El término inglés para "confinamiento" es "lockdown" que, al parecer, es una palabra que comenzó a extenderse en el siglo XIX en Norteamérica para designar al leño que cerraba o mantenía juntos a los troncos que los leñadores llevaban aguas abajo. La etimología del término en las lenguas latinas es distinta, tiene menos resonancias temporales o procesuales y habla de vecindad, de campos separados por un mismo límite (cum finis). En portugués habla de hacer frontera o aproximarse mucho, en español la RAE señala tres acepciones: desterrar a un lugar, lindar con y recluir en. En lo que respecta a "confín" indica dos acepciones que mantienen una cálida tensión: término o límite de un territorio y último término a que alcanza la vista.
Leí hace muchos años la novela de José Luis Sampedro El río que nos lleva, que relata las circunstanciales vidas de varios personajes que ejercen de gancheros de maderadas Tajo abajo, de biografías lejanas (un irlandés errante, un americano emigrado, una mujer envuelta en sombra. Confinados por la eterna metáfora de la vida, el río que nos lleva. Jorge Manrique escribió el emocionante canto a la vida que son las Coplas a la muerte de su padre, en donde hila la vida con los ríos que van a dar en la mar: "partimos cuando nascemos/ andamos cuando bivimos/ y allegamos/ al tiempo que fenescemos/ así que, cuando morimos/ descansamos".
En confines, confinar, confinamiento hay restos de parábolas que hablan a la vez de lo espacial y del tiempo juntos, de la vida en sus dos dimensiones que los antiguos premodernos jamás habrían entendido separados: lo liminal del espacio y lo final del tiempo. Y la preposición latina que enreda en un hato las vidas de la gente, pues también está en el origen de "común" (cummunis, oficios, tareas, obras, acciones conjuntas).
Las tensiones que desvelan las parábolas que están tras de las etimologías son tan profundas como las que constituyen las sociedades: confines habla de escapes, huidas casi siempre imaginarias a unas lejanas fronteras en el espacio y el tiempo. Manrique nos avisa de la futilidad de los imaginarios del allende en el tiempo (y pues vemos lo presente/ como en un punto se es ido/ y acabado/ si juzgamos sabiamente/ daremos lo no venido/ por pasado/ no se engañe nadie, no/ pensando que a de durar/ lo que espera/ más que duró lo que vio/ porque todo ha de pasar/ por tal manera). La nostalgia es la emoción que el guerrero poeta de los Lara adscribe a la conciencia de los confines, él que anduvo por las fronteras de los reinos y fue confinado en cárceles y asaltó fortalezas, veía claramente que las fronteras del pasado están siempre más abiertas que las del futuro.
La modernidad habría de romper estas asimetrías e incluso alejar ilimitadamente los confines del futuro con su noción de progreso. Esta extraña forma de modernidad que son los inicios del milenio parecen haber reconfinado los confines en una suerte de retromodernidad en donde la nostalgia y la amplitud del pasado se confronta con un futuro que parece encerrarnos en un pequeño planeta agonizante, en un río que se seca y en que la maderada nos estrecha y los roces son más fuertes que los abrazos.
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