domingo, 1 de julio de 2018

injusticia hermenéutica





Aprendimos de Aristóteles que el ser humano es un animal que habla. También un animal que entiende. El reparto de la palabra y la comprensión, sostenía Aristóteles, no siempre se produce de manera igual para todos. La mujer, nos enseñaba en la Política, habla y entiende, pero no en todos los espacios, el esclavo basta con que comprenda las palabras, no es necesario ni conveniente que tome la palabra. Aunque parecería que la hermeneia o capacidad de comprender fuese una característica universal de lo humano, y la hermenéutica como tradición filosófica de importancia lo suponga, lo cierto es que también está mal repartida. Los dioses, nos cuenta el mito de la Torre  de Babel recogido en La Biblia, temían u odiaban la capacidad de comprenderse universalmente y crearon las lenguas diferentes. El poder humano impuso la no inteligibilidad como una condición sistémica de la desigualdad social.

Miranda Fricker, en su libro Injusticia epistémica, al que tantas veces me he referido aquí, distingue entre la injusticia que nace de no aceptar la palabra del otro, o injusticia epistémica, de cuyo implante social vivimos un episodio en el caso de "La Manada", y la injusticia hermenéutica que nace de la incapacidad de entender lo que ocurre o de entender la experiencia. La injusticia hermenéutica es más profunda y dañina que la testimonial. Se produce como un efecto, pero también como un motor que reproduce, de la desigualdad social. Es parte consustancial a la doble estructura del poder: la social y la cultural.

La no comprensión del otro puede ser ocasional o sistémica. La que importa es que que aqueja de forma estructural a los grupos sociales y se convierte en un dispositivo básico de la opresión y la discriminación. Como dispositivo de poder, se produce en una doble dirección. En la dirección de la persona a la sociedad, la injusticia hermenéutica afecta a la víctima produciendo una inhabilitación para comprender su propia situación. La opresión se vive como malestar, como experiencia de sufrimiento pero no como un darse cuenta de las causas de la condición de subordinación y subalternidad. Se vive diariamente en las víctimas como una naturalización cuando no una auto-culpabilización por la situación.

Los ejemplos abundan tanto como las multiplicidades de la injusticia. La opresión patriarcal de género se manifiesta en múltiples formas en las que las mujeres no entienden la naturaleza de la situación en la que viven su desigualdad. Pero querría referirme a una modalidad que se extiende impulsada por los vientos del neoliberalismo: es la que se produce cuando la víctima de una situación precaria, de incapacidad de formar un plan de vida adecuado porque su existencia cotidiana se reduce a un vivir a salto de mata, se acusa a sí mismo de incapacidad para situarse en la vida, como si el "si quieres, tu puedes" no llegase a sus posibilidades. Hay tantos ejemplos como situaciones de injusticia. Solamente hay que pararse por un momento y pensar en la psicología del oprimido.

La forma activa es la que se genera en la dirección de la sociedad a la persona en tanto que miembro de un grupo o colectivo. Se produce aquí una suerte de distorsión sistemática de las experiencias del otro y de los significados de sus palabras. La opresión cultural suele ser abundante en ejemplos de distorsión de significados. Las palabras del oprimido aparecen como quejas injustificadas, como expresiones de envidia o resentimiento, a veces como amenaza al propio estatus. La apariencia, el gesto y la corporeidad se malinterpretan. En la violencia de género, la vestimenta de la mujer es entendida como permiso para la agresión, como si su apariencia significase sumisión. En la violencia de clase, el silencio ante la imposición de condiciones de trabajo es entendido como aceptación y disponibilidad. La diligencia es entendida como entusiasmo.

La injusticia hermenéutica no solamente tiene direccionalidad sino también diferentes formas de realización.  La primera es semántica. Produce un daño a los significados compartidos de forma que las palabras emitidas aplican significados distintos al espacio común del habla cuando la voz es la del oprimido. El chiste machista, el comentario racista, el estereotipo político sobre la cultura, nacionalidad o identidad del otro,..., son modalidades que parecerían meras expresiones neutras cuando son dispositivos de poder. La lucha por el "no es no" es una de las manifestaciones más claras de la resistencia e insurrección semántica. En el ámbito de los significados se produce siempre un antagonismo por los adjetivos. La segunda es pragmática. Afecta a las formas de expresarse del otro, a su acento, a su fluidez lingüística, a su gestualidad. He observado cómo muchas personas de origen andaluz tratan de corregir su acento para no ser discriminadas en el espacio social. Es sólo una de las formas más superficiales, pero no por ello menos sistemáticas. Saray Ayala, una profesora de filosofía ahora en California, con una larga trayectoria de precariedad por la universidad española, formó una plataforma para dar expresión pública a las discriminaciones en la academia por razón del acento. El gesto de proximidad, la vestimenta, el olor, es sistemáticamente interpretado como una agresión a la cultura "de los nuestros". Si alguien duda de estos efectos, y si es varón, le propongo como ejemplo que simule un tiempo un habla que pueda ser interpretada como signo de homosexualidad y entenderá rápidamente desde el lado de abajo en qué consiste la discriminación.

La injusticia hermenéutica afecta a las relaciones interpersonales cuando la voz del otro se distorsiona en la conversación como resultado de formaciones injustas de las subjetividad, como distorsiones generadas por la ignorancia voluntaria de la experiencia del otro y por la aceptación pasiva de estereotipos. Pero es también un rasgo estructural de las sociedades. ¿No se ve tan claro? ¿estoy yo coloreando con matices intensos lo que no son más que sutiles matices? Propongo otro experimento: remírese una película del imperio norteamericano en la que se represente nuestra cultura en alguna de sus manifestaciones. Véase la bienintencionada pero dañina película "Carmen y Lola" de Arantxa Echevarría sobre la figura femenina de las gitanas que pretende ser progre y, como ha mostrado Pepe Heredia, un sociólogo gitano, se convierte en un nuevo instrumento de la reprodución de los estereotipos bajo una descripción folclórica paternalista o maternalista. El antigitanismo es un rasgo de distorsión hermenéutica tan difícil de ver como de erradicar.

Es muy interesante, por ejemplo, mirar con las gafas de la epistemología política los gustos musicales. El cómo ciertas formas de expresión se observan como signos (la hermenéutica trata de los signos, es la forma de semiótica aplicada a la cultura) de vulgaridad o distinción. Lo mismo ocurre con la ropa. El otro día, aparecía en Twitter y Facebook una foto de Gabriel Rufián, el diputado nacionalista catalán, hablando en el Congreso con un traje blanco. El comentarista, un progre habitual, había puesto un pie de foto "Rufián habla en el Congreso antes de asistir a un bautizo gitano". Música, ropa, gestualidad, son tanto formas de producción de identidad como fuentes de distorsión hermenéutica.

De forma correspondiente, si hay injusticia hermenéutica hay también insurrección hermenéutica que se expresa en la lucha por los signos, significados y gestos, en la construcción de semánticas de resistencia. Alfonso Sastre se sumergió en Lumpen, marginación y jerigonza en las estrategias de insurrección hermenéutica de los habitantes de los espacios heterotópicos. Poca gente se ha atrevido a recorrer estos territorios hermenéuticos. Hace falta mucho oído y saber bajar las escaleras de la hermenéutica.



La ilustración es de la fotógrafa Vivian Mayer

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