domingo, 14 de febrero de 2021

Ciudades en la niebla


 


Discúlpeseme esta anécdota de la mili -pues al fin y al cabo la mili fue entendida por el franquismo como el rito iniciático de los varones en la vida adulta ("hacerse hombres", solían repetir los mandos). El caso fue que, en una marcha de la sección por la montaña invernal de los Pirineos oscenses, un teniente tan bisoño como romo y autoritario hizo marchar a la compañía por una senda equivocada por la cuerda de los montes. Al cabo de una hora de marcha advertimos el nerviosismo del oficial en sus continuas consultas del mapa y del entorno. Caía la niebla y aquello se ponía complicado y al cabo de varios intentos de convencerle de que lo que el tomaba por cumbres conocidas no lo eran, la historia terminó en que tuvo que ceder a la experiencia de sus subordinados más avezados en el uso del mapa y todo terminó en un alargamiento de cuatro horas de marcha. El problema del teniente es una buena figura de lo difícil que es ubicarse en la vida. Ubicarse en un territorio desconocido, solo o acompañado, es difícil, incluso o sobre todo si se dispone de mapas topográficos.

Leer un mapa es difícil: uno tiene que poner en contacto los signos convencionales con la visión del paisaje. Deben identificarse en el plano los puntos prominentes que uno identifica en el espacio visual, pero la traslación de lo que se ve a un punto en el mapa que permita una triangulación y resuelva el problema de "nosotros estamos aquí" no es nada sencilla: la vista gira constantemente del entorno al plano, se identifican poco a poco claves visuales en signos del mapa hasta que todo cuadra sin lugar a dudas, es entonces cuando se dice: "aquí", resultando en una ubicación lograda. 

Ubicarse es uno de los objetivos de la educación. El Bildungsroman no es otra cosa que acompañar en un viaje en el tiempo de la vida de un personaje hasta que esta persona se ubica y descubre su lugar en la sociedad. Goethe es el gran promotor de esta idea de la educación como autoeducación y autodescubrimiento. El ciclo de Wilhem Meister recorre la vida del aprendiz de teatro hasta que descubre que aquello no era lo suyo y que su lugar en el mundo era otro. En esta forma de educación no hay asimetrías maestro-alumno: la vida nos enseña nuestro lugar, es el mensaje de esta forma tan paradigmática de la novela. 

La filosofía se puede reconstruir también como una historia de los problemas de ubicación: los mapas son los conceptos y el entorno la experiencia. Es difícil dar nombre a la experiencia. Hegel dedicó su obra magna, la Fenomenología del espíritu, a resolver esa lucha a muerte entre el concepto y el objeto por el reconocimiento de sí y para sí en un mundo social objetivo. Resume o reasume un largo trabajo que comenzó con los griegos, que pensaban en los hombres (varones) como animales políticos o animales de ciudad. Los romanos desarrollaron los conceptos griegos en un complejo sistema de asignaciones de lugar en el orden ciudadano: la gens, la distinción entre patricios y plebeyos y otros signos que permitían ubicar a cualquier persona en su lugar en la ciudad. El concepto barroco e ilustrado de civilización tiene las mismas raíces: el paso de la barbarie a la civilización, un paso que para la Antigüedad era una mera distinción del nosotros y ellos, se convirtió en figura de la educación como ubicación en la ciudad, como educación de la ciudadanía.

Gonzalo Velasco explica este largo proceso de "civilización", entendido como ubicación en la ciudad a través de tres posibles genealogías entre Foucault y el marxismo: 

- La civilización como normalización a través de ciertos ubicadores generados por el poder: en nombre propio, el orden de la ciudad en calles con un signo distintivo, y el hogar con un signo correlativo de número y piso, la fecha y lugar de nacimiento, los signos básicos de la identificación: género, nombre de los padres, etc., es decir, el carnet de identidad como ubicador en una ciudad ordenada. 

- La civilización como proceso de circulación saludable: ordenamiento del entorno y el cuerpo para garantizar socialmente que el ciudadano es una persona saludable en una ciudad aséptica y normalizada, a través de numerosas prácticas de acomodación y circulación de los cuerpos: prácticas de higiene, de prevención de la salud, de maneras de ser y comportarse en el espacio social, de rituales de identificación del lugar y la profesión.

- La ciudad como mercado de espacios en donde el lugar propio debe ser adquirido, lo que identifica a la persona como propietario de un lugar grande o pequeño y divide a los ciudadanos en propietarios, hipotecados o inquilinos y ordena el espacio social como un mercado de espacios físicos.

En los tres procesos, la ciudad es en un sentido muy borgiano un mapa de sí misma. El orden de los edificios, las avenidas, las redes de comunicación con el campo (ya un apéndice menos poblado de la ciudad), las redes de transportes, de información, ...,  todo esto constituye y da forma a un inmenso plano que los ciudadanos deben usar para ubicarse. Obviamente, la ubicación adquiere la forma de una lucha hegeliana o marxista por la existencia, el reconocimiento y un lugar en el mundo.

La ciudad, sin embargo, es un plano complicado de manejar como signos de lugar en el mundo. El francés distingue la "ville" como acumulación de edificios y personas de la "cité" como orden de lugares. Richard Sennett, en su Construir y habitar. Una ética para la ciudad confronta la mirada activista de la municipalista Jane Jacobs con los urbanistas autoritarios como Robert Moses, poderoso ordenador de la ciudad de Nueva York. Jacobs, como Henry Lefebvre, reivindicaba el lugar frente al espacio abstracto de los urbanistas. Tienen mucha razón, en ellos late un proyecto municipalista, de comenzar la construcción del mundo por los lazos cercanos de la familia, el barrio y la comunidad. 

Sin embargo, las cosas no están claras. Las ciudades están sumergidas en la niebla y no es fácil identificar el lugar, por más que Jacobs lo intente a través de la conservación de ciertos signos: ese edificio, ese cine, ese bar del barrio. Es cierto que son signos de identidad, pero no está claro que por sí mismos resuelvan el problema de la ubicación que tenía el teniente con la senda en la montaña. Es muy fácil confundir los lugares y los lugares propios en el mundo. En el otro lado, el de la ville, Lewos Mumford, siguiendo a una larga tradición de utopistas, considera que hay que levantar las ciudades como objetos legibles para que los ciudadanos se ubiquen con facilidad. El urbanismo entraña una ingeniería de la cultura material que no puede ser simplemente la suma de los lugares, como si el crecimiento orgánico de las comunidades llevase con claridad a situar a cada persona en una red nítida de filiaciones y afiliaciones. 

Una ciudad sin límites, una ciudad en la niebla, en la que identificamos paisajes, lugares de pertenencia, pero que, por sí mismos, no nos permiten ubicarnos en el espacio común, objetivo, social. Uno de los dramas básicos de la política y la civilización. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario