domingo, 13 de septiembre de 2015

Entre ciencia y cultura



Cuando Charles Percy Snow leyó su famosa conferencia Las dos culturas en 1959, las cosas ya iban mal desde hacía más de un siglo, es decir, desde que se constituyeron lo que llamamos con un nombre bastante exacto "disciplinas".  Snow conocía bien la situación. Era físico, novelista y ensayista. Sus obras de ficción, la serie Extraños y hermanos, tratan de las interioridades del mundo académico. Entre sus ensayos, además de Las dos culturas, su examen de las relaciones entre la ciencia y lo militar, Ciencia y gobierno, de 1961, debería de ser lectura obligatoria en la formación básica de científicos, de estudiantes de ciencias sociales y, por supuesto, humanistas (yo guardo con cuidado la edición original, conseguida en una librería de viejo, pero estos dos ensayos son fáciles de encontrar).

Es conocido e hipercitado su test a los respectivos miembros de cada cultura: "¿podría explicarme brevemente la Segunda Ley de la Termodinámica?, pregunta dirigida a un humanista, "¿podría explicarle la última obra de Shakespeare que haya leído?", dirigida a un científico. Es un test de formación básica, en el que yo no confiaría demasiado, pero ilustra la forma en que Snow aborda la cuestión de la escisión, la de buscar las lagunas en la formación de unos y otros. Su estilo fenomenológico, sin embargo, debe ser complementado con un examen cuidadoso, sociológico y etnográfico, del funcionamiento de ambas culturas. Ya hay mucho trabajo hecho, por ejemplo por Bourdieu y por la sociología de la ciencia, pero muy pocos estudios comparados sobre la escisión de las dos culturas en sus dispositivos de producción y reproducción.

Conozco a muchos que, como yo, se mueven o nos movemos ocasionalmente entre las dos aguas y todos sufrimos las consecuencias de una muralla cultural insalvable. En mi caso, soy básicamente humanista, filósofo, pero con una cierta formación científica y, sobre todo, observador y estudioso de la cultura científica y técnica y de las trayectorias que han ido configurando el actual sistema de investigación global. Suelo asistir a confrontaciones de las dos culturas académicas y, ahora, en mi cercanía a Podemos, una formación donde se discute intensamente de política, vuelvo a experimentar la distancia insalvable. Aquí, participo en el Círculo de Cultura y en el Área de políticas científicas y vuelvo a sentir con frío y perplejidad la lejanía de lenguajes e intereses.

Dejaré a un lado el problema de la ignorancia, algo que resultaría relativamente subsanable con una adecuada política educativa. Es mucho más seria la incomprensión y la insensibilidad de la otra parte y su reflejo en las políticas públicas de investigación y, sobre todo, en las formas de vida cotidiana en las respectivas prácticas. Algunas observaciones impresionistas de la extensión y profundidad del abismo:

1. Se ha extendido la opinión generalizada de que sobran humanidades en los sistemas educativos. Los datos reales del sistema universitario español nos dan la siguiente distribución de estudiantes de grado: 47,6% estudian ciencias jurídicas y sociales; 21,7% estudian ingeniería y arquitectura; 9,7 % artes y humanidades; 15,1 %, ciencias de la salud; 5,9 % ciencias. Que hay un desequilibrio está claro, pero la naturaleza de ese desequilibrio no lo está tanto y sus causas hay que buscarlas en dos lugares: en la estructura de la economía española y en el imaginario de padres y alumnos.

2. Dos afirmaciones de dudosa validez: 1) hay que aumentar la inversión en investigación por su utilidad económica, 2) las humanidades no tienen función económica. Ni lo primero es completamente correcto (con el actual sistema productivo español, casi toda la inversión en investigación se va en alimentar a los centros de investigación mundiales, por la incapacidad del sistema para conectar investigación y empresa), (de hecho el mejor argumento a favor de la inversión en investigación es que aumenta las capacidades de una sociedad); ni tampoco lo segundo: el sector cultural es una parte sustancial del sistema productivo y demanda cada vez más profesionales preparados con experiencia creativa.

3. Opiniones comunes del lado de los humanistas: la actual política de investigación está arruinando la creatividad con sus exigencias de "publicaciones de impacto", de publicación en inglés y de sometimiento a formas estandarizadas de "carrera".  Es cierto que el sistema español está sometido al control de un extraño organismo burocrático, la ANECA, basado en la desconfianza y en estúpidos protocolos. Esto es fácil de resolver, pero en la queja persistente hay también un desconocimiento bastante amplio de lo que significa la evaluación por pares: no hay en nuestro área lingüística un verdadero sistema de editoriales académicas exigentes, las revistas locales tienen controles de calidad bajos, y aún así se desconfía de las revistas;  los investigadores se arriesgan poco a confrontarse en congresos realmente internacionales (con evaluación previa), los sistemas de formación aún son más dependientes de las "escuelas" que de las disciplinas; se cree (falsamente) que no se valoran suficientemente las monografías (en realidad se suele confundir monografía, un género muy exigente, con ensayo, que también es exigente a su modo, pero que no siempre expresa resultados originales); se busca un refugio en la jerga de secta; se abandona la experiencia cotidiana por una galaxia de estereotipos académicos; pocas veces se distingue divulgación de investigación original, y, en general, nuestra internacionalización es bastante baja. Se puede aducir, con razón, que Jean-Luc Nancy, Rancière, Agamben, Butler, Braidotti, no han seguido las carreras estandarizadas que parecen exigirse, pero la pregunta es cuántos humanistas españoles son leídos como estos autores y autoras y por qué no lo son, o no lo somos, si es el caso.

4. Opiniones comunes del lado de los científicos: a) "las humanidades son cosa de gente que no quiere trabajar realmente, algo fácil que cualquiera puede hacer en sus ratos libres". De hecho no son pocos los científicos, grandes científicos a veces, que en sus ratos libres escriben libros "de humanidades" o de divulgación. El resultado es, casi siempre, penoso desde el punto de vista literario y filosófico. No hay nada más indigesto que la filosofía espontánea de algunos científicos escribiendo sobre el todo y la nada. Las humanidades son muy difíciles de practicar. Forman parte de nuestro sistema de comprensión de lo que ocurre, algo no más fácil que entender la naturaleza. b) "En las ciencias e ingenierías hay realmente confrontación y sólo los mejores prosperan porque el sistema de pares elimina a los menos preparados". Aquí no hay menos incomprensión del sistema de evaluación por pares que en el caso de los humanistas. La confianza ciega en el sistema de indicadores de impacto es ciega también a sus límites y significado. No se tienen en cuenta los sesgos de escuela, de nombre, de procedencia, de género; no se han estudiado suficientemente los entresijos del sistema económico de las editoriales científicas; y, sobre todo, los indicadores son todavía demasiado burdos. Aún así se repite una y otra vez el mantra. Muchos grandes científicos contemporáneos no hubieran sobrevivido en un sistema como el que ha creado ese imaginario de economistas darwinianos.

En fin, seguiremos en la tarea, a veces desesperanzadora, de tejer puentes sobre el abismo. Mientras tanto, una generación de jóvenes de primera línea sigue excluida de las dos culturas. No importa si han hecho los deberes que sus mayores les han hecho creer que es la garantía de su carrera.


5 comentarios:

  1. Es una pena que haya tanta incomprensión y cerrazón respecto del tema que planteas. Menos mal que la curiosidad no conoce fronteras y hay todavía quienes se mueven más acá del dominio de la "disciplina" y la "especialidad". Que se haya definido la ciencia como "poesía exacta" y la metafísica como "ciencia primera" hace pensar que los límites no son tan claros y que quizá lo equivocado (o intencionalmente equivocado) sea la forma de estructurarse el sistema. Saludos.

    ResponderEliminar
  2. Me parece muy interesante este post, tomando como punto de partida el libro de C.P.Snow.
    Hay quien ha propuesto, como Brockman (y su seguidor español Punset) una "tercera cultura", pero tal opción acaba siendo en la práctica lo que indicas certeramente al final: Hay muchos científicos que escriben libros en los que vuelcan su "filosofía espontánea". Esa es una de las peores formas de cientificismo, la de confundir la autoridad en un campo científico con tenerla en otro muy distinto, filosófico, en el que se es más bien ignorante. Por ejemplo, lo que digan "filosóficamente" Dawkins o Hawking va a misa.
    El desprecio a lo humanístico es, curiosamente, muy perjudicial para la ciencia misma. La mayoría de los autodenominados científicos son, de hecho, trabajadores de la investigación en líneas “productivas” obsesionados por publicar cosas (lo que sea parece lo de menos) en revistas del mayor "impacto" posible (o, alternativamente, por patentar algo). Y la carencia, no ya de filosofía en serio, sino de un pensamiento reflexivo básico, propicia excesos cientificistas de todo tipo, no siendo menor la confusión de lo metafórico con lo real. Esto es muy común hoy en día, por ejemplo, al ver intencionalidad en agentes que no la tienen, como células o incluso moléculas, o al equiparar la evolución a un auténtico demiurgo, dejando a un lado lo contingente como tal.
    Hay otro aspecto que me parece relevante destacar y es la incomunicación entre científicos de distintas disciplinas. No es infrecuente que un físico sea un perfecto ignorante en biología y al revés. Incluso dentro de un ámbito, como la Física, se dan grandes ignorancias entre distintos campos.
    Dicen que nunca hubo tantos científicos vivos en la Historia. Personalmente, discrepo de eso porque creo que, antes de asegurarlo, uno tendría que aclararse con “qué es eso que se llama ciencia” (hay un interesante libro con ese título) y con quién es propiamente un científico.
    Un cordial saludo.

    ResponderEliminar
  3. Creo que lo más grave de esa escisión entre Ciencia y Humanidades no es una simple cuestión epistemológica o de formación académica, sino el tipo de seres humanos que esa bicéfala culturización produce. En enseñanza secundaria los profes de filosofía tenemos, teníamos al menos hasta la LOMCE, la suerte de dar clase común a los dos itinerarios; lo que yo he observado a menudo es que del mismo modo que los alumnos de ciencias saben qué es, por ejemplo, el principio de hidrostática sin saber quién era Arquímedes, y saben resolver problemas de física sin plantearse hasta qué punto están aplicando un paradigma trasnochado, también es cierto que los alumnos de humanidades saben contextualizar por ejemplo textos literarios sin que sean capaces de buscarle una conexión con su momento presente; quiero decir que, en ambos casos, lo concreto y actual se vive como algo ahistórico, es decir, esa separación produce una experiencia ficticia del mundo.
    Me gustaría preguntarle a Javier Peteiro sobre su filosofía científica, cuál puede ser la alternativa, sin caer en teorías como el D I, al reduccionismo científico donde el todo no es más que la suma de sus partes; cómo cuidar lo contingente sin convertirlo en algo intrascendente. Tengo curiosidad porque creo que la ciencia aplicada, como es la medicina, es, a fin de cuentas, también ciencia de diseño. Y también me gustaría preguntarle si, por ejemplo, en equipos de élite que trabajan en grandes hospitales hay en la práctica algún comité ético con formación filosófica o, al menos, como él dice, un “pensamiento reflexivo” al margen de la productividad y el poder.

    ResponderEliminar
  4. Acabo de ver este comentario, después de entrar en el blog para leer el último post.
    Trato de responder a esa pregunta que me formula Marisa, pero antes de hacerlo he de decir que comparto lo que señala en el primer párrafo.
    Creo que el problema del reduccionismo científico estriba en extrapolar injustificadamente la reducción que implica el método a la lectura que se hace del resultado. El método científico es necesariamente reduccionista; trata de jugar con el menor número de variables posible y esto hace de él una técnica poderosa. Pero otra cosa bien distinta es la extrapolación injustificada al resultado, que se hace con frecuencia en forma de un “es esto” o de un “no es más que”. Es ese reduccionismo el que se muestra con frecuencia al identificar la vida al DNA o la depresión a una alteración de neurotransmisores o, en general, al admitir que todo está determinado genéticamente. Hay grados de reduccionismo.
    Personalmente soy emergentista en sentido ontológico, no sólo epistemológico. Creo (y esa ya es postura reflexiva, no estrictamente científica) que el todo sí es más que la suma de las partes y lo es en todos los ámbitos, no sólo el biológico: un átomo es más que una mezcla de protones, neutrones y electrones, el agua es más que dos moléculas de hidrógeno y una de oxígeno y la vida más que la suma de componentes bioquímicos que la sostienen. Ese ser más supone un plus de complejidad (cosa bien difícil de medir, aunque se sigue intentando) a la mera adición de componentes y que tiene que ver con el orden que la propia adición genera y por el que es restringida: los átomos de hidrógeno y oxígeno se hallan en una ordenación particular; aunque en última instancia tal estructura sea dependiente de las funciones de onda del hidrógeno y del oxígeno, es la estructura molecular del agua la que acaba explicando sus aspectos físicos y químicos. El emergentista epistemológico diría que, si supiéramos manejar adecuadamente (con el suficiente poder computacional) lo que nos dice la física cuántica de los componentes básicos, todo sería deducible y que, si no se hace, es por mero pragmatismo. No estoy de acuerdo con eso. Aunque haya un continuum, dudo que la química llegue un día a no ser más que física.
    El Diseño Inteligente es una forma de creacionismo, por lo que no creo que valga la pena ni discutirlo. Uno puede creer o no en Dios, y hacerlo por diferentes motivos, pero eso es creencia y no ciencia. Retomar los argumantos tomistas en una forma pretendidamente científica me parece una traición a la ciencia y la propia fe, si se tiene.
    En cuanto a lo contingente, basta con pensar en la evolución para reconocer la extraordinaria importancia que tiene, cosa que no siempre se hace, ni siquiera por pretendidos ateos que confieren a la evolución un carácter demiúrgico que implica, por ejemplo, una perspectiva finalista (algo claramente en contra de la teoría de la evolución y de la propia ciencia, que no admite causas finales). Lo teleológico roza lo teológico muchas veces, aunque se insista en su mero carácter heurístico.
    Con respecto a la medicina, a la vez que su desarrollo se ha debido a la aplicación de la ciencia (especialmente en el ámbito diagnóstico), no es propiamente una ciencia. Implica el reconocimiento de lo singular y eso no siempre se hace, precisamente en nombre de la ciencia, con términos tan pintorescos como “evidence based medicine” y el uso y abuso del criterio probabilístico frecuentista. La medicina se ha enriquecido técnicamente a la vez que se ha empobrecido humanamente, a veces hasta la brutalidad.
    Finalmente, desconozco cómo está la situación general de los comités de ética en los grandes hospitales. En general, lo que hay son más bien comités de bioética (dedicados a aprobar ensayos clínicos, a resolver cuestiones suscitadas por los testigos de Jehová y cosas así). En esos comités (como en los deontológicos de los colegios médicos) la formación filosófica suele brillar por su ausencia. Así nos va.
    Lamento haber respondido tan tarde, pero es hoy cuando he visto la pregunta.
    Un cordial saludo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias por responderme. El otro día, ya enviado el comentario, descubrí CERCA DEL LETEO, quiero decir que me encantaron algunas entradas y que me resulta esperanzadora la sensibilidad que muestran. Me parece muy importante hacer explícita la diferencia entre reduccionismo epistemológico y ontológico, el problema sigue estando en el vacío respecto a lo segundo, no a que sea una especie de misterio esa imposibilidad de explicar lo emergente sino a que la ciencia niegue o sea poco respetuosa con lo desconocido, parece que el vacío de una metafísica de la materia a lo que ha llevado es a una imposibilidad de superar la metafísica tradicional que erigió al ser humano como conocedor y dueño de la naturaleza. Del mismo modo, genetismo y ambientalismo comparten el mismo paradigma cultural y, además, la propia palabra “evolución” conlleva connotaciones teleológicas, más o menos económicas o espirituales, es decir, creo que cuando utilizamos conceptos como “selección” estamos suponiendo un criterio de finalidad, lo más apto “para qué”, que lo hace tendencioso.
      No soy experta pero me interesan mucho estas cosas, sé que vivimos en un momento crucial respecto a nuestra concepción del mundo. En cuanto al tema de la actividad médica, pensaba en la alienación que puede sufrir el paciente en los entornos hospitalarios tecnificados y despersonalizados pues soy crítica con la forma predominante de entender la relación médico-paciente, en realidad creo que se tratan enfermedades y no enfermos, todo regido por resultados de pruebas y diagnósticos estandarizados. Decía lo de lo del comité ético, o código deontológico, porque esa vulnerabilidad y dependencia del paciente respecto al equipo médico es más determinante en intervenciones exclusivamente cualificadas como por ejemplo en los protocolos de trasplantes.
      Un cordial saludo.

      Eliminar