viernes, 13 de julio de 2012

Seres residuales


"Dónde ahora? ¿Cuándo ahora? ¿Quién ahora? Sin preguntármelo. Decir yo. Sin pensarlo. Llamar a esto preguntas, hipótesis. Ir adelante, llamar a esto ir, llamar a esto adelante. Puede que un día, venga el primer paso, simplemente haya permanecido, donde, en vez de salir, según una vieja costumbre, pasar días y noches lo más lejos posible de casa, lo que no era lejos. Esto pudo empezar así. No me haré más preguntas. Se cree sólo descansar, para actuar mejor después, o sin prejuicio, y he aquí que en muy poco tiempo se encuentra uno en la imposibilidad de volver a hacer nada. Poco importa cómo se produjo eso. Eso, decir eso, sin saber qué. Quizá lo único que hice fue confirmar un viejo estado de cosas. Pero no hice nada. Parece que hablo, y no soy yo, que hablo de mí, y no es de mí. Estas pocas generalizaciones para empezar. ¿Cómo hacer, cómo voy a hacer, qué debo hacer, en la situación en que me hallo, cómo proceder? Por pura aporía o bien por afirmaciones y negaciones invalidadas al propio tiempo, o antes o después." 


Así comienza El innombrable de Samuel Beckett, la tercera de la trilogía que con Molloy y Malone muere constituye la gran declaración metafísico-literaria contemporánea que inicia la revisión de la modernidad como era cultural y del modernismo como su más perfecta expresión en el territorio del arte y la literatura. En el aislamiento de su refugio en la Provenza, huyendo de los nazis que habían desarticulado su grupo de la resistencia, escondido junto a otros refugiados en un pueblo dividido entre colaboracionistas y resistentes, Beckett comenzó a ensayar su propia voz que termina por cuajar en esta trilogía publicada en los años ciencuenta. Esperando a Godot habría de hacerle mundialmente famoso, pero es en esta trilogía en donde encontramos las claves fundamentales de un nuevo modo de enfrentarse a lenguaje literario y al arte en general. Son tres novelas, por así llamarlas, en las que una voz sin identidad, sin referencias espacio-temporales, sin contexto, se desliza entre múltiples temas en una escritura rizomática y reticular sin principio ni fin, sin narración en la que el sentido del fin articule el relato. Y sin embargo el texto alcanza una tensión poética tan intensa que podrían considerarse las tres obras como parte de un inmenso poema que cantase la condición del sujeto contemporáneo. Si Kafka fue, para decirlo con la feliz expresión de Reyes Mate, el "avisador del fuego", Celan y Beckett son los profetas que mejor expresan la posibilidad de la escritura como acta de los tiempos.
Como le ocurre a todos los clásicos, son tantas las interpretaciones como lecturas. Los clásicos tienen la virtud de hacernos creadores al leerlos y nos invitan a interpretarlos con una libertad que no tienen tantas otras obras de sentido transparente pero superficialidad manifiesta. No hay interpretación posible de los textos de Beckett porque todas las interpretaciones lo son. Su "ilegibilidad" no es sino la forma que tiene la ilimitada legibilidad de su escritura. Como Kafka, como Duchamp, como tantos otros que instauran la contemporaneidad, lo mejor es no leerlos como obras con mensaje oculto, sino como obras transparentes que dicen o representan lo que estrictamente dicen o representan. Pero aquello de dicen o representan no es un discurso que autorrefiera a un significado normativo, sino que, como cualquier otro signo, es comprendido por quien lo entiende desde su propio contexto.
Mi modesta lectura, sobre la que trabajo para el próximo curso, es que la trilogía es la expresión de un sujeto residual, del sujeto concebido como residuo. Un residuo es lo que queda después de un proceso de transformación que tiene como resultado un producto. En este caso, el sujeto es el residuo, no el producto. La transformación ocurre como un evento externo, en la historia, en el tiempo y en el espacio, en el cuerpo. Lo que va quedando es una subjetividad vacía, no reciclable ni transformable porque sólo es lenguaje sin uso preferente, pura poesía o puro devaneo, qué importa. Como el discurso que intercambian los clows, la figura esencial de Beckett, la pareja de sujetos perdidos en una comicidad que nos remite a la tristeza.


4 comentarios:

  1. off topic:sr Broncano ¿por qué los filósofos no se meten más a fondo a criticar los supuestos filosóficos del neoliberalismo austriaco? se me ocurre esta reflexión después de ver en youtube videos de un MAJADERO santón de todos los liberales de la escuela austriaca en España un tal Huerta de Soto(si un día se quiere poner de mala ostia le recomiendo ver los videos de este gañán).A lo que me refiero es que estos liberales tienen como santón a von Mises y piesan que éste tiene una "teoría de la acción" digna de tal nombre cuando en realidad son una serie de apriorismos naive ;se me ocurre que una buena forma de filósofos de la mente y de la acción de luchar contra el infame liberalismo económico es hacer una labor de zapa intelectual de los presupuestos de estas doctrinas ¿ qué opina?

    ResponderEliminar
  2. Hombre, Anónimo, la mayor parte de los filósofos (vamos a llamarlos así) de esa rama son bastante hayekianos...

    ResponderEliminar
  3. No se crea son mas de von Mises que de Hayek sobre todo los de la cuerda de este Huerta de Soto y los que se mueven en torno al instituto Juan de Mariana ,tienen como libro de cabecera "La acción humana " de Mises . Lo que yo propongo es hacer una buena critica desde la filosofía de la acción que desmonte los apriorismos de Mises porque sobre su "praxeología"(así la llamama Mises)basan estos liberales "austriacos" sus teorías económicas.

    Un saludo.

    ResponderEliminar
  4. A nosotros, sujetos condenados a la búsqueda de un sentido Beckett nos deja la difícil tarea de comprenderlo al pie de la letra, se ríe incluso de esta tortura del sentido, invierte las dicotomías como en "Mal Visto Mal dicho", juega con el azar, con la música,se resiste a que lo llamen pesimista,y a la existencia le otorga el sonido de un profundo grito como el que pegan los recién nacidos... Una subjetividda vacía, claro que sí, pero con la posibilidad de disfrutar del amor y de la libertad, de abrirnos a la idea de la felicidad. La última palabra de Mal Visto mal dicho es precisamente: Conocer la felicidad.

    ResponderEliminar