Reflexiones en las fronteras de la cultura y la ciencia, la filosofía y la literatura, la melancolía y la esperanza
domingo, 14 de julio de 2013
El tono en filosofía
Quienes tenemos el impagable privilegio y la terrorífica responsabilidad de asistir al comienzo de la carrera de nuevos investigadores en alguna especialidad de la rama de humanidades (filosofía en mi caso) nos encontramos ante la obligación de ayudarles a convivir con una tensión que todos los que se mueven en el ámbito universitario sufren, y en la que a veces perecen ahogados. Se trata de la tensión entre encontrar una voz propia y, por otro lado, lograr que la obra de uno sea publicada en revistas académicas para alcanzar los méritos suficientes en el actual mercado de las palabras.
El mundo de las revistas académicas genera formas y estilos peculiares que constituyen lenguajes específicos sin los que los trabajos están destinados a ser rechazados casi sin leerse. David Foster Wallace, que conocía bien el percal, en Hablemos de Langostas, una nutritiva colección de ensayos, escribe a sus alumnos sobre qué significa hablar un lenguaje que haga posible el ser admitido en ciertos círculos sociales. El lenguaje académico es uno de ellos. Foster Wallace hace una divertida parodia de uno de estos dialectos. Por mi parte, cuando tengo que aconsejar, lo hago en el siguiente sentido: "aprende y domina este lenguaje". Si uno no desarrolla la capacidad de estructurar el discurso propio en los formatos que exigen las revistas uno se condena a sí mismo a la imposibilidad de una carrera académica. Hay ciertos "markers" sintácticos, semánticos y conceptuales que hacen que los revisores se vuelvan ciegos a lo que el autor está diciendo y respondan de forma automática con un rechazo del artículo.
En el mundo en que vivimos, sin un número de publicaciones mínimo se depende de los lazos más o menos arbitrarios que se tenga con quienes le pueden dar al estudiante becas o trabajos. Pero este mundo de los lazos feudales está desapareciendo por suerte a gran velocidad y no es buena política apostar por que, al fin y al cabo, uno encontrará un sitio sin haber hecho los deberes. La estadística está en contra de estas esperanzas. Ahora bien, este dominio no significa que por ello se haya logrado hacer algo interesante en filosofía. Lo que demuestra un cierto número de publicaciones es la competencia en el estado de la cuestión, en el dominio de las claves, temas y problemas y, por ello, la capacidad para decir o escribir cosas que pueden ser escuchadas, criticadas e incluso aceptadas por una comunidad de iguales en la academia. No es mucho y no es poco. Es la forma en que se organiza la universidad en un mundo ya entrelazado.
Este consejo suscita muchas resistencias y no pocas ácidas críticas contra la subordinación académica, contra el mercado de las ideas y otros argumentos que todos tenemos en la cabeza. Estoy de acuerdo con muchas de estas críticas, pero mi experiencia me dice que quienes las predican sin concesiones, o no las practican o han tenido poca experiencia de una competencia equitativa con jurados independientes. Curiosamente, muchos de estos críticos del supuesto mercado académico confían más en el mercado editorial o mediático, como si el éxito del mercado mediático fuese un criterio más limpio que el académico. Sorprendente. No estaría mal que leyeran a Roberto Bolaño, quien les enseñaría dos o tres cosas sobre qué es el éxito y cómo se consigue.
Pero todo esto, que forma parte de un debate que está aún pendiente sobre cómo organizar la selección y el reconocimiento en humanidades, tiene que ver sólo indirectamente con la vocación y el proyecto de tener una voz propia en filosofía (o en lo que sea, pero me refiero a lo que mejor conozco). Stanley Cavell, uno los filósofos que he aprendido a degustar gracias a la compañía de Carlos Thiebaut, aunque no era al comienzo uno de mis preferidos, explica muy bien en un libro muy autobiográfico, Un tono en filosofía, esta conquista de la voz propia. Como ocurre en la música, el dominio del lenguaje no significa nada si uno no consigue un tono (y quizá timbre) propios.
El tono no es fácil de definir. No es desde luego el estilo de escritura, ni tampoco el puro contenido conceptual. También en filosofía forma y contenido se entrelazan. El tono tiene otro nivel de profundidad. Implica la voz propia, la elección de temas, el modo de enfocar y tratar los problemas de fondo y forma, y también una cierta actitud ante el discurso, una cierta postura ética ante el lenguaje y la acción.
Alcanzar un tono propio es algo más difícil de conseguir que culminar una carrera. No es necesario para lograr el éxito académico y quizá no sea suficiente para ser buen filósofo o filósofa. Pero es imprescindible para configurar una identidad propia en el espacio de la cultura. No sabría decir qué hace de un filósofo (uso ya el masculino como universalizador) un buen filósofo, pero sé que sin un tono propio esa persona estará exiliada de su propio proyecto y sometida a la voz de otros o a un imaginario lector que termina resultando mucho más indiferente de lo que cree quien se acomoda al tono general.
Por eso también aconsejo a quienes comienzan: "escribe para que te publiquen pero eso no te bastará, tienes que lograr un tono propio. Es lo que hace de tu voz un sonido reconocible e identificable. Lo que hará de ti alguien que domina el lenguaje y no es dominado por él. No te salgas del lenguaje si quieres ser entendido. Pero no te rindas nunca ante él."
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Buenas tardes. En definitiva: "preferimos el lunar de tu cara a la pinacoteca nacional".
ResponderEliminarEl tono nace cuando la filosofía se pone al servicio de la vida (siempre personal), quiero decir, cuando sirve a la necesidad de contar cosas. Imagino que por eso la filosofía nace fuera y dentro de la academia...¿no es de Goethe el aforismo que dice: "ciertos libros parecen haber sido escritos no para aprender de ellos sino para que se reconozca lo que sabía su autor"? Saludos
ResponderEliminarQué buen consejo, Fernando, y qué difícil de seguir: ¡cuántas lecturas hacen falta para hacerse un tono propio! Conocí a Cavell en Boston hace unos años, en casa de unos amigos comunes, y me habló de su pasión por Claude Esteban, un poeta hispano-francés desconocido para mí hasta entonces. Un abrazo,
ResponderEliminarAntonio
El tono propio, logrado, es de esas extrañas virtudes que nos hacen pensar que lo íntimo tiene algo de universal o, cuando menos, la cualidad de trascender el ámbito de lo propio. El tono es el paso de lo propio a lo ajeno, de ahí la experiencia del artista de que la obra deja de pertenecerle desde el momento en que se hace pública. Un saludo
ResponderEliminarMuy agradable leerlo Dr. Broncano.
ResponderEliminarMuy agradable leerlo Maestro Broncano. Habrá que agregar que sorprende que el tono filosófico produce a veces rechazo, aunque se trate de el más ameno y profundo tono, por ejemplo Nietzsche, mientras otras veces el más tedioso texto produce pasión, como en el caso de Wittgenstein o Heidegger. Para colmo, el más equivocado suscita elogios, como Sloterdijk en Has de cambiar tu vida, irrespetuoso delirante con los autores que cita, mientras trabajos muy laboriosos en todos los temas y filosofía permanecen en las bibliotecas olvidados. Un abrazo.
ResponderEliminar