domingo, 12 de abril de 2020

Praxis y otras palabras perdidas






Hay palabras que desaparecen sin que otras ocupen su lugar para expresar el concepto que ellas hacían presente. Esos conceptos huérfanos emigran a otros vocabularios y se transforman en otros modos de ver, cambian nuestros reconocimientos y las reglas que articulan nuestras prácticas. Son arrastradas por las mareas de la historia que las llevan a lo profundo de los mares de la memoria y sólo nos las devuelven como pecios de naufragio en ocasionales momentos en que andamos rastreando nombres perdidos.

Las lecturas que estos días permiten a quienes estamos confinados en espacios llenos de libros y vacíos de niños me han llevado a una de ellas, una palabra que en mi juventud era raro que no escuchase alguna o varias veces al día y que se ha perdido incluso de las jergas especializadas de la filosofía: praxis. El término griego que denotaba la acción, que se diferenciaba de la skholé u ocio curioso (del que proviene la scola latina y nuestras prácticas escolares) renació en la historia de la mano de las interpretaciones hegeliano-marxistas de la historia de Georg Lukàcs, Karl Korsch y Antonio Gramsci. Fue una palabra-derrota, un término de llamada a las fuerzas de la voluntad cuando las fuerzas de la historia decaían en los impulsos cíclicos a la emancipación humana.

El horizonte de una transformación histórica mundial, que parecía haber abierto el final de la I Guerra Mundial, que había traído la Revolución rusa, se disipaba en todos sus puntos cardinales. La III Internacional dejaba de ser un movimiento mundial de solidaridad para convertirse en un instrumento de la burocracia soviética, y por el resto del mundo ascendía el fascismo que habría de llevar al mundo a su segundo gran desastre en el siglo XX. Los socialistas de la II Internacional, que habían creído en una teoría mecánica que postulaba la transición necesaria del capitalismo al socialismo por causas endógenas en este modo de producción, se encontraban perdidos en los innumerables conflictos y fracasos que llenaron el mundo de entreguerras. El mundo se preparaba para otra catástrofe.

En sus Cuadernos, redactados en la cárcel, Gramsci usó el término “filosofía de la praxis” para sustituir al peligroso “marxismo” que sus guardianes habrían censurado, pero ese cambio no era inocente, Gramsci creía realmente en la sinonimia de los dos términos. Al igual que los hegelianos Lukàcs y Karl Korsch. Praxis era un nombre para algo nuevo, un término filosófico que entrañaba la crítica a una concepción dualista de la realidad, en la que habría sujetos caracterizados por la conciencia y el orden de las razones y la realidad y sus objetos caracterizados por el orden de las causas. Denotaba a un tiempo la acción reflexiva y el conocimiento en la acción, la transformación consciente de la realidad y la transformación del sujeto que producía esa acción transformadora. Solamente era expresable en un lenguaje dialéctico en el que el autoconocimiento era un subproducto mediado por la acción y la acción una transformación mediada por la razón.

El argumento que desarrolló Lukàcs en Historia y conciencia de clase a comienzos de los años veinte es largo y enrevesado, aún difícil de seguir para quien está familiarizado con las jergas hegeliana y marxiana. Algo similar ocurre en quien se pierde en los innumerables fragmentos de los Cuadernos de Gramsci, en los que encontramos dubitaciones y cambios que obedecen a su intento de pensar algo nuevo que entrevé y nombra sin acabar de explicar. Korsch, igualmente, trataba de encontrar un nuevo concepto para entender los procesos históricos que había traído el nuevo siglo. Pensaba Korsch, quizás el más lúcido de los tres, que la socialdemocracia, que postulaba el poder determinante de la economía, el bolchevismo leninista, que apelaba al poder de la política, y el anarquismo, que confiaba en la espontaneidad y la acción directa, compartían en el fondo una misma metafísica de la historia dualista, nacida de una incomprensión de la razón en la historia, de la escisión entre razón e historia, como si la historia pudiese ser racional por sí misma o la razón y la voluntad pudiesen hacer historia por sí mismas. Praxis, como término híbrido, situado, tenso y contradictorio en sí, abierto a la circunstancia, a la vez práctico y epistémico, a la vez moral y eficiente e ingenieril, abría un campo de mediación entre los polos que, separados, llevaban a la incomprensión de los procesos históricos y de las oleadas de derrotas que traían con ellos.

El término desapareció de los vocabularios en los tiempos de la Guerra Fría para reaparecer en la Nueva Izquierda de los años sesenta y en los ciclos de conflictos que recorrieron esa década y la siguiente. El triunfo del neoliberalismo en los años ochenta y el del estructuralismo althusseriano y el postestructuralismo foucaultiano volvieron a enterrar, quizás definitivamente, el uso del término, tal vez para siempre asociado a un vocabulario nostálgico que se teñía de moralismo y abandonaba la dureza conceptual y su significado complejo entre la razón y la historia.

En el nuevo siglo, esa palabra perdida ha sido sustituida por otras que tratan de captar las formas en las que la agencia humana personal y colectiva se hace presente en la historia intentando nadar en las aguas del destino. Lamentablemente, esas palabras se han teñido de moralina y han vuelto aún sin saberlo a las metafísicas que praxis venía a cuestionar. Nuevos vocabularios que se reparten por zonas diferentes de la realidad. En la parte institucional, la de la buena conciencia, se ha extendido el uso de “buenas prácticas” para denotar lo que no es pura costumbre sin llegar a ser ley y norma. En el lado de las voluntades transformadoras, lo ha hecho otro término no menos horrísono: “activismo”, una palabra que evoca movimientos compulsivos en los que difícilmente cabría encontrar una dirección.

También las palabras son derrotadas. También las palabras tienen una vida extraña de victorias provisionales. Son, como las acciones terapéuticas del doctor Rieux, uno de los personajes de La peste de Camus, signos de contingencia.  En el momento culminante de la novela, Terroux, un personaje que ejemplifica una suerte de moral de santidad, le pregunta al doctor por su tranquila forma de enfrentarse a la crisis histórica que se la venido encima, por su persistencia incólume a pesar de saber que toda acción es provisional:

—Sí —asintió Tarrou—, puedo comprenderlo. Pero las victorias de usted serán siempre provisionales, eso es todo. Rieux pareció ponerse sombrío. —Siempre, ya lo sé. Pero eso no es una razón para dejar de luchar. —No, no es una razón. Pero me imagino, entonces, lo que debe de ser esta peste para usted. —Sí —dijo Rieux—, una interminable derrota. Tarrou se quedó mirando un rato al doctor, después se levantó y fue pesadamente hacia la puerta. Rieux le siguió. Cuando ya estaba junto a él, Tarrou, que iba como mirándose los pies, le dijo: —¿Quién le ha enseñado a usted todo eso, doctor? La respuesta vino inmediatamente. —La miseria."

Praxis, la palabra desaparecida de nuestro vocabulario, denotaba todo eso, una tranquila fuerza terapéutica en la historia que preserva la razón bajo la aparente victoria de la peste. Las palabras perdidas son signos de olvido que la recurrencia del destino nos hace lamentar.  

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