domingo, 27 de mayo de 2018

Topología política




La topología es la rama de las matemáticas que estudia los espacios. Por ejemplo,  las propiedades que se preservan cuando se realizan operaciones como deformaciones sin rupturas. Los niños que se educaron con Barrio Sésamo recordarán las lecciones de topología de Epi y Blas: dentro, fuera, arriba, abajo, cerca, lejos, abierto, cerrado, estar entre, ... Es una disciplina que constituye una de las bases de las matemáticas junto a la teoría de conjuntos, la lógica y la computabilidad. Más básica que la aritmética y la geometría, se aplica a cualquier cosa que pueda ser definida espacialmente, como por ejemplo las relaciones entre personas que constituyen una sociedad.

Lo político y la política, en tanto que se constituyen por la forma de nuestras relaciones sociales, se pueden estudiar también en términos de topología. De hecho, para referirnos a las formas políticas, usamos nombres de ordenamientos que tienen muy diferentes propiedades topológicas: asambleas, multitudes, redes, masas, ... Sus propiedades definen los órdenes posibles y las relaciones de inclusión, exclusión, poder y sumisión. Una sociedad, como suelo recordar aquí múltiples veces, no es un conjunto de individuos sino un espacio de posiciones que definen a las personas, sus relaciones, sus posibilidades de acción y sus perspectivas sobre el mundo. Aristóteles, en la Política empleaba conceptos topológicos para definir lo político. Así, al diferenciar lo público de lo privado o la asamblea del hogar estaba definiendo los bordes de lo político ("bordes" o fronteras son también términos topológicos).

Querría enfocar mi atención ahora hacia la dicotomía global/local como estructura topológica que define nuestras sociedades y, en concreto, querría hacer un elogio de lo local como espacio de posibilidades políticas. Muchos de los discursos que nos invaden, como el discurso de la globalización y recientemente el discurso de las geoestrategias tienen efectos profundamente deprimentes con respecto a nuestro sentido de lo político. Crean una atmósfera de impotencia, muy similar a la que crearon los discursos sobre el estado en los primeros momentos de la filosofía política. No casualmente, Hobbes tituló Leviathan a su obra sobre la constitución del estado. Nombre de un monstruo de la mitología semítica que todo lo puede y lo destruye. Actualmente, se renueva esta teratología política cada vez que se define el espacio político en términos épicos como la geoestrategia de los grandes actores: Estados Unidos, China, Rusia, la "debilitada" Unión Europea. Como si todo lo que no sea estado, como si todo lo que llamamos "tercer mundo", como si los lugares donde habita la gente no fuesen más que pastizales de esos monstruos. Confieso, incluso, que muchos de los discursos sobre el capitalismo y sus épicos movimientos son también aplastantes, desmovilizadores, que subrepticiamente inducen la creencia de que nada puede hacerse, de que, usando la división aristotélica, uno debe retirarse a su hogar y abandonar el espacio de lo político, un espacio, se llega a creer, de imposibilidades.

Pero no es así, todo lo contrario. La mayoría de estos discursos tienen un propósito profundamente ideológico: ocultar el poder de lo local, de la transformación de nuestras relaciones en los entornos de proximidad, de la reordenación de nuestros espacios de proximidad: amores, amistades, aulas, calles, municipios. En estos espacios se constituyen relaciones de orden invisibles que están continuamente en transformación. Relaciones de separación o todo lo contrario, de conectividad y compacidad, de apertura o cierre, de distancia o cercanía. Si el poder aborrece algo son las transformaciones a pequeña escala. Es ahí donde concentra sus fuerzas de presión, de chantaje y amenaza.

Nada hay más valiente que la política municipal. Nada más contagioso para lo bueno y para lo malo. En la política municipal se producen las grandes presiones que conducen a la corrupción y a la compra de las conciencias. Si algo definió a la Transición como un proceso herido en sus pretensiones democráticas. Antes de que llegaran al estado las grandes redes de corrupción, comenzaron en las estrategias locales que destruyeron los tejidos de los movimientos vecinales. Y, al contrario, si algo cambió la atmósfera política de las últimas décadas fueron las acciones valientes de tantos gestores municipales que contribuyeron, un poco, a crear espacios de convivencia y socialidad.

Nada hay más valiente que las políticas de los afectos. Crear intimidades, fugaces o permanentes, que vinculen nuestras vidas sin relaciones de dominio es una tarea larga pero irreversible. Una generación que se haya formado en relaciones familiares no basadas en el autoritarismo o el chantaje emocional, sino en la libertad del don de los afectos, ya no soportará los autoritarismos en los niveles más complejos de la sociedad.

Podría ir desgranando la constitución de lo político en todos los demás espacios. En la educación, el espacio en el que se ha desarrollado mi vida profesional, ya en un otoño final. La creación de espacios de educación donde esta extraña forma de relación sea simétrica y nos eduquemos unos a otros sin el aplastamiento bajo las amenazas de la autoridad o la corrupción por la competitividad. El trabajo de investigación, tan político en su esencia, pues la ciencia nació como la creación de comunidades asamblearias de confianza e intercambio de conocimientos y preguntas. El medio del trabajo, que ya hemos olvidado. El consejismo y la autogestión fueron reivindicaciones constantes de la clase obrera que fueron perdiendo progresivamente fuerza y significado, a medida que la economía entraba en una fase de rapiña y avaricia sin límites. La propia configuración de la política en sus organizaciones: una topología piramidal, de sumisión y falta de conectividad no puede ser una herramienta para la democracia. Solo puede reproducir el autoritarismo cuando esa organización tenga poder sobre el estado.

El poder local, las transformaciones locales del poder tienen la virtud de ser contagiosas. Ninguna fuerza social es más poderosa que la emulación y la ejemplaridad. Las metamorfosis que generan las políticas de creación de retículos de afectos, de libertad real en lo cotidiano, de igualación y justicia, son tan poderosas como temibles las reacciones contrarias que desencadenan. Observar los cambios en los espacios cercanos es contemplar de cerca la condición política de lo humano. Lo que de hecho nos define como humanos y no los animales que somos cuando abandonamos esta condición. Estar entre, estar conectados, abrir, tejer, ... nuevas topologías políticas.




La ilustración es un mural de David Alfaro Siqueiros.













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