domingo, 17 de junio de 2018

Vivir en la(s) nube(s)




Desde hace algo más de una década se ha ido extendiendo un nuevo entorno técnico que modela de forma creciente nuestras vidas cotidianas, o al menos una parte de ellas, o al menos una parte de las vidas cotidianas de la gente. Me refiero al complejo de procesos, compañías y servicios que conocemos como "computación en la nube". Poco a poco, los viejos ordenadores de sobremesa, e incluso los portátiles, dejan de ser los lugares de almacenamiento de información y de programas (todo aquél tiempo de coleccionismo de música, películas, libros, programas obtenidos muchas veces del mundo pirata) y se va dando paso a plataformas que ofrecen servicios de almacenamiento de información, de mensajería o comunicación por voz e imagen, de programas de todo tipo y que, más allá, están influyendo de manera notable en la vida cotidiana, en la ciencia, en la economía, e incluso en la geopolítica a escala planetaria.

No nos dimos cuenta de cómo nos íbamos deslizando hacia ese mundo. Fue a través de los nuevos servicios que ofrecían las plataformas de los exploradores como Google, las empresas de programas como Microsoft o las nuevas de distribución como Amazon, las redes sociales como FaceBook, Twitter, Instagram, y tantas otras, más tarde las de mensajería como Whatsapp o Telegram. No fue solo la vida cotidiana sino también la economía, cada vez más dependiente de las grandes plataformas y de los servicios que ofrecen éstas para la gestión y para la comercialización. Hasta el punto de que entramos progresivamente en una especie de economía de la plataforma (a veces decimos "del contenedor") que afecta cada vez más a todos los aspectos de nuestras vidas: el trabajo o la falta de trabajo; la vivienda (las nuevas formas de escasez de vivienda en las grandes ciudades tiene bastante que ver con las nuevas formas de turismo e incluso de habitación temporal dependiente de estas nuevas plataformas); el ocio y el consumo (el comercio electrónico ya tiene una cuota notoria (6,4%, en España); YouTube ha sustituido entre los adolescentes a todos los demás medios como forma de acceso a la música: no entenderíamos en fenómeno del trap sin los youtubers); la ciencia más avanzada en campos como la física, el clima, la bioingeniería, e incluso las ciencias sociales; el mundo del nuevo recurso (artificial) de producción: los big data, es decir, las enormes cantidades de información medidas en petabytes, caracterizadas por la triple V de Volumen, Velocidad y Variedad, asociada a las nuevas herramientas de Analytics (lo que antes se llamaba "minería de datos"), que está angustiando a todas las grandes empresas por dominar esas técnicas.

La geoestrategia y geopolítica actual, que divide el mundo en zonas de poder- cada vez más parecido a las tres regiones de 1984 - de las grandes superpotencias (Estados Unidos y China), tiene mucho que ver con el control de estas superplataformas de las que depende la economía e incluso la política contemporánea. La aparición de nuevos agentes que interfieren en los procesos políticos, como el conocido caso de Cambridge Analytics, son parte de estas transformaciones en la ordenación del mundo. China ha sido hasta ahora la única potencia capaz de enfrentarse a las superplataformas creando las suyas propias (Alibaba). Todo ello nos hace sospechar que estas nuevas formas de dependencia tecnológica se han convertido ya en una de las formas más estratégicas del poder.

No habríamos entrado tan rápidamente si no ofreciesen ventajas que son apreciables por todos. No podríamos entender el nuevo reinado de los pequeños dispositivos móviles como las tablets y, sobre todo, los smartphones, sin el mundo de la nube. Gestión, almacén, comunicación, búsqueda de transportes, alojamiento, restaurantes o cualquier otro elemento de consumo diario, ..., todo eso explica que sea tan difícil ver por la calle a alguien sin un móvil en la mano abstraído de su mundo físico. No soy yo quien negará estas ventajas de las que nos aprovechamos todos.

La cuestión más complicada es la que tiene que ver con la conciencia de las dependencias profundas que se han instalado en nuestras vidas. Algunas de ellas inquietantes, y otras muchas bordeando lo tenebroso:

La primera y más preocupante es el poder de estos nuevos actores geo-político-económicos. No se trata solamente de que las empresas que proporcionan los servicios de nube, de computación, mensajería e infraestructura informacional, tengan tanto peso económico en el mundo, es también y sobre todo que han adquirido un poder supraestatal que hace más que difícil la regulación política y democrática del nuevo orden internacional. A pesar de que grandes unidades como la Unión Europea puedan ocasionalmente castigar con multas millonarias a estas macroorporaciones, el problema de fondo es la gestión del orden informacional, quizás ya más allá del alcance no ya de los estados-nación sino incluso de alianzas geo-estratégicas. Pensamos todos rápidamente en las cuestiones de privacidad, pero mucho más preocupante es el control y la regulación de uso de las inmensas cantidades de datos que son generados cada instante en el mundo tanto por origen humano como artificial: cada sensor de los múltiples artefactos conectados genera datos; cada acto humano que toca un dispositivo conectado produce datos. Todos ellos son almacenados y procesados a demanda de la nueva industria geo-económica de la información.  El territorio queda ahora en manos de lo que piadosamente se llama la ética de la información o las buenas prácticas, pero cada vez más lejos del debate y el control ciudadano a través de las leyes implantadas democráticamente.

La segunda y no menos preocupante es la introducción de una nueva y cada vez mayor fuente de desigualdad: el acceso a la información. Tener o no tener un contrato de teléfono con acceso a datos móviles, y estar cerca de lugares donde hay buena cobertura de datos se ha convertido en una de las grandes barreras económicas en el mundo. No se entiende la España Vacía, cada vez más vacía y empobrecida, sin la brecha tecnológica de acceso a internet. Pero, dentro de las cosmópolis sin fronteras en las que se convierten nuestras ciudades, la brecha informática es crecientemente una brecha económica. Algunos servicios son gratis, pero cada vez menos. La computación en la nube, sobre todo en lo que respecta a programas es, cada vez más, dependiente de estrategias de fidelización a través de contratos. La vida en la nube será pronto un marcador de clase más importante de lo que parece.

La tercera, también esencial, es la cuestión de la propiedad en la nube. La nube es una mala metáfora porque realmente todo depende de enormes infraestructuras físicas de transporte y almacenamiento de la información, de ocultos nodos de comunicación y de algoritmos de tratamientos de datos (todo son algoritmos, pero bajo este nombre lo que se esconde son nuevas tecnologías analíticas de datos que tienen sus propios programas de selección, categorización y ordenamiento de los datos). La nítida distinción entre lo público y lo privado de la que dependía buena parte de nuestra imaginación política, se borra por las crecientes dependencias de todas las instancias de la vida de la existencia de las plataformas. No habría ya políticas públicas de salud, sanidad, medio-ambiente o seguridad sin la dependencia de las plataformas. No siempre públicas. Los estados no pueden permitirse ya estas insfraestructuras: dependen, como cualquier gran corporación, de las negociaciones con estos super-agentes.

Luego están todas las consecuencias sobre la identidad de colectivos, grupos y personas en su existencia en la nube. Pero lo dejaremos para otra ocasión.




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