domingo, 9 de marzo de 2014

Palabras que enferman






Pensaba ayer, caminando por La Pedriza de la Sierra de Guadarrama, un día anteprimaveral, en compañía de tantos que habían decidido como yo celebrar las tornas de la estación, cuán enfermas se encuentran algunas palabras y cuán necesario es un esfuerzo conceptual para curarlas. Cuando las plazas se llenaron del grito "lo llaman democracia y no lo es" comenzó un trabajo de cura para una de las palabras más infectadas. La lucha por el nombre es a veces tan importante como la lucha por la cosa. 

Suelo decir que una de las tareas de la filosofía es contribuir a sanar palabras. No como si tuviera la exclusiva, y ni siquiera como su única obligación, pero sí como una de las más exigentes. Es cierto que algunos han confundido este encargo con relatar la etimología de la palabra, sobre todo si sus ancestros fueran griegos, como si en Grecia no hubiera habido lucha por las palabras; como si Protágoras y Platón hubiesen estado de acuerdo en los sentidos de algunos nombres; como si  el haberlos heredado de las salvajes tribus que invadieron aquellas tierras les obligase como un juramento de fidelidad. La etimología puede darnos el historial clínico pero no la cura. Uno lee Homo sacer de Agamben, incluso con agrado, para terminar descubriendo que después de tanto recurso a los significados originarios, a la intocabilidad de los sacerdotes y todo eso que nos cuenta, sigue intacta la falta de diagnóstico y cura para los males de lo humano. Hay otras cosas que hacer además de leer el historial. 

Por el momento ando obsesionado con la infección del término "cultura". Me dedico en parte a la cosa por obligaciones del trabajo, pero no dejo de sentir su debilidad conceptual, su deriva sin rumbo y su creciente sumisión al imperio de la mercancía. Tras dos años de enseñar un curso denominado "Teorías de la cultura contemporánea" (la oficialidad del título es "teoría de la cultura", pero lo enseño en plural a falta de una teoría propia), me siento asfixiado por la palabra, en la necesidad de aclararme en la selva de sus sentidos, y sobre todo en la necesidad de restaurar su potencial significante para los días en los que vivimos. 

Es una palabra curiosa, muy reciente pero con una de las más explosivas polisemias de la historia. Kroeber y Kluckhohn (antropólogo y sociólogo respectivamente) relataron 164 significados en 1952, una lista que ha crecido sustancialmente desde entonces. Las palabras que tienen una historia similar comparten una igual función de justificación, de adjetivos de combate para sustantivos esenciales. Comenzó siendo "cultura" un término romántico de lucha contra la "civilización" francesa, asociada a la máscara de las maneras en la mesa. Representaba la expresión del cultivo de la persona y la comunidad, la organización profunda del crecimiento en la historia. Más tarde, sin abandonar del todo este componente heroico de la "Kultur", los antropólogos que seguían a los ejércitos imperiales comenzaron a usarla para entender la "diferencia" de los pueblos sometidos, a explicarle a los coroneles por qué estaban allí y cómo debían de tratar al nativo. El modernismo la convirtió en una palabra-lucha contra la cultura aburguesada, contra el mal gusto de la sociedad urbana industrial. Gramsci, Lukàcs, Benjamin, Adorno la usaron para explicar por qué en las sociedades avanzadas, donde teóricamente tendría que haber ocurrido la revolución, lo que estaba ocurriendo era el fascismo (definido por Benjamin como la estetización de la política). Los estudios postcoloniales, feministas, queer, étnicos, la emplearon para desvelar la opresión oculta en el lenguaje y en la práctica, la desposesión de la lengua y la falsa universalidad de los conceptos. 

Hay una historia de luchas en la palabra "cultura", pero ahora es sobre todo una palabra mercancía, un vocablo de distinción que te vende un aroma de clase. Cierto que aún quedan sacerdotes del culto de la Kultur, que guardan el fuego sagrado de las grandes obras de la humanidad, del poder simbólico de las escalas atonales y de la fuerza mística de los magenta y amarillos de Rotko, cierto que aún una aldea francesa resiste al imperio americano. Pero también es cierto que la cultura común está infectada gravemente de culturalismo. El capitalismo moderno ha sido denominado "capitalismo cultural" por muchas razones, entre ellas por el reconocimiento de que la cultura se ha convertido en la fuerza social más poderosa y en una de las fuentes esenciales de valor añadido. Este proceso no es ni malo ni bueno en sí mismo. Es, simplemente. Lo opuesto es el elitismo de la cultura de los entendidos (que cada vez entienden menos de lo que pasa, como el pobre Adorno odiando el jazz y el cine como inventos del capital). Pero ese fenómeno histórico está contribuyendo a diluir el potencial crítico que tuvo el término. Se ha convertido en un término cínico, al decir de Boltansky y Chiapello en El nuevo espíritu del capitalismo, en un término que absorbe las críticas, las deglute y metaboliza en mercancía.

No estoy tan seguro. No todavía. Queda por gritar "lo llaman cultura y no lo es" (o al menos "lo llaman cultura y es la suya"), queda por salvar el uso que aún permanece bajo el valor de cambio. 




4 comentarios:

  1. Gracias, Fernando, por ofrecerme un ración de suculencia del pensar, tal y como se merecía esta suave mañana anteprimaveral frente al mar mediterráneo.

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  2. Si por su puesto es largo y tortuoso el debate sobre todo en el siglo XX,parece que comparte un padecimiento similar a la palabra "democracia" que de tanto ser nombrada, pierde se vacía de significados o peor se vuelve insignificante. Sin embargo, para más desgaste de los significados hoy que se plantea binomios asociados como "cultura y economía" e "industria cultural" o "educación y cultura" y "cultura educativa", "cultura y ciudadana" y "ciudadanía cultural", estos binomios como "cultura social" o "sociedad cultural" algunas veces y de manera excepcional señalan nuevos procesos nombrados como binomios,pero, las más de las veces estos binomios que asocian la cultura, pareciera convocar a una mayor y densa neblina, a decir para no decir, en fin mucho hay nombrar y renombrar sobre, por, para,a propósito, sobre, desde y con la cultura como categoría clave de los presentes y futuros a construir.

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  3. Sergio Martínezdomingo, 09 marzo, 2014

    Hola Fernando,
    como sabes yo también me enredé (y sigo enredado) en los usos y significados de la dichosa palabra.Resultan menos útiles las definiciones definitivas o tajantes que aquellas que en vez de simplificar aumentan la complejidad. En nuestro tiempo tiene más interés el reverso de la famosa navaja de Occam. La explicación más plausible sería aquella que aumenta la complejidad, no la más sencilla.
    ¿Me permites que sugiera una lectura (que seguro que tú ya conoces)? Se trata de un texto de hace unos años, es de Ulf Hannerz: "Cuando la cultura está en todas partes:reflexiones sobre un concepto favorito", en su libro Conexiones transnacionales. Cultura, gente, lugares.
    A ver si nos sirve para seguir complicándonos.
    Abrazo, y espero que nos veamos pronto.
    Sergio

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