miércoles, 24 de agosto de 2022

La inscripción de lo político en la cultura

 




El culturalismo es una  suerte de queja o protesta continua contra la intromisión de lo político en diversas manifestaciones artísticas, literarias o de pensamiento. Literatura política e incluso filosofía política parecen desde esta perspectiva oxímoron como música militar o ética de los negocios. Cuando es literatura no es política, cuando es política no es literatura, y así con cualquier otra expresión cultural.

No sirve de mucho ni de poco en las controversias acudir a la teoría de las ideologías y adoptar un punto epistémicamente privilegiado de vista, aduciendo que el culturalismo no es más que una ideología burguesa o algo parecido. La vía promisoria es examinar con lupa la trama que constituye lo que parece ser una intersección de campos aparentemente autónomos como son las de la cultura y la política. Es necesario pensar con cuidado cómo se inscribe lo político en la cultura y cómo las diversas manifestaciones de esta: artísticas, epistemológicas, conceptuales se inscriben en la política. 

Ciertas tradiciones del culturalismo más crítico, las que nacen en el romanticismo inglés, en John Ruskin y William Morris en particular y siguen hasta los estudios de Raymond Williams y E.P. Thompson han mostrado línea para resolver la primera de las preguntas: cómo se inscribe lo político en lo cultural. En este sentido, lo político, el orden basado en la gobernanza basada en la autoridad y no en el puro dominio del poder, la fuerza, violencia y terror, no existe sin un complejo modelado cultural de las prácticas, las agencias y las identidades. La teoría cínica sospecha que este modelado es siempre el modelado de la clase dominante y que toda cultura es sumisión. Lleva mucho tiempo discutir este escepticismo global, tanto como el que lleva refutar cualquier escepticismo. Podría responderse "si todo es agua, la toalla no sirve de nada, también es agua. Lo que me dices no es entonces más que la voz de poder por tus palabras, así que no me sirven de nada". Es un recurso, pero no es muy convincente ni muy válido. Por el contrario es más productivo encontrar las maneras en que el modelado cultural se hace resistente, reflexivo, insistente en la gobernanza y crítico contra el dominio y las dominaciones. Y, por supuesto, lo hace culturalmente: toda cultura es política en diversas presentaciones, tantas como caras tienen las poliédricas identidades humanas. El culturalismo más radical, desde este punto de vista, tiene razón, la cultura es autónoma y crea sus formas y reglas, pero esas formas y reglas, por cuanto son productivas de agencia, identidad y orden social siempre son políticas en la medida en que modulan el material del que está hecha la trama ciudadana.

La segunda de las preguntas, la de cómo se inscriben las normatividades particulares de lo cultural (semántico, conceptual, moral, estético, epistemológico y sus variedades en el arte y el pensamiento) en lo político. Esta pregunta ha sido teorizada por múltiples escuelas de filosofía y estética, desde el descriptivismo de Bourdieu en Las reglas del arte al prescriptivismo que encuentro en Rancière y otros autores similares. Rancière y sus teorías del espectador emancipado coincide con otras sendas que se han ido creando en bosques lejanos como la filosofía analítica y la epistemología en particular. Se trata de observar cómo las formas culturales establecen espacios de visibilidad, de posibilidad y de agencia. Contenido y forma están a la mano en esta tarea que es básicamente eficiente o ineficiente: una mala novela o una mala obra de filosofía no mejoran por su activismo o quietismo político. Son o no eficientes en la apertura de espacios de agencia y libertad. 

Marx lo entendía bien cuando reprochaba a Proudhon no su compromiso político sino su falta de arquitectura filosófica y teórica y cuando se preguntaba por qué él, que era capaz de recitar La divina comedia de corrido en italiano la seguía amando independientemente de que fuera la expresión de la pequeña burguesía comerciante de Florencia en su lucha contra el feudalismo.  

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