El subtítulo del último libro de Jonathan Crary 24/7 El capitalismo tardío y el fin del sueño describe sucintamente el tema del que trata este manifiesto de intervención urgente en el paisaje cultural contemporáneo celebratorio de las globalizaciones digitales. Es una descripción a brochazos rápidos de la colonización final del tiempo humano a través de los múltiples dispositivos por los que la atención es expropiada y empleada como fuente de plusvalía. A diferencia de las viejas críticas de los medios de masas, que los concebían como "drogas" que adormecían la conciencia colectiva, Crary ha defendido en sus libros exactamente lo contrario. Los dispositivos modernos son mecanismos que activan la conciencia del espectador y centran su atención en un nuevo trabajo productivo que es apropiado y colonizado eficientemente.
Esta brevísima referencia no hace justicia a este libro imprescindible que se lee con la rapidez que genera una creciente iluminación sentida a medida que uno pasa las páginas en comunidad con la mirada indignada del autor. Hay varios temas que se entrecruzan alrededor de esta fenomenología de la economía de la atención que realiza Crary. Algunos son más sociológicos y culturales, otros, los que me atraen con mayor fuerza son metafísicos y tienen que ver con esta colonización del tiempo que está presente en el estado de insomnio permanente al que parece conducirnos la historia reciente.
El recientemente fallecido medievalista Jacques Le Goff nos desveló los orígenes medievales del capitalismo en la colectivización y sincronización del tiempo mediante numerosos dispositivos, desde la homogeneización del tiempo corto de trabajo a través del uso del reloj como medida del salario, a la invención de los seguros, las hipotecas, letras de cambio y bulas de purgatorio como fuentes de valor económico, que habrían de convertirse en la base de la economía capitalista. Karl Marx describiría más tarde cuán importante era el tiempo de trabajo como génesis del valor. La economía marxista y su cronocentralidad fue abandonada por los economistas en favor de las economías basadas en la teoría de la preferencia y las curvas de demanda y oferta. El tiempo fue olvidado en favor de los estados mentales del deseo e interés. Por otra parte la historia económica posterior a Marx pareció haber hecho falsa la predicción de que la explotación del tiempo de trabajo tendría un límite y con él la espiral de crecimiento del capitalismo. Los economistas, desde los años cincuenta del siglo pasado, tendían a comenzar sus obras riéndose de esta predicción. Incluso un crítico marxista tan interesante como el geógrafo David Harvey reconocía esta equivocación de Marx y postulaba que el capitalismo había dejado de colonizar el tiempo para interesarse por el espacio. La globalización, la conversión del mundo en una urbe continua, la especulación y las burbujas inmobiliarias serían la prueba de esta mutación.
Los economistas han olvidado que también las preferencia son tiempo. Y Harvey no ha reparado en que la expropiación del espacio y los nuevos dispositivos de explotación del tiempo trabajan juntos. Ya no importa que el trabajo esté desapareciendo y quede en manos de una parte de la población, dividida entre privilegiados y nuevos esclavos a tiempo completo. No importa. El tiempo de no trabajo (ya no tiempo de ocio) se ha convertido en productivo. El parado sigue produciendo es su depresión, angustia y continua aprensión por un móvil y correo que nunca traerán la buena noticia; el trabajador deslocalizado produce en su obligatoria creatividad en todo tiempo y lugar; el jubilado produce en su permanente dependencia de la agencia de viajes que le ofrece una promisoria tierra de experiencias para olvidar el aburrimiento de su existencia; el adolescente produce a través de su incansable inspección de su whatsapp donde se refleja la subordinación a la pandilla, que a la vez le acosa y le sujeta. La tertulia airada que aparentemente refleja la lucha ideológica es parte de un mecanismo que traslada el tiempo real de resistencia a un tiempo de atención anclada a las palabras de otros. Todos pierden el sueño por la permanente tensión por la tensión ajena.
Globalización del espacio y colonización del tiempo no se oponen sino que se condicionan mutuamente. La conversión del mundo en una única urbe sin sombras nocturnas y la desaparición del sueño van juntas. Me resultó lúcida, en su imaginería del insomnio y la desubicación, Lost in Translation (2003) de Sofia Coppola. Pocas películas describen mejor la coestructuración del espacio globlalizado, el tiempo convertido en mercancía y las vidas en anuncios de televisión. El derecho al sueño es el derecho a un tiempo de vida que ya ha sido expropiada. Los tiempos que no pueden ser colonizados dejan de tener sentido: el tiempo del amor y de la amistad, que exigen tiempo, que implican distracción y silencio, son progresivamente abandonados para no perder la atención al dispositivo y sustituidos por sucedáneos de roce rápido. El ritual, que dividía los tiempos en sagrados y profanos se convierte en agitación compulsiva, repetición continua de movimientos y gestos sin sentido.
Suelo decir que el apocalipsis ya ha ocurrido, que los zombies nos han invadido y que apenas quedan ya lugares donde ocultarse, tiempos distraídos, acciones desobedientes. Es cada vez menos una metáfora y cada vez más un modelo del capitalismo tardío, que tan bien describe Jonathan Crary. Entre las maravillas del libro, está el recuerdo de este cuadro de Josep Wright de Derby, Arkwright Cotton Mills by Night: fábricas de algodón iluminadas por la luz artificial en un paisaje nocturno romántico bañado por la luna. La contradicción que anunciaba este cuadro ya ha acabado. Es el fin de la noche, de la sombra, del sueño.
Por demás importante esta reflexión, efectivamente a más de dos décadas de neo-liberalismo pleno, habría que preguntarnos como lo propone Fernando Broncano R por la expropiación del ocio, necesario factor para explicar como desde la singularidad, cada quien tendemos a compensar los efectos de la crisis, de la pauperización, de la fragilidad de vida, de la precariedad, cancelando el ocio y transmutando en tiempo de autoexplotación o superexplotación, que no permite la recuperación de condiciones para el siguiente día de vida, porque a ese tiempo de vida le restamos tiempo de amor, tiempo de amistad, tiempo de nada, tiempo para nosotros, para compensar los efectos de una crisis que no creamos, pero que si estamos día a día pagarla con tiempo de nuestra vida....
ResponderEliminarSe agradece la referencia, y la reflexión por supuesto. Reflexiones similares las encontramos en ensayos recién traducidos del ya conocido filósofo coreano Byung-Chul Han:
ResponderEliminarhttp://www.herdereditorial.com/obras/5427/la-sociedad-de-la-transparencia/
Los zombies han invadido el tiempo, el espacio, la intimidad. Confiemos no invadan también nuestros sueños, que todavía pertenecen a lo inconsciente, a lo otro. Saludos.
Otro nuevo ángulo de la misma situación tratado exitosamente... un sistema que se despreocupa de los individuos que lo componen sólo puede desembocar en una situación apocalíptica para ella, con grandes desigualdades, con ausencia de solidaridad, una sociedad devastada por su ausencia de valores, o por la hipocresía en el tratamiento de las personas dependiendo del interés que se tenga en éstas, donde la escala de valores no se aplique con la misma vara a todos, sino por medio de la relatividad de la regla de las posesiones que tengan... yo también creo que ya ha ocurrido, que el futuro ya está aquí, que la sociedad ha cambiado a peor, al sálvese quien pueda y a no considerar la situación del otro, cuando éste no tiene algo que interese... zombies y capitalismo
ResponderEliminarHola Fernando
ResponderEliminarSOy Álvaro, amigo de tu hijo. Leyendo tu post me surge la duda: ¿dónde dice Marx que la explotación del tiempo de trabajo tiene un límite? ¿Y dónde Harvey reconoce este error de Marx? Te lo pregunto porque no lo sé y me interesa mucho. Hasta ahora yo tenía en la cabeza que para Marx la acumulación de capital era algo sin límite -y así la explotación- lo que se hace posible gracias a la dimensión relativa del plusvalor -o sea, la capacidad de disminuir el valor necesario para reproducir a la clase trabajadora-. Te agradecería mucho tu respuesta en alvarologo[a]yahoo.es.
Gracias y un abrazo