lunes, 26 de noviembre de 2012

Entre Madrid, Barcelona, Lisboa y otros ejes

Aunque no es mi intención convertir mi blog en un HUB de análisis de coyunturas, tampoco querría perder el hilo narrativo de lo que nos pasa. Y las recientes elecciones en Cataluña tienen una dimensión europea suficiente como para que me atreva a hacer algún comentario de urgencia (a brochazos, superficial, sin matices) sobre lo que creo que significan las políticas de identidad en tiempos revueltos.
Todo hace sospechar que las elecciones fueron convocadas en un clima de malestar en el que se mezclaban cuestiones de identidad y el malestar propio de una (no lo voy a llamar "crisis") contrarrevolución económica contra el proyecto de un estado (europeo, mundial) igualador de las diferencias de clase. Sus resultados me dejan pensativo, lejos de la euforia "balcánica" del nacionalismo españolista y también de quienes creen que la resolución de las contradicciones culturales es una condición para resolver otras más profundas.  He aquí unos cuantos puntos que no son sino preguntas:

  •  Desde hace doscientos años, Europa es un espacio entrecruzado de tensiones originadas por sentimientos de identidad fuerte de carácter cultural, histórico, de manera que sería una locura pensar que estas fuerzas vayan a quedar contrarrestadas por otras de (según quién las cuente) mayor profundidad. Si algo nos han enseñado las últimas décadas ha sido precisamente la coexistencia de fuerzas que no se contrarrestan sino que en muchas ocasiones se potencian. Los fundamentalismos religiosos y los estados de resentimiento histórico son un ejemplo más que significativo.
  • El proceso a tropezones de la construcción europea ha cambiado más de lo que suponemos superficialmente (por el ensordecedor ruido de la actualidad) el escenario de los imaginarios históricos. Nuestra topografía geopolítica poco a poco bascula hacia un centro europeo (Bruselas en lo jurídico, Berlín en lo económico, Londres-París-Berlín en lo político, Norte-Sur en lo cultural) que va a ser difícilmente reversible. 
  • Los viejos estados-nación, construidos sobre himnos, reivindicaciones, nostalgias, imperios, etc., son horizontes cada vez más lejanos. ¿Quién querría ahora un estado-nación decimonónico? Ni los grandes ni los pequeños lo desean. Sus aspiraciones tienen otros horizontes que aún están por analizar. Y este análisis se aplicaría con la misma convicción a Europa que a Latino-América (que son mis territorios más cercanos)
  • La Península Ibérica es uno de los grandes nodos de tensión entre muchas fuerzas históricas, y a nadie debería extrañar que fuese también uno de los lugares más complejos de construcción de nuevos órdenes político-económicos. Las diferencias lingüísticas son no demasiado diferentes a las italianas (exceptuando el euskera) pero los imaginarios sociales son mucho más divergentes y nos aproximan mucho más a los Balcanes que a la península italiana. El punto interesante es que se entremezclan varios procesos históricos de constituciones colectivas. 
  • Hay un peso de la historia y hay un peso del futuro imaginado. Los dos son relevantes. Y los dos, me parece, necesarios. 
  •  Existe también, y no debería olvidarse, una experiencia en la frontera: los nacionalismos "español", "catalán", "vasco", "portugués"no  explican por sí solos, completamente, las dinámicas comunes de la península. Fronteras, emigraciones, hibridaciones de las burguesías, entrecruzamiento de las políticas imperiales, se unen en un coro más polifónico de lo que parece. Los recursos al resentimiento son también compartidos y polifónicos. ¿Para qué alzar las voces recordando los muchos agravios?
  • El problema central (desde mi punto de vista) es si Europa resistirá o no ante la contrarrevolución mundial contra el proyecto de igualdad como un componente central de la justicia y la libertad. 
  • Los resultados de las elecciones de Cataluña señalan cierta esperanza: a) las formas más elaboradas de independentismo se clarifican en el sentido de no estar tan unidas a un proyecto definido por la burguesía catalana (de hecho la gran burguesía aborrece la independencia). b) aumenta el respaldo a quienes postulan que el eje de las discusiones está en otro lugar, y c) especialmente, aumenta el apoyo a quienes pretenden una renovación y reconstrucción de los discursos contrahegemónicos
¿Para qué pedir más? El problema no es de "España" ni de "Cataluña" como imaginarios decimonónicos, sino de un proyecto europeo y mundial que construya la igualdad sobre las diferencias (que no sean económicas o militares, es decir, sobre las diferencias de identidad: lengua, cultura, etnia....), donde el "sobre" no signifique "por encima de"· sino "apoyándose en".

5 comentarios:

  1. Europa es un proyecto fallido e igual lo es Hispania. Cuando no se tiene nada que ofrecer, cuando la fuerza de un proyecto se basa tan sólo en la esclavitud de la población propia, y en la esclavitud de otros pueblos para alimentar a la vieja diosa y al apetito de su lascivo marido, Europa degenera... los propios alemanes ya son capaces de entender cómo fueron marionetas del poder económico en la 1ª y en la 2ª G.M., y muchos españoles han muerto sin conocer lo mucho que esos poderosos tomaron el control sobre sus vidas en una guerra y después, por más de 40 años... pero otros muchos ya entienden que Europa y sus familias de rancio abolengo son el cáncer del pueblo europeo y de cualquier proyecto que quiera darse en ese terreno... la misma Creta, ahora, no es más que una pesadilla repleta de fantasmas, hambrientos y estafados por el poder económico europeo... la situación actual de Grecia duele y, más aún, recuerda a otros tiempos, a aquellos previos al auge del fascismo europeo, a los tiempos del nacionalismo de Metaxás

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  2. Qué es la euforia “balcánica” del nacionalismo españolista?
    Dónde, quién y cómo se expresa en España con esa euforia?
    De qué está hablando????

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  3. Pues quizá de respuestas de este tipo, que denotan una emocionalidad de atmósfera muy "serbia"

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  4. El nacionalismo "balcánico" catalanista ha convencido ya a la mitad de los catalanes de que su ruina es culpa de los españoles, es decir, de los andaluces, de los extremeños, de los gallegos, y así sucesivamente, todos ellos ladrones.

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  5. "(...)Me habría gustado que en la Cataluña actual Vicens Vives hubiera ganado esa batalla, pero después de una o dos generaciones parece que no la ganó. Para mí ha sido muy triste, porque creo que una sociedad necesita sus mitos, pero si los mitos dominan y entorpecen una auténtica investigación, llegamos a una situación en la que el pueblo queda ensimismado y adopta una postura de agravio pensando que todos los desastres han sido culpa de otros. En ese momento es cuando se llega a una situación de crispación por cualquier problema. Hay políticos que se aprovechan de esto para fortalecer los mitos, para poner un énfasis excesivo, otra vez, en el victimismo y no darse cuenta de los problemas internos de una sociedad. Eso es lo que me preocupa especialmente.(...)" (John H. ­Elliott, El País 6.1.2013).

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