La plegaria es un trámite en el orden administrativo de las religiones y no se distancia mucho de la blasfemia, esa forma de oración que ejerce el desesperado. Plegaria y blasfemia pertenecen a aquello que Wittgenstein incluye en lo pensable que, sostiene, es equipolente con lo decible.
Se equivoca Wittgenstein1 en el Tractatus al pensar el lenguaje bajo la imagen de un espacio con un dentro y un fuera. Se siente así obligado a concebir límites, a determinar lo contenido en el continente.
El lenguaje como sitio ha dado origen a la industria del más allá. Cuánto pensador sueña con estar pensando en el límite y más allá. Cuánto teólogo del lenguaje vive de la metáfora espacial. Como si las religiones no fuesen religiones del libro que viven del más allá.
Se equivocan también (mucho más) los señores de la lengua, los que se atreven a condenar una constitución de un país subordinado por su mala redacción, como si el lenguaje fuese una casa que nos acoge a todos. Como si el lenguaje fuese una casa y ellos definiesen los espacios y habitáculos.
Las oraciones que me inquietan son las que no pueden ser secuestradas porque no están en el espacio del lenguaje. No están en el espacio, ni siquiera en el límite. Mucho menos, más allá. Las oraciones que me inquietan son como la oración que cruza por los ojos de Isaac cuando mira a su padre, las oraciones que tensan la piel de quienes fueron expulsados del mundo antes que del lenguaje. Las oraciones que intenta balbucear Celan.
Claro que esa oraciones no pueden ser pronunciadas. Claro que esas oraciones no pueden ser dichas. Son impronunciables porque son la reacción de la piel a una sentencia. A una sentencia gramaticalmente bien pronunciada. Con el uso del género y la especie que es común en la (su) casa.
Son oraciones que no pueden decirse porque al intentar pensarlas sobreviene el tiempo del silencio.
Se equivoca Wittgenstein1 en el Tractatus al pensar el lenguaje bajo la imagen de un espacio con un dentro y un fuera. Se siente así obligado a concebir límites, a determinar lo contenido en el continente.
El lenguaje como sitio ha dado origen a la industria del más allá. Cuánto pensador sueña con estar pensando en el límite y más allá. Cuánto teólogo del lenguaje vive de la metáfora espacial. Como si las religiones no fuesen religiones del libro que viven del más allá.
Se equivocan también (mucho más) los señores de la lengua, los que se atreven a condenar una constitución de un país subordinado por su mala redacción, como si el lenguaje fuese una casa que nos acoge a todos. Como si el lenguaje fuese una casa y ellos definiesen los espacios y habitáculos.
Las oraciones que me inquietan son las que no pueden ser secuestradas porque no están en el espacio del lenguaje. No están en el espacio, ni siquiera en el límite. Mucho menos, más allá. Las oraciones que me inquietan son como la oración que cruza por los ojos de Isaac cuando mira a su padre, las oraciones que tensan la piel de quienes fueron expulsados del mundo antes que del lenguaje. Las oraciones que intenta balbucear Celan.
Claro que esa oraciones no pueden ser pronunciadas. Claro que esas oraciones no pueden ser dichas. Son impronunciables porque son la reacción de la piel a una sentencia. A una sentencia gramaticalmente bien pronunciada. Con el uso del género y la especie que es común en la (su) casa.
Son oraciones que no pueden decirse porque al intentar pensarlas sobreviene el tiempo del silencio.
Desde luego son tesis bastante extrañas, parece que no haya seguido la evolución histórica de la reflexión y que por primera vez se encuentra con el fenómeno del lenguaje, de la significación y de la filosofía. Algunos se sorprenden de cómo este filósofo cuya concepción de la F ª no puede ser más simplista y hasta materialista grosero, haya hecho vacilar a dos generaciones de Filósofos( al menos en nuestro país) hasta ponerles en riesgo de malogro. Decía García Morente en su introducción a la Fª que no hay nada más desolador que un físico o científico metido a filósofo, y el caso del ingeniero Wittgentein, es el más claro ejemplo, para terminar diciendo que “de lo que no se puede hablar hay que callarse“, cuando ésa es precisamente la función de la Fª, tratar de hablar de lo que aún no se ha hablado (y puede que no sea factible hablar) y luchar con el lenguaje para que llegue a ser capaz de esa hazaña expresional, ¿no?.
ResponderEliminar“de lo que no se puede hablar hay que callarse“ - Mario, yo creo que tiene usted razón en parte. Pero recordemos que el Tractatus es un desarrollo premisa tras premisa de una teoría sobre las funciones de verdad y el lenguaje, siguiendo un método similar al de Spinosa para la substancia-Mundo. Evidentemente no es matemáticamente exacto pero sí resulta artísticamente muy bello, lógicamente bastante correcto y bastante místico. Yo creo que lo que Wittgenstein da a entender con esa frase es que no se puede analizar el contenido del lenguaje de una manera formal sino que sólo puede hablarse de algo así en cuanto a su articulación, en cuanto a la disposición de las proposiciones entre sí, no en cuanto a su contenido. Más adelante, en otras obras, sí analiza más sobre el contenido del lenguaje (sobre lo que una proposición dice y no sobre su forma) y sus usos. Esa es mi opinión, y para mí el Tractatus es un bellísimo desarrollo sobre el esqueleto del lenguaje, sobre su estructura formal. Sin el Tractatus dudo mucho que alguna vez pudieran redactarse los Principia
ResponderEliminarPerdón, los Principia se publicaron antes que el Tractatus lo cual no impide que el Tractatus influyera en Russell y Whitehead. Pero el Tractatus habla de la imposibilidad de conocer el Mundo partiendo del lenguaje o la imposibilidad de verificar los estados de hechos del Mundo, o su verdad o falsedad, usando sólo el lenguaje para ello. Sólo desde fuera del lenguaje (por ejemplo, usando herramientas empíricas) sería posible conocer tales cosas, puesto que el lenguaje refleja el mundo (nos hacemos imágenes de los hechos) y sólo un ser que estuviera fuera de los límites del lenguaje -que no lo usara como herramienta para conocer- podría saber con exactitud lo que habría de acontecer y lo que no
ResponderEliminarNo ha sido Wittgenstein el objetivo de mi entrada, sino la metáfora espacial. Él mismo la matizó mucho en las Investigaciones Filosóficas, cuando describió el lenguaje como una ciudad con barrios muy distintos unos de otros.
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