No hay figura más clara que describa la condición contemporánea que la del detective y no hay mito más iluminador de esa condición que Edipo Rey, tal como fue imaginado por Sófocles. El detective no es una persona de certezas, viene del país del desencanto y nada que le sea revelado le sorprenderá. Su experiencia es larga y su conciencia se ha endurecido en la infernal herrería de la ciudad. Al detective le ha sido encomendado investigar la peste que asuela a sus ciudadanos. Edipo sabe que la polis está corrupta, no tiene más que abrir lo ojos y ver lo que ocurre. Edipo es buena persona en apariencia. Le guía el hambre de conocimiento y ha jurado castigar al culpable. Edipo detective desciende a las cloacas para descubrir el origen del mal que la afecta. Solo después de bajar a los infiernos habrá cambiado lo suficiente para saber lo que sabía.
Sabemos que el mal estaba en él y sabemos que su deseo de saber será castigado por su propia mano con la ceguera permanente. Sabemos que el mal se origina en su pasado y sabemos que Edipo lo sabe aunque no lo sabe. Tiresias el ciego ya se lo ha anunciado:
Tiresias .- "Afirmo que tú eres el asesino del hombre acerca del cual están investigando"
Edipo.- "No dirás impunemente dos veces estos insultos"
Tiresias.- En ese caso, ¿digo también otras cosas para que te irrites más?
Edipo.- Di cuanto gustes, que en vano será dicho.
Tiresias .- Afirmo que tú has estado conviviendo, muy vergonzosamente, sin advertirlo, con los que te son más queridos y que no te das cuenta en qué punto de desgracia estás"
Nada está oculto. Edipo tiene todos los datos a la vista pero el mundo, su propio mundo, se ha vuelto niebla. "Di cuanto gustes, que en vano será dicho", responde a Tiresias. Edipo niega saber pero ya sabe. La solución cognitiva está ya dada al comienzo de la investigación, pero el detective no sabe porque aún tendrá que transformarse para aprender a saber. Saber que su responsabilidad no puede ser descargada en otro, saber que estaba ciego porque miraba hacia afuera cuando debería investigar dentro de sí, saber que deberá perder los ojos para ganar sabiduría. Saber que no hay nada más oculto que lo que está a la vista.
De Philippe Marlowe a Jimmy MacNulty, generaciones de detectives que hurgan en la basura del pueblo han llenado la imaginación de generaciones de lectores y espectadores. Max Weber dividió a los nuevos héroes en científicos o políticos pero se le escapó que ya en su mismo suelo estaba naciendo el nuevo ciudadano, el detective desencantado que inquiere una verdad que ya conoce y busca una justicia que le habrá de designarle culpable.
Es un signo de los tiempos el que la crisis nos haya cegado para hacer posible que veamos. No por el insufrible discurso del poder que quiere escapar de su responsabilidad y nos dice "todos somos/fuimos culpables de lo que ocurre". No. La culpa de Edipo Detective es metafísica. Su negación a saber cuando está buscando es de otro orden. Cada vez que oigo a un economista o a un político decir "todos tenemos la culpa de esta crisis" me digo "es verdad. Tendríamos que haberos enviado antes a la mierda. Somos culpables de omisión". Pero no es ésta la culpa del edipo que somos. Está más abajo y más adentro. Está anclada en los estratos de nuestra agencia herida. Somos culpables de no saber lo que queremos. De no querer lo que sabemos que es la dirección del camino que hemos emprendido y sin embargo seguimos.
Mi experiencia del mundo es muy limitada. Pero llevo decenas de años en un barrio de la ciudad, la enseñanza superior, afectada por la peste. Una conversación interminable inquiere por los culpables. Y hay un pequeño tiresias que continuamente me hace sospechoso habitual y al que me niego a escuchar. He aprendido que en los barrios que me rodean ocurre lo mismo y que la corrupción se extiende como la niebla de invierno en las estepas castellanas. He aprendido que la condición humana es buscar en otro lado la fuente de la enfermedad que tiene en sí.
En Así hablaba Zaratustra y en La genealogía de la moral Nietzsche describió a los primeros detectives del mundo que habría de venir: el loco que busca a quien sabe que ha sido asesinado, el subordinado que crea morales para defender su propia condición caída. Nietzsche sabía que la condición moderna era que habíamos asesinado a los héroes (otros los llaman dioses) - horizonte y sueño de emancipación - y que huíamos a la vez que investigábamos un crimen que nos correspondía a nosotros pagar.
Claro, estoy leyendo El capital del siglo XXI de Thomas Piketty.
Interesante propuesta!!!
ResponderEliminar¡Hola Fernando! Soy Jacinto, alumno de Filosofía, Salamanca, allá por los 80-90. Te reencuentro cada cierto tiempo, ya sea por tus libros (me encantó la Melancolía del Ciborg) o por tus apariciones "esporádicas" como ahora en la Aventura del Saber. Me alegro cuando es así. Un saludo.
ResponderEliminarEse miedo a la libertad del que hablaba Fromm, que nos empuja a hacer dejación, a optar por la mala fe sartriana. Una opción no confesada a nosostros mismos, por supuesto, que busacmos casos para investigar que nos dejen fuera y nos distraigan. Muy certero el camino conocido e indeseado pero proseguido. Por ello el poder, los poderes, se instalan y perpetúan.
ResponderEliminarSalud