domingo, 17 de agosto de 2014

La controversia interminable




No voy a descubrir la centralidad que tienen las controversias en la historia de la cultura. Marcelo Dascal y Oscar Nudler llevan años explorando y difundiendo la idea de que las controversias intelectuales son una forma privilegiada de analizar cada tiempo y su desenvolvimiento.La escolástica y actualmente la filosofía analítica (muchos sostienen que son lo mismo, quizá justamente, pero no está claro si eso es bueno o malo, es parte de la controversia) sostienen que todo trabajo filosófico debe comenzar por la disputatio de dos posiciones contrapuestas. Tienen razón, aunque el ejercicio que proponen suele carecer de historia y relato. Y las controversias son procesos largos, que modifican a las partes implicadas y  recorren paisajes históricos extensos en los que cobran sentido las palabras. Aunque en las otras tradiciones (fenomenológica, hermenéutica, crítica, post-estructuralista, post-moderna) abundan las disputas, y hay mucho más sentido histórico, sin embargo, no es infrecuente la falta de distancia y la elegancia intelectual para expresar sin caricaturas el pensamiento otro(*).

Pese a que es muy popular la idea de que la filosofía es un lío donde cada opinión encuentra eternamente su contraria, la verdad es que la controversia es un esplendoroso ejercicio de sensibilidad a las razones y una retirada de la violencia al ejercicio del lenguaje. Hay controversias cuando se respeta la voz del otro y preocupan sus razones, ironías, metáforas e interpelaciones. Por eso la filosofía puede llamarse un ejercicio de libertad, precisamente por aquello por lo que es más criticada, por la continua controversia. Me gustaría alguna vez explicar la filosofía contemporánea reconstruyendo las controversias básicas que la han conformado (de hecho lo intento cuando puedo), pero querría referirme ahora a una que, desde mi punto de vista, estaría entre las pocas que no pueden ser dejadas a un lado en una explicación que intente dar sentido a nuestra experiencia actual. Me refiero a la controversia entre distancia y compromiso, uno de cuyos más dolorosos y trágicos ejercicios fue la ruptura entre Camus y Sartre.

Camus había escrito El hombre rebelde para dar forma a su convicción de que la actitud de rebelión y el rechazo al dogmatismo y el autoritarismo deben ir juntas. La lectura antiestalinista y anticomunista era inequívoca en 1952, pero Camus decidió que la tesis fuera universal y se presentase como una actitud constitutiva de la moral histórica. Le costó la ruptura con una parte de su generación, como a Hanna Arendt una actitud similar le costaría la ruptura con el sionismo que había practicado en su juventud. No es difícil situarse del lado de Camus, y no voy a negar mis simpatías. Camus representa todo lo que de bueno se puede encontrar en la cultura: compromiso, sentido trágico, sensibilidad, coraje, a lo que se añade el venir del arroyo tanto humano como intelectual. Camus fue siempre un exiliado allí donde estuvo. El joven "pied-noir" que no ha tenido buena educación, que está lleno de carencias y de cicatrices y que es mirado con cierta condescendencia por sus colegas de formación exquisita habitantes del los círculos del mayor capital cultural. Camus fue quien en mi adolescencia me llevó a la filosofía y mi referente moral y político durante toda la vida, así que no tengo complejos para proponer que leamos con distancia la controversia. 

Sartre era, por el contrario, una persona rijosa, cruel, manipuladora, inmoral en casi todos los sentidos, desquiciada por la soberbia, las anfetaminas y el alcohol. Su crítica en Temps Modernes, a través de un propio, a las tesis de El hombre rebelde son un manifiesto del peor dogmatismo, y su "Réplica a Albert Camuses"un ejercicio magnífico para una clase sobre los argumentos ad hominem. Sostuvo contra la independencia de Camus la alineación con el comunismo y la ceguera a lo que representaba de horror el estalinismo. Sartre es, sin duda uno de los casos más flagrantes de auto-engaño y mala fe y, sin embargo, una de las voces más lúcidas de toda la filosofía contemporánea. Los post-estructuralistas y posmodernos Foucault, Deleuze, Derrida, Braudillard, Lyotard, et alii le despreciaron tanto como intentaron imitarle (y muchas veces lo lograron en todos los sentidos). Fue una pose intelectual "hacer como que no leían a Sartre". Camus fue olvidado (nadie le consideraba buen filósofo) y sólo la caída del Muro y los dilemas morales del nuevo siglo han traído su renacimiento. Aunque, también hay que decirlo, para reivindicar terceras vías por parte de intelectuales exquisitos y castas de la (aparente) distancia política (pido excusas por este comentario tan sartriano). 

No puede pensarse el espacio de la política sin la controversia entre la necesidad histórica las "manos sucias" (Sartre), por un lado, y la exigencia de distancia moral y escéptica en el compromiso (Camus). En los grandes conflictos de la historia se manifiesta la controversia como actitudes morales contrapuestas. Es un buen ejercicio de auto-examen  elegir el conflicto apropiado que nos resulte más cercano y observar cómo muchas de nuestras intuiciones cambian cuando aplicamos nuestra posición partidaria a ese conflicto en particular. No es difícil entender a Camus y su actitud independiente en el conflicto argelino y en su distancia del FLN y sus bombas, pero él mismo venía de otro conflicto donde fue una parte activa en la Resistencia. Simone Weil (tan cercana al mismo espíritu de Camus) tuvo una trayectoria inversa: su pacifismo inicial cambió y pretendió, ya enferma y agotada, enrolarse militarmente contra el fascismo. Se puede rastrear la controversia hasta la Antígona de Sófocles. No es difícil estar del lado de Antígona. Hasta que escuchamos la voz de su hermana Ismene. 



(*) Una de las innumerables controversias, por cierto, es la que enfrenta a quienes sostienen que la filosofía debe estudiarse a través del "pensamiento" de los grandes autores, sumergiéndose profundamente en su obra y en su tiempo, y a quienes sostienen que la filosofía es fundamentalmente una secuencia de problemas que han sido descubiertos, discutidos y a veces disueltos por distintas voces a lo largo de la historia sin que las peculiaridades de estilo, personalidad, sistema y situación afecten demasiado a la cuestión debatida. Quienes creen que las controversias forman una unidad que negocia con las dos anteriores, creen que el situacionismo de los partidarios de la historia de la filosofía como historia de autores y el universalismo de los partidarios del problema como unidad de pensamiento puede complementarse en esta forma dialéctica que viaja tanto a través de los contextos históricos como de los espacios conceptuales. Comprender una controversia no implica adoptar una posición neutra alejada de las dos contendientes. Se puede ser juez y parte, sabiéndonos eslabones en una larga cadena de pensamiento trágico que, por ello, es sensible a las ideas del otro.

1 comentario:

  1. También creo bien explicado aquí: http://existentialcomics.com/

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