Pero no es la defensa del presentismo (por lo demás tan fácil de hacer por obvia como difíciles de sostener las posiciones neo-románticas neo-historicistas que creen que la Historia puede y debe recuperar el pasado: el pasado sin presente está ciego, el presente sin pasado está vacío) sobre lo que quiero atraer la atención. Ha sido un texto de Gaston Bachelard, el gran historiador de la ciencia y filósofo francés, el que me lleva hacia una función de la historiografía más importante de lo que parece. Es un texto del bello libro La intuición del instante, escrito contra la filosofía de Bergson en 1932, cuando todavía Bergson tenía un peso importante en la filosofía del tiempo:
"En el fondo, nos es preciso aprender una y otra vez nuestra propia cronología y, para este estudio, recurrimos a los cuadros sinópticos, verdaderos resúmenes de las coincidencias más accidentales. Y así es como en los corazones más humildes viene a inscribirse la historia de los reyes. Mal sabríamos nuestra propia historia o cuando menos nuestra propia historia estaría llena de anacronismos, si estuviéramos menos atentos a la historia contemporánea. Mediante la elección tan insignificante de un presidente de la República localizamos con rapidez y precisión tal o cual recuerdo íntimo"
La tarea de la Historia, sostiene Bachelard, es ayudar a localizarnos. En el tiempo, desde luego, pero también y sobre todo, en la biografía de la colectividad. A encontrar nuestro instante. A situarnos en el tiempo público y colectivo. Y por eso mismo a construir nuestra biografía que no es sino la forma en que los humanos construimos nuestra identidad.
Al fin y al cabo el tiempo de los reyes sí sirve para algo.
PD: A pesar de lo dicho, toda mi admiración, envidia y todo mi reconocimiento a los que dejan su tiempo y su paciencia reconstruyendo, traduciendo, interpretando, compartiendo, ...., los registros del pasado. Sin embargo, no hacen Historia: la hacen posible. Nada más, nada menos.
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