Reflexiones en las fronteras de la cultura y la ciencia, la filosofía y la literatura, la melancolía y la esperanza
domingo, 3 de marzo de 2013
El limen y el ritual
El etnógrafo francés Arnold van Gennep conceptualizó los ritos de paso en su libro homónimo de 1909. Allí distinguía tres momentos característicos en tales ritos: la separación, la liminalidad y la reintegración. Cincuenta años más tarde, el antropólogo escocés Victor Turner, a quien estoy descubriendo y leyendo con fruición, desarrolló esta tripartición como parte de una mucho más compleja teoría sobre las acciones simbólicas y lo que llamó los dramas sociales. La teoría de Turner es que cualquier violación de una norma social desencadena un "drama", una situación agonística en la que se enfrentan las personas con la sociedad, o las personas entre sí, o tal vez consigo mismas. Estos microdramas (o macrodramas) generan trayectorias posibles de salida que van desde el conflicto abierto interminable, la ruptura a, en ciertos casos, la reintegración y absorción del conflicto. En estos conflictos, la ritualización es uno de los instrumentos más ancestrales de la comunidad para manejarse con las amenazas de ruptura. El mundo de Turner es desgraciadamente un mundo perdido que merece la pena redescubrir y repensar. Muchas veces la voracidad cultural y académica termina enterrando en el limo de la historia joyas que tardan décadas en ser encontradas o que no lo serán nunca.
Solamente querría dibujar un rápido apunte de una de sus ideas que tiene una inquietante fuerza de atracción. Me refiero a su teoría de la liminalidad. En los ritos tradicionales de paso, la liminalidad es el estado en el que se encuentra quien ha sido separado de la familia o el hogar pero aún no se ha reintegrado. La idea de un viaje o prueba es el modo tradicional de enviar a la liminalidad a quienes deben luego llegar a ser miembros de la comunidad.
En este territorio, en este tiempo de incertidumbre, discurre una trayectoria de vida en donde se bifurcan las opciones y algunos (algunas) vuelven a la tribu con las tareas cumplidas y se integran en las normas y otros (otras) exploran, a veces descubren, sendas desconocidas en los páramos donde se les ha exiliado. La creación, sostiene Turner, ocurre siempre en el espacio y tiempo liminal, en la tierra de nadie donde la angustia es la emoción que oscurece esa condición de alejamiento.
Trato de explicar (explicarme, sobre todo) el lugar de los rituales en nuestras vidas como estrategias para encontrar sentidos cuando los sentidos están amenazados y me encuentro con esta luminosa idea de Turner que contaré mañana a mis alumnos. Mientras preparo la clase e intento imaginar sin éxito cuáles pueden ser los rituales que den sentido a una generación ya lejana para mí, recuerdo que en un tiempo (muy lejano), cuando yo era estudiante, revoltoso como era la norma, alguien de mi grupo me encargó redactar algo así como una historia del movimiento estudiantil reciente, una especie de informe de intervención inmediata en un año tan complicado en España como fue 1976, el año en el que se confrontaron muchas cosas y mucha gente.
Fracasé completamente. Al principio me sentí halagado y me puse a la tarea. Como ya era filósofo en ciernes, fui incapaz de atenerme a los datos y a los documentos y comencé a darle vueltas a la condición de estudiante, a mi propia condición en aquel momento. ¿Cuál puede ser el movimiento de gente que no es ciudadana aún, que no tiene ingresos ni contratos, que ya no pertenece a la familia, que no tiene aún casa, que ni siquiera tiene un lugar donde hacer el amor (eran tiempos duros), que no vive más que en un estado de imaginario permanente, con miedo a acabar y encontrarse en un vacío sin sentido? ¿Cómo puede un movimiento así tener algún sentido que no sea su propio conflicto como seres en ningún lugar?
Le dije a quien me lo había encargado que no encontraba suficientes materiales y me dediqué a redactar mi tesina y dejé para un tiempo que nunca llegó el pensar sobre el problema.
Lo he recordado estos días, en estos tiempos, pensando en cuál pudiera ser el imaginario y el ritual constituyente de las existencias de los alumnos a los que tengo que hablarles de los rituales, y vuelvo a mi angustia de no tener nada que decir, de volver a encontrarme en un limen interminable. Quizá es lo único que puedo compartir con ellos.
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Desconozco la obra de V. Turner, pero me siento totalmente identificado con tu descripción del limen donde habitábamos cuando éramos estudiantes. En mi caso unos 10 años después. Probablemente hoy sigan habitando ese mismo umbral en el que no estás dentro ni fuera, no quieres salir pero te resistes a entrar. Tal vez por ello hay quien trata de prolongarlo indefinidamente. (Hace años, ya trabajaba y tenía un lugar propio desde hacía tiempo, encontré un antiguo compañero de la facultad que estaba todavía acabando la carrera, viviendo en casa de su novia ... se aferraba al mismo modo de vida -aunque los compañeros estudiantes lo verían como el abuelo de la facultad-. Conozco más casos similares)
ResponderEliminarCreo, Fernando, que además de esta experiencia liminal tienes más cosas que compartir, te lo digo como viejo alumno tuyo de Salamanca.
Salud
EL TIEMPO DE "NADIE":
ResponderEliminarY yo me pregúnto. ¿Qué sentimientos puede generar la estructura social en muchos individuos para que prefieran refugiarse en su etápa de paso previa?.
Es quizá el rol al que una tiene que adscribirse, una vez se incorpora a la estructura social, el que no acaba de colmar espectativas: o bién porque es puramente subordinado o tal vez por que se echa de menos la marginalidad creativa que existía mientras:"... una no era, todavía..." nadie.
Ana la de la Carpetana
En castellano limen presenta dos acepciones. Una arquitectónica: el escalón en el que se apoya una puerta. La otra gnoseológica: primeros conocimientos de una materia. Ese escalón es un no lugar: no es calle, pero tampoco es hogar. Y los primeros conocimientos de una materia son menos materia que sentimientos: angustia, curiosidad, nerviosismo, complejos... Si unimos las dos definiciones, resulta que parte del pensamiento de Turner puede aplicarse, por ejemplo, para dilucidar muchos de los conflictos de esa zona ciega de nuestra personalidad: ese no saber y esa angustia de tener que estar siempre teniendo que aprender.
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