lunes, 26 de diciembre de 2016

Acciones simbólicas





Fredric Jameson, el crítico cultural marxista, persistente castigador del posmodernismo, a pesar de que su prosa y contenido le acerque mucho más a esta corriente que a todas las demás, sostuvo una vez contra Kenneth Burke que "la acción simbólica es sólo eso, una acción simbólica". Esta cruel frase declara, como si no hubiese posibilidad de contradecirla, que los símbolos son inanes, que toda acción que no produzca efectos causales por sí misma no es acción sino representación de acción.

Kenneth Burke es un autor olvidado en las historias del pensamiento, a pesar de su inmensa influencia en mucho de lo que ocurrió en la cultura de finales del siglo pasado. Nunca acabó una tesis doctoral ni perteneció a la academia, quizá por eso se le ha olvidado. Fue un crítico literario entre el marxismo y el pragmatismo americano que se movió en los círculos vanguardistas newyorkinos. Desarrolló una teoría del sujeto como sujeto dramático y de la acción humana como acción simbólica que más de medio siglo después estamos empezando a redescubrir*. El juicio de Jameson no solo es injusto sino profunda y extensamente equivocado.

Burke tenía una concepción materialista del lenguaje.Entendía la retórica como un campo de análisis que trasciende lo que popularmente entendemos por tal disciplina: un estudio de los tropos o estrategias discursivas orientadas a la seducción de la audiencia. Para Burke, la retórica tiene que ver, de modo más amplio, con la forma esencial de acción humana que ocurre simbólicamente: son acciones cuya efectividad no directa e instrumental como la de una máquina, sino indirecta, a través del efecto que producen en el entorno inteligente donde se ejercen. Desde el Manifiesto Comunista y las luchas anarco-sindicalistas hasta los poemas de Keats, Burke estudió formas de acción que se desarrollan en un entorno interactivo donde cualquier movimiento corporal se convierte en un signo que hace cosas con las mentes de otros agentes. Solo entonces es acción. Antes es puro movimiento.

En fin, más allá de la reivindicación de Burke, es necesario desarrollar una aproximación materialista, histórica y dinámica de los símbolos que nos ilumine algo en toda esta maraña semiótica, estructuralista y posteriormente cognitivista en la que hemos crecido. Aunque sean imprescindibles todas las teorías definitorias de sistemas simbólicos, no todas las acciones simbólicas caen bajo las formas representacionales que estudian estas teorías. Es más, la mayoría de nuestras acciones simbólicas operan en dominios que no son representacionales o no lo son directamente. ¿Por qué gritamos, lloramos y reimos? ¿Acaso tenemos un código interno para el grito, el llanto y la risa? La acción simbólica lo es porque los humanos interactuamos con las emociones y percepciones de los otros en espacios muy amplios, en los que sólo una parte está codificada en sistemas simbólicos culturalmente establecidos. En estos inmensos territorios están constituidos por complejas interacciones cognitivo-emotivas que generan las dinámicas y patrones de comportamiento estables sobre los que se sostiene la sociedad.

El poder (es decir, el miedo basado en la amenaza estratégica) y su opuesto, la autoridad (basada en la confianza) se apoyan en acciones simbólicas que nacen de la estructura agonal de nuestras identidades, siempre en conflicto externo e interno: "tu tienes algo que yo deseo" "tu temes algo que yo puedo hacer", "estoy en tus manos para...", etcétera. En este laberinto de pasiones, cualquier movimiento de nuestros cuerpos desencadena dinámicas que transforman la escena y producen actitudes reactivas que rompen o preservan nuestros vínculos.

Es muy sorprendente observar cuán hipócritas son las teorías de la acción, especialmente de la acción social y política, que desprecian las acciones simbólicas como marcos básicos de la acción humana. Para estas teorías, sólo las necesidades "básicas" de los humanos (comida, seguridad, sexo, ...) son la base causal sobre la que se asientan las acciones. Pero de hecho, cuando se atiende a la práctica real de quienes las promueven se descubre la naturaleza indiscutiblemente simbólica de lo que hacen. El poder, siempre asiento de lo "pragmático" e instrumental, contrario en apariencia a todo lo simbólico, es de hecho natural y necesariamente simbólico. Nunca podríamos explicar por qué tantos se someten de buen grado a los poderosos si no fuese por el carácter simbólico del poder. Siempre teatral, siempre escénico en sus amenazas. La violencia sobre la que se construye el poder es fundamentalmente simbólica: las acciones de advertencia, amenaza y reacción disuasoria son siempre simbólicas. El imperio romano nació y se sostuvo sobre una increíblemente efectiva estrategia de poder simbólico: crueldad infinita sobre los pocos para disuadir a los muchos. Las resistencias no lo son menos.

De todas las acciones simbólicas, me interesa cada vez más el poder contemporáneo del arte como potencial campo de acción. Y junto con el arte todos los territorios relacionados como lo son los que ocupan el pensamiento y lo que llamamos "humanidades". Si es cierto, bien cierto, que el arte por sí solo no transforma el mundo y la sociedad, no es menos cierto que no puede haber transformación de la sociedad sin el arte y el pensamiento. Stalin lo entendió perfectamente. Para acabar con la revolución había que acabar con los artistas. Osip Mandelstam lo expresó claramente: "Stalin fue quien se tomó realmente en serio la poesía". Lubianka fue efectivamente una de las academias más didácticas sobre el poder de la poesía. George Bush, Donald Trump y otros "pragmáticos realistas" contemporáneos han aprendido su lección del georgiano con mucho más aprovechamiento que la izquierda bienpensante.



* Desgraciadamente no es fácil encontrar sus libros, ni siquiera en inglés. Su obra más influyente es A Grammar of Motives, que al menos puede ser leída en Google Libros.

domingo, 18 de diciembre de 2016

Las compañías que elegimos



No, no voy a escribir sobre las amistades peligrosas. Estoy leyendo, completamente entregado, el libro del teórico de la literatura Wayne C. Booth Las compañias que elegimos. Una ética de la ficción. Es un escrito tardío, en el final de una carrera de un crítico que firmó mil dictámenes sobre obras y autores. 
"Debo dejarle -escribe el autor- a cada lector la práctica de una ética de la lectura que pueda determinar cuáles criterios deberían contar más, y cuáles de las narraciones del mundo deberían proscribirse o aceptarse en el proyecto, que dura toda la vida, de construir el carácter de un lector ético"
Es un libro sensato en el que renuncia a los grandes pronunciamientos y del que uno puede aprender tolerancia y al mismo tiempo amor intenso por la lectura. Está entre los formalistas, que sólo valoran la forma de la escritura y su aportación al arte o al pensamiento, y quienes valoran solamente las consecuencias que tiene sobre la subjetividad del lector, emocionales o cognitivas.  Está también entre quienes defienden la existencia de un canon inapelable y quienes defienden un relativismo de contexto social o histórico en la valoración de los textos y obras de arte. 

Booth se pregunta por qué cayó en desgracia la crítica ética, es decir, la critica que tiene en cuenta lo que la literatura hace con nosotros. Por qué, en el siglo pasado (y no menos en el actual) se aborrece entre la élite de la crítica la referencia a las consecuencias y, tal vez sólo los marxistas más tozudos siguen defendiendo la mirada desde algún sitio para valorar los textos.

No puedo repetir sus argumentos, así que me ciño a sus conclusiones: sin contexto de lector la obra no tiene valor, pero el contexto (subjetivo o social) del lector, por sí mismo, no es suficiente para que la obra abra todos los valores que lleva dentro. Hay valores de forma y valores de contenido. No hay valores absolutos: podemos leer desde diversos puntos de vista y las grandes obras nos responderán siempre con asombrosos descubrimientos. Los absolutistas que creen solamente en algún tipo de valores (formales, de contenido, internos, externos) no tardan en encontrarse en contradicciones al juzgar las obras. 

Pero, ¿con qué autoridad juzgamos los textos de literatura o pensamiento? Pues lo mismo: no hay autoridades definitivas, pero podemos construir un cierto carácter o ethos de la lectura. Ganamos en sabiduría a medida que nuestros juicios son más ponderados, más profundos y ricos y hacemos que las obras saquen más cosas de las muchas que llevan dentro. 

Nada hay prohibido en literatura ni pensamiento. Pero de Jane Austen podemos extraer mucho más que de Arturo Pérez Reverte y de Kant más que de José Antonio Marina, pero eso no implica que haya un canon obligatorio en literatura y pensamiento que castigue la lectura de autores fuera de la alta iglesia literaria. Sin embargo, sabremos extraer mucho mejor lo que pueda tener una novela del Capitán Alatriste si somos capaces de leer con perspicacia La abadía de Northanger. La emoción es importante, pero tampoco es una guía segura. Puede que nos conmueva Antígona y puede que no, puede que sintamos escalofríos al escuchar "Manuel" de Joan Manuel Serrat o que nos parezca cursi y viejuna, pero es importante que podamos hablar y pensar sobre nuestras reacciones emocionales, que hagamos de la lectura un acto de conversación con otros o con nosotros mismos. 

Todo esto es lo que encontramos en este sabio libro sobre el arte de criticar un texto. No es casual que Booth se apoye por aquí y por allá en los mejores autores de la filosofía contemporánea porque sus argumentos son compartidos con muchas controversias internas al mundo de la filosofía. De hecho, cuando paso las páginas, estoy pensando en la aplicación a lo que también podría llamar una ética de la creación y la evaluación filosófica. 

Me he encontrado en mi ya larga historia como lector apasionado de filosofía (en cierta forma escritor del ramo y de vez en cuando, con cierta habitualidad, evaluador de textos, proyectos y méritos de profesionales) siempre en la perplejidad evaluativa, y en mucha mayor perplejidad cuando me he tropezado con posiciones intransigentes, incapaces de ver otros valores que los que les proporciona su visión de túnel. Respecto a mí mismo, en la medida en que uno viene siempre de una escuela, me he encontrado, también muchas veces preguntándome: ¿cómo es que me gusta tanto este texto que según la opinión corriente entre los míos es absolutamente detestable? Poco a poco he ido aprendiendo a leer con un criterio más amplio que me ha permitido disfrutar, aprender y preguntar de formas nuevas a los autores para encontrarme en mundos conceptuales nuevos. 

Imaginemos que leyendo las Meditaciones Metafísicas de Descartes, un texto que en cierta forma de lectura aparecería como el culmen de la tradición intelectualista "cartesiana", uno encuentra que Descartes dice que incluso el mejor matemático, aunque tenga conocimiento (cognitio) no llegará a tener sabiduría (scientia) si no posee el saber teológico de lo que Dios hace con nosotros. De pronto Descartes cambia. Cambia mucho más si en vez de Dios leemos, como Spinoza, Deus sive Natura,  y aún cambiaría mucho más si, llevados por nuestro ardor paulino decimos: "aunque fueseis los mejores matemáticos, poseedores del más alto conocimiento, si os falta amor nunca tendréis sabiduría". Nada nos impide leer así al Descartes que sabemos amante de la música y enamorado de la joven princesa Isabel de Bohemia. No está claro que Descartes cometiera ningún error, tal vez (estoy seguro) siempre fue un philosophe masqué, siempre engañoso sobre sus reales opiniones y sentimientos. Si logramos hacer esta lectura, estoy seguro de que todos sus textos se iluminan con nueva luz y nos los apropiamos paralela o externamente al canon. Hemos entrado en una larga conversación en la que estamos en las mejores compañías.

¿Qué hacer cuando uno encuentra al opiniador opinionado que hace juicios inapelables sobre todos los textos y autores con un infinito desprecio por todo aquello que no se parece a lo que a él/ella le gusta o escribe? (mi opinionador favorito es Mario Bunge, aunque encuentro a muchos ejemplares de la misma muestra con asiduidad en los entornos profesionales). Tendría que explicarle lo que se pierde en la vida de lectura el dogmático; lo que se ha perdido por no leer a (ponga aquí a los autores de su corriente más odiada); tendría que hablarle de la increíble experiencia de encontrarte con que los textos grandes te responden cuando les sabes hacer buenas preguntas; tendría que... pero uno se calla y asiente porque suele ser muy difícil discutir con gente así.

Me preocupa cada vez más la ética de la lectura, sobre todo cuando esta ética se convierte en política porque forma parte del barroco sistema de evaluación por pares sobre el que se articula la universidad y la academia contemporánea. Pero éste es otro tema (que estaba presente desde el principio)


domingo, 11 de diciembre de 2016

La imaginación ya está en el poder



No sueñes y no te castigarán los dioses haciendo que tus sueños se cumplan.

La imaginación ya está en el poder. Se ha hecho producción, mercancía, orden de lo social. La imaginación ha sustituido al trabajo. Allí donde eran los cuerpos y el tiempo de las vidas ahora es la materia mental el lugar de la explotación y la fuente de la riqueza: la atención, la imaginación, las emociones.

Hubo un tiempo donde había trabajo, rutinas, cansancio, proyectos de vida. Realidades económicas sobre las que descansaba la explotación pero también el mundo de lo ordinario. La imaginación ha sustituido al sudor y la utopía se ha vuelto pesadilla. Ya está: el trabajo se ha superado. La realidad se ha vuelto imaginaria. Productores, consumidores, explotadores y explotados en un mundo imaginario.

Hubo un tiempo donde la realidad cotidiana se basaba en la capacidad de entendernos y predecir nuestros mutuos movimientos. Era un tiempo donde había pasado, presente y futuro. Había un relato del pasado, estaban las penas y alegrías del presente y el futuro era algo abierto. Había planes de vida. Había una convicción: "nadie me hará daño, y si alguien me daña ahí estarán otros (instituciones, familia, amigos, amantes) para echarme una mano".

¿Cuándo la confianza en los otros se transformó en el miedo a perder la confianza de los mercados?




Esteban Hernández, desde su ventana de periodista, ha escrito una fenomenología de la vida cotidiana en la economía y la política en la que nos desenvolvemos en donde pinta un cuadro impresionista e impresionante de lo imaginario de la realidad, o de la realidad imaginaria cuando los vínculos con la realidad se han perdido y sólo queda un mundo de signos en los que se asienta la acción del poder.

"Sonríe, sé positivo", "Si no haces lo que te gusta, que te guste lo que haces",...La adición a la literatura de autoayuda, la extensión de esta literatura, que se ha ido comiendo en las librerías a los textos de pensamiento y filosofía, da cuenta de la nueva ideología, de lo que queda tras el apocalipsis neoliberal. Se han roto los lazos de solidaridad y perdido los lugares de trabajo donde encontrarse. Ya no hay tiempos para gozar y sufrir con el otro y sólo queda la sonrisa esforzada y pegada del camarero y la cajera de supermercado.



El mundo se ha hecho complejo e imprevisible. Nadie, los banqueros menos que nadie, saben qué ocurrirá con lo suyo al día siguiente. Donde había un gigante de las finanzas queda una oficina vacía y un concurso de acreedores. Las consultoras, nos dice Esteban Hernández, se han adueñado del desierto del riesgo. Ellas otean los signos de lo que pasa mediante sus programas de proyectores, basados en los grandes datos, y elaboran las decisiones que el consejero delegado no se atrevería a tomar por sí mismo. Son los indicadores.

El mundo se ha llenado de indicadores. Donde antes había teorías e hipótesis sobre mecanismos causales ahora quedan ventanas de indicadores. Señales de humo del futuro. Indicadores de productividad, de ventas, de competitividad.

Ya no es necesaria la vigilancia. Foucault olvidado. A quién le importan los panópticos cuando tienes estadísticas e indicadores que te examinan mes a mes, año a año, sexenio a sexenio. Vigilancia permanente a la que respondes organizando tu vida, la de otros, la de tu empresa, institución, universidad, para cumplir con los indicadores, salir en los rankings, despuntar un punto sobre tus competidores, que antes eran compañeros de trabajo, entidades con las que colaborabas en pro de algo.

Fin de la racionalización weberiana: nada de procedimientos racionales y organización medios-fines. Adaptación al mercado, que ni siquiera existe más que en las máquinas que producen indicadores cada hora, cada minuto de existencia. Fin del funcionario, del técnico y el experto. La nueva burocracia trae los indicadores cada mañana para que los leas en el desayuno y salgas con la sonrisa impostada.

Todo son signos. La realidad es imaginaria. Slim fits, nos cuenta el libro. Vas al trabajo y ves a los nuevos triunfadores: slim fits. Llevan sus trajes ceñidos, bien cortados. Pelos rubios y sonrisa permanente. Rictus de suficiencia y muchos másteres MBA a las espaldas. Te miran al pasar como se mira al pordiosero, velando los ojos, ver sin ver. "De humanidades, seguro", se dicen. "Vaya pintas que lleva". Viven en un mundo imaginario, ensimismados en su zona segura de grandes datos e indicadores que les hacen creer que conocen la realidad que tan distante les queda.

Se machaca el ánimo intentando adelgazar, ganando capital erótico día tras día en un gimnasio que apenas puede pagar, dejando de comer lo apetitoso. Sabe que nunca llegará a la talla que exige la tienda de Zara, pero sigue trabajando su cuerpo. Empresaria de sí misma, incansable, siempre sonriente. Ha dejado el diario. Ya no tiene historias de vida. Cada mañana envía el currículo. "Un día me llegará un mensaje al correo".

Ha dejado de pensar. Se esfuerza cada mañana intentando escribir artículos que sean admitidos en las revistas de impacto. Va a todos los congresos para ganar capital social. Solicita todos los encargos de curso a quinientos al mes para ganar capital didáctico. Ha dejado su vida privada en otro sitio y no recuerda dónde.

Ha dejado el periodismo de investigación. Demasiado arriesgado. Se limita a mirar las estadísticas de la OCDE, de la CE, del FMI, del Banco Mundial. Compara datos, mira series temporales y emite juicios rotundos sobre aquella realidad que debe andar por allá, de la que hablan las mujeres de la limpieza que llegan por la noche a la redacción.

Gestores de empresas, rectores, políticos. No saben qué hacer. Asocian el riesgo a lo que está allá, en la realidad. Copian lo que hacen otras empresas, universidades e instituciones que dicen que triunfan. Viven colgados de los rankings, de la prensa, de los datos que facilitan las continuas evaluaciones a las que someten y con las que someten a sus empleados.

La modernidad, dice Foucault en Las palabras y las cosas, consiste en sustituir las relaciones de analogía y las relaciones entre cosas por relaciones entre signos y cosas. Una realidad referida, sospechada o conocida a través de sus representaciones. La era del capitalismo imaginario se desprende por fin de la realidad. Todo son relaciones entre indicadores y otros signos.

Allí, lejos, pasa la realidad. La llaman crisis.






NB: hoy mismo, día 11/12/2016 ElDiario.es da cuenta de un informe de un grupo de expertos que evalúan el sistema de indicadores PISA con el que se examinan los sistemas educativos. Su conclusión: son interesantes pero nadie sabe lo que dicen tales indicadores.


domingo, 4 de diciembre de 2016

Lloronas



"En cojera de perro y llanto de mujer no has de creer", reza uno de los refranes más brutales que oí desde mi niñez castellana.  El llanto de la mujer no pertenece a la semántica de lo real sino a la subjetividad y lo ficticio, no a lo ocurrido sino a lo que pasa por su extraña cabeza. Tal es el mensaje de la sabiduría popular de mi tierra. Los griegos separaban con claridad lo político y lo pre-político. Lo político era el dominio de la palabra, en las afueras estaba lo reproductivo y lo doméstico. Hanna Arendt y Habermas han construido sus filosofías de la esfera pública sobre esta idea. El llanto de la mujer queda al otro lado de la puerta. "Deja de llorar y habla", parecen querernos decir. 

Dos desencantados de la política como Sófocles y Eurípides lo pusieron definitivamente en duda. En dos obras, cada uno de ellos se encargó de mostrar la falsedad de este axioma de la filosofía política: Antígona y Medea, respectivamente. En las dos, el grito ininteligible de las mujeres obra como prólogo a la fundación de la política. Las dos dejan claro que lo político es personal y que el grito y el lamento son actos de habla cuyo significado radica en el no ser entendidos.

Al comienzo de Antígona, el guardián del cadáver de Polinices, que acaba de atrapar a Antígona realizando sobre él los ritos de duelo, informa a Creonte de que la descubrieron por sus gritos estentóreos: 
"(…)  se  pudo  ver  a la  muchacha.  Lanzaba  gritos  penetrantes  como  un  pájaro  desconsolado  cuando  distingue  el  lecho  vacío  del nido  huérfano  de  sus  crías.  Así  ésta,  cuando  divisó  el cadáver  descubierto,  prorrumpió  en  sollozos  y  tremendas  maldiciones  para  los  que  habían  sido  autores  de esta  acción." 
Antígona grita para ser oída y detenida. Su acción y llanto no son lamentos privados sino parte de su conspiración contra el dictador. Pese a ello, docenas de autores han interpretado Antígona como un relato del enfrentamiento entre lo prepolítico y los lazos de sangre y la aparición de la ley y el estado, entre la lógica de la moral y la lógica de la política. Hegel es con mucho el más destacado y escuchado. Se ha dicho, con razón, que la Fenomenología del espíritu es un comentario a pie de página de Antígona. Quizás, una lectura diferente de la obra de Sófocles animaría a leer la Fenomenología con otra clave. El caso es que a Hegel se le escapan las intenciones políticas del grito de Antígona. 

Me interesa más Medea, una obra que parece tratar de la venganza de una mujer mala. También comienza con un llanto molesto e ininteligible: 
PEDAGOGO. — ¿No cesa aún la desgraciada en sus gemidos?
NODRIZA. — Envidio tu ingenuidad. El dolor está en su principio y aún no ha llegado a su mitad (…)
MEDEA. — (Desde dentro.) ¡Ay, desgraciada de mí e infeliz por mis sufrimientos!¡Ay de mí, ay de mi! cómo podría morir?
 El mito de Medea es inquietante y rico en metáforas políticas. Medea es la bruja, la mujer peligrosa que arregla con sus artes las incompetencias de los varones a los que ama. Es la traidora a su familia que se deja llevar de su pasión por Jasón y de sus promesas (Jasón, el idiota elocuente que, tras haber conseguido el Vellocino de oro gracias a Medea, aspira a entrar en Palacio mediante un braguetazo con la hija del rey, traicionando sus promesas a la madre de sus hijos). Medea es la nómade condenada a una cadena de exilios debido a la incomodidad que causa su presencia.
"Comenzaré a hablar desde el principio. Yo te salvé,  como saben cuantos griegos se embarcaron contigo en  la nave Argos, cuando fuiste enviado para uncir al yugo a los toros que respiraban fuego y a sembrar el campo mortal; y a la serpiente que guardaba el vellocino de oro, cubriéndolo con los múltiples repliegues de sus anillos, siempre insomne, la maté e hice surgir para ti una luz salvadora. Y yo, después de traicionar a mi padre y a mi casa, vine [en tu compañía] a Yolco, en la Peliótide ~, con más ardor que prudencia. Y maté a Pelias con la muerte más dolorosa de todas, a manos de sus hijas, y aparté de ti todo temor. Y a cambio de estos favores, ¡oh el más malvado de los hombres! nos has traicionado y has tomado un nuevo lecho,  a pesar de tener hijos. Si no los hubieras tenido, se te habría perdonado enamorarte de ese lecho. Se ha desvanecido la confianza en los juramentos y no puedo saber si crees que los dioses de antes ya no reinan, o si piensas que ahora hay leyes nuevas entre los hombres, porque eres consciente, qué duda cabe, de que no has respetado los juramentos que me hiciste.  ¡Ay, mano derecha que tantas veces tomabas y rodillas mías, cuán en vano hemos recibido las caricias de un hombre malvado, qué decepción en nuestras esperanzas!"
Su queja, como la de Antígona, también es interpretada como doméstica y prepolítica por la voz del poder. Jasón la acusa de no ser sino una mujer resentida, como si el resentimiento no contase como pasión política, como demanda de justicia y de promesas incumplidas. Eurípides tenía claro que la demanda de Medea es a la misma trama que sostiene la democracia griega: 
"Para mí, quien es injusto y, al mismo tiempo, de talante habilidoso en el hablar merece el mayor castigo, pues, ufanándose de adornar la injusticia con su lengua, se atreve a cometer cualquier acción"
 Medea se dirige a Jasón pero lo hace al discurso político que envuelve en retórica sus actos de injusticia. Lo mismo que Antígona, decidirá pagar el precio más alto para hacer que el poder entienda su llanto. Antígona se ofrece para morir. Medea ofrece un sacrificio aún mayor que su vida, la de sus hijos que ha tenido en común con Jasón. Y reivindica la interpretación política de su acción: 
JASÓN. — ¡Oh hijos, qué madre malvada os cayó en suerte! MEDEA. — ¡ Oh niños, cómo habéis perecido por la locura de vuestro padre!
JASÓN. — Pero no los destruyó mi mano derecha.MEDEA. — Sino tu ultraje y tu reciente boda.
JASÓN. — ¿Te pareció bien matarlos por celos de mi lecho?
MEDEA. — ¿Crees que es un dolor pequeño para una mujer?
JASÓN. — Si. ella es sensata, sí, pero para ti es la mayor desgracia.
MEDEA. — (Señalando a los cadáveres.) Ellos ya no viven. Esto te morderá.
 JASÓN. — Ellos viven, ay de mí, como genios vengadores de tu cabeza.
 MEDEA. — Los dioses saben quién comenzó la desgracia.
JASÓN — Conocen, sin duda, tu alma abominable.
MEDEA. — Odia. Detesto tus amargas palabras.
JASÓN. — Y yo las tuyas, pero la separación es fácil.
MEDEA. — ¿Cómo? ¿Qué debo hacer? Lo deseo con todas mis fuerzas.
 JASÓN. — Déjame enterrar a estos muertos y llorarlos.
 MEDEA. — Eso no, pues yo deseo enterrarlos con mi propia mano, llevándolos al santuario de Hera, diosa Acrea, para que ninguno, de mis enemigos los ultraje saqueando sus tumbas. Y en esta tierra de Corinto instituiremos, de ahora en adelante, una solemne fiesta  y ritos expiatorios de este impío crimen. Yo me voy a la tierra de Erecteo a vivir en compañía de Egeo, hijo de Pandión. Tú, como es natural, morirás de mala manera, golpeado en tu cabeza por un despojo de la Acrea, viendo así el amargo final de tu boda conmigo.
JASÓN. — ¡Ojalá te destruya la Erinis de tus hijos y la Justicia vengadora!
 MEDEA. — ¿Qué dios o divinidad te va a escuchar, perjuro y engañador de tus huéspedes?"

En las dos obras hay un entierro ritual: en Antígona, al comienzo, en Medea, al final. Los rituales de duelo marcan los espacios de lo prepolítico. Antígona y Medea saben que han de convertir su grito en restauración de la justicia. Antígona se apoya en este ritual para construir su conspiración. Medea vuelve a lo ritual y prepolítico para convertirlo en memoria de su acción. 

Medea convierte su llanto en mensaje que tardará en ser oído, pero que, cuando lo haga, cambiará el curso de la historia: 
"De todo lo que tiene vida y pensamiento, nosotras, las mujeres, somos el ser más desgraciado. Empezamos por tener que comprar un esposo con dispendio de riquezas y tomar un amo de nuestro cuerpo, y éste es el peor de los males."
Las mujeres malas hacen que su llanto se convierta en institución de lo político abriendo los límites de lo real más allá de los límites del discurso del poder. Cuando las mujeres malas aparecen en escena el varón patriarcal se siente perdido entre la fascinación y el miedo. "Me gustan las mujeres rubias, peligrosas y cargadas de pecados",  afirma Philil Marlowe, el detective de ficción de Raymond Chandler (creo que es en El largo adiós, pero ahora no tengo a mano sus obras para comprobarlo). La novela y el cine negros dieron testimonio de la llegada de la mujer mala al universo de la metrópolis, brujas que sabían interpretar los signos de la ciudad mejor que el varón perdido, y que usaban su llanto para hacer visibles las tramas ocultas de lo real. 

(Imagen: Paula Rego, "Mujer perro")