domingo, 16 de septiembre de 2018

Los límites de la tecnología




Dos de las preguntas a las que tengo responder más habitualmente son ¿cómo nos están cambiando las tecnologías?, y, ¿cuáles son los límites de las tecnologías? (es decir, hacia dónde vamos o nos lleva el mundo tecnológico). Son preguntas que todos nos hacemos y cuya respuesta está siempre en disputa. Porque lo cierto es que, a pesar de la industria del transhumanismo y de los gurús y visionarios del mundo por venir, no es sencillo responder a cuáles son los cambios que sufrimos o disfrutamos debido a las tecnologías y cuáles son los que se deben a la forma de sociedad que se está construyendo. Pese a lo que afirma la propaganda de las grandes agencias y poderes, el modelo de sociedad que padecemos no es un simple producto de las tecnologías que tenemos, pues también las trayectorias tecnológicas dependen de los modelos e imaginarios sociales. Es un ciclo sinfín en donde las únicas variables independientes, para desgracia y vergüenza humanas son las que establecen la sostenibilidad ecológica.

Para tratar de responder debemos comenzar estableciendo escalas de espacio y tamaño. Vivimos en entornos materiales configurados por las tecnologías, pero debemos diferenciar las escalas espaciales de estos entornos. Los entornos técnicos se superponen a, amalgaman con, y transforman los entornos físicos y ecológicos. Las redes de artefactos entre las que habitamos definen un paisaje de posibilidades, de affordances (no tiene una buena traducción al castellano, ni siquiera al inglés, es un neologismo), que limitan y permiten la acción. Las aves peregrinas se guían aprovechando las direcciones de los campos magnéticos de la Tierra: para ellas, el electromagnetismo terrestre constituye una affordance central en su supervivencia, lo mismo que la resistencia del aire que les permite volar. El paisaje técnico transforma las affordances que nos corresponderían como grandes simios. El control técnico del espectro electromagnético, que no vemos, pero en el que habitamos, crea un entorno de performances de comunicación que, con mucho, es la primera gran característica tecnológica de nuestro mundo.

Estos entornos tienen una escala diferente de eficacia: los más cercanos son los entornos del adentro y la periferia del cuerpo. La metáfora del ciborg se aplica  con fluidez a esta escala. El cerebro y la psicofisiología se transforman por los entornos técnicos próximos. Así, las mil pantallas y los gadgets de comunicación producen cambios sustanciales en nuestra relación dinámica con el mundo y  con los otros, e incluso en nuestras formas de pensar y expresar los pensamientos. El control de la atención se ha convertido ya en la principal fuente mundial de beneficios económicos. Los es incluso, o sobre todo, más allá de las capas de la población excluidas del espacio digital: la universalización del móvil o celular tiene ya suficiente fuerza transformadora. Un grupo de Whatsapp o una foto de Instagram puede generar más tensión en la adolescencia que una nota final de una asignatura. Si ampliamos un poco el espacio nos hallamos en la habitación propia conectada que ha teorizado Remedios Zafra: las viejas televisiones, las consolas de juegos, los youtubes de música, la infinita soledad de la cosmópolis en las que habitamos, con los remedos de amor que buscamos en las redes sociales, cada vez más tensas y agresivas, cada vez más ásperas. El entorno de la movilidad en la ciudad sin límites: trabajar o no trabajar a distancia, el ciclo diario del transporte, la bulimia del viaje de turismo a ciudades, paisajes y cocinas que ya son la misma ciudad, el mismo paisaje y la misma cocina no importa cuál sea el destino de la compañía de bajo coste. Nos llegan mercancías en sobres estandarizados del otro lado del mundo a precios menores que en la tienda de la esquina, a donde ya nos da pereza acercarnos.

Desde el punto de vista de la influencia causal, debemos distinguir grandes variedades de tecnologías. Las centrales son las tecnologías intersticiales. Son aquellas que transforman a todas las demás, que sobreviven reingenierizando el mundo, empresas e instituciones. Con diferencia, las tecnologías de la mega-información, una de las ramas de las tecnologías de la información, está llamada a ser una poderosa fuerza intersticial. Los peta y zetabytes de información que se producen diariamente son tratados por algoritmos que filtran e interpretan en una primera frontera los datos, por analytics que generan clasificaciones muy finas y por inteligencias artificiales, bots y otros dispositivos que convierten la información en acciones. La inteligencia artificial, o las inteligencias artificiales es también una tecnología intersticial. Produce dispositivos que actúan en los más diversos espacios: los inmateriales de la red; los mecánicos de la robótica; las redes eléctricas, de transporte, de comunicación, de vigilancia, de inversión económica; las plantas de producción, convertidas ya en cuasi-organismos integrados.

Están también las poderosas tecnologías específicas y sectoriales, que transforman enormes aspectos de la realidad: la nanotecnología, el diseño de materiales, la automática y robótica, la biotecnología, la impresión en 3D, … Los artefactos nuevos, desde gadgets diarios a órganos artificiales comienzan a ser productos de las innovaciones en estas nuevas tecnologías sectoriales. Conviene también distinguir, para quienes no estén familiarizados con ello, entre tecnologías e ingeniería. Las tecnologías agrupan a técnicas y materiales que procesan una zona de la realidad. Las ingenierías son las técnicas para usar las tecnologías al servicio de proyectos. Sin las ingenierías, las tecnologías son solo productos intelectuales o patentes que no tienen actividad. Son las ingenierías las que las ponen en acto, hibridándolas, articulándolas para generar procesos y productos. Las ingenierías cabe también distribuirlas en macroingenierías, que transforman grandes áreas del mundo, por ejemplo las que dan lugar a las infraestructuras de la comunicación, el transporte y la energía; en mesoingenierías, que intervienen en aspectos visibles del mundo, como el urbanismo, la industria, la seguridad, etcétera; y, por último, las microingenierías, que desarrollan proyectos muy particularizados en problemas locales, de una dimensión pequeña. Así, la logística de un campo de refugiados de Médicos sin Fronteras es una microingeniería, mientras que la gestión de la red de transporte de gas o petróleo es una macroingeniería. Si no distinguimos tecnologías, técnicas e ingenierías terminamos en una selva metafísica como la que plantó Heidegger, donde la técnica se convierte en una niebla en la que no caben categorías. Su metáfora del puente y el pantano es uno de los monumentos más excelsos de la confusión que puede producir la filosofía.

Si en otro tiempo la filosofía se ocupó de los límites de la razón, teórica y práctica, o del lenguaje, tal vez haya llegado el momento de que pensemos en los límites de la tecnología. Hay una creencia extendida de que esos límites son fáciles de encontrar: la moral y sus principios de precaución o prudencia establecen los límites de la acción tecnológica. Lo que ocurre es que precaución y prudencia son ya términos prácticos e ingenieriles, no morales ni políticos. No se dicen de tecnologías en general sino de ingenierías macro o micro. Y cuando adoptamos esta perspectiva nos damos cuenta de que los límites no se exploran desde fuera sino desde dentro, como Wittgenstein nos enseñó del lenguaje refutando las ilusiones transcendentales de la tradición kantiana. Lo mismo puede decirse de la intuición rápida de que la ecología y la sostenibilidad definen el límite de la tecnología: el tamaño de la población mundial, la tecnología disponible y la ecología definen mutuamente el tamaño de la población mundial, la tecnología disponible y la ecología de la sostenibilidad. No hay un afuera desde el que fijar los límites.

Solo si adoptamos una suerte realismo/materialismo interno al espacio de las prácticas podemos tantear los límites de la tecnología, establecer códigos, instituciones y costumbres que nos protejan del determinismo tecnológico. El determinismo tecnológico es el punto en el que se encuentran el pesimismo y el optimismo tecnológico. El optimismo de Klaus Schwab y el pesimismo de la desastrología.  Ciertamente, una vez que adoptamos esta actitud, reparamos en que el cambio social, el tecnológico y el cultural se implican mutuamente. Pensar que se puede cambiar la tecnología sin cambiar el capitalismo y ambos sin una transformación cultural es eso, simple metafísica.

Se dibuja un negro panorama que se identifica con el "fin del trabajo".  Ciertamente, muchas de las tareas que se pueden automatizar, sufrirán procesos de "ingenierización" para ser realizadas por dispositivos inteligentes. Mucho del trabajo en el que se ocupaba la clase media seguramente será sometido a estos procesos de ingenierización para automatizarlos, particularmente los trabajos de gestión. La política económica, industrial y tecnológica, sin embargo debería orientarse hacia planificar la emigración del trabajo automatizable al no automatizable. La política neoliberal solamente considera no automatizable el trabajo mal pagado de servicios (camareros, kellys, cuidadoras, etc.) y la alta dirección. Aquí es donde aparece la ideología terrorista que usa ciertas ideas de la tecnología como instrumento de la lucha de clases. No es cierto. La trama de los entornos técnicos crea nuevas tareas no automatizables a la vez que reingenieriza otras. Encontrar los transfondos humanos que no queremos dejar en mano de las máquinas es una de las tareas que nos espera en los próximos años y que no puede ser abordada si no es con una mezcla de conocimiento experto y experiencia histórica. Muchas de las tentaciones políticas neofascistas o similares, que parecen hablar en lugar de la clase obrera son simples reflejos de este decaimiento de los trabajos que ocupaban antes ciertas clases medias. Es el momento de la lucidez y no el de las viejas ideologías del industrialismo. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario