Non sufficit orbis fue uno de los lemas de Felipe II. Plutarco, en
sus Moralia (Sobre la paz del alma, 4), adscribe el origen de la
expresión a un lamento de Alejandro Magno en respuesta a su filósofo de
cabecera, Anaxarco de Abdera, un seguidor del atomismo, quien le había
comentado que Demócrito y Epicuro creían en la infinidad de mundos: “Alejandro
lloraba al oír a Anaxarco hablar sobre la infinitud de mundos y, cuando sus
amigos le preguntaban qué le sucedía, dijo: “«¿No es digno de llanto el que siendo infinitos los
mundos aún no hayamos llegado a ser los amos de uno solo?»”. Paul Eluard, en su
carta a Teofrasto Bombasto de Hohenheim recorta las infinitas ambiciones de
Alejandro y Felipe II con su famosa frase: “hay otros mundos, pero están en
este”.
El concepto de mundo está
en el corazón de la metafísica. Se opone en la tradición occidental
tardomedieval a Dios, el creador, y al alma, a la mente más tarde, como aquello
que no puede estar en el mundo porque no es material. Esa misma tradición
concede al ser humano el mundo como si fuese una finca para recrear o terminar
la acción divina. El ser humano, algo intermedio entre el animal y el ángel,
imagen del creador, ordena y domina el mundo. Mario Bunge, en su Tratado Básico
de Filosofía (vol. 3, Ontología I) define el mundo como un monoide libre, es
decir, una estructura algebraica formada por sus constituyentes, las cosas, y
por ello equivalente a la realidad. Wittgenstein, con razón, saca una
consecuencia inevitable de esta concepción: “El sujeto no pertenece al mundo,
sino que es un límite del mundo.” (Tractatus 5.632).
Se ha observado numerosas
veces que, en esta concepción, que separa sujeto y objeto, está implícita la
forma de la historia que lleva al Antropoceno, a un mundo que pertenece al ser
humano, no al que el ser humano pertenece. Hace un siglo, casi un siglo,
comenzó una revolución metafísica en la que aún estamos. Un primer paso en el
proceso fue la noción de “mundo” por la que aboga Ser y tiempo de
Heidegger. El mundo no puede ser concebido como una entidad separada sino como
lo que hace posibles y disponibles las cosas que dan sentido a la existencia. El dasein,
ser cuya existencia se define por ser en el mundo, no puede distanciarse de él.
El mundo está formado por todo lo que está a mano, por el equipamiento sin el
que se hace imposible la existencia. La objetivación, la distancia que
convierte las cosas a mano en objetos solo se da cuando algo funciona mal, como
las gafas que se rompen. La noción de
mundo en Heidegger no se distancia mucho de las formas de vida y lo cotidiano
que propuso Wittgenstein como el suelo desde el que pensar.
Un
par de años después de publicar Ser y tiempo, en Los conceptos
fundamentales de la metafísica. Mundo, soledad, finitud, Heidegger aclara
un poco más su noción de mundo: “la piedra es sin mundo, el animal es pobre de mundo,
el hombre configura mundo”. Es una teoría comparativa muy influida por la
biología de su tiempo. Heidegger se embarca en un análisis conceptual que tiene
sentido en el marco de la discusión entre el vitalismo y el mecanicismo sobre
qué es un organismo y, sobre todo, sobre la relación entre organismo y medio
ambiente, que había propuesto von Uexküll (Ummwelt), dando origen a la
moderna ecología. El ser humano está en
el mundo, como están los animales pero no los minerales, en un entorno con el
que interactúan: lo que les ocurre dentro se explica por su relación continua
con el medio. El apotegma de Heidegger establece las diferencias entre los tres
reinos. La diferencia de los humanos está en que ellos “comprenden” el mundo y
lo configuran, producen posibilidades. Al final, Heidegger no está tan lejos
metafísicamente de Marx: comprensión y producción son las formas bajo las que
se da la vida humana.
En paralelo, un par de
décadas más tarde, Merleau-Ponty llevó a cabo un nuevo paso en el abandono de
la idea de lo mental como algo separado del mundo. A diferencia de Heidegger,
piensa con más profundidad y radicalidad en los componentes corporales de la
interacción entre la mente y su mundo. Los restos de idealismo que aún quedaban
en Heidegger se disuelven: percibir y actuar no se diferencian, se co-elaboran.
Las ideas de Merleau-Ponty fueron recogidas por James J. Gibson y Eleanor
Gibson quienes propusieron en los años sesenta y setenta una concepción de la
psicología revolucionaria que sólo en los últimos años ha ido produciendo sus frutos.
En su tiempo era dominante la idea de la mente como información y el cerebro
como la máquina húmeda que procesaba dicha información. Los Gibson consideraban
que la mente es el modo en que describimos cómo los organismos se adaptan a un medio
en el que encuentran posibilidades de supervivencia en sus propiedades físicas.
El realismo ecológico de los Gibson dio un paso más en la idea de mundo: está
formado por el conjunto de lo que llamaron affordances, una palabra
intraducible que denota las propiedades físicas del medio que pueden
convertirse en modos de acción.
Manuel Heras-Escribano,
en su magnífico estudio The Philosophy of Affordances (Palgrave, 2019),
ofrece un ejemplo luminoso que explica todo lo que los Gibson querían decir con
la co-evolución y conformación de la percepción y la acción, del organismo y
las affordances del medio. Pensemos en una copa: solamente los animales
con un pulgar opuesto y prensil pueden percibir una copa como algo que puede
agarrarse. Los humanos estamos en el mundo percibiendo posibilidades de acción
y producción. Percibimos aquello que podemos agarrar, manipular,…
La noción de mundo como
lo opuesto a la mente (y a Dios), que había comenzado a desmoronarse con
Spinoza y que Heidegger había convertido en una ruina, pero aún llena de muros sin
caer, que había comenzado a rehacer con su proyecto de “construir, habitar,
pensar” estaba siendo completada por el realismo ecológico y la contemporánea
psicología enactivista radical. Pero aún seguía en pie la distinción
mente-mundo basada en una concepción romántica de los organismos como conjuntos
bien ordenados de órganos.
El último de los pasos en
esta transformación del “mundo” lo está dando una visión aún más radical de la
concepción ecológica, ya no en la psicología sino en la fisiología de lo vivo.
Los organismos son más que artefactos de un demiurgo o de la evolución. Son Holobiontes,
ensamblamientos contingentes y en diversos grados de cohesión de tejidos y de
bacterias y virus. No puede distinguirse ya el mundo externo del interno sino
por la escala en la que hagamos la distinción. La última de las pandemias, la
del covid19 que estamos sufriendo, nos muestra a los humanos (como antes a
otros organismos huéspedes) como un entorno de affordances para esos
nano-robots de ARN y proteínas que son los coronavirus. Explotan con eficiencia
las células humanas, aunque a veces, como ocurre con algunos organismos, su
acción sea excesiva y produzca la muerte del huésped. Los coronavirus, por su
parte, son affordances para la acción tecnológica de producción de variantes
que llamamos vacunas, que transformarán una parte del mundo económico y
político y permitirán reconfiguraciones de las geoestrategias.
El mundo no es
suficiente: necesitamos mapas y escalas. En una escala pequeña somos
ensamblamientos de seres vivos que mantienen su identidad por un tiempo. En una
escala mediana, somos historias, recuerdos, planes y afectos que crean entornos
intermedios. En una escala aún mayor, somos una especie que, como el covid19,
está produciendo sobrerreacciones en nuestro entorno huésped, el planeta
Tierra, poniendo en peligro la supervivencia de un ilimitado número de especies
incluida la propia especie humana.
Heidegger era aún un
romántico con ciertos restos de idealismo. Era también un filósofo y, a pesar
suyo, un humanista que creía en el programa de Protágoras: “el hombre es la medida
de todas las cosas”. La escala humana, ciertamente, es la escala de los
sentidos y significados, de los planes, de la vida y la muerte. Pero el mundo
de los humanos es solo un mundo.
Tenía razón Paul Eluard.
Tenía razón Shakespeare: “Hay más cosas en el cielo y la tierra, Horacio, que
las que sospecha tu filosofía.” Hamlet, Acto 1 Escena 5
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