Hay días tontos: uno se deja las llaves en casa, se equivoca de cita, se olvida de una reunión importante y llama, precisamente a esa persona, por el nombre equivocado, después pierde el tiempo que no tiene leyendo un libro que ya había leído y no le había aportado nada y termina, a causa de tanta ansiedad, cenando demasiado y durmiendo mal. Es como si todas tus zona erróneas se hubiesen hecho cargo de tu existencia y te llevasen de la oreja como al niño castigado. No sé si todo el mundo tiene días tontos, yo los tengo con más abundancia de la que quisiera. Desde pequeño siempre tuve una bien ganada fama de distraído, despistado, de estar en Babia y pensar en las musarañas. Podría refugiarme en que es un rasgo temperamental, algo que heredamos y que nos puede por más esfuerzos que hagamos, pero no, más bien creo que es un rasgo de carácter, de lo que uno se gana en su experiencia vital y por ello digno de pensar con algún cuidado
Hay gente que es poco distraída, que está a lo que está y no piensa sino en lo que está haciendo. Hay gente avisada y memoriosa que nunca olvida una cita ni el dato necesario. Hay gente admirable, la verdad. Pero la hipótesis del día tonto es que le ocurre a cualquiera, independientemente de su proclividad a ello. Me parece que su interés está en que en esos días se muestran las entretelas y las costuras del sujeto: se muestra frágil y hecho de una fábrica poco estable, como si la armonía entre las facultades se hubiese roto y cada una discurriese por su lado.
Nada ocurre en los alrededores, y sin embargo algo está ocurriendo en los adentros para que uno sea incapaz de hacerse cargo de las cosas. La primera hipótesis que se me ocurre es que uno se desordena: los miedos y las preocupaciones se esconden bajo la cama y sin saberlo tiran de las patas de nuestros pensamientos para que no se muevan adecuadamente. La segunda hipótesis, más interesante, es que el déficit de atención tiene menos que ver con las irrupciones de las preocupaciones pasadas o futuras que con una incapacidad para estar en lo real. Como si la realidad perdiese coloratura y uno estuviese allí de paso, sin enredarse con ella, como cuando esa persona que nos mira aparentemente con intensidad no puede ocultar que está pensando en otra cosa y no escucha lo que le estamos diciendo.
La hipótesis del día tonto es que nos falla la disponibilidad a lo real. Nos hemos vuelto ciegos a la riqueza del mundo y éste se nos escapa por las costuras y entretelas de nuestra alma.
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