Hace poco más de veinte años que Sloterdijk se sumaba con
una inteligente conferencia a la corriente transhumanista que estaba en sus
primeras manifestaciones a comienzos de este siglo. Normas para el parque
humano se convirtió en el origen de una polémica en la prensa provocada por
Habermas y alguna gente cercana a él que acusaron a Sloterdijk de estar defendiendo
la eugenesia al haber sostenido en un párrafo que quizá la biotecnología podría
arreglar lo que el humanismo no puede: la “domesticación” de bestia salvaje
humana.
Sloterdijk era entonces un filósofo mediático y
probablemente Habermas aprovechó la ocasión para iniciar una polémica contra
los posibles usos de las ya entonces amenazantes promesas de algunas técnicas
bioingenieriles. Ciertamente era tomar el rábano por las hojas, porque era una
afirmación marginal y lo menos interesante de la conferencia que había sido
escrita para un congreso sobre humanismo en el que Sloterdijk pretendía
simplemente hacer de niño malo y revolver un poco las aguas desde su línea de
nietzcheanismo posmoderno.
Leída veinte años después, la conferencia sigue siendo tan
inteligente y divertida como filosóficamente confusa y posiblemente incoherente
en sus afirmaciones. Fue escrita en un
tiempo en que el todopoderoso Derrida había vuelto a poner de moda la crítica
de Heidegger al humanismo, en su Carta sobre el humanismo, en la que
acusa al humanismo de haber olvidado la pregunta por el ser y ocuparse de lo superficial.
El gran retórico que es Sloterdijk tomó la idea de la “Carta” como pie forzado
y comenzó su intervención con el sarcasmo de que el humanismo no es otra cosa
que una práctica de escribir cartas a los amigos con el imaginario sueño de que
así se podría educar a la humanidad.
Sloterdijk aludía a la carta que Heidegger escribía a su
alumno Jean Beaufret, un oscuro filósofo francés filólogo del alemán cuyo mayor
mérito había sido criticar a Sartre por haber malentendido completamente a
Heidegger en Ser y tiempo. Muy posiblemente, como ya se ha sospechado,
el zorro de Heidegger pretendía dividir a los intelectuales franceses y hacerse
con un cierto grupo de apoyo en un momento en que la peligrosa desnazificación
pendía sobre su futuro, y precisamente dependía de la autoridad política
francesa en su zona de ocupación. Sloterdijk desprecia esa interpretación y
simplemente toma a Heidegger como una escalera para subir a su posición y luego
tirarla. Al generalizar y sostener que humanismo y cartas van juntos, se
refiere a una bien conocida tradición de textos entre los que están la Carta
sobre la educación de la humanidad de Schiller, las muchas cartas que Erasmo y
Tomás Moro y otros humanistas intercambiaron, y las cartas de Cicerón, todas
ellas parte de un programa de confrontación con la barbarie y el salvajismo.
Con una fina retórica, Sloterdijk afirma que esto de las
cartas en realidad es parte de una confrontación histórica dentro del estado
entre dos formas de domesticación y apaciguamiento del salvajismo: de un lado,
la educación en el nuevo medio de la escritura, por la que se transmitiría todo
el saber de los clásicos y se formaría primero a una élite y más tarde al
pueblo; de otro lado, los medios de distracción y entretenimiento de masas.
Sloterdijk recuerda que en la República romana competían el circo y las
carreras con la educación literaria de las élites, para buscar la analogía de
la tensión actual entre la educación humanística y el potente aparato de los
medios de masas.
El comienzo es impecable y brillante desde las reglas de la retórica.
Nos presenta una exposición de hechos que toda persona afectada de humanismo
siente como la gran tragedia: cultura o pan y circos, cultura o anarquía, tal
como había propuesto el conservador y eficaz crítico de la cultura Matthew Arnold
más de un siglo antes. Hay comienzos tan luminosos como un fogonazo que ya es
difícil continuar a su altura. La novela, dramaturgia y cine están llenos de
grandes comienzos que desinflan el resto de la obra. Y, desgraciadamente, esto
es lo que le sucede al texto de Sloterdijk. Comienza con una gran tragedia que va
descendiendo poco a poco a la trivialidad de un culebrón para élites académicas
enteradas.
La potentísima afirmación del comienzo es que el humanismo
es parte de una lucha histórica entre medios: escritura frente a entretenimiento
de masas. Enunciado así, Sloterdijk lo tenía fácil si quería soliviantar a su
audiencia de humanistas, afirmando que el humanismo había fracasado en su
pretensión domesticadora frente a la arrolladora fuerza del circo mediático. No
toma ese camino tan fácil para él (aunque no se le oculta al oyente o lector
que está frente a un personaje de los medios, que es más conocido por la
pantalla que por sus complicados escritos). De haberlo hecho habría dado la
razón al humanismo cultural que desde Erasmo y Schiller a Raymond Williams sostiene
que la lucha cultural es parte del recurrente conflicto del poder. Sloterdijk
no sigue esta senda. Habría sido como el delantero-cartero que teorizaba Jorge
Valdano, el que le quita la pelota al adversario y recorre todo el campo para volver
a entregársela.
El segundo camino por el que podría haber optado Sloterdijk hubiera
sido un discurso foucaultiano, que afirmase que escuelas y circos son parte
constitutiva del estado y dos poderosos
aparatos ideológicos suyos. Tampoco opta por este camino Sloterdijk.
Seguramente Althusser y Foucault estaban ya en la cabeza de su auditorio pues
eran parte del catecismo antihumanista del momento. Sloterdijk da un salto y
opta por otra estrategia aparentemente más efectiva: presenta a Heidegger como
superador definitivo del humanismo y, en segundo lugar, presenta a Heidegger
como un escritor de cartas más, parte también del humanismo, tan incapaz como
los demás de domesticar a la bestia.
La tesis de Heidegger es bien conocida tanto por la carta
como por la popularización que hizo de ella Derrida, insertando su crítica al
humanismo en el ADN del posmodernismo. El humanismo sería pura metafísica que
en su aparente preocupación por el ser humano olvida lo principal: la pregunta
por el ser, lo que realmente caracterizaría la autenticidad humana, el situarse
en el lenguaje, casa del ser a la escucha, como forma suprema de ser en el
mundo. Pues, afirma Heidegger, el humano tiene mundo a diferencia del animan
que está escaso de mundo y del resto de la materia que carece de él.
Una vez aquí, Sloterdijk no se limita a repetir un discurso
ya conocido y necesita dar algún paso más. Como brillante retórico quiere
confrontar a Nietzsche contra Heidegger y llevar al auditorio a su campo. Así, la
conferencia de Sloterdijk camina entre la admiración por la solución pseudo
orientalista de Heidegger de permanecer a la escucha del ser, como si la
solución fuese convertirse en confucianos (no es extraña la admiración que
suscitó por entonces Heidegger en Japón) o, el sarcasmo por una vocación
mística que un filósofo energético y mediático como Sloterdijk no podía
admitir. El texto no lo afirma explícitamente, pero no deja de inclinarse hacia
esta última opción.
Lo que a Sloterdijk le importa son sus metáforas resplandecientes
y hacia esto lleva su conferencia: lo realmente sustancial de toda la historia
estaba en la “domesticación” de la bestia. El ser humano, afirma, es un domesticador
domesticado, un hacedor de corrales de bestias entre las que el mismo habita
auto-domesticándose. Pero la bestia sigue aquí por más que encerrada en un zoo
humano. Solo la transición a un nuevo ser, de cuya aurora fue profeta Nietzche,
podrá arreglar lo inarreglable, la domesticación de lo salvaje. La conferencia
termina en un oscuro tejido de párrafos en los que ensalza lo energético y la
superioridad de una cierta actitud estética. Todo muy posmoderno.
Veinte años después, la conferencia solo suscita preguntas:
¿es domesticable el ser humano o no? Quiero decir, ¿es posible o no un programa
de educación cultural contra los comportamientos bárbaros? Sloterdijk no se atreve
a decir explícitamente que no, como harán más tarde los transhumanistas. ¿Es el
ideal huir de la parte bestial del ser humano y transcender su naturaleza en
una nueva forma de existencia? Tal es el programa transhumanista, que parece apoyar
en ese momento Sloterdijk. Nietzsche no estaba en ese vagón por más que
Sloterdijk quiera situarlo allí. Poca filosofía ha ensalzado tanto la fuerza de
la vida como él. Al final, el texto de Sloterdijk, veinte años después, cae en
una de las malas laderas del antropocentrismo que a veces ha aquejado al
humanismo (no siempre), el denostar nuestra naturaleza animal. Sloterdijk
inconsistentemente reivindica la anomalía humana que es su neotenia, el no
nacer ya animales sino seres inmaduros que son formados en el corral. Pero de
eso trataba el humanismo.
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