuevo bajo el sol, dice el Eclesiastés, todo ha ocurrido ya, todo produce hastío. En segunda instancia, el tiempo es un tiempo escrito por el destino: todo ha sido escrito ya. No sabemos qué nos depara el tiempo, pero ya está escrito en algún ignoto libro. Por alguna razón la cultura medieval fue creando la atracción por el fin, por el final de la historia. Ya había sido escrito el Apocalipsis, pero la idea de que estamos en la senda de la destrucción se asocia a los milenarismos medievales y de ahí a casi todos los milenarismos de carácter religioso. Franz Kermode, un crítico literario muy importante en los años sesenta y setenta del pasado siglo, escribió El sentido de un final fin aplicando esta intuición a la novela contemporánea. La novela es hija de la idea de fin: el fin articula la trama, la fábula, y de ahí la estructura narrativa bajo la que hemos aprendido a disfrutar de los relatos.
Curiosamente, la novela contemporánea ha abandonado la idea de fin como articulador del relato. A veces resuena el tiempo cíclico (A la búsqueda del tiempo perdido), a veces el fin está abierto (El hombre sin atributos), a veces no tiene sentido la idea de final. Algo ha ocurrido en la historia de la novela contemporánea.
Tal vez haya ocurrido ya el apocalipsis, cuando el mundo (las ilusiones del mundo) se desvanecieron como niebla en el viento y lo que resta es un camino sin final. The road de Cormac McCarthy puede que no sea sino una novela sobre la condición contemporánea: viajamos cubriendo nuestra precariedad con un carrito de la compra, intentando salvar lo único que creemos que puede salvarse, los hijos, la dignidad, sabiendo que el mar al que deseamos llegar sólo es el principio de un nuevo camino que ya no nos toca recorrer.
En las culturas premodernas, y aún en las modernas, ordenadas por la idea del héroe como modelo, la muerte era el fin. Ahora sabemos que no: antes nos habremos disuelto en una niebla de falta de memoria, en un silencio de la historia, y la muerte sólo será un tonto tropiezo en la bañera. No hay fin, sólo disolución.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Los tres marcels


Aunque todas las novelas poseen un contenido filosófico (también las malas, pero de otra forma), algunas son paradigmáticamente novelas filosóficas. De entre todas ellas, A la búsqueda del tiempo perdido destaca como una de las fuentes imprescindibles de la filosofía contemporánea. Se puede disfrutar como lectura, y es uno de los relatos que más placer proporcionan al hacerlo; o convertirlo en uno de los textos centrales de la teoría de la identidad en el siglo pasado y reflexionar sobre él como experiencia privilegiada a la que nos asomamos. Como teoría de la identidad es una complicada trama de yoes que articula el texto:
En primer lugar está Marcel (1): es una persona afectiva, culta, apasionada, que a lo largo de la novela va atravesando sucesivos procesos de apego emocional: su madre, su abuela, la Duquesa de Guermantes, Swan, Gilberte, sus amigos: Saint-Loup, Charlus, su amante Albertine,..., los lugares: Combray, Balbec, Venecia, ..., la música, los cuadros. En este nivel la BTP es una novela de un tipo particular de Bildungsroman, de relato de formación: Marcel (1) se va desilusionando y desencantando progresivamente de cada uno de los objetos de su amor, hasta llegar a un estado de enfermedad y melancolía que le llevan a escribir y retirarse de los salones.
En segundo lugar está Marcel (2): es un escritor que (en El tiempo recobrado) a punto de entrar al salón de la Duquesa, en la Biblioteca, repasa toda su vida y medita sobre la novela que va a escribir, La linterna mágica, (que ya ha escrito, es la BTP). Esta novela es su última ancla en la vida. Se ha examinado a sí a través de las memorias del instante: la magdalena, los ecos de los momentos pasados; ha examinado las vidas torturadas de sus amigos; se ha examinado en su propio infierno de amor y celos. Ha descubierto que el dolor es la fuente de certeza subjetiva; que el amor siempre es fuente de dolor (que siempre se dirige a la persona más distinta del yo que se pueda encontrar; que siempre produce ansiedad; que siempre, salvo que sea una aventura, es fuente de perpetuo miedo a saber); que detrás de las máscaras de fascinación sólo quedan con el tiempo personas vulgares que nunca merecieron el dolor que proyectaron en nosotros. Pero ha descubierto también que la intuición hecha relato a través del esfuerzo de la escritura salva la vida y la convierte en una vida examinada, digna por ello de haber sido vivida.
Está, en tercer lugar Marcel (3), es decir, Marcel Proust, un escritor del que conocemos mucho, tal vez salvo lo fundamental. Sabemos que era encantador y que sufrió celos homoeróticos; que buscó con todas sus fuerzas el llegar a ser escritor; que observó espantado el asunto Dreyfuss sabiéndolo el síntoma de una lepra que habría de destruir la cultura europea. Que, sobre todo, escribió sobre Marcel (1) y Marcel (2), dos yoes diferentes al suyo, cercanos, para intentar comprenderse a sí mismo y para intentar escribir sobre una verdad transcendental de la identidad: la imposibilidad del conocimiento del otro y de sí, la necesidad de narrar la diversidad de yoes para capturar el poso de la vida en los momentos de dolor, aquellos en los que se vislumbran las certezas subjetivas y se reconstruye la experiencia. Y que sólo en la distancia de sí, extrañándose, podría realizar esta búsqueda imposible del grial de la identidad.
Los tres marcels, como en el misterio de los cristianos, conforman una unidad que se nos escapa y que nos atrae por su misterio, y que nos habla de una similar partición en cada uno de nosotros: la de los yoes que aprenden y se desencantan de la vida, la del yo que los examina y que ocasionalmente se percibe a sí mismo examinándolos, la del yo que se distancia de sí y se observa en el espejo de las experiencias sin creerse demasiado nada salvo el misterio de ser, de estar vivo.

viernes, 29 de octubre de 2010

Lados del lenguaje


Ciencia, filosofía, poesía: como si el lenguaje fuese un poliedro en el que se te permitiese estar en una de las caras pero ver la otra de lejos. Como si las transiciones fuesen siempre inevitables.

Mientras preparo comentarios de Wittgenstein y Proust para el curso sobre la identidad, me encuentro con la reciente traducción de los poemas de Verónica Forrest-Thomson, breve poeta inglesa que se suicidó en 1975; que estuvo casada y divorciada del crítico Jonathan Culler; que, a pesar de moverse en lo más sofisticado de la posmodernidad, admiró la ciencia y la filosofía exacta y escribió un poema que me cae como una losa en este instante porque une en un mismo texto, en un mismo lenguaje que entiendo y que necesitaría una vida para decir por qué, a Proust, a Wittgenstein y al sentimiento que tenemos todos los que alguna vez escribimos con más lucidez que pericia que hay un pozo profundo entre la escritura y el ser capaces de iluminar las profundidades. He retirado del poema las notas que lo completan. Forman parte del poema pero no añaden nada al sentido de lo que me urge expresar: Proust y el dolor como el único lugar en el que la escritura puede hablar sobre algo que represente la subjetividad sin mediaciones; Wittgenstein y la conciencia del lenguaje como algo más/menos que una jaula: como un lugar en el que vivir; la nostalgia de la poeta de un libro que nunca escribirá: el libro que todos leemos y que nos hace seguir habitando en la casa del lenguaje a pesar de que hace tiempo que tendríamos que habernos ido a vivir la vida:

El Libro Marrón

Pero en un cuento de hadas la marmita también puede oír y ver

y ayudar al héroe en su tarea
de alentar algo hasta convertirlo en sus propios pensamientos,
Noms de Personnes, Noms de Pays

como Proust enseñó le tout Paris
su pequeña frase
intentando conseguirlo entre el dolor y su expresión.
La vida yace entre Combray y Illiers.

No es imposible que las reflexiones en torno a una magdalena
iluminen una mente,
pero un hombre que quiere detalles concretos
grita de dolor

con la superficie afásica de los objetos y sucesos
de un día,
sólo puede elegir la boca con la que dice:
debería haberme gustado escribir un buen libro.

Eso no ha ocurrido
pero ya pasó el tiempo en que podía mejorarlo.

Verónica Forrest-Thomson. Traducción de Raúl Díaz Rosales. Poesía. f. figura de pensamiento. Antología


sábado, 23 de octubre de 2010

Lazos débiles

La reciente película de David Fincher, Redes Sociales, me trae a escribir sobre este homónimo tópico (en los dos sentidos del anglicismo y del español: temática y tema trillado) sobre el que inevitablemente varios alumnos me proponen cada curso hacer un trabajo y a los que aconsejo pensárselo dos veces para no escribir las simplezas que probablemente coincidirían con las que voy yo a perpetrar ahora.
Antes de seguir: la película es recomendable. El director de Alien 3, Seven, El club de la lucha, Zodiac, es un experto en el desasosiego, en los espacios oscuros donde se entretejen pulsiones de violencia y angustia inacabable. Podría haber sido la película de un triunfo a la americana y tiene los tintes negros de un drama macbethiano que esboza las entretelas de la sociedad de la competencia, que aprenden los chicos en Harvard Square entre las pintas de las cervecerías donde se reúnen los autoconfiados estudiantes de la élite del mundo, y después desarrollan en sus carreras por la meta del primer millón de dólares. El caso es que la película relata el nacimiento de FaceBook y ésa es una de las razones de estas líneas.
Tendría que hablar del narcisismo, de la búsqueda de la hipervisibilidad que padecemos, del fetichismo de la pantalla que sustituye las redes sociales por redes sociales-en-la-imagen , de la instantaneidad de las reacciones Me gusta/No me gusta que traen las redes sociales, de ... (sí: a pesar de/a fuer de ser bloguero me queda aún la lucidez autocrítica suficiente para saber lo que nos pasa). Se me ocurren muchas razones para las críticas. La sociedad red no es una sociedad de nueva libertad, sólo es un espejo de lo que ocurre antes y después de la web.
Y sin embargo. Y sin embargo. Hay algo, un fantasma, un nuevo deseo, un ángel que alguna vez nos ha tocado con su ala en algún instante apenas percibido. Es el impulso de la nostalgia de la asociación, de un sueño de vivir en un mundo donde la soledad de las cuatro paredes, los cuatro amigos, las cuatro relaciones del trabajo, los cuatro familiares, se levante como niebla en un paisaje de tramas y densos lazos de sociedad.
Ocurre a veces. Es un viento de esperanza que recorre el espacio y crea vínculos donde había átomos; saca a las gentes a la ventana y a las calles y los conduce a zonas de convergencia, a cruces y entrecruces de caminos.
Remedios Zafra escribió en Netianas cómo surgía oculta bajo la pantalla una forma nueva de activismos feministas que no tienen apenas reflejo en los grandes medios pero que ha creado una nueva trama de sentido y comunidad. Antesdeayer, una ex-alumna, Almudena Carrillo, me contaba el proyecto en el que trabaja, un diario en español creado a partir de una red de blogs que aspira a ser una ventana libre. Sostenía, con toda la razón, que la vieja prensa sólo sobrevive porque las grandes fuerzas pagan por tener creadores de opinión, que la información ya podría discurrir, crearse y distribuirse de otras formas.
A veces ocurre. En los años de la dictadura, cuando más arreciaba el granizo de la desesperanza, la televisión, que traía los toros y el furbo, también trajo un fenómeno curioso: España se llenó de teleclubs que en muy pocos años, entre el 65 y el 75, crearon un tejido espeso de relaciones sin el que no se explicaría el leve antifranquismo que nos hizo soportar algo aquello. Los teleclubs fueron las escuelas de la resistencia, pero sobre todo y antes que cualquier otra cosa fueron escuelas de esperanza (aún esperan que su historia sea escrita por historiadores que atiendan no sólo a la aburrida historia oficial de los partidos). La transición barrió todas las redes sociales en una movida de movidas que destejió aquellos tejidos. Varias décadas de cadaunoalosuyoensucasa.
Pero tal vez corran nuevos vientos que por debajo o por encima del ensimismamiento en la imagen traigan la fuerza de los lazos débiles. De los lazos de los débiles.


lunes, 18 de octubre de 2010

Negación del tiempo


No seré el primero ni seré el último en decir y creer que la memoria y la imaginación son la negación del tiempo. Que la memoria y la imaginación crean los relatos y que los relatos vencen al tiempo. Que las imágenes permanecen más allá de la vida y que las imágenes vencen al tiempo. Que fuimos, somos y seremos personajes de una historia que fue y será contada en momentos y lugares en los que nuestro cuerpo no esté ya presente. Que en cada uno de nosotros están todos los héroes y todas las víctimas; todos los que vivieron para que la historia continuase. Que la amistad está hecha, y sólo hecha, de memoria e imaginación. Que los amigos se encargan de vencer al tiempo por nosotros. Que la amistad es la eternidad que nos cabe esperar: suficiente para vencer al tiempo.

Mientras espero, pues dentro de unos momentos, en la inauguración del máster de Teoría y Crítica de la Cultura, leeremos un texto magistral de José Luis Brea (publicado en Estudios visuales, en el 2004, http://www.estudiosvisuales.net/revista/pdf/num2/universidad.pdf sobre la universidad performativa como universidad de la excelencia en el disentimiento, del disentimiento excelente), se me ocurre que podemos vencer al tiempo. Que ya lo hemos vencido.

lunes, 11 de octubre de 2010

Alguien tendrá que hacerlo


Encuentro a Carmen Castrillo, ahora empeñada en maravillosos monólogos por los escenarios, paseando ensimismada aprendiéndose este maravilloso poema de Wilawa Szymborska:

Fin y principio

Después de cada guerra
alguien tiene que limpiar.
No se van a ordenar solas las cosas,
digo yo.

Alguien debe echar los escombros
a la cuneta
para que puedan pasar
los carros llenos de cadáveres.

Alguien debe meterse
entre el barro, las cenizas,
los muelles de los sofás,
las astillas de cristal
y los trapos sangrientos.

Alguien tiene que arrastrar una viga
para apuntalar un muro,
alguien poner un vidrio en la ventana
y la puerta en sus goznes.

Eso de fotogénico tiene poco
y requiere años.
Todas las cámaras se han ido ya
a otra guerra.

A reconstruir puentes
y estaciones de nuevo.
Las mangas quedarán hechas jirones
de tanto arremangarse.

Alguien con la escoba en las manos
recordará todavía cómo fue.
Alguien escuchará
asintiendo con la cabeza en su sitio.
Pero a su alrededor
empezará a haber algunos
a quienes les aburra.

Todavía habrá quien a veces
encuentre entre hierbajos
argumentos mordidos por la herrumbre,
y los lleve al montón de la basura.

Aquellos que sabían
de qué iba aquí la cosa
tendrán que dejar su lugar
a los que saben poco.
Y menos que poco.
E incluso prácticamente nada.

En la hierba que cubra
causas y consecuencias
seguro que habrá alguien tumbado,
con una espiga entre los dientes,
mirando las nubes.

De "Fin y principio" 1993
Versión de Abel A. Murcia



El poema es un canto a los inexpertos, una suerte de llamada contra la necesidad, contra las cadenas de causas y consecuencias, a favor de los lazos débiles. Cuando todo es griterío, alguien tiene que recordarnos las cosas más simples de la vida: que acabarán los poderosos poniéndolo todo perdido y alguien tendrá que limpiar sus desperdicios. Desde hace más de un siglo hemos configurado la metafísica de la existencia contemporánea a imagen y semejanza de las guerras, o de los juegos: es lo mismo. Competencia, ganar,mercado, juego. Alguien tendrá que limpiar todo eso, digo yo.


sábado, 9 de octubre de 2010

Tlatelolco, Cascorro



Llego exhausto de México DF. Algunos estudiantes conmemoran por La Alameda el aniversario de la noche de Tlatelolco (matanza de estudiantes que se manifestaban en la Plaza de las tres culturas en 1968); el país conmemora el centenario de la República y el centenario de la Revolución. Anda la gente renovando las señas de identidad: en el Museo de Antropología, miles y miles de mexicanos recorren las salas mexica, maya, tolteca,... en ritos de identificación. Por todas partes se oyen conversaciones sobre lo que son-somos-seremos.DF parece una ciudad ensimismada.
DF es una macrópolis que siempre me parece una ciudad del futuro: milagrosa, mágica, orgullosa y suave, construida sobre impredecibles equilibrios. Todas las formas de vida se distribuyen en una insólita capacidad de simbiosis. Tomo la línea 3 del metro: Indios Verdes- Universidad que recorre DF de norte a sur: más grande que el universo es la sucesión de gentes que hablan de tiempos incongruentes entre el tiempo presente y el pasado. Entran continuamente a los vagones vendedores de todos los tipos de pequeñas mercancías, predicadores de todas las ideas, cantantes de todas las músicas. Los simbiontes del metro cartografían las culturas de la macrópolis: prefiero el metro a cualquier transporte para conocer el alma de las ciudades y en cuanto puedo me introduzco allí para sentir los pulsos de la polis. Allí están los que sobreviven, los que no miran más que al interior de su cansancio.
Rosaura Ruiz, rutilante nueva directora de la facultad de ciencias de la UNAM, facultad que fue siempre el centro de todas las luchas estudiantiles, de Tlatelolco a los zapatistas, se queja de la poca atención de México a la ciencia. Puede ser: pertenecemos a la misma cultura barroca. Objeto, sin embargo, que México es un universo de creatividad, más cerca del futuro que las viejas ciudades europeas. Un espectáculo de vida abriéndose paso.
En Madrid ya se huelen las nubes oscuras del otoño: españas que afilan los cuchillos; españas que tienen nostalgia de la política de machos-machos frente a estas políticas de señoritas. Se huele el temor de un país de nuevos ricos. Echo de menos el sentido de destino, la dignidad de la pobreza y al tiempo la invencible creatividad de los simbiontes de la línea 3. Espacios de esperanza allí donde están las rendijas de los espacios de capital: quienes se han situado en lo peor, con la tranquila mirada de sísifos, no pierden el tiempo en el territorio del miedo. Tienen que sobrevivir.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Espejos rotos




Augusto Pérez, el personaje de Niebla de Unamuno, es abandonado por su prometida y despierta a la existencia. Se da cuenta, dice, de que hasta ahora ha vivido en un sueño y que el dolor le hace real. En el siguiente capítulo se dirige a casa de su autor, Miguel de Unamuno, para pedirle que prolongue su existencia, algo que subleva a Unamuno y le cuesta que Augusto le devuelva el enfado haciéndole sospechar de su propia existencia.
Juego de espejos cartesiano que Cervantes y Shakespeare comenzaron (Don Quijote y Cide Hamete, Hamlet, La tempestad) y hoy continúan en el imaginario de Hollywood: Roy, el melancólico Nexus 6 llega a la Tyrrell Corp. a pedirle a su diseñador que le prolongue la vida. Quiere ser. Los personajes de Matrix quieren ser. Los personajes de Inception (Origen) dudan de su autenticidad. Seguimos cercados por una realidad de espejos. La posmodernidad fue una ilusión de los mercados editoriales. Toda su propuesta fue romper los espejos, multiplicar las imágenes.




sábado, 25 de septiembre de 2010

El tiempo de los reyes


¿Para qué sirve la Historia como escritura del pasado? Hay varias respuestas que nos llevan a diversos niveles de importancia de sus funciones. Pero sobre todas ellas, me parece que la elaboración de la memoria colectiva es la que cala más profundo. La mayoría de las sociedades del pasado no tenían esto que llamamos Historia: tenían, en el mejor de los casos, anales, es decir, registros de los hechos memorables para los propósitos del poder instituido. Traficaban también con relatos de un pasado imaginario donde se depositaba el saber político y moral de la comunidad. Pero no es Historia. La historia siempre es presente reflexivo: es el trabajo sobre los registros del pasado para convertirlos en experiencia presente. Por ello la tensión entre las diversas voces y reclamos del pasado. Cada quien quiere su puesto en los escritos de la Historia, pues todo grupo quiere ser reconocido y formar parte de la experiencia de la Humanidad.
Pero no es la defensa del presentismo (por lo demás tan fácil de hacer por obvia como difíciles de sostener las posiciones neo-románticas neo-historicistas que creen que la Historia puede y debe recuperar el pasado: el pasado sin presente está ciego, el presente sin pasado está vacío) sobre lo que quiero atraer la atención. Ha sido un texto de Gaston Bachelard, el gran historiador de la ciencia y filósofo francés, el que me lleva hacia una función de la historiografía más importante de lo que parece. Es un texto del bello libro La intuición del instante, escrito contra la filosofía de Bergson en 1932, cuando todavía Bergson tenía un peso importante en la filosofía del tiempo:

"En el fondo, nos es preciso aprender una y otra vez nuestra propia cronología y, para este estudio, recurrimos a los cuadros sinópticos, verdaderos resúmenes de las coincidencias más accidentales. Y así es como en los corazones más humildes viene a inscribirse la historia de los reyes. Mal sabríamos nuestra propia historia o cuando menos nuestra propia historia estaría llena de anacronismos, si estuviéramos menos atentos a la historia contemporánea. Mediante la elección tan insignificante de un presidente de la República localizamos con rapidez y precisión tal o cual recuerdo íntimo"

La tarea de la Historia, sostiene Bachelard, es ayudar a localizarnos. En el tiempo, desde luego, pero también y sobre todo, en la biografía de la colectividad. A encontrar nuestro instante. A situarnos en el tiempo público y colectivo. Y por eso mismo a construir nuestra biografía que no es sino la forma en que los humanos construimos nuestra identidad.

Al fin y al cabo el tiempo de los reyes sí sirve para algo.

PD: A pesar de lo dicho, toda mi admiración, envidia y todo mi reconocimiento a los que dejan su tiempo y su paciencia reconstruyendo, traduciendo, interpretando, compartiendo, ...., los registros del pasado. Sin embargo, no hacen Historia: la hacen posible. Nada más, nada menos.

martes, 21 de septiembre de 2010

Más Basura(ma) por favor




Según todos los expertos la crisis económica española tiene su particular infierno en la burbuja de la construcción. Me niego a aceptarlo. En España faltan construcciones y constructores. Es verdad que sobran acumuladores de ladrillos, multitudes de especuladores que, en un horrísono ejercicio de vulgaridad y uniformidad, han llenado el paisaje de estridencias, farolas, granitos, a(c)osados, torres de apartamentos playeros, casas rurales,..., imaginarios de un país que se creyó rico cuando sólo era hortera.
Nos faltan construcciones y constructores.
Ojalá construyamos los paisajes y las ciudades: es nuestro proyecto pendiente. El barroco español fue la gran resemantización religiosa del paisaje: un pueblo hundido por la guerra y la miseria usó sus últimas fuerzas en llenar la estepa de los catafalcos de su fe. Desde entonces casi todo ha sido miseria pequeño-burguesa.
Pero todo podría ser de otra manera: algunos resemantizadores posibles podrían ser nuestros nuevos constructores que hicieran, como cantaba Labordeta, de esta tierra dura y salvaje un lugar y un paisaje. Me refiero entre otros a Basurama, http://www.basurama.org/, un grupo de arquitectos radicales que proponen re-construir el paisaje urbano con las mismas basuras que tiramos y, me atrevo a proponer, reutilizando la misma basura de paisaje que han hecho los alcaldes y enladrilladores de nuestra contemporaneidad.
En Latina, en la ruina de una instalación deportiva que nos ayudaba y que don Gallardón destruyó hace unos meses para levantar algún día otro enladrillado endeudándonos más a los ciudadanos, han propuesto una instalación colectiva que es como un canto de los paisajes simbiontes que tendríamos si tuviésemos constructores.
Más Basurama por favor: ¡construyamos la ciudad sobre las ruinas de los enladrilladores!
Debajo de los adoquines está la playa. Dejémosla salir.
Nuestro futuro será el alzado de la ruina.

viernes, 17 de septiembre de 2010

Espejos del sentido


El primero de los Tres sueños de Georg Trakl rodea el relato del monje que soñaba ser una mariposa sin saber si era una mariposa que soñaba ser un monje. Lo bordea por los límites del aburrido tema de lo real que tanto ha dado que escribir a la filosofía de las recientes (felizmente acabadas) décadas y lo lleva al abismo inquietante de la duda sobre el sentido:


Creo haber soñado con un caer de hojas,
con bosques inmensos y lagos tenebrosos,
con el eco de palabras tristes -
pero sin comprender del todo su sentido.

Creo haber soñado con un caer de estrellas,
con súplicas llorosas de unos pálidos ojos,
con el eco de una sonrisa -
pero sin comprender del todo su sentido.

Como un caer de hojas, como un caer de estrellas,
así yo me veía, siempre yendo y viniendo,
eco inmortal de un sueño -
pero sin comprender del todo su sentido.


Lo que inquieta de la duda no es el no saber/no saberse en un sueño o en un mundo, ni siquiera el no saberse como se es. Lo que inquieta del poema de Trakl es que se sabe una metáfora, un relato de sí: un caer de hojas, un caer de estrellas. Y no comprende su sentido.

Trakl da en el centro de la angustia de la identidad. No es el no saber qué se es o qué se va a ser, como le ocurre a los personajes que nadan en la mala fe de Sartre. Trakl lo sabe. Lo sabe con exactitud. Pero no lo entiende.

En Trakl el paisaje es el espejo del sentido: las tardes invernales, los bosques, los ciervos, como los caballos azules de Franz Marc, tan próximo, son reflejos de sí mismo, o él es reflejo de aquéllos. Pero saberlo no es consuelo.

Hemos vivido en una cultura obsesionada por la pregunta por la identidad (fundamentalismos &Cia.) mas ocurre que la identidad es una pregunta.


sábado, 11 de septiembre de 2010

Blues de la frontera



Escucho a Raimundo Amador, en la plaza de mi pueblo en ferias, tocar con su grupo el Blues de la Frontera de Pata Negra. Una plaza entre el barroco y la ilustración, una ciudad de la Raya, entre la niebla y la luz, entre vetones y vacceos, entre la dehesa y la pampa, entre el sueño y la desesperación. Una multitud entre el hastío y la curiosidad. Un blues desde el flamenco, entre Triana y San Luis. Y siento la perfección del momento: la existencia en la frontera como un permanente deseo de atravesar y un oculto conocimiento de la imposibilidad de hacerlo. La tragedia de la conciencia, sostiene Sartre, es que su ser es lo que ella no es y no es lo que ella es. Un ser escapando de sí en el proyecto de sí hacia las posibilidades que ella es. Un juego de palabras que suena como la guitarra de RA, intentando escapar de Triana sin llegar nunca a San Luis, tensando la nota que para dejar de ser lo que no es. Por un momento el público siente que la frontera puede ser atravesada y sabe también que jamás la atravesará. Ser es ser posibilidades. Ser es saber que esas posibilidades se escapan cada vez que se quieren alcanzar.

La frontera es infinita: va con nosotros y con nosotros se traslada hasta que el horizonte se pierde en la niebla.

La frontera se extiende en dos direcciones: un lugar del que queremos escapar y va con nosotros, un lugar posible al que no llegamos y va con nosotros.

El anillo del destino en macht point girando sobre sí a punto de (no) caer hacia ninguno de los dos lados.

Calla la guitarra y se disuelve la multitud: la frontera se ha cerrado.


miércoles, 8 de septiembre de 2010

Contigo/conmigo en la distancia



  • Sujeto/Objeto
  • Voluntad / Representación
  • Mente/Cuerpo
  • Sustancia/Accidente
  • Interno/ Externo
  • Persona/Sociedad
  • Naturaleza/Cultura
  • Lenguaje/Mundo
  • Autor / Texto
  • Texto/Contexto
  • Estado/Evento
  • Evento/Narración
  • Subjetividad / Objetividad
  • Normatividad / Facticidad
  • Inmanencia/Trascendencia
  • Presencia/Ausencia
  • Diferencia/Repetición

La ilusión de la posmodernidad ha sido creer que al abandonar las dicotomías metafísicas que crean la violencia manifiesta en nuestra cultura como en ninguna otra a lo largo de la historia se abandona la violencia. Pero su disolución es ideológica. La posmodernidad supera en la cabeza lo que no es capaz de superar en la realidad. ¿Cómo abandonar una metafísica violenta sin eliminar al mismo tiempo lo interesante de las dicotomías? Quizá haya una senda de negociación o reequilibración de las dicotomías que nos permita convivir con ellas y al tiempo sobrevivirlas. Es la de concebirlas como
ejercicios de distancia. Las dicotomías pueden no tener significado metafísico y sin embargo operar como dispositivos de tensión constitutiva de la identidad. La distancia es una condición humana: la separación entre yo y otro puede ser dicotómica o puede ser un ejercicio de distancia, como la reflexión sobre sí, o la separación entre lo imaginario y lo real. La idea que preside la indagación en la identidad en la cultura contemporánea es que la condición humana es la del desacoplamiento y la distancia de sí como forma de existencia. La separación entre lo real y lo imaginario, entre el principio de deseo y el principio de realidad no es tanto una caída desde una unidad originaria como un desarrollo del cuerpo y del cerebro que tiene que ver con una condición de exilio que hace siempre presentes y actuantes los dos polos entre los que se mueve el pensamiento y la acción. El niño adquiere su condición de sujeto desacoplándose de sí mismo y de lo real, comenzando a distinguir entre realidad y apariencia. Comienza a desear al tiempo que comienza a distinguir lo real y lo imaginario. Comienza a tensar sus relaciones con el otro cuando empieza a entenderlo como subjetivamente distinto, y comienza a tener problemas de identidad cuando sus yoes se desacoplan entre las miradas propias y las ajenas. El ejercicio de la distancia como condición puede ser capturado por nuevas metáforas, quizá la más cercana sea la del exilio: expulsados de nosotros mismos, odiando y deseando a la vez la casa del padre, en la frontera entre lo conocido y lo imaginado, entre un pasado del que huimos y un futuro que tememos. El ser humano ingresa en la segunda naturaleza como el pionero en la frontera o el exiliado en su nueva dirección: sin abandonar nunca lo otro, sabiéndose extranjero de sí mismo. La distancia no abandona las dicotomías. Las gestiona como se gestiona la economía de sí: razones y emociones, mente y cuerpo, yo y otros, nosotros y ellos, realidad y representación, imaginario y real. La segunda naturaleza que constituye lo humano, y que a veces se confunde con el lenguaje y otras con la cultura o con cualquiera de sus realizaciones, es la naturaleza del desacoplamiento del en-sí y el para-sí, del sí mismo y del otro, del lenguaje y lo real, etc. Este desacoplamiento es una forma de existir. Quizá es el mensaje más importante de la filosofía de Sartre en El ser y la nada, el que vivir humanamente es vivir en la distancia, que el ser es existir en distancia, jugando siempre en el borde del autoengaño, del saberse de una naturaleza que no se acepta, del quererse en una imagen que se sabe imposible, del desear un deseo que se sabe impotente. Es el secreto que Hölderlin nos desvela

Así el hombre; cuando la dicha está a su alcance
y un dios en persona se la trae, no la reconoce.
Pero desde que sufre,
entonces sabe expresar lo que quiere,
y entonces las palabras justas
se abren como flores.

viernes, 3 de septiembre de 2010

Cada vez que decimos adiós


Abro el correo:

De: COMUNICACION INSTITUCIONAL UC3M <comunicacion.institucional@uc3m.es>
Fecha: 3 de septiembre de 2010 14:56
Asunto: [todos] Fallecimiento del profesor José Luis Brea Cobo
Para: todos@listserv.uc3m.es



Lamentamos comunicar el fallecimiento de nuestro compañero, el profesor del Departamento Humanidades: Historia, Geografía y Arte, José Luis Brea Cobo.

--
COMUNICACION INSTITUCIONAL UC3M
Por favor, no responda a este mensaje

Así llegan a veces las noticias, con esta frialdad de los comunicados.
Aún en SalonKritik (http://salonkritik.net/10-11/2010/08/los_ultimos_dias_jose_luis_bre.php#more) una entrada profética del 31 de agosto dejaba sus palabras.
Durante los últimos años estuvo olvidándose de su destino y olvidando lo que podía ocurrir. Planificamos mucho, él quizá sabiendo que era un brindis a la vida, yo sabiendo que también.
Si la filosofía es aprender a morir, decía Montaigne, ningún maestro como José Luis: esperó su final de pie como los guerreros de entonces.

Que la tierra te sea leve.

De sus últimas palabras, ya heridas, os dejo este diagnóstico de nuestro tiempo:

Mudas piedras derrumbadas, ciegas calles sin salida, dónde está la memoria de aquel fragor de banderas, la efervescencia de aquellos entusiasmos callejeros, la electricidad que cada grito de libertad exhalado por millares de gargantas ha hecho correr, como la sangre, a raudales, hacia ninguna parte.

Sueños desvanecidos, memorias vanas, qué queda ahora de aquellos entusiasmos sino la más tibia conmiseración, el arrepentimiento más lúgubre, la más penosa expiación quizás. Un torpe silencio enmudecido que pareciera pretender hacerse perdonar el haber apostado a límite, el haberlo intentado todo. Y la cínica entronización de la indiferencia, de la medianía, de esta feroz nueva barbarie del “nuevo orden”, de la tremenda pobreza que, además, soporta silenciada toda la sublevación que en los corazones salvajes despertara otrora su contemplación.

Y ahora, esa tenue pátina equilibrada que borra todo horizonte de riesgo, que liquida toda tentación transformadora en nombre de una razonabilidad mermada, como si la oferta de lo que hay, del mundo escindido, colmara toda expectativa legítima, como si de pronto lo ilegítimo fuera reclamar algo más, un más allá, un final -y, en él, un comienzo.

Y es entonces entre terrores entre lo que tenemos que elegir: el de soñar contra el de aceptar la villanía de lo real en su insuficiencia, el de experimentar en los límites contra el que nos produce el recuerdo terrible de las formas totalitarias de consolidación edificante en que la puesta en escena de tal soñar, tantas veces, ha desembocado.

Pero en esto se nota que amamos nuestro siglo, su profunda histeria: antes nos entregamos al vértigo de la inagotabilidad de sus sueños imposibles -explorándolos precisamente allí donde no se pretenden resolutivos, salvíficos- que cederíamos a la tentación de contentarnos con el tibio bienestar que de su renuncia y apartamiento se suceden.

Pues en ello, en estos últimos días, el silencioso fragor del sufrimiento sigue golpeando nuestros oídos por debajo de la conspiración de silencio que pretende cerrar el mundo en la modulación de un orden aparente. Pues a ese orden le sabemos cruel, aún más sanguinario y terrible en su implacable realidad que podría serlo cualquier experimento en el legítimo ejercicio del intento de revocarlo. De tal lado estamos. Y sí: mísero aquél proyecto que olvide que está aún muy lejos el horizonte que le legitima. Aquél remoto horizonte en que conoceríamos “la dicha que, semejante al sol de la tarde, hará don incesante de su riqueza inagotable para verterla en el mar, y que, como él, no se sentirá plenamente rico sino cuando el más pobre pescador reme con remos de oro. Esa dicha divina se llamaría entonces: humanidad