sábado, 9 de octubre de 2021

Perfeccionismo y humanismo cultural

 


(Fotografia de Willy Ronis)


El humanismo cultural nace, como todo el humanismo, en el otoño del Antiguo Régimen y el ascenso de la burguesía, que proclama su deseo de ordenar la ciudad, y se manifiesta en la proclamación de la república de las letras de Christine de Pizan, Erasmo, Tomás Moro, Luis Vives, secundada por la filosofía moral de la Ilustración y, sobre todo, continuada por el gran proyecto educativo de la humanidad que fue el Romanticismo, tal como lo diseñó Schiller en Cartas sobre la educación estética de la humanidad, un texto que impulsa todo el culturalismo decimonónico tanto en las versiones conservadoras de Matthew Arnold como en las radicales de Ruskin y William Morris; un programa que Gramsci renovaría en el siglo XX y que renacería en los estudios culturales de Birmingham, con Raymond Williams y E.P. Thompson. Un programa que, sin embargo, ha sido puesto en cuestión por la poderosa contracultura del transhumanismo y que no ha sido suficientemente reconocido por el posthumanismo crítico[1].

La línea general del programa cultural del humanismo es lo que en la filosofía moral y política contemporánea se ha calificado como “perfeccionismo”.  El término describe más bien un aire de familia entre diversas variedades de la hipótesis humanista que expresaba el lema “la cultura nos hará mejores”.  El perfeccionismo sostiene de un modo general que hay bienes y valores objetivos que merece la pena promover y preservar y, en segundo lugar, que la cultura y la sociedad pueden ejercer influencia positiva sobre personas y colectivos en la dirección de una mejora de caracteres o capacidades en lo que respecta a estos valores y bienes. Así en abstracto es un poco confuso, pero las formas concretas en que se ha presentado en la historia nos ayudan a entenderlo. Suelen ser un síntoma de modalidades perfeccionistas las expresiones de “florecimiento humano”, que puso de moda el neoaristotelismo del siglo pasado, o la mucho más conocida de “mejora humana” que ha popularizado el transhumanismo. En ética, el perfeccionismo se opone a las muy influyentes líneas del consecuencialismo y del formalismo kantiano, en toda la diversidad de opciones que estas presentan en la filosofía contemporánea. Kant criticaba al perfeccionismo por no generar imperativos categóricos, universales, que él consideraba la frontera de toda ética legítima, aunque esta discusión podemos dejarla a un lado del hilo de esta presentación de las relaciones entre humanismo y perfeccionismo. En filosofía política, el gran adversario del perfeccionismo son ciertas corrientes del liberalismo que abjuran de toda intrusión de la sociedad y el estado sobre la autonomía radical de las personas para perseguir sus propios fines, por malos o buenos que estos sean.

La idea de bienes y valores humanos que suscita el perfeccionismo se relaciona con otras muchas en una constelación que agrupa problemas metafísicos (identidades y personas), políticos (pobreza, desigualdad, prosperidad), éticos (autonomía, universalismo o relativismo de valores) y antropológico-culturales (necesidades, prácticas y planes de vida). El perfeccionismo se entiende mejor si lo relacionamos con una de las traducciones más extendidas (y discutidas) de la eudaimonia de los griegos: “florecimiento humano”.  El término incorpora la idea de desenvolvimiento de posibilidades que están en potencia y que se consideran valiosas y buenas. En este sentido, “felicidad” o “prosperidad” no captan de igual modo esta idea de potencial y por eso de temporalidad e historicidad. Y, por otro lado, el desenvolvimiento de lo posible nos lleva directamente a la cuestión de una posible esencialidad biológica del ser humano, de funcionamiento, en un sentido biológico amplio, como es el aristotélico o ciertas formas de naturalismo ético contemporáneo (que defienden que la selección nos habría hecho proclives a ciertos valores como el altruismo y la cooperación), que es pronto contestado por quienes se preguntan por la variabilidad y diversidad cultural humana. Desde esta perspectiva de variación histórica y cultural, la idea de bienes (salud, libertad, reconocimiento y comunidad, autoestima,…) pueden ser vistos como términos abstractos que no acogen lo que tales palabras con mayúscula significarían en las situaciones concretas, ligadas a la edad, la historia, la cultura, el género, los valores de los planes propios de vida.

Paulette Dieterlen[2] dibuja un ilustrativo mapa de la idea de florecimiento humano que resume en cuatro posiciones: la idea liberal de bienes primarios, defendida por Rawls y su esfera de influencia, la tesis neoaristotélica de las capacidades y el funcionamiento, de Martha Nussbaum y Amartya Sen, la tesis republicana y comunitarista de Charles Taylor y Michael Walzer y la tesis marxista que liga las necesidades a los modos de producción, defendida por Julio Boltvinik[3]. Este mapa está bosquejado en dos ejes que permiten situar a los autores citados por Dieterlen o cualquiera otros. En un eje tenemos la historicidad y diversidad de lo que es considerado como bienes y valores comunes: desde las posiciones universalistas a las relativas a un tiempo, sociedad y cultura u otros determinantes de la identidad. En otro eje está el grado de individualidad o comunidad de los bienes y valores: desde el individualismo proclamado por el liberalismo a las formas varias de comunitarismo. El perfeccionismo ligado al proyecto cultural del humanismo atraviesa este territorio en lo que cabría denominar como un “metaperfeccionismo” o si se quiere un perfeccionismo normativo que puede incorporar las distintas variedades que se encuentran en la historia del pensamiento, sean las de Aristóteles, Spinoza, Marx o las posiciones relatadas por Dieterlen. Resumido en la idea de “la cultura nos hará mejores” se expande, por un lado, en un principio que liga la mejora a la autodeterminación y autonomía personales y colectivas. En este sentido, el perfeccionismo del humanismo cultural no se opone a las demandas de autonomía que subyacen al liberalismo. Sin embargo, la idea de cultura inyecta un elemento de comunidad y sociedad en la agencia: no hay agencia autónoma que sea independiente de los vínculos sociales y las prácticas culturales que constituyen las identidades.

El humanismo cultural adquiere así un componente utópico que ha sido resaltado por la socióloga y teórica de la utopía Ruth Levitas[4], quien se rebela contra la usurpación de la idea de felicidad por parte de la industria de la autoayuda y vincula el florecimiento humano por un lado a la práctica política contra las formas de explotación, desigualdad y exclusión y por otro lado a la imaginación de las posibilidades alternativas. Levitas reivindica ambos componentes en tradiciones culturalistas utópicas como la representada por William Morris, especialmente a través del retrato que realiza E.P. Thompson[5]. En el diseñador socialista y cabeza del movimiento Arts & Crafts convergen las tradiciones humanistas del renacimiento y romanticismo con la fuerza transformadora del marxismo. En William Morris se expresa ciertamente un perfeccionismo nostálgico de un tiempo y espacio no destruido aún por el industrialismo que le acerca a las formas de perfeccionismo que Stanley Cavell descubre en Emerson y Thoreau[6].

El humanismo, en sus versiones cívica (republicanismo) y cultural (perfeccionismo), se constituye en la historia como una tradición que ha sido puesta en cuestión con más o menos justicia por dos versiones contemporáneas: el transhumanismo, forma publicitaria y comercial del antihumanismo, y el poshumanismo crítico de origen spinoziano, en sus presentaciones más políticamente neutrales como las de Bruno Latour y en sus modalidades ecosocialistas e interseccionales de Donna Haraway y Rosi Braidotti.



[1] El contenido de este proyecto culturalista es el tema de Fernando Broncano (2018) Cultura es nombre de derrota. Cultura y poder en los espacios intermedios, Salamanca: Delirio.

[2] Paulette Dieterlen (2007) “Cuatro enfoques sobre la idea del florecimiento humano”, Desacatos, 23, pp. 147-158, consultado en https://www.redalyc.org/pdf/139/13902307.pdf (09/10/2021)

[3] Julio Boltvinik (2020) Pobreza y florecimiento humano. Una perspectiva radical, Zacatecas: editorial Ítaca. http://www.julioboltvinik.org/wp-content/uploads/LIBROS/sigloXXI/2020_Pobr%20y%20flor%20hum.pdf (09/10/2020)

[4] Ruth Levitas (2007) “Florecimiento humano: ¿una agenda utopista?” Desacatos, 28, pp. 87-100. https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=5860080 (09/10/2021).

[5] Eduard P.Thompson (1976) William Morris: Romantic to Revolutionary, Londres: Merlin.

[6] Stanley Cavell (1990) Conditions Handsome and Unhandsome. The Constitution of Emersonian Perfectionism, La Salle IL: Open Court.


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