domingo, 27 de junio de 2010

El programa de Bartlebooth


Una de las desgraciadas consecuencias de las guerras de las metafísicas del mundo contemporáneo ha sido el instalarnos en una suerte de paisaje después de la batalla que tiene la forma de un desierto logocéntrico. Cuando todo se ha perdido, parece haber concluido la cultura de los tiempos, nos queda la palabra. Hace años, muchos años, cuando aquello de la posmodernidad (¿os acordáis?) oía una y otra vez repetir a mi alrededor: "el pecado original de la filosofía está en la división sujeto/objeto" ¿cuántas veces lo escuché?, ¿bajo cuántos modos de expresión?
Todo había comenzado por el abandono de toda forma de "subjetividad", como si fuese un peligro para la "objetividad"; más tarde fue el sujeto mismo; después fueron, claro, los objetos, las cosas. Sólo quedaba la palabra. Bartleby el escribiente se fue convirtiendo en la figura de los tiempos: el que renuncia a la palabra. ¿Cuántos libros se han dedicado a la retórica del "preferiría no hacerlo"? Renunciar al lenguaje como forma de renuncia a lo real.
Imágenes y objetos yacían con restos del sujeto en aquél paisaje de destrucción: nada importa que no esté escrito.
Por eso gozo con infinita fruición del sarcasmo de George Perec, en La vida instrucciones de uso, donde hace vivir entre la parsimoniosa, exacta, completa, catalogación de los objetos de un edificio en la que consiste el recurso de la novela, a un personaje, Bartlebooth, quien dedica su vida a las cosas mismas.

"Imaginemos un hombre --escribe Perec-- "cuya riqueza sólo se pueda comparar con su indiferencia por todo lo que la riqueza suele permitir de ordinario y cuyo deseo, mucho más orgulloso, estriba en querer abarcar, describir, agotar, no la totalidad del mundo --proyecto que se destruye con sólo enunciarse--, sino un fragmento constituido por el mismo: frente a la inextricable incoherencia del mundo, se tratará de llevar a cabo un programa en su totalidad, sin duda limitado, pero entero, intacto, irreductible".

El programa de Bartlebooth recorre con sarcasmo la "carrera" de un escritor que no escribe:

"Durante diez años, de 1925 a 1935, se iniciaría Bartlebooth en el arte de la acuarela.
Durante veinte años, de 1935 a 1955, recorrería el mundo, pintando, a razón de una acuarela cada quince días, quinientas marinas de igual formato (65 x 50, o 50 x 64 standar), que representarían puertos de mar. Cada vez que estuviera acabada una de estas marinas se enviaría a un artista especializado (Gaspard Winckler) que la pegaría auna delgada placa de madera y la recortaría, formando un puzzle de setecientas cincuenta piezas.
Durante veinte años, de 1955 a 1975, Bartlebooth de regreso a Francia, reconstruiría, siguiendo su orden, los puzzles así preparados, a razón una vez más, de un puzzle cada quince días. A medida que se reconstruyeran los puzzles, se reestructurarían las marinas, de tal manera que pudieran despegarse de su soporte, trasladarse al lugar mismo en el que --veinte años atrás-- habían sido pintadas y sumergirse en una solución detersiva, de la que saldría una simple hoja de papel Whatman intacta y virgen.
Así no quedaría rastro de aquella operación que durante cincuenta años habría movilizado por entero a su autor"

La imagen como cura de la enfermedad del lenguaje, la vuelta al papel mismo para desentrañar el puzzle de la realidad. El programa de Bartlebooth, no hace falta muchas páginas para darse cuenta, era el programa mismo de la novela: levantar un alzado de la habitación de sus personajes en un edificio de París, en lugar de la vida misma.
Sólo Sebald, al menos desde mi conocimiento, y un poquito Javier Marías, han seguido el revolucionario camino de Perec: vuelta a las cosas mismas, que, como enseñó el mejor Heidegger, no son objetos, no instrumentos, sino "cosas a mano", formas de ser.
Como en La carretera, vagamos por un desierto de palabras, buscando un sur en el que volvamos a encontrarnos con las cosas. Y con otros sujetos. Fin de la posmodernidad.

jueves, 24 de junio de 2010

Cuando miramos


¡Qué misterio tiene el performativo "Esto es Arte"!

¿Quién puede y quién no puede usarlo efectivamente en el espacio social? Tendríamos que responder que el artista. Pero el artista es precisamente quien está investido de la autoridad suficiente para hacer que un objeto se convierta en arte. En virtud de su gesto, por ejemplo, enmarcar un trozo de realidad y situarlo en un museo, salir al escenario y mover su cuerpo, escribir unas cuartillas..., el mundo se transforma y aquel objeto, su gesto o palabra, se rodean de un aura que atrae la mirada de un modo especial que reservamos para el arte. El artista es quien tiene autoridad sobre lo visible.
Algunos piensan que la relación entre arte y política viene del "compromiso" del artista, o del significado de su obra. De ahí que cíclicamente aparezcan formas de arte "comprometido". Lamentablemente solo contribuyen a convencer a los convencidos y generalmente a estropear el gusto de todos. Porque el arte es político de una forma mucho más radical: porque su espacio de autoridad es siempre un espacio que no puede ser ocupado por el poder. Cuando el poder lo ocupa el performativo "Esto es Arte" no funciona. Como Stalin declarando arte los cromos neorrealistas.

El problema político de la estética es el performativo "Esto es Arte". El problema estético de la política también es ese performativo: los nazis pensaban que la destrucción del mundo era arte. Ocurre a veces, que el poder se ve a sí mismo como arte.

He aquí el misterio del arte: ¿de dónde viene la autoridad que convierte un objeto en arte?

No lo sé. Pero sí aventuraría algunas sendas para explorar: no puede venir sólo de la tradición artística, porque no habría vanguardias. No puede venir sólo del artista: cualquier adolescente convierte sus cuadernos emborronados en poesía. No puede venir de la sociedad: a veces somos ciegos.
Por eso el misterio del arte.

sábado, 19 de junio de 2010

Objetos puros




Después de dos días enclaustrado en una intensa discusión sobre artefactos y filosofía, de su epistemología y metafísica, necesitaba aire, imágenes, silencio y dejar a la mente vagar sola. Me fui corriendo a la muestra que el Reina Sofía acaba de inaugurar: Nuevos Realismos: 1957-1962. Estrategias del objeto entre readymade y espectáculo. Cinco años en los que el arte produjo la posmodernidad. Desde la muerte de Pollock hasta el umbral de lo que serían los años libres: situacionismo, etc. Otra forma de pensar sobre objetos. La muestra reúne a los más salvajes: Klein, Kaprow, Tinguely, Manzoni, Hains, Villeglé, Rauschenberg, Oldenbourg, ... Están todos. Están todas esas obras que acabaron con el "arte puro" y transformaron la obra representacional en puro acontecimiento, en instante que se convierte en arte por el hecho de su ocurrencia.
Paseaba entre los neumáticos de Kaprow o los azules de Klein y miraba sobre todo a las caras de los espectadores. Sorpresa: ya no había risas, ya no había comentarios chuscos sobre si eso es arte. Todos miraban(mos) con el respeto en interés que merecían aquellos humildes y orgullosos objetos que nos habían cambiado la manera de mirar.
Primero fue la forma de representar: los genios barrocos como Velázquez y Rembrandt dieron la vuelta a los temas: un viejo cansado era un Marte, un desarrapado un filósofo. Luego fueron los temas: un árbol en Friedrich, ya no como decorado sino como centro de mirada. Luego la mímesis: de Cezanne a Gris. Luego la materia pictórica: Tapies. Luego la misma pintura: Duchamp. Después, los años de la revolución. Los cinco años de la exposición dan cuenta de aquel tiempo en los que cualquier objeto pudo convertirse en arte como resultado de un gesto, el gesto del artista que hacía de aquello arte. Aprendimos qué era la performatividad: "esto es arte" Aprendimos del fin del "estilo" como disciplina del artista y aprendimos a mirar.
Cincuenta años después ya no importa esa voluntad de asombro. Una foto de la prensa de la época muestra a Malraux haciendo chistes ante una máquina de pintura de Tinguely. ¿Sabría el viejo héroe de pose intelectual que un día nos reiríamos de su risa?
Objetos puros. Objetos-acontecimiento.

domingo, 13 de junio de 2010

La edad del pensamiento


En los últimos tiempos ando enredado conmigo mismo (y a veces con otros) en explorar y debatir sobre el lugar de las humanidades, un término que abarca una región mayor que la de las disciplinas tradicionales, que se extiende hacia zonas del arte y la escritura, del diseño y, en general, de las prácticas que implican reflexión sobre lo humano. No me preocupa tanto lo externo como el lugar de mi propio trabajo (dejemos el resto a los ministerios y ministerias correspondientes) y siento las tensiones como estiramientos de mis tendones intelectuales más que como ejercicios de juegos de guerra académica. No me preocupa el futuro de las humanidades. Ni el pasado. Sólo mi presente tensión por qué y cómo escribir.
Miro hacia atrás y recuerdo la tensión de los científicos que conocí, que andaban angustiados porque llegaban a los treinta años y aún no habían logrado algún logro respetable. Y les envidiaba y me asombraba y sentía mi inferioridad ante una inteligencia que no me había sido concedida. Con el tiempo fui observando que los años les traían una paz que no habían tenido. Veían más o menos completa su carrera de la vida (mejor en castellano) y alcanzaban una autoconfianza que seguía envidiando. Porque con el discurrir de los años, la tensión, la mía, no fue desapareciendo sino que se incrementó: al principio todo era crítica ajena, todo desprecio del otro y confianza en que uno habría de hacerlo mejor, sin ninguna duda; después, una creciente angustia por no saber, por no tener clara la visión en la niebla, por saber que donde creías claridades ahora sólo había oscuros pozos de incertidumbre. Sé que a muchos de los que me rodean les pasa también, o al menos a la gente con la que mejor me entiendo. Su incertidumbre y desesperación por no encontrar las palabras adecuadas crece y no se apacigua.
Ahora comienzo a pensar por qué: hay una edad de la inteligencia para la naturaleza y hay una edad de la inteligencia para la experiencia. Es posible un casi adolescente genio matemático; es posible un joven descubridor de una profunda teoría física. Pero no es posible en otros territorios que tienen que ver con la elaboración de la experiencia: hay un tiempo que hay que pagar para poder mirar de cerca la trama humana de la vida. No se trata de haber vivido en más o menos lugares o momentos, o circunstancias, sino de haber vivido. El pensamiento, como la amistad, exige tiempo. Uno puede enamorarse en un instante, y vivir una vida en él. Pero si quiere vivir con la persona que ama una vida de intimidad y compañerismo necesita tiempo. El pensamiento también. Es la inteligencia de lo humano y necesita tiempo. Pero no es un tiempo fácil. Ahora lo sé. Querría no haber comenzado a correr esta carrera, querría tener más tiempo. Un poco más. Hay tanto que pensar...

jueves, 10 de junio de 2010

Clases pasivas


Un comentario de Carina a mi anterior entrada, sobre la pasividad de las clases frente a lo que ocurre en ciertos momentos, me llevó de las noticias (como casi siempre) a la reflexión filosófica y a la intrigante mezcla de epistemología, estética y política que introduce Jacques Rancière en sus escritos, y en particular en el que tengo por ahora entre las manos y entre los ojos: Le spectateur émancipé. Rancière comienza un enredo en apariencia inocuo sobre la oposición que hace Platón entre el teatro y el coro como formas de lo visible, o mejor, de la posición estética: en el teatro se establece una barrera (¿insalvable?) entre el actor y el espectador; en el coro, es el público el que se moviliza, pero lo hace siguiendo un guión preestablecido. Y he aquí que Rancière pasa a cuestionar varias dicotomías constituyentes de la tradición occidental: la que divide lo activo y lo pasivo, la que divide el actor y el espectador, la que divide la apariencia y la realidad. El romanticismo aspira a una nueva forma de verdad que nazca de la fusión. Pero ¿es posible la fusión? Hay que decir, y tengo que confesar mi profundo acuerdo, que Rancière considera que hay un profundo nexo entre estética y política. No por la "estetización" de la política como fruto del desencanto o de la sociedad del espectáculo, sino porque estética hace alusión a una distribución de lo visible: de quiénes son o forman parte, son visibles o no, en el espacio público, y de cómo política y estética (en el sentido kantiano de estética) tienen que ver con la afinación de la mirada. Pues bien, acaso la aspiración a la unidad, sueño de todas las vanguardias del siglo XX desde Brecht a Artaud, pueda replantearse en otros términos, haciendo de ciertas imágenes algo que hace algo con nosotros. Y entonces me fui a esta imagen de Alfredo Jaar:


Unos ojos. Simplemente unos ojos. La fotografía se titula: Los ojos de Gutete Emerita.
En realidad lo que aparece ahí es solamente un fragmento. El resto de la fotografía son palabras. Las traduzco y transcribo:

"Gutete Emerita, de treinta años, está frente a una iglesia donde 400 tutsi, hombres, mujeres y niños fueron sistemáticamente masacrados por un escuadrón de la muerte hutu durante la misa del domingo. Ella estaba en misa con su familia cuando comenzó la masacre. Asesinados a machetazos delante de sus ojos yacían su marido Tito Kahinamura, de 40 años, y sus dos hijos, Muhoza, de 10, y Matirigari, de 7. De algún modo Gutete logró escapar con su hija Marie Louise Unumararunga, de 12. Se ocultaron en un pantano durante tres semanas saliendo solamente por las noches para comer"

La fotografía es también fotografía del texto. A medida que la palabra nos inunda, los ojos de la imagen comienzan a cambiar y los nuestros también: comienzan a intercambiar (miradas): ¿qué mira?, ¿a quién mira?, ¿me mira a mí?, ¿mira lo que no puede ser mirado?, ¿mira lo que no puede ser dicho?, ¿quién es la víctima?, ¿quién el victimario?
La imagen no se ha unido con quien la mira. No puede. NO debe. Pero comienza la acción. Una acción que tal vez sólo el arte consiga despertar.

lunes, 7 de junio de 2010

Ser radical


Los seres radicales son seres que son o van a las raíces. No es mi caso, lo reconozco. Siempre me ando por las ramas. Vivo en ese lugar que describe el intraducible término inglés betweeness, un sitio nada apacible pues vives entre (y no en medio de) fuerzas que se oponen. Pero no olvido las raíces. Y si no, alguien me las recuerda. En este caso, Ignacio Castro Rey, en unas jornadas en Santiago, me ilumina y recuerda a gente realmente radical: el colectivo Tiqqun (Teoría del Bloom, Melusina). (En su página hay más: http://www.ignaciocastrorey.com)
Este grupo, heredero de una larga tradición ácrata que cuestiona sin obligar(se/nos) a las respuestas mete dedos en los ojos, pinta graffiti en la paredes de nuestros cuartos, señala la luna y nos corta el dedo. Nos llama a las raíces. Quienes nos andamos por las ramas más vale que nos agarremos.
Palabras de otros que merece la pena escuchar:

"Estamoshartos (...)delaeconomía.Trasgeneracionesen lasquesenoshadisciplinado,senoshapacificado,enquesehabía hechodenosotroslossujetos,naturalmenteproductivos,
satisfechosdeconsumir.Y heaquíqueserevelaaquelloqueestábamostratando deolvidar:quelaeconomíaesunapolítica.Yqueestapolítica,hoy,es una política de selección en el seno de una humanidad convertida, masivamente, en superflua. De Colbert a De Gaulle pasando por Napoleón III, el Estado siempre ha concebido la economía como política, no menos que la burguesía, que obtiene beneficios, y los proletariosque lapadecen.No existemásque este extraño estrato intermediode lapoblación, este curioso agregado sin fuerzade los que no toman partido, la pequeña burguesía, que siempre ha simuladocreerenlaeconomíacomoenunarealidadporqueasí
su neutralidadquedabapreservada.Pequeñoscomerciantes,pequeños patronos, pequeños funcionarios, cuadros, profesores, periodistas, intermediariosde todas las clases forman enFrancia estano‐clase, estagelatina social compuestapor lamasade losque simplemente quisieranpasarsupequeñavidaprivadaacubiertode laHistoriay sustumultos.Estepantanoestápredispuestoaserelcampeóndela mala conciencia,preparadopara tener, en su somnolencia, los ojos cerrados a la guerra que causa dolor a su alrededor. Cada establecimientodelfrenteestáseñaladoenFranciaporlainvención deunnuevocapricho.Durantelosúltimosdiezaños,éstefueATTAC y su inverosímil tasa Tobin cuya instauración habría requerido nadamenosquelacreacióndeungobiernomundial,suapologíade la “economía real” contra los mercados financieros y su conmovedoranostalgiadelEstado.Lacomediaduró loqueduró, y acabóenuna insípidamascarada.Deunaextravaganciaaotra, llega eldecrecimiento.SiATTAC con sus cursosdeeducaciónpopularha intentado salvar a la economía como ciencia, el decrecimiento pretendesalvarlacomomoral.Sólohayunaalternativaal
apocalipsis enmarcha, decrecer. Consumir y producirmenos. Convertirnos en alegremente frugales. Comer bio, ir en bici, dejar de fumar y supervisar seriamente los productos que se compran. Contentarse con loestrictamentenecesario.Sencillezvoluntaria. “Redescubrir la verdadera riqueza en la felicidad de unas relaciones sociales distendidas en un mundo sano.” “No abusar de nuestro capital natural.”Avanzar hacia una “economía sana”. “Evitar la regulación por el caos.” “No generar una crisis social poniendo en duda la democraciayelhumanismo”.Resumiendo:convertirteenahorrador. Volver a laeconomía de Papá, a la edad de oro de la pequeña burguesía:losaños50.“Cuandoelindividuoseconvierteenunbuen ahorrador,supropiedadcumpleporcompletosumisión,
queeslade permitirle disfrutar de su propia vida
al abrigo de la existencia pública o en la reclusión privada”

La insurrección que viene. Colectivo invisible. La fabrique editions. París 2007.

Tomado de

http://caosmosis.acracia.net/wp-content/uploads/2009/05/la_insurrecion_que_llega.pdf

Los del colectivo Tiqqun (como buenos ácratas) no tienen nostalgia del Estado. Quizá discrepemos, quizá nos andemos por las ramas si decimos que tenemos nostalgia de la política y de los tiempos en que la economía era economía política. Quizá uno pertenezca, haya pertenecido siempre a la pequeña-burguesía. Quizá. Pero andarse por las ramas no exime de columpiarse en las raíces y saber que las palabras radicales, más allá de tanta bullshit como nos llena, son acontecimientos a los que atender en este espectáculo que nos habita. No se olvide la fecha en que está escrito el panfleto: 2007.