domingo, 31 de diciembre de 2017

Claridad y tono en la escritura





Un reciente artículo de Alberto Olmos en El Confidencial, en donde protesta contra el estilo "francés" en la escritura ensayística, replicado por mí en mi muro de FaceBook con un comentario más bien distante de su tesis, ha provocado una larga secuencia de comentarios a favor y en contra, a los que me costaba responder en una breve frase, por lo que he ido demorando mi opinión. Ahora encuentro en este espacio y tiempo la ocasión de hacerlo. 

Asevera en este artículo Alberto Olmos: "Como los perfumes, que no lo sé, el pensamiento perfumado se inventó en Francia, y sobre él tiene una novela muy divertida Laurent Binet: 'La séptima función del lenguaje' (Seix Barral). La conocida como French Theory establece que todo puede decirse de una manera aún más complicada, con otro pellizco de pachulí y otro prefijo. Jacques Derrida, Michel Foucault o Pierre Bourdieu son los perfumistas maestros, y gracias a ellos se nos vino encima todo lo demás." Expresa en este texto el autor una opinión muy generalizada y se alinea en una larga controversia que ha tenido numerosos hitos, entre ellos la conocida división del claustro de la Universidad de Cambridge, en mayo de 1992, cuando por 336 placet contra 204 non placet votó a favor de la concesión del doctorado honoris causa a Jacques Derrida. 

Esta y otras muchas anécdotas forman parte de una larga polémica cuyas batallas se libraron sobre todo a lo largo del último tercio del siglo pasado en los campus de las universidades norteamericanas y que conocemos como "Guerras de la Cultura", en las que nunca se acabó de firmar paz alguna y, como demuestra el artículo de Olmos, continúa con una cierta intensidad. Mi amigo y compañero de equipo de investigación Jesús Navarro Reyes ha escrito un magnífico libro sobre la controversia entre John 
Searle (filósofo de la mente y el lenguaje) y Derrida (Cómo hacer filosofía con palabras) que recomiendo mucho como ejercicio de cómo comprender y leer a las dos partes. Abunda poco esta actitud abierta de leer de todo y hacerlo con la mente abierta a captar las ideas del autor, sobre todo cuando ni las ideas ni el estilo de expresarlas le gusta a uno o simplemente no está acostumbrado a él o iniciado en sus códigos particulares. 

Esto me lleva a uno de los dos temas que quería comentar en esta breve entrada. El primero es sobre la cuestión de la norma o estilo que debería tener la escritura ensayística para que podamos considerarla de una cierta calidad tanto en términos literarios (si tal adjetivo pudiera ser aplicado al género) como conceptuales y de pensamiento. Con Hegel ya comenzó la controversia de si la medida de la calidad de un texto es su claridad. "Hegel el oscuro" tituló Adorno un artículo en el que mediaba en el debate. Las universidades más analíticas norteamericanas como NYU y Harvard tienen sendas recomendaciones de estilo (cf. el vínculo) sobre cómo escribir un texto de filosofía. Se promueve así un estilo que introduzca definiciones de todo término ambiguo o poco familiar al lector ilustrado que se supone como narratario del texto, que haga patente la estructura argumental  y que se atenga a una prosa simple, austera en metáforas y en alusiones implícitas a autores que no tiene por qué conocer el lector. Frente a este estilo analítico está el que suele llamarse "continental" que sigue una norma muy distinta, que admite o directamente promueve el aforismo, la metáfora, el retruécano, el quiasmo y, en general figuras retóricas más o menos complicadas. Se permite o estimula así mismo el juego con las etimologías, el neologismo para expresar conceptos o ideas propios, el uso y abuso de la alusión a autores que se suponen familiares al lector,..., en fin, un estilo muy distinto al ascetismo analítico. 

La elección y formación del estilo es muchas veces un resultado puramente contingente y también muchas veces instrumental: si quieres publicar en una revista filosófica Q1, en la que generalmente los referees son jóvenes autores con un furioso ardor guerrero en la defensa del estilo, lo más recomendable es seguir las normas de la casa. Si quieres tener éxito entre un público más amplio, que se deje subyugar por la forma y que no tenga un especial interés en el examen crítico de la lógica argumental, probablemente elegirás un estilo más suelto literariamente. Ahora bien, lo que no es instrumental es la necesidad de encontrar un equilibrio propio, alcanzar una voz, un tono dice Stanley Cavell, en el que la escritura y el pensamiento personal se acompasen. Este estilo puede muy bien ser un estilo neutro, si no se tienen demasiadas ambiciones de escritura, o puede tener una marca más personal, si uno cree que la forma debe ser también modelada y no solo concebirse como un medio neutro y transparente de comunicación. 

Más complicada es una segunda norma, mucho menos instrumental que la de la claridad y que es la de la profundidad de las ideas expresadas. En parte porque es difícil definir bien la profundidad, pero en todo caso podemos usar como ejemplos a las grandes figuras de la historia: Kant, Hegel, Nietzsche, Simone Weil o Iris Murdoch son figuras de profundidad unida al estilo. La profundidad tiene que ver, como ya nos contó Hume en su desesperación por esta misma cuestión del estilo, con el alejamiento de los clichés, tópicos y supuestos conceptuales que la historia deja como suciedad en el lenguaje cotidiano. Profundidad es un término topológico, que habla de descensos hacia zonas alejadas de la superficie, y, usando la metáfora hidrológica, zonas donde llega poca luz. Witttgenstein es un escritor muy profundo, que protestaba mucho contra este alejamiento de lo cotidiano, pero como cualquier wittgensteiniano podría corroborar, lo cotidiano en Wittgenstein es algo tan complicado de entender como su propio pensamiento, sólo aparentemente claro y sencillo. En fin: la profundidad es una virtud sine qua non, pero es una virtud difícil del lograr. No todos aguantan las aguas oscuras en las que la presión se hace insoportable, falta el aire y amenazan objetos oscuros. 

Conquistar una voz propia es difícil y exige pagar precios que no siempre se está dispuesto a pagar. La decisión (que Bourdieu nos explica muy bien, y muy claramente --no puedo entender que a Alberto Olmos le resulte oscuro--) entre tener un estilo personal y tener éxito en los círculos académicos está sometida a lo que Thomas S. Kuhn llamaba la tensión esencial entre seguir la norma o romperla. Como ocurre también en literatura, la tentación de acudir al mercado como juez a veces es insoportable y desgraciadamente mortal para la calidad del ensayo de pensamiento. Y con esto llego a mi segundo tema, que es el de cómo hay un tertium quid que ha mediado desgraciadamente en la polémica sobre los dos estilos de escritura. Me refiero precisamente a la tentación mediática del mercado. 

Como bien sabemos, la presión mediática por una cierta norma de estilo está produciendo una suerte de giro en la escritura hacia una forma de ensayo que adopta las formas del best-seller: el abuso del ejemplo y la anécdota, la repetición de las ideas de otros sin ser discutidas ni expuestas en su complejidad, sino reducidas a un par de eslóganes, la construcción de un narratario simple, al que se dirige el autor con una cierta complicidad frente al "otro": "tú y yo sabemos que estas ideas que te cuento son la enseñanza básica que hay que sacar y nos dejamos en paz de discusiones eruditas y complicadas." Es un estilo que lamentablemente se ha convertido en normativo por razones de mercado. No está en mi intención descalificarlo como malo --cada cual es cada quien para elegir su voz-- pero sí me subleva el que se imponga como norma de presunta claridad cuando es simplemente un ejercicio de abaratamiento de la divulgación. Uno ve con tanta compasión como pena cómo gente a la que se comenzó a leer con atención por su originalidad, valentía y profundidad se deslizan hacia este estilo que se elige menos por razones de divulgación que por expectativas de mercado. Es un estilo que, ciertamente, no es sencillo, han de conocerse las claves y exige una gran disciplina de escritura. Pero es simplemente una opción entre otras. No debemos pensar que es la norma sino que es simplemente una elección que construye su propio lector con el que si uno se identifica sin distancia crítica probablemente esté perdiendo más que ganando. Como ocurre en literatura, no hay nada malo en leer best-sellers, lo malo es en identificarse con el "lector medio" al que van dirigidos. Sólo sabiéndose distante uno puede leer a Clarice Lispector y a Carlos Ruiz Zafón y no sufrir daño en su capacidad crítica. Pero también el lector debe educar el oído como el escritor la voz. En eso está el juego de la palabra. 




domingo, 24 de diciembre de 2017

Sentimientos encontrados



Las emociones humanas cumplen diversas funciones. Como mamíferos que somos, tienen funciones de alerta, apego y otras biológicamente adaptativas. Como mamíferos sociales que somos, tienen una función de señalar el estado interno del animal a los otros de la camada. Como animales culturales que somos, las emociones han ido mutando para abarcar amplios espacios de nuestra vida personal y social. Desde Freud sabemos que nuestra personalidad se constituye a través de una compleja dinámica de emociones encontradas que van modelando nuestro carácter y las disposiciones con las que nos hacemos cargo de la realidad. La ciencia cognitiva y neurología contemporáneas no solo han confirmado su centralidad sino que la han subrayado. La memoria, el aprendizaje, los planes futuros, los vínculos sociales. Todo está conformado por las emociones que han evolucionado culturalmente.

Se ha dedicado mucha menos atención a las emociones en las grandes escalas de la economía y la política, especialmente en la política, pues la psicología política está aún en estadios muy iniciales de desarrollo. Todos sabemos que no son posibles los vínculos políticos sin la activación de emociones colectivas que se difunden con patrones epidemiológicos: la exaltación, la depresión, el miedo, ... son pasiones sin las que serían imposibles las acciones estratégicas del poder y el contrapoder. Hanna Arendt, una profunda pensadora de lo político radicalmente racionalista confiaba la política básicamente a la palabra y la argumentación, dejando las pasiones del lado de lo prepolítico, siempre desconfiando de ellas y poniéndolas en la cesta que pesa el autoritarismo. Se equivocaba Arendt pues junto a la producción de discursos la gestión de las emociones es parte esencial de la política. Está en el hueso de lo político. No es una desgracia para la política el empleo estratégico de las emociones colectivas, todo lo contrario: es la única forma de convertir las convicciones en motivos para la acción y en planes de vida a largo plazo.

Aunque la filosofía zen de Star Wars postule la apatheia como objetivo del entrenamiento jedi, lo que sería contradictorio con el papel político de las emociones, tiene razón cada vez que presenta al poder del imperio como poder sobre las emociones: la ira y el miedo, sostienen los señores del poder, son los mejores instrumentos de la fuerza oscura. Cuanto mayor sea la ira y el miedo, más fácil será atraer a la zona tenebrosa a las personas. Solo por ello es tal vez la gran serie de películas políticas de los tiempos presentes, como ha escrito recientemente Fernando Ángel Moreno. Por ello deberíamos estudiar con más cuidado el uso político de las emociones para construir políticas estables con objetivos de transformación real de la situación.

Hasta el momento, los partidos políticos, los grupos mediáticos y las oscuras alcantarillas del poder solo han trabajado una forma de manipulación emocional: la génesis de sentimientos polarizados; una suerte de educación sentimental para la dicotomía amigo/enemigo que parece caracterizar la política en la sociedad del espectáculo. Desde el punto de vista delas políticas de transformación hacia sociedades más libres e iguales, de sociedades radicalmente democráticas, este uso, por más eficiente que sea en los momentos de movilización es, sin embargo, inútil y perjudicial en lo que se refiere a las pasiones políticas que deberían regir la transformación del mundo hacia una sociedad más justa.

Los grandes muros que contienen las revoluciones sociales están hechos siempre de los mismos ladrillos que ya fueron bien pensados en El arte de la guerra: hacer que el enemigo decaiga en su voluntad de combatir antes de emprender la campaña. Las guerras se ganan siempre fuera de los campos de batalla y en el interior de los corazones enemigos: suministrándoles razones para el miedo, la incertidumbre y el desánimo para que opten por un estado en el que aún sufriendo sería siempre preferible al riesgo percibido en la voluntad de cambio. El miedo, dicho más rápidamente, es de lo que están hechos los ladrillos del poder. Contra ellos, las viejas políticas de fomentar la indignación, el reclutamiento de los fanáticos, la movilización de las pasiones fuertes, raramente es suficiente salvo en los raros casos de fractura del poder dominante. Todos los revolucionarios sueñan con "ventanas de oportunidad" y gran movilización pasional y sus tumbas suelen estar alfombradas con estos sueños.

La pregunta fundamental es: "¿por qué una sociedad decide cambiar de modo de organizarse y afrontar los riesgos que ello implica?". La respuesta no puede estar en las emociones bajas, sencillas de manipular, que se les puede encomendar a periodistas, publicistas y gente de bajo nivel político de comprensión de la profundidad humana. La razón es que las revoluciones sociales realmente existentes se hacen motivadas por emociones de plazo largo, emociones que constituyen la subjetividad de los agentes y no son simplemente episodios de descarga emocional. No es por ello extraño que encontremos en las políticas de la identidad estrategias de educación emocional de las subjetividades y que estos sentimientos sean poderosos.

Sería un error creer, como siguen haciéndolo las viejas formas políticas, que debemos encomendar a las políticas de la identidad los papeles de la educación sentimental de las subjetividades. No sólo los nacionalismos, ya bien conocidos como estrategias educativas, también las modalidades identitarias de todas las formas de opresión de género, raza, cultura o condición. Es un error. La educación sentimental que necesitamos en un mundo plural, transversal y atravesado de sentimientos encontrados exige una nueva psicología política de las emociones. CONTINUARÁ.

domingo, 17 de diciembre de 2017

Un droide en el jardín





El jueves participaba en una mesa redonda organizada en la Escuela Técnica Superior de Ingenieros de Madrid sobre cómo la Inteligencia Artificial modelará nuestro futuro. Otro debate sobre transhumanismo y la nueva prospectiva sobre la tecnología que nos invadirá. Se discutía mucho de AlfaGo Zero, el programa automático creado para desarrollar capacidades de juego en el nivel de maestro en go y ajedrez. Está formado por dos redes neuronales que aprenden rápidamente (en 100 partidas) sin tener almacenado previamente ninguna base de datos de jugadas anteriores. Impresionaba mucho que hubiese alcanzado un nivel como para ganar a campeones de go y ajedrez habiendo aprendido a jugar en unas cuantas partidas.  Se planteaban los escenarios posthumanistas de Kurzweil sobre la llegada de la Singularidad, cuando la Inteligencia Artificial supere a la de la máquina y qué significaría. La discusión, por suerte (al fin y al cabo los ingenieros son gente muy sensata) derivó hacia cuestiones más filosóficas e interesantes sobre responsabilidad jurídica, moral y sobre identidad en un horizonte de aplicación masiva de estos objetos nuevos, que podríamos llamar "droides" para usar el término de StarWars. 

Véanse algunas predicciones como las que hace Klaus Schwab, empresario fundador del Foro Económico Mundial en su famoso libro sobre La Cuarta Revolución Industrial (curioso y divertido el prólogo de Ana Botín, presidenta del Banco de Santander, hablando sobre ética y tecnología). Pues bien, anuncia que para 2025 --pasado mañana-- se pueden anticipar con cierta probabilidad estos cambios: 
El 10% de las personas usarán ropa conectada a internet/El 90% de la gente tendrá almacenamiento ilimitado y gratuito (patrocinado mediante publicidad)/Un billón de sensores estarán conectados a internet/ Primer farmacéutico robótico en Estados Unidos/El 10% de las gafas de lectura estarán conectadas a internet/El 80% de las personas tendrán presencia digital en internet/El primer automóvil impreso en 3D estará en producción/ Primer gobierno que sustituirá su censo poblacional por uno basado en el Big Data/Primer teléfono móvil implantable disponible comercialmente/El 5% de los productos de consumo estarán impresos en 3D/El 90% de la población utilizará teléfonos inteligentes/El 90% de la población tendrá acceso regular a internet/Los automóviles sin conductor serán el 10% de todos los vehículos en las carreteras de Estados Unidos/ Primer trasplante de un hígado impreso en 3D/El 30% de las auditorías corporativas serán realizadas mediante inteligencia artificial/Primera vez que un gobierno recaudará sus impuestos utilizando blockchain/Más del 50% del tráfico de internet en los hogares será para electrodomésticos y dispositivos/ En general, habrá más viajes en vehículo compartido que en coches privados/Primera ciudad con más de 50.000 personas que no tendrá semáforos/El 10% del producto interior bruto global se almacenará con tecnología blockchain/Primera máquina de inteligencia artificial en una junta directiva 
Por supuesto, todo esto viene acompañado de una enorme parafernalia de advertencias de cómo hay que adaptar los entornos socioeconómicos para poder competir y sobrevivir en la nueva economía 4.0, o sea, un programa político de más neoliberalismo bajo el gran argumento de inevitabilidad de los cambios que van a introducir las nuevas tecnologías (por cierto, la segunda predicción sobre el almacenamiento ilimitado y gratuito, después del anuncio del fin de la neutralidad de la red y su pronta conversión en negocio la veo poco probable).

Que el cambio tecnológico está transformando la economía parece claro. Sufrimos tiempos de lo que se llaman "tecnologías intersticiales", tecnologías que transforman a todas las demás, como ocurrió con el vapor, la electricidad y la microinformática en tiempos pasados. Son tiempos donde se producen cambios de paradigma que transforman la economía y terminan reorganizando los modos de funcionamiento del capitalismo, por lo que no es extraño que aparezcan estos anuncios que preparan ideológicamente para las nuevas formas de control. Dejaremos para otro día el comentario de este nuevo aparato de propaganda. Volviendo a las discusiones en la mesa redonda, querría traer aquí tres puntos para los que, ciertamente, hay que preparar nuestros sistemas jurídicos e incluso educativos:

  1. La responsabilidad en un mundo de droides: ¿quién será responsable de los accidentes que provoquen ocasionalmente los droides que tomen decisiones? Pensemos en automóviles autónomos, en sistemas de decisión económica, armas con decisión automática, etc.
  2. La sensibilidad al estado personal. Uno de los casos que discutió la especialista en derecho informático fue el de los programas que toman automáticamente decisiones económicas. Por ejemplo, la concesión de préstamos en compañías telefónicas, que ya son automáticos. Mientras que el programa trabaja con perfiles del pasado, nuestra vida cambia continuamente. Programas de previsión sanitaria, de seguros, de perfiles policiales, ... No son pocos los malentendidos que ocurren en las fronteras cuando alguien es mal-catalogado como terrorista potencial por un sistema automatizado.
  3. La privacidad de los datos: si nuestros teléfonos y datos personales son ahora ya vendidos a diferentes compañías, podemos imaginar lo que ocurrirá cuando las grandes bases almacenen nuestros datos de salud, nuestros currículos (dentro de muy poco no se necesitará presentar un currículo, el sistema lo generará explorando la red en pocos segundos), nuestros perfiles bancarios, etcétera. No es sólo un problema de si saben o no lo que hacemos, que lo saben, claro, sino de lo que hacen con ese conocimiento. 
  4. Nuestras identidades personales cuando los lazos emocionales con droides sean tan fuertes o mayores que con animales o personas. Posiblemente los robots de compañía terminen haciendo más compañía a gente mayor que familiares que se acercan a ellos con un aburrido sentido de la obligación (por no hablar del nuevo gran negocio en perspectiva, los robots de compañía sexual).
  5. Los posibles derechos de los droides. No es una cuestión banal. Los programas de IA son objetos que hacen proliferar el conocimiento y la inteligencia en nuestro entorno y que ya tienen muchas de las propiedades de los seres vivos. Ahora que comenzamos a tener cierta sensibilidad hacia las formas de vida y el respeto por ellas, y la inflicción de daños innecesarios, es un buen momento para pensar en cómo convivir con nuevas formas de inteligencia, la mayoría de ellas muy alejadas de las formas humanas, pero con niveles nuevos de autonomía. En un nuevo pensamiento ecológico, no bastará la solidaridad con las formas biológicas de vida, también habrá que incluir las no biológicas.

Hay muchos más puntos que hay que comenzar a pensar con cuidado. Las transformaciones educativas, por ejemplo: ¿Cómo proteger la búsqueda del conocimiento y la sabiduría, el estímulo de la curiosidad y la creatividad en un mundo de fácil acceso a la información? O los cambios en nuestra socialidad y planes de vida, como los que anticipa Remedios Zafra en su nuevo y maravilloso libro El entusiasmo, precariedad y trabajo creativo en la era digital. Quizás debamos repensar las propias ideas de identidad para incluir por abajo a los droides y por arriba a los nuevos sujetos colectivos en red, como propone últimamente Javier Echeverría. Ya no es posible pensar la tecnología sin la economía, la política, la epistemología y la ética. Como siempre ha ocurrido, sólo formas fuertes de ciudadanía, de control democrático del poder y de control democrático de la economía, de reparto justo de las capacidades y posibilidad de planes de vida puede hacer este mundo vivible bajo los horizontes de una nueva diversidad de cultura material. Cualquiera de los puntos anteriores implica profundas transformaciones jurídicas, institucionales y educativas. Pero la dirección, me parece, lleva a sendas divergentes de las que piensan los poderes socioeconómicos actuales, los Schwab y Botin de turno. Estamos a tiempo de contener las nuevas formas de barbarie.




domingo, 10 de diciembre de 2017

Inseguridad estratégica



John Ford dirigió en 1941 Qué verde era mi valle, un bello drama sobre la vida en un pueblo de Gales que trabaja en la mina de carbón. Al comienzo, todos están razonablemente felices y orgullosos. Los hijos serán mineros como los padres y éstos lo son como lo fue el patriarca de la familia protagonista. Era una sociedad estable y acogedora, como la describieron Richard Hoggart y Raymond Williams al comienzo de los estudios culturales. Como recordarán quienes vieron la película en su día, la tensión se abre cuando los dueños de la mina deciden bajar los salarios, lo que divide al pueblo entre aceptar la medida o constituir un sindicato y rebelarse. Las familias se fracturan. La huelga dura días y días poniendo a prueba la solidez de los lazos familiares, hasta que su fin trae de nuevo una reconstitución de los afectos en la familia.

John Ford no era  un revolucionario. Para nada, al contrario, su ideología por entonces era abiertamente conservadora. En esta película el entorno económico es solamente el marco para exponer su visión de la prioridad de la familia. Y sin embargo, le salió un film profundamente anticapitalista quizás porque huyó de cualquier didactismo en el que habría caído seguramente algún director de izquierdas. El drama de la familia y del pueblo surge cuando una decisión de los dueños produce un clima de inseguridad radical que lleva a una mayoría a preferir el enfrentamiento y poner en peligro los vínculos familiares a lo que saben que a medio plazo los destruiría de todos modos. Resuenan en la película las palabras de El manifiesto comunista:
"Todo lo sólido se desvanece en el aire; todo lo sagrado es profano, y los hombres, al fin, se ven forzados a considerar serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas”. Sin pretenderlo, John Ford hace presente la melancolía que acompaña a la experiencia de la modernidad, ligada a su vez a la máquina auto-destructiva que es el capitalismo. 

Cuando pensamos en sociedades bien ordenadas y justas, los dos términos que nos vienen a las mientes son "libertad" e "igualdad", pues estamos convencidos de que no hay más importantes características que haya que defender y por las que luchar. Sin embargo, la experiencia nos dice que los pueblos soportan grados muy altos de autoritarismo e incluso dictadura y no se rebelan sino que les admira el espectáculo obsceno de las vidas de una minoría privilegiada, cada vez más minoría, cada vez más privilegiada. A lo largo y ancho de los territorios del planeta observamos crecientemente que quienes tendrían que estar más indignados con la situación no solo no se rebelan sino que votan a quienes están al servicio de las fuerzas que provocan la desigualdad y el autoritarismo. Somos mucha gente a quienes nos preocupa que las opciones de izquierda cada vez más se limiten a las clases burguesas o pequeño burguesas ilustradas, mientras que los cinturones obreros de las ciudades se deslizan hacia la derecha a mayor o menor velocidad. 


Si las ciencias sociales no hubieran estado tan cegadas por el sociologismo y por una filosofía política abstracta y conceptual, posiblemente hubiéramos encontrado antes una respuesta a este fenómeno tan trágico como generalizado. Me atrevo a pensar y decir que si no hubiesen abandonado las tradiciones antropológicas y la fenomenología de la experiencia cotidiana, habríamos encontrado antes las claves de estos paradójicos deslizamientos telúricos en las actitudes políticas. Mi presentimiento es que, al insistir sólo en la libertad e igualdad, al pensamiento político se le escapa una característica de la sociedad que está en los trasfondo más profundos de lo que constituye una sociedad. Me refiero a la seguridad. La seguridad entendida como un horizonte temporal en el que las personas, las familias y las comunidades proyectan sus planes de vida basándose en lo que aprecian de lo que han heredado y en lo que se han criado. 


Hemos recibido en los últimos años numerosos trabajos que muestran cómo el desarrollo del capitalismo ha generado una creciente desigualdad en los recursos económicos y  otras formas asociadas de capital (social, cultural, simbólico), pero no se ha estudiado suficientemente cómo el capitalismo ha sido y es, cada vez más, una máquina de producir inseguridad. Los nuevos augurios sobre la cuarta revolución industrial, sobre la automatización progresiva de la producción y sobre la aplicación de la inteligencia artificial a los procesos de reproducción económica, van en la línea de la producción estratégica de inseguridad. "Se acabará el trabajo", se oye por todas partes, "el trabajo que realizas por tu salario lo realizarán por la mitad dentro de poco", "hay que acostumbrarse a la idea de que las pensiones ya no son sostenibles", el "sistema sanitario no puede seguir ofreciendo gratis todos estos servicios", "la educación superior deben pagarla los clientes y usuarios que accedan a ella", etcétera. Producción estratégica de inseguridad. Producción de inseguridad estratégica. 


La inseguridad es una experiencia muy interesante para estudiar y muy poco estudiada, o solamente estudiada con respecto a los movimientos volátiles de los capitales de una a otra economía donde encuentren "seguridad". Se trata de un complejo donde se mezclan las actitudes reactivas y las expectativas cognitivas del riesgo. Precisamente por esta mezcla indisoluble de lo cognitivo y lo emocional es una experiencia relativamente fácil de producir y que, cuando se asienta en una población, produce una fractura en la confianza básica en el mundo, sin la que no se sostienen las sociedades. Basta con inducir expectativas de riesgo para que se produzcan reacciones emocionales de miedo que afectan de manera directa y rápida a los lazos de confianza que unen a las comunidades. 


Lo misterioso de la producción sistémica de inseguridad es que las relaciones con el riesgo objetivo no son directas, todo lo contrario. Podemos convivir con riesgos objetivos relativamente altos sin que se produzca inseguridad y, por el contrario, riesgos de grado medio o bajo pueden generar altísimos índices de ansiedad. Recordemos, por citar un ejemplo, los grandes riesgos que asume la producción financiera de burbujas que es compatible, paradójicamente, con una tranquilidad, quizás ciega, en que tarde o pronto se arreglará o el riesgo se trasladará a una nueva forma de burbuja (.com, alimentos, viviendas, minerales escasos, ...). Sin embargo, es relativamente fácil de producir climas de inseguridad angustiante con medios eficientes de control del riesgo percibido por amplias capas de la población. 


La inseguridad es conservadora, pero no lo es por naturaleza, sino por producción cultural. La izquierda tradicionalmente ha huido del término "seguridad" que asocia a lo militar, a lo policíaco, a la restricción de libertades, mientras que la derecha no tiene esos escrúpulos. Sabe que la producción de estados de inseguridad es una garantía para la reproducción de su dominio porque se presenta como garante de una hipotética seguridad futura que ya no pueden garantizar las políticas débiles de la izquierda socialdemócrata. La izquierda, por su parte, tiene dificultades casi insalvables para entender las lógicas y dinámicas de la inseguridad y el cómo se extienden de formas epidémicas por las sociedades. 


Se me objetará que soy injusto, que al fin y al cabo las políticas sindicales han estado siempre orientadas a la defensa del puesto de trabajo, que han tenido siempre muy clara la defensa de la seguridad,... No voy a negarlo, pero tampoco se me negará que la desafección absoluta de los trabajadores respecto a los sindicatos tiene que ver con las dificultades que estos tienen para hacer frente a las experiencias de inseguridad. Se extiende la idea de que defienden solamente a la pequeña cuota de la población donde hay un margen de seguridad, dejando al pairo a la gente joven sin trabajo, al autónomo y al pequeño comerciante que quedan fuera de las negociaciones (casi siempre controladas y mediadas por ofertas semicorruptas) entre las grandes patronales y los líderes sindicales. 


El déficit de la izquierda para pensar la seguridad, como un sentimiento fuerte y positivo que debe ser protegido, tiene que ver con su tradicional desprecio de los elementos subjetivos, emocionales y vulnerables de la vida cotidiana. Sus visiones por encima de la historia de las grandes transformaciones sociales les vuelven ciegos a las microfísicas en las que se generan las dinámicas de resistencia e indignación. Así, por ejemplo, el famoso 15M español tenía mucho que ver con la experiencia de inseguridad que produjeron las crisis político-económicas del 2007, que tardaron unos años en generar ese sentimiento generalizado. He oído repetir una y otra vez a algunos grupos políticos que son herederos del 15M, que son la forma política de aquella indignación y, sin embargo, no han conseguido generar en sus formas políticas las promesas de seguridad que, sin embargo, caracterizan a las políticas más conservadoras, incluidas aquellas que se mueven en el centro socialdemócrata. Sospecho, con cierta mala idea, que tiene que ver con el hecho de que los líderes de la izquierda provienen tradicionalmente de sectores poco propensos a sufrir los síndromes de la inseguridad. Saben que, tarde o pronto, habrá un lugar en el mundo para ellos, y piensan que ésa es la experiencia generalizada. Por eso, cuestiones tan bajas como las hipotecas, el precio de la vivienda, las angustias de la cola del paro, las dificultades para encontrar guardería a un precio asumible, el precio de la electricidad y los contratos de velocidad de datos, etc. no son temas importantes, mientras que si lo son los grandes lemas donde se juega la historia de la política, tal como reflejan los medios. Desgraciadamente, la izquierda también colabora en la producción de inseguridad estratégica. 






domingo, 3 de diciembre de 2017

El lenguaje del pensamiento




De tiempo en tiempo, Manuel Bedia (un extraordinario ingeniero de informática, físico y filósofo) y yo mantenemos rápidas conversaciones cuando nos cruzamos en algún evento de las que salgo entusiasmado a investigar las pistas que me sugiere. El otro día, en Zaragoza, fue acerca de su interés por los bots, o programas de software que realizan tareas muy repetitivas en la red, y que están influyendo en múltiples aspectos de cómo la web configura nuestra sociedad. Uno de los usos, como ha sido magnificado recientemente en la prensa, es el distribuir mensajes a través de las redes, y especialmente Twitter. Muchos de estos mensajes son de carácter político y pueden afectar de manera sensible a la opinión pública. El otro tema del que hablábamos era sobre los Premios Loebner, que cada año se convocan para premiar al sofware que engañe durante más tiempo a un jurado acerca de si están hablando con una máquina informática o una persona. Por último, la reciente muerte de Jerry Fodor, el filósofo de la mente más importante de las últimas décadas, me lleva a escribir esta rápida nota sobre las relaciones entre la Inteligencia Artificial y el lenguaje humano cuya fama se originó en su libro de 1978 El lenguaje del pensamiento.

En 2014, ganó el premio un programa simulando un adolescente de trece años con no muy buen dominio del inglés. Los jueces fueron incapaces de determinar si estaban hablando con una máquina o un adolescente que iba a su bola y se callaba o se iba por los Cerros de Úbeda, exactamente como suele ocurrir en ocasiones con las conversaciones entre padres e hijos de esta edad. El supuesto mal control de la lengua en la que se formulaba el test explicaba a los jurados el resto de problemas de interacción. Este programa daría para escribir mucho sobre él, pero ya nos da una idea de cómo el Test de Türing, usado como test de investigación nos puede servir para investigar mucho sobre la interacción humana en la conversación. En particular, sobre los aspectos contextuales, los sobreentendidos, las estrategias de pregunta y respuesta, el conocimiento común del mundo y otros aspectos que están incluidos en lo que se denomina el "Problema del Marco", que se refiere a los límites de lo que se puede resolver en Inteligencia Artificial mediante rutinas incorporadas al programa.

En 2013, 2016 y 2017 ha ganado el premio Mitsuku, un chatbot diseñado para mantener interacciones conversacionales, e incluso para crearse algo así como un "amigo virtual" que, de hecho, es una máquina. Los chatbots son bots creados para interactuar en pequeñas conversaciones, por ejemplo en Twitter, convirtiéndose así en una poderosa herramienta de uso comercial o político, habida cuenta de la importancia que tienen estas redes en nuestra vida cotidiana. Los bots, en general, y en particular los chatbots están basados en eficaces programas que indexan términos y van creando respuestas que tienen que ver con los racimos de palabras que han sido indexadas, y que generalmente corresponden a un campo semántico. De esta manera se pueden predecir muchas cosas, por ejemplo las tendencias que se producen en la red respecto a ciertos temas. Los chatbots, por su parte, pueden usarse para engañar a los usuarios pensando que están interactuando con una persona. Cuando yo inicié este blog, hace casi diez años, y permitía comentarios sin control, un par de veces me puse a responder a mensajes que habían sido emitidos por bots (caiga la vergüenza sobre mí).

Marta Peirano, en un informativo artículo publicado en ElDiario.es hace unos días, explicaba muy bien como las granjas de trolls son ya empresas especializadas en el uso de bots y chatbots ordenadas a manipular las redes sociales de acuerdo a los intereses de las empresas, partidos o estados contratantes. Su libro, El pequeño libro rojo del activista en red es muy recomendable para entender los mecanismos de control que actualmente proliferan en la red y cómo invaden nuestra intimidad. Lo que no implica que haya que volverse conspiranoico o derrotista acerca de las posibilidades de resistir estas invasiones. El caso del reciente fracaso de los centros de inteligencia españoles para detectar los movimientos y estrategias de los organizadores del proces de independencia catalana, muestran cómo un uso inteligente del lenguaje puede engañar a la IA. Basta con hablar con sobreentendidos y pactando previamente relatos que no tienen nada que ver en superficie con lo que realmente transmiten. El terrorismo de nuevo cuño usa habitualmente estas técnicas para escapar a los aparentemente omnipotentes sistemas de vigilancia informática.

Esta larga introducción sobre los bots viene a cuento de que me interesaba tratar precisamente de lo que no he hablado hasta este momento: cómo toda esta parafernalia tecnológica nos enseña mucho más de lo que parece sobre lo que es la pragmática del lenguaje humano y sobre la sociología del lenguaje en el mundo virtual de la red. Que la red no es neutra y que modula y configura nuestros hábitos lingüísticos, es algo de lo que deberíamos ser conscientes y comenzar a pensar con cuidado. Las restricciones que imponen las redes sociales en el uso del lenguaje, y en  particular Twitter, está teniendo un efecto notorio sobre nuestros hábitos conversacionales y en particular sobre nuestros hábitos de discusión y argumentación. No es ni malo ni bueno, lo que importa es cómo estos nuevos patrones terminan configurando el modo en que pensamos (de ahí mi título ambiguo de esta entrada, "El lenguaje del pensamiento" en homenaje a Fodor). Por ejemplo, algo que ya ha sido notado, la aparición del fenómeno del zasca al que se están volviendo tan adictos los medios de comunicación,  y que está convirtiéndose en un penoso mal ejemplo de lo que tendría que ser una conversación deliberativa.

Hay otros fenómenos mucho más preocupantes producidos por el empobrecimiento deliberativo que generan las redes, en particular los fenómenos de rápida polarización en las posiciones respecto a ciertos temas de índole social o política. La polarización suele ser un fenómeno que se da debido a nuestros sesgos cognitivos cuando entramos en discusiones, pero el grado en el que se produce en las redes es un salto cualitativo respecto a su ocurrencia en las discusiones diarias o en la esfera pública. La polarización es ya un fenómeno estratégico que es empleado políticamente con eficacia para borrar las zonas grises donde realmente están las verdaderas causas y razones de los conflictos. La generación artificial de blancos y negros es un instrumento potente de poder político y social. La resistencia a la polarización es, desgraciadamente, cada vez más difícil debido al patrón de interacción en las redes. Y de nuevo volvemos a los chatbots. Si son tan efectivos es precisamente porque colonizan nuestros hábitos de conversación, aprovechan nuestros sesgos cognitivos y generan posiciones y agrupamientos que han sido inducidos artificialmente.

Para terminar: la epistemología y la filosofía del lenguaje son dos disciplinas que hasta hace poco estaban encerradas en círculos muy técnicos académicos, pero que el nicho ecológico de la web ha convertido en ciencias de uso estratégico. Hasta ahora para el poder. Esperemos que también para la resistencia. (Continuará...)