domingo, 10 de diciembre de 2017

Inseguridad estratégica



John Ford dirigió en 1941 Qué verde era mi valle, un bello drama sobre la vida en un pueblo de Gales que trabaja en la mina de carbón. Al comienzo, todos están razonablemente felices y orgullosos. Los hijos serán mineros como los padres y éstos lo son como lo fue el patriarca de la familia protagonista. Era una sociedad estable y acogedora, como la describieron Richard Hoggart y Raymond Williams al comienzo de los estudios culturales. Como recordarán quienes vieron la película en su día, la tensión se abre cuando los dueños de la mina deciden bajar los salarios, lo que divide al pueblo entre aceptar la medida o constituir un sindicato y rebelarse. Las familias se fracturan. La huelga dura días y días poniendo a prueba la solidez de los lazos familiares, hasta que su fin trae de nuevo una reconstitución de los afectos en la familia.

John Ford no era  un revolucionario. Para nada, al contrario, su ideología por entonces era abiertamente conservadora. En esta película el entorno económico es solamente el marco para exponer su visión de la prioridad de la familia. Y sin embargo, le salió un film profundamente anticapitalista quizás porque huyó de cualquier didactismo en el que habría caído seguramente algún director de izquierdas. El drama de la familia y del pueblo surge cuando una decisión de los dueños produce un clima de inseguridad radical que lleva a una mayoría a preferir el enfrentamiento y poner en peligro los vínculos familiares a lo que saben que a medio plazo los destruiría de todos modos. Resuenan en la película las palabras de El manifiesto comunista:
"Todo lo sólido se desvanece en el aire; todo lo sagrado es profano, y los hombres, al fin, se ven forzados a considerar serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas”. Sin pretenderlo, John Ford hace presente la melancolía que acompaña a la experiencia de la modernidad, ligada a su vez a la máquina auto-destructiva que es el capitalismo. 

Cuando pensamos en sociedades bien ordenadas y justas, los dos términos que nos vienen a las mientes son "libertad" e "igualdad", pues estamos convencidos de que no hay más importantes características que haya que defender y por las que luchar. Sin embargo, la experiencia nos dice que los pueblos soportan grados muy altos de autoritarismo e incluso dictadura y no se rebelan sino que les admira el espectáculo obsceno de las vidas de una minoría privilegiada, cada vez más minoría, cada vez más privilegiada. A lo largo y ancho de los territorios del planeta observamos crecientemente que quienes tendrían que estar más indignados con la situación no solo no se rebelan sino que votan a quienes están al servicio de las fuerzas que provocan la desigualdad y el autoritarismo. Somos mucha gente a quienes nos preocupa que las opciones de izquierda cada vez más se limiten a las clases burguesas o pequeño burguesas ilustradas, mientras que los cinturones obreros de las ciudades se deslizan hacia la derecha a mayor o menor velocidad. 


Si las ciencias sociales no hubieran estado tan cegadas por el sociologismo y por una filosofía política abstracta y conceptual, posiblemente hubiéramos encontrado antes una respuesta a este fenómeno tan trágico como generalizado. Me atrevo a pensar y decir que si no hubiesen abandonado las tradiciones antropológicas y la fenomenología de la experiencia cotidiana, habríamos encontrado antes las claves de estos paradójicos deslizamientos telúricos en las actitudes políticas. Mi presentimiento es que, al insistir sólo en la libertad e igualdad, al pensamiento político se le escapa una característica de la sociedad que está en los trasfondo más profundos de lo que constituye una sociedad. Me refiero a la seguridad. La seguridad entendida como un horizonte temporal en el que las personas, las familias y las comunidades proyectan sus planes de vida basándose en lo que aprecian de lo que han heredado y en lo que se han criado. 


Hemos recibido en los últimos años numerosos trabajos que muestran cómo el desarrollo del capitalismo ha generado una creciente desigualdad en los recursos económicos y  otras formas asociadas de capital (social, cultural, simbólico), pero no se ha estudiado suficientemente cómo el capitalismo ha sido y es, cada vez más, una máquina de producir inseguridad. Los nuevos augurios sobre la cuarta revolución industrial, sobre la automatización progresiva de la producción y sobre la aplicación de la inteligencia artificial a los procesos de reproducción económica, van en la línea de la producción estratégica de inseguridad. "Se acabará el trabajo", se oye por todas partes, "el trabajo que realizas por tu salario lo realizarán por la mitad dentro de poco", "hay que acostumbrarse a la idea de que las pensiones ya no son sostenibles", el "sistema sanitario no puede seguir ofreciendo gratis todos estos servicios", "la educación superior deben pagarla los clientes y usuarios que accedan a ella", etcétera. Producción estratégica de inseguridad. Producción de inseguridad estratégica. 


La inseguridad es una experiencia muy interesante para estudiar y muy poco estudiada, o solamente estudiada con respecto a los movimientos volátiles de los capitales de una a otra economía donde encuentren "seguridad". Se trata de un complejo donde se mezclan las actitudes reactivas y las expectativas cognitivas del riesgo. Precisamente por esta mezcla indisoluble de lo cognitivo y lo emocional es una experiencia relativamente fácil de producir y que, cuando se asienta en una población, produce una fractura en la confianza básica en el mundo, sin la que no se sostienen las sociedades. Basta con inducir expectativas de riesgo para que se produzcan reacciones emocionales de miedo que afectan de manera directa y rápida a los lazos de confianza que unen a las comunidades. 


Lo misterioso de la producción sistémica de inseguridad es que las relaciones con el riesgo objetivo no son directas, todo lo contrario. Podemos convivir con riesgos objetivos relativamente altos sin que se produzca inseguridad y, por el contrario, riesgos de grado medio o bajo pueden generar altísimos índices de ansiedad. Recordemos, por citar un ejemplo, los grandes riesgos que asume la producción financiera de burbujas que es compatible, paradójicamente, con una tranquilidad, quizás ciega, en que tarde o pronto se arreglará o el riesgo se trasladará a una nueva forma de burbuja (.com, alimentos, viviendas, minerales escasos, ...). Sin embargo, es relativamente fácil de producir climas de inseguridad angustiante con medios eficientes de control del riesgo percibido por amplias capas de la población. 


La inseguridad es conservadora, pero no lo es por naturaleza, sino por producción cultural. La izquierda tradicionalmente ha huido del término "seguridad" que asocia a lo militar, a lo policíaco, a la restricción de libertades, mientras que la derecha no tiene esos escrúpulos. Sabe que la producción de estados de inseguridad es una garantía para la reproducción de su dominio porque se presenta como garante de una hipotética seguridad futura que ya no pueden garantizar las políticas débiles de la izquierda socialdemócrata. La izquierda, por su parte, tiene dificultades casi insalvables para entender las lógicas y dinámicas de la inseguridad y el cómo se extienden de formas epidémicas por las sociedades. 


Se me objetará que soy injusto, que al fin y al cabo las políticas sindicales han estado siempre orientadas a la defensa del puesto de trabajo, que han tenido siempre muy clara la defensa de la seguridad,... No voy a negarlo, pero tampoco se me negará que la desafección absoluta de los trabajadores respecto a los sindicatos tiene que ver con las dificultades que estos tienen para hacer frente a las experiencias de inseguridad. Se extiende la idea de que defienden solamente a la pequeña cuota de la población donde hay un margen de seguridad, dejando al pairo a la gente joven sin trabajo, al autónomo y al pequeño comerciante que quedan fuera de las negociaciones (casi siempre controladas y mediadas por ofertas semicorruptas) entre las grandes patronales y los líderes sindicales. 


El déficit de la izquierda para pensar la seguridad, como un sentimiento fuerte y positivo que debe ser protegido, tiene que ver con su tradicional desprecio de los elementos subjetivos, emocionales y vulnerables de la vida cotidiana. Sus visiones por encima de la historia de las grandes transformaciones sociales les vuelven ciegos a las microfísicas en las que se generan las dinámicas de resistencia e indignación. Así, por ejemplo, el famoso 15M español tenía mucho que ver con la experiencia de inseguridad que produjeron las crisis político-económicas del 2007, que tardaron unos años en generar ese sentimiento generalizado. He oído repetir una y otra vez a algunos grupos políticos que son herederos del 15M, que son la forma política de aquella indignación y, sin embargo, no han conseguido generar en sus formas políticas las promesas de seguridad que, sin embargo, caracterizan a las políticas más conservadoras, incluidas aquellas que se mueven en el centro socialdemócrata. Sospecho, con cierta mala idea, que tiene que ver con el hecho de que los líderes de la izquierda provienen tradicionalmente de sectores poco propensos a sufrir los síndromes de la inseguridad. Saben que, tarde o pronto, habrá un lugar en el mundo para ellos, y piensan que ésa es la experiencia generalizada. Por eso, cuestiones tan bajas como las hipotecas, el precio de la vivienda, las angustias de la cola del paro, las dificultades para encontrar guardería a un precio asumible, el precio de la electricidad y los contratos de velocidad de datos, etc. no son temas importantes, mientras que si lo son los grandes lemas donde se juega la historia de la política, tal como reflejan los medios. Desgraciadamente, la izquierda también colabora en la producción de inseguridad estratégica. 






3 comentarios:

  1. Manuel José Lorenzo,domingo, 10 diciembre, 2017

    Brillante reflexión profesor, no podría estar más de acuerdo con su análisis. Yo iría incluso un poco más lejos y en vez de hablar de inseguridad diría sencillamente MIEDO, la semilla del miedo se lleva sembrando desde hace varias décadas en todos los estados y estamentos de nuestra sociedad y no nos hemos dado dado cuenta hasta que los colectivos neoliberales, seguros de la victoria de sus postulados, ya han dejado de usar la careta de demócrata-cristianos, socialdemócratas...
    PD- Un antiguo y agradecido alumno de 1995.

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