sábado, 8 de febrero de 2020

saberes de esclavo




¿Es posible enseñar lo inenseñable? Esta es la paradoja que Menón le propone a Sócrates en el diálogo homónimo:

Men. — ¿Y de qué manera buscarás, Sócrates aquello que ignoras totalmente que es? ¿Cuál de las cosas que ignoras vas a proponerte como objeto de tu búsqueda? Porque si dieras efectiva y ciertamente con ella, ¿cómo advertirás, en efecto, que es esa que buscas, desde el momento que no la conocías?
Sóc» — Comprendo lo que quieres decir, Menón. ¿Te das cuenta del argumento erístico que empiezas a entretejer: que no le es posible a nadie buscar ni lo que sabe ni lo que no sabe? Pues ni podría buscar lo que sabe —puesto que ya lo sabe, y no hay necesidad alguna enton­ces de búsqueda—, ni tampoco lo que no sabe — puesto que, en tal caso, ni sabe lo que ha de buscar—.- Menón, 80d 1-4, e 1-4


Es la paradoja de quien desea aprender y quien desea enseñar. Una paradoja que refleja el drama del aprendizaje bajo el que todos vivimos como tensión permanente. Quienes nos dedicamos a la enseñanza como profesión; quienes están obligados por su condición de padres y madres; quienes se ocupan de los asuntos públicos porque tendrían que saber que la democracia es aprendizaje colectivo y experiencia en la historia; todos, por cuanto la contribución a esa forma de estar en común que es cuidarnos unos a otros implica también enseñarnos y aprender de los demás.

La pregunta de Menón está en el contexto del debate con Sócrates sobre si se puede enseñar la virtud (areté) que tiene múltiples formas, aunque Sócrates cree que hay que encontrar imperiosamente el concepto, o lo que él entiende por concepto, es decir, lo uno, las condiciones necesarias y suficientes de cualquier forma de virtud. En particular, una forma muy especial de virtud: aquella que no puede poseer un esclavo porque -afirma Sócrates- entonces no sería esclavo. A saber, la capacidad de gobernar y gobernarse, la autonomía y la condición de ciudadano. Que Sócrates tenga razón es una de las razones que convierten al Menón, en general, en un diálogo paradójico y espinoso. Comenzando por el hecho de que un texto que es consciente y abiertamente antidemocrático (está escrito para denostar a la forma ateniense de democracia) es a la vez uno de los grandes tratados de filosofía de la democracia.

A quienes nos interesa la rama de la filosofía que llamamos "epistemología" o "teoría del conocimiento", el Menón es sin la menor duda algo así como el texto inicial e iniciático. Es en él donde, además de la paradoja, se plantea el problema del valor del conocimiento, se anuncia lo que será un concepto de conocimiento tan persistente como equivocado (opinión verdadera justificada). A quienes nos interesa, además, la epistemología política, el Menón nos plantea las preguntas fundamentales: ¿qué conocimiento es necesario para participar en democracia?, para formar parte del demos sea como ciudadanos o dirigentes; ¿es la democracia algo más que una agregación de opiniones?, ¿debemos considerarla además como un medio de aprendizaje colectivo?

La virtud no es enseñable, opina Sócrates, lo más que puede hacerse es ayudar a recolectarla a través de su método de preguntas, su mayéutica, que trata de que la mente extraiga de sí un conocimiento ancestral y eterno que radica en su naturaleza inmortal. Sócrates muestra seguidamente la potencia de su método haciendo que un esclavo reconozca la prueba de uno de los problemas pitagóricos, el de la duplicación del cubo (en el caso del Menón, el problema de encontrar un número cuadrado que sea el doble de otro dado). El problema era entonces parte de las matemáticas avanzadas, incluyendo la teoría de la prueba, que estaba entonces en su estadio inicial de método de análisis y síntesis. Hasta un esclavo, nos dice Sócrates, puede entender esto. Me hubiera gustado ser Menón y haber continuado el experimento y pedirle a Sócrates: "¿por qué no le preguntas al esclavo si considera que su condición de esclavo es justa?", "¿por qué no le preguntas por qué no se rebela y se levanta contra la esclavitud? porque quizás el esclavo no sea tan ignorante como piensas y sí tenga sentido de la justicia y sabría qué hacer si le dejasen capacidades de gobernar. Como digo, el Menón está lleno de paradojas y no solamente la que conocemos como "Paradoja del Menón".

Las teorías universalistas nos dirán, como Sócrates, que el sentido de la justicia y la capacidad de gobernar y gobernarse está presente en la condición humana como tal, y que solamente hay que despertarlas. Por muchas razones esta respuesta es muy paradójica: ¿quién las despierta? ¿cómo?; ¿es virtuosa la persona que se presenta a sí misma como maestro, aunque sea en la forma de partera de la verdad que Sócrates reclama para sí? No son pocos quienes desde la filosofía, desde su condición de intelectuales o de su condición de políticos se proclaman profetas de la ejemplaridad y de las virtudes públicas, reclamando ejemplaridad en la vida pública. La paradoja de Menón está escrita para ellos, para nosotros: "si tal cosa predicas, ¿es tu vida tan ejemplar como exiges en otros?". Está escrita también para los pedagogos y gobernantes del conocimiento, inspectores y partícipes de las agencias de evaluación: "¿qué haces tú en las clases?, ¿haces aquello que pides que los otros hagan?". Si está en la condición humana el sentido de la justicia y solamente hace falta despertarlo, y para ello hay gente que se ofrece profesionalmente a hacerlo, no habría más que examinar su vida y miméticamente aprender por ejemplaridad de ella. Pero bien sabemos que no. Mejor no andar por la vida exigiendo ejemplaridad no sea que alguien nos regale un espejo por nuestro cumpleaños.

Sócrates se presenta a sí mismo como partera de la sabiduría (en el Menón, la sabiduría (sophia), la prudencia práctica (phronesis) y el conocimiento (episteme) funcionan intercambiablemente) y como maestro de maestros. Esta pose, o postureo, ha contaminado a generaciones y generaciones de gente de la enseñanza de la filosofía que se ven a sí mismos como Sócrates renacido. No creo estar exento de la tentación y confieso caer en ella muchas veces. Pero verse a sí como Sócrates es caer en el pantano de la misma paradoja que trata de resolver con su método. La paradoja de Menón no solamente afecta al aprendizaje y la enseñanza teórica o práctica (ejemplaridad), también a esa forma tan hipócrita de enseñanza que es la mayéutica: ¿te has preguntado por si las preguntas son las correctas?, ¿por qué Sócrates pregunta al esclavo si construir un cuadrado con la diagonal de otro nos da un cuadrado doble, pero no le pregunta por cuáles serían sus palabras si le dejasen participar en la asamblea?

Lo que hace tan grande al Menón es que, al modo de una de las tragedias que en Atenas representaban parte de la vida política, nos abre ante uno de los grandes dramas de la cultura y la sociedad. Podemos no simpatizar, como es mi caso, con Sócrates y reconocer la genialidad de su discípulo, Platón, quien, como un dramaturgo excelso, nos lleva a ser espectadores de este drama. El drama se convierte en tragedia si, como padres, educadores, políticos o ciudadanos nos identificamos con Sócrates. No es enseñable lo inenseñable. Ni siquiera preguntando. No sabremos nunca si las preguntas son las correctas.

Quizás el drama tenga otra posible solución si nos ponemos todas en el lugar del esclavo a quien preguntan. Estamos todos bajo la condición de esclavos: como padres, educadores, políticos o ciudadanos. La virtud no se enseña. En todo caso se reproduce, se construye, se ansía o elabora. Es siempre un subproducto de nuestra condición vulnerable, miope y opaca de sujetos a medio hacer en la historia. Si el mundo no se deshace, como pedía Camus, no es por nuestra virtud de arquitectos sino por nuestra humilde condición albañil.



































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