domingo, 4 de abril de 2021

¿Por qué no soy antihumanista?




El antihumanismo es un término que acoge múltiples formas de rechazo de las ideas de agencia humana y de los ideales de transformación que recibieron diversos nombres como paideia, humanitas, Bildung o educación de la humanidad y que caracterizan la no menos múltiples formas de humanismo. Se sustituyen por otros conceptos como el nihilismo, las estructuras (del lenguaje, mito o producción), los dispositivos de biopoder, las máquinas deseantes, y variados mecanismos que llevan al rechazo más o menos drástico, más o menos irónico o sarcástico, más o menos furioso, del humanismo. 

Resumiría las variedades de antihumanismo en estos varios esquemas de argumento que necesitarían ser rellenados con los vocabularios adecuados para dar cuenta de la historia contemporánea de esta actitud:

1) El concepto de ser humano (u "hombre", en sus acepciones inclusivas) es un concepto histórico y contingente del que puede describirse su genealogía en ciertas derivas culturales y sociales. Del mismo modo que nació el concepto de ser humano así mismo desaparecerá como concepto significativo.

2) El humanismo es siempre una forma de metafísica. Metafísica y humanismo se sostienen o caen juntos. El humanismo es el principal responsable del olvido del ser y de la caída en el tedio de la existencia inauténtica.

3) El humanismo es un falso universalismo que olvida que los individuos son configurados por estructuras y dispositivos con potencia creadora: el deseo, el resentimiento, el poder, el lenguaje o el mito. Lo universal son esos dispositivos que asumen modalidades distintas.

4)  El humanismo ha sido una coartada para la exclusión de lo Otro, en la forma de quienes no son reconocidos en su humanidad o son considerados simplemente como instrumentos, objetivizados y habilitados para la explotación. El humanismo es la coartada para la destrucción de la Naturaleza y la explotación y opresión de los pueblos. 

El discurso de Pico della Mirandola sobre la dignidad humana es interpretado bajo estos argumentos como una exaltación ideológica que desaparecerá o deberá ser hecha desaparecer como elemento activo de la cultura.

Los cuatro esquemas argumentales tienen premisas que son correctas en gran medida y que nacen en algunas de las fuentes más productivas del pensamiento y la cultura contemporáneos. El uso de la genealogía, las múltiples formas de constricción de la agencia que han ido estudiando las ciencias sociales, la atención al lugar y al contexto de enunciación, la resistencia a las barreras más o menos invisibles que esconden la exclusión y la opresión, la solidaridad con la vida y el impulso de la sostenibilidad. Todos estos frentes complejos de análisis de la realidad humana han hecho valiosos descubrimientos y han enriquecido nuestros recursos conceptuales comunes para la transformación histórica en el sentido de ir construyendo muros normativos que establezcan diversas modalidades de "nunca más". Sin embargo, no siempre de premisas verdaderas se infieren correctamente conclusiones aceptables.

El humanismo porta un componente normativo y una apelación a la humanidad que debe distinguirse de los aspectos descriptivos de las ciencias sociales. El humanismo no puede reducirse a la antropología, la sociología, la economía, la ciencia política o la teoría cultural, por más que todos estos complejos saberes sean el trasfondo que interpela continuamente al humanismo y transforma inacabablemente sus ideales y valores. Este componente normativo no debe ser olvidado porque en muchos de los esquemas argumentales antihumanistas se esconden falacias que confunden lo que es con lo que debe ser.

Así, el descubrimiento de los orígenes y la genealogía del ser humano que parece incluir su posible desaparición es una inducción escéptica similar a la que muchas veces ha nacido del estudio de la historia de la ciencia y que se puede resumir en un discurso como el siguiente: "la historia de la ciencia ha mostrado que muchas teorías que fueron tomadas como absolutamente verdaderas en el pasado después se mostraron falsas, luego las teorías que actualmente consideramos verdaderas en el futuro serán consideradas falsas". Esta inducción escéptica está en la base de una mala lectura de la historia de la ciencia y es así mismo una mala lectura del método genealógico: los conceptos y teorías nacen en las prácticas humanas y se pueden rastrear sus orígenes, pero es incorrecto pensar que las nuevas topografías conceptuales cancelen las anteriores y produzcan rupturas epistemológicas. En la ciencia, como en la cultura, no solo se suceden las teorías sino que estas se adoptan porque permiten explicar los errores y los aciertos de las otras. Copérnico no canceló la astronomía ptolemaica, sino que explicó sus errores, y la dejó en un mero recurso fenomenológico que los navegantes o exploradores siguieron usando por siglos. Marx no canceló la economía política clásica sino que explicó sus errores y el por qué siguió siento durante los tiempos venideros un instrumento útil para ciertos intereses. La genealogía no entraña escepticismo o relativismo a menos que haya un supuesto de una cierta visión desde el ojo de Dios o de la historia que se oculta en la conclusión relativista. Algo así como un profeta que predicase que los humanos son seres bajitos, "¿comparados con quiénes?" --podríamos replicar-- y si nos respondiese que él cree en superhumanos u otros seres le responderíamos que, bueno, que sí, que crecer es lo que la gente hace cuando tiene comida, pero que no necesita otra escala que la humana. 

El argumento heideggeriano de la unión de metafísica y humanismo, que es repetido en tantas formas posmetafísicas y posmodernas, infiere desde el contextualismo y las zonas de continuidad de los binarios y categorías la inutilidad de estos polos de tensión. Toda metafísica, se dirá, no es sino una autoritaria imposición de fronteras que no existen. Pero el pensamiento anti-binarios olvida que el lenguaje es entre otras varias cosas el portador de los conceptos que por su propia naturaleza dividen lo real en taxonomías que incluyen y excluyen, porque no en otra cosa consiste la función discriminativa y recognoscitiva de los conceptos. Si fuésemos a buscar setas al campo sin conceptos discriminativos y excluyentes llenando nuestra cesta y haciendo una tortilla con todo lo que encontrásemos probablemente acabaríamos con una intoxicación grave. Reconocer las zonas grises, reconocer que todo concepto puede tener en la base un "fuzzy set" que implica aproximación a un estereotipo no significa que su función recognoscitiva haya quedado obsoleta. 

En la base de la sustitución de la agencia por otras potencias está un erróneo reduccionismo  de los elementos normativos en las descripciones sociológicas. En el siglo XIX se extendió una confusión del naturalismo (la teoría correcta de que no hay fuerzas supranaturales) con el reduccionismo. En el siglo XX se produjeron muchas formas de reduccionismo como el conductismo, las múltiples formas de energetismo que subyacen a popularizaciones del psicoanálisis (el deseo, los impulsos,...) o los reduccionismos sociológicos que olvidan que los dispositivos sociales son productores de subjetividad pero también productos de subjetividades que los mantienen y crean. Las formas de reduccionismo de la agencia a estructuras, aunque estas sean tan complejas como lo simbólico, lo imaginario y lo real que predica el catecismo lacaniano, solo pueden mantenerse en su función explicativa si, de nuevo, suponen una mirada externa, ajena a la realidad humana: o son autosocavantes (si todo es poder o todo es deseo, no hacen falta distinciones, todo es poder o deseo) o bien son trascendentales. Y justamente el humanismo en su rebelión contra lo trascendente afirma la inmanencia de la realidad humana. 

El argumento de la especie dañina y excluyente, de la naturaleza violenta del ser humano esconde también un dilema: la apelación a la especie solamente funciona si existe un oculto esencialismo que socava la reivindicación de los derechos de las formas de vida excluidas. La reivindicación de los derechos de la naturaleza, de los seres vivos y la solidaridad de la vida y sus múltiples expresiones, incluidas las variedades humanas no se puede hacer desde cualquier forma de vida sino desde el reconocimiento de la unidad y solidaridad de la vida, pero esta apelación tiene un componente normativo, ideal y exigente que nace del reconocimiento de que la dignidad humana exige la dignidad de la vida. No es sino una forma de humanismo necesaria. 

 

 






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