viernes, 28 de enero de 2011

El final de la anarquía

Fernando Savater escribe hoy en El Pais contra los que están en contra de las leyes que persiguen las descargas en internet:

"La ley llegó al lejano Oeste y con ella la prosperidad y la civilización: ejemplo, Las Vegas. No cabe duda de que las leyes contra las descargas ilegales se abrirán paso también, gradualmente, junto a otras que impidan abusos autoritarios de los censores. Con el tiempo, desaparecerán los "internautas", esa autoproclamada vanguardia neoleninista que considera que Internet es su cortijo. Dentro de unos años, decir "soy internauta" resultará tan raro como decir hoy "soy telefonista" porque se habla por el móvil. Y los políticos que se oponen a la corrupción dejarán de apoyar bobadas oportunistas como la "neutralidad de la Red". ¿Seremos todos entonces artistas creadores, gracias a la democracia online? Malas noticias. Seguirá habiendo suspensos, aprobados y unos pocos sobresalientes. Como le decía el señor de negro de Mingote a la beata inquieta por las novedades conciliares: "Descuide usted que al cielo, lo que se dice al cielo, iremos los de siempre".

No tengo tanta autoconfianza como para ponerme en ninguna barricada contrasavateriana ni tal vez en ninguna otra. Además, siempre he admirado y muchas veces envidiado su escritura, en su momento su valentía y, mucho antes, el valor filosófico de su ironía. Pertenezco más o menos a su generación y hay ciertos colores, olores y sabores que compartimos aunque las palabras e ideas que nos califiquen ya sean otras. Pero (no sabría decirlo en pocas frases, tendría que contar una historia) desde hace un tiempo tengo la convicción de que vivimos en realidades diferentes. Como si el sentido común que nos suponemos fuese un sentido que hubiésemos dejado de compartir. Una parte de la inteligencia española se ha embarcado en varias controversias como la defensa de los toros, la defensa del tabaco en los espacios comunes, la persecución de los contenidos en internet y varias otras que son controversias en las que me cuesta entrar porque no acabo de entender qué podría decir al respecto. Me imagino en controversias similares: ¿deberíamos prohibir los desnudos en las luchas de gladiadores?, ¿no es un escándalo el gasto que se hace de madera en las hogueras de herejes?, ¿no es una vergüenza que tengamos que compartir una cola maloliente en la seguridad social?
Pagar o no pagar el valor de mercado del formato papel del libro, disco, film, negar el derecho del autor a cobrar de su trabajo. Discusiones que entiendo pero que no logro sentir cerca porque lo que veo son los derechos de los intermediarios, el pago a los ejecutivos del marketing, las mordidas a los dispositivos del capitalismo cultural, de los grandes medios que nos cobran por educarnos en la moralina. Como si aún necesitásemos guías espirituales para orientarnos en el mercado, como si fuésemos turistas en las callejuelas ininteligibles de un laberinto de ofertas. Como si la plusvalía que genera la máquina fuese un añadido imprescindible al valor de la obra en sí. Como si cuando la ley con la que amenaza Savater llegue a internet (como si internet estuviera exenta de leyes, vigilantes, controladores) y todos nos sometamos a la norma de pagar por lo que vale, fuera posible ya volver a los tiempos en los que un grupo se convirtió en aristocracia cultural intérprete de los signos de los tiempos y, acompañado de la oportuna empresa económica, se erigió en faro que habría de educarnos como ciudadanos y salvarnos de nuestro estado de ignorancia y salvajismo.
No quisiera echar sal en la herida pero me gustaría ver una Ley Sinde contra los que aprovechan el terror de las cifras del paro para amenazar, despedir y contratar por la mitad, imponer costumbres depredadoras en el trabajo y violar (en muchos sentidos) , también, los derechos de autor de los que no tienen voz pública y sólo tienen su cuerpo y sus manos en la empresa.

Veo que un amigo (también colega, también coleguilla) ha dibujado en su perfil google este profundo consejo: "No te preguntes lo que España puede hacer por tí. Pregúntate por lo que puedes tú hacer para tranquilizar a los mercados". Pues eso.



lunes, 24 de enero de 2011

La liga de los sin bata

Era una de las metáforas de uno de los humoristas de la Transición: estudiantes sin bata como imagen de la resistencia. Cuando llegué al colegio de curas donde estudié el bachillerato, acababan de abolir la obligación de la bata (en mi escuela primaria había sido obligatoria). Cuando acabé la carrera y comencé como posgraduado en los márgenes de la universidad profesional, los profesores de las "ciencias...." comenzaron a ponerse batas. Psicólogos que explicaban pura fenomenología se vestían de bata, estadísticos y sociólogos de urgencia, cualesquiera que tuvieran que escribir mucha fórmula en la pizarra. Me sigo preguntando por qué: ¿para no mancharse de tiza?, ¿para parecerse a los químicos experimentales? Curiosamente las ciencias estaban dejando de ser experimentales para convertirse en una academia de pluma y papel publicadora de artículos con índice de impacto. Las batas habían desaparecido de las facultades de las ciencias duras pero se habían convertido en signos de distinción de las facultades de ciencias blandas.
Ahora que estoy pensando sobre imaginarios y disciplinas me llega esta imagen de los sinbata como icono de tiempos perdidos. Y, esto es lo que me importa, cuánto de cultura material hay en la ideología: traje, bata, mono, grunge, ..., al final nuestra posición ante el mundo termina y empieza en dónde compramos la ropa que nos cubre y las máscaras que nos hacen.

viernes, 21 de enero de 2011

Cuando éramos posmodernos


Digimodernismo, altermodernismo, hipermodernismo, automodernidad, performatismo..., nacen los adjetivos en los foros de los mandarines de la crítica cultural: Nicolas Borriaud, Gilles Lipovetsky, Raoul Eshelman, Robert Samuels, Alan Kirby,... La Tate Gallery ha dado por muerto el posmodernismo: un cadáver que llevará tiempo reconocer. En dos palabras, éste es el resumen de uno de los obituarios del posmodernismo:
http://www.timeshighereducation.co.uk/story.asp?storycode=411731.
El posmodernismo (que algunos datan en el final de la Primera Guerra Mundial, pero que en realidad se impuso tras la caída del Muro) se identifica por muchos rasgos que, sin embargo, se reducen a uno: no hay un horizonte único en la perspectiva del futuro --ya no hay grandes relatos ni promesas universales-- pero sí tenemos un pasado común: la gran catástrofe. Estamos y vivimos en el día después. El pasado es tan radicalmente siniestro que se ha convertido en impresentable. Como afirmó Agamben, uno de los gurús de aquellos tiempos, el campo de concentración se ha convertido en el símbolo de lo sublime de nuestro tiempo porque nuestro tiempo es ya un inmenso campo. Vivimos en el viento del desastre.

Capitalismo posfordista, capitalismo cultural, ...., multiculturalismo, metanarrativas, nomades, deconstrucción, ... Tengo la papelera llena de sustantivos y adjetivos difícilmente reciclables. No sé que hacer con ellos, aunque no tenga otro remedio que seguirlos empleando en las clases como la ropa grunge que aún me queda.

Claro, como ocurre con la ropa usada vintage de los setenta, algunos sueñan con poder sacar sus ilustraciones positivistas o neomarxistas del armario. Pero, como ocurre con la ropa usada vintage de los setenta, siempre se nota que algo no funciona: hay ya muchos muros caídos.
Empezó muy claramente el derribo unos días 11: 11-S, 11-M. Aunque fue un 11 (13)-S distinto en el que sonaron las trompetas de estos jericós: 11(3)-S de 2008: caída de Lehman Brothers (1850-2008). Siglo y medio de capitalismo financiero. Se acabó la fiesta, llegó el comandante y mandó parar. Y todo fue nueva disciplina, nuevas disciplinas, nuevo disciplinarse.
Todavía leemos a Murakami y a Bolaños, pero ya empiezan a oler los discursos muertos.
El joven Godard acaba de explicarlo claramente en Film socialisme. Sólo que hay que esperar un tiempo para entenderle.




sábado, 15 de enero de 2011

La pasión dormida


Una noche, hace muchas noches, hace muchos años, en la tele, en un programa de máxima audiencia, entrevistaban a un banquero, el banquero del día, acababan de hacerle doctor honoris causa por la Universidad Complutense de Madrid. Alto, guapote, simpático, de intensa mirada. La entrevistadora le preguntó si acaso conocía los grupos del momento. El banquero citó de memoria todo el rock radical: La Polla, Siniestro Total, Barricada, ...., todos, todo el paquete. Los más duros. Anarcos puros. Unos meses más tarde ese banquero caería en desgracia y sería condenado por fraude. Hoy imparte lecciones de ética en una de las emisoras de la derecha extrema.
Se ha dicho de nuestra época que ya no sirven las ideologías, no porque no las haya, sino porque la realidad se ha hecho ideológica: se vive la ideología con tranquilidad, sabiéndola ideología, sabiendo ya que la realidad tiene dos lados, o quizás poliédrica. Pero no importa. El de arriba conoce la canción de los de abajo. El de abajo sabe cantar las rancheras del señor. No importa.
La pasión política ha sido encerrada bajo una capa de pasiones más bajas o más altas. Nos sabemos en los dos lados de la historia. Cada quien sabe hacer un discurso legitimador con las palabras del otro. Oigo a un alcalde de la derecha citar el refrán de los tiempos oscuros: "primero vinieron por los comunistas. No dije nada, yo no era comunista....": ¡lo citaba como argumento contra la ley que prohíbe fumar en los espacios cerrados! La desmesura del cinismo se ha instalado en nuestro lenguaje cotidiano.
Se diría que no hay salvación. Se diría que cuando el cinismo infecta el lenguaje es que el cáncer ya tiene metástasis en las capas más profundas de lo que somos. Y así se explicaría esa anestesia con la que es vivida la pasión política. En la superficie nos da igual. En el fondo nos da igual.
Me rebelo, sin embargo, contra los discursos vacíos que intentan movilizarme acudiendo, precisamente, al psicodrama que es causa y efecto del cinismo. Y sospecho que deberíamos empezar a distinguir dos significados del concepto de lo político: uno, el de la gestión del cinismo, con el que convivimos como convivimos con la publicidad, sin creer pero sin resistir. Otro, que no sé como calificar, tendría que ver con la capacidad de imaginar lo que no es, con el exabrupto que surge del malestar que nos corroe. Y reivindico este malestar como estrato salvador de la democracia: al final, la democracia no es la asamblea de los gestores. Con su pan se lo coman. No hay por qué aceptar su reclamo de que están de servicio y de que nosotros no queremos comprometernos con su obra. Que les zurzan. La democracia es la asamblea del malestar, de la negación al consenso fácil. De la negación a ser interpretado, a que un banquero cante tu canción.
Hoy, cuando un estudiante cabreado se inmola en Túnez y es capaz de derrotar a un sistema, es un día de fiesta de la democracia. Despertarán las pasiones cuando el cinismo haya gastado su par de botas en desfiles.

miércoles, 12 de enero de 2011

En ningún sitio como en casa


Cada navidad llegan las listas, cada enero los anuncios de los Goya. Y me deprimo con una depresión que mucha gente de esta península padecemos al menos desde que La Beltraneja perdió sus derechos contra la reina católica. Y recuerdo esos luminosos momentos en que en mi vida descubría lo radicalmente nuevo: como cuando escuché por primera vez No woman, no cry, los conciertos en Japón de Keith Jarrett, los cuartetos de Ligeti, como cuando leí los relatos de Coetzee, como cuando siendo adolescente vi por primera vez They shoot horses, Don't they? de Sidney Pollack (Danzad, danzad, malditos) y supe que la imaginación produce realidad: no la representa. Voy a ser injusto: toda la música popular-pop española me suena la misma canción; todo el cine español me recuerda la misma película; toda la novela, la misma historia (yo estoy en el saco: toda la filosofía, el mismo rollo). ¿Qué nos pasa?, ¿nos falta imaginación?
Posiblemente: sí.
Imaginar es algo más que fantasear. Imaginar es hacer visible lo que no es.
Y la cultura española es adicta a lo real. Odia lo extraño: "en ningún sitio como en casa".

martes, 4 de enero de 2011

Demasiada realidad




Coinciden en la Tate Modern dos exposiciones que me han hecho dar nuevas vueltas a mis distancias con las tesis debordianas de la sociedad del espectáculo y las derivas posteriores del simulacro y all that jazz. La primera es una retrospectiva muy amplia de Gaugin, la segunda es la instalación de Ai WeiWei Sunflowers Seeds (pipas de girasol)

La exposición de Gaugin se ordena en relación con el impacto que tuvo sobre Gaugin la exposición universal de 1878 en París, cuando se abrió en museo de Antropología del Trocadero, donde se pretendía una colección de todos los "tipos" humanos. Las relaciones entre el origen de la etnografía y el imperialismo están suficientemente señalados, así como la cierta mirada presuntamente objetivizante de la fotografía en la construcción de la imagen del salvaje. Pero no se ha reparado mucho, creo, en la subversión de lo real que aportan los fauvistas. A la fotografía "real" respondió Gaugin desarrollando una subversión imaginaria del mundo salvaje. Donde el antropólogo veía salvajismo (todavía Levi Strauss hablaba de pensamiento salvaje) Gaugin vio la esquina del paraíso, un mundo otro donde la imagen oficial era la de la choza y la mujer con lo pechos descubiertos. Bien sabía Gaugin, en su viaje interior a los mares del sur, que lo que le rodeaba no era ya salvajismo sino explotación, esclavismo para las mujeres y alcoholismo para los hombres. Pero él subvirtió las imágenes y creó un Tahiti soñado con mujeres ensimismadas y misteriosos títulos en un lenguaje que él ignoraba, pero del que tomaba prestadas palabras sonoras para ponerle música a sus imágenes.

Ai Weiwei está en la otra esquina del paraíso, sea cuál sea. En la China postcomunista, ha presentado una instalación que cala profundo en el destino del arte contemporáneo. Decenas de metros cuadrados llenos de pipas. Pero cada pipa está hecha de cerámica y pintada a mano. Cientos de mujeres de una aldea que en la china imperial elaboraba la cerámica para el emperador, fueron contratadas para elaborar los millones de pipas, cada una diferente, para después ser cocidas, lavadas, empaquetadas y enviadas a Londres. Una tarea de chinos: Weiwei ha captado perfectamente el sino de la imagen en la era del capitalismo cultural.






Todo es espectáculo, sostiene la teoría de la sociedad del espectáculo. Pero lo cierto es que perecemos de realidad. Se ha tomado demasiado en serio la idea de que, porque la realidad se vea como imagen, todo es simulacro. Pero hemos perdido a Gaugin: hemos perdido la capacidad de subvertir lo real y transfigurarlo, de crear realidades imaginadas, porque ya nos hemos emponzoñado de realidad. En cien años hemos tirado a la basura nuestra capacidad de imaginar. Sostiene Zizek que la realidad se ha hecho ideológica. Demasiada realidad.